domingo, 14 de noviembre de 2010

97) LOS NOVIOS DE LA MUERTE




“-¡Caballeros legionarios! Sí. ¡Caballeros! Caballeros del Tercio de España, sucesor de aquellos viejos Tercios de Flandes. ¡Caballeros!... Hay gentes que dicen que antes que vinierais aquí erais… yo no sé qué, pero cualquier cosa menos caballeros; unos erais asesinos y otros ladrones, y todos con vuestras vidas rotas, ¡muertos! Es verdad lo que dicen Pero aquí, desde que estáis aquí, sois Caballeros. Os habéis levantado, de entre los muertos, porque no olvidéis que vosotros ya estáis muertos, que vuestras vidas están terminadas. Habéis venido aquí a vivir una nueva vida por la cual tenéis que pagar con la muerte. Habéis venido aquí a morir. Es a morir a lo que se viene a la Legión. ¿Quién sois vosotros? Los novios de la muerte. Los caballeros de la Legión. Os habéis lavado de todas vuestras faltas, porque habéis venido aquí a morir y ya no hay más vida para vosotros que esta Legión. Pero debéis entender que sois caballeros españoles, todos. Como caballeros eran aquellos otros legionarios que, conquistando América, os engendraron a vosotros. En vuestras venas hay gotas de la sangre de aquellos aventureros que conquistaron un mundo y que, como vosotros, fueron caballeros, fueron novios de la muerte. ¡Viva la muerte!”

Arturo Barea, en su novela autobiográfica “La forja de un rebelde”, nos recuerda esta arenga que, en torno a 1921, el entonces teniente coronel Millán Astray, lanzaba a sus hombres en la víspera de uno de los muchos combates que se desarrollaron durante la guerra de Marruecos. Aunque muchos años después, Barea seguiría recordando la fuerte impresión que le causó, en aquel entonces, el jefe de La Legión. Esa especie de transformación histérica que su cuerpo experimentaba y la estentórea voz que parecía tronar, sollozar y aullar mientras “escupía a la cara de aquellos hombres toda su miseria, toda su vergüenza, su suciedad y sus crímenes, y después los arrastraba en una furia fanática a un sentimiento de caballerosidad, a un renunciamiento de toda esperanza fuera de la de morir una muerte que lavara todas las manchas de su cobardía en el esplendor del heroísmo.”

Arturo Barea nunca perteneció a La Legión, pero tuvo ocasión de convivir y combatir junto a ella en el norte de África durante la guerra de Marruecos. En su libro (escrito a principios de los años cuarenta) asegura que “…su contacto me llenó de un miedo, casi diría terror, hacia el Tercio, que ha durado por toda mi vida.”

Quien sí formó parte de La Legión, como teniente del Tercio, fue Fermín Galán, uno de los organizadores de la llamada “Sublevación de Jaca” (12 de diciembre de 1930), aquel frustrado intento por derrocar al rey Alfonso XIII, que terminaría con los fusilamientos del capitán Ángel García y del propio Fermín Galán (en aquel momento, ya capitán), el 14 de diciembre de 1930, sólo cuatro meses antes de que en España se proclamase la Segunda República. Años antes de aquellos sucesos, Galán, basándose en sus experiencias como teniente del Tercio en el norte de África, escribiría “La barbarie organizada. Novela del Tercio”, un libro con un fuerte componente autobiográfico y que constituye una descarnada y cruda visión de la guerra de Marruecos. Esta novela fue editada por primera vez en torno a 1931 y, desde entonces, resultaba prácticamente imposible conseguir un ejemplar de la misma, hasta que, en el año 2008, la editorial Galland Books tuvo la genial idea de reeditarla. De sus páginas, extraemos un episodio parecido al que reproduce Barea en “La forja de un rebelde”:

“Encajados en las filas, como en un bazar se encajan los muñecos, varios cientos de hombres, sacados del gran almacén donde el azar los volcó como despojos sobrantes del mundo civilizado, esperamos formados a lo largo de la avenida de entrada al campamento, la llegada del tren especial que ha de trasladarnos a un punto de dislocación, camino de las posiciones avanzadas. Vamos a cubrir bajas de diferentes unidades.

Momentos antes de embarcar, el comandante se presenta ante nosotros. Manda firmes. Los muñecos se estiran permaneciendo inmóviles. El comandante nos arenga:

-¡Animo, muchachos! Haced honor a La Legión, madre de los expatriados y Cuerpo heroico. ¡Enalteced a vuestros pueblos y a vuestras regiones…! Vosotros, que os habéis formado bajo esta bandera gloriosa, lleváis en vuestros pechos el espíritu inmortal de nuestra raza. ¡Sed todos héroes! Que no sólo os honraréis a vosotros mismos y a vuestros pueblos, sino a La Legión que os alienta y os dirige, en nombre de la civilización. Designios de la Providencia, os envían para que llevéis, con la fuerza de vuestro empuje, la cultura y el progreso a estas tierras incultas, de oscuridad y tiranía. "

He reproducido aquí estos fragmentos de “La forja de un rebelde” y de "La barbarie organizada. Novela del Tercio" (lecturas que, de paso, recomiendo a todo el mundo) porque me parece que reflejan muy bien, tanto el espíritu que se deseaba inocular a los legionarios en aquella época, como la mística y leyenda que, a lo largo de las décadas, se ha generado en torno a esta unidad de combate.

La Legión se había creado por una Real ordenanza el 28 de enero de 1920. Su nombre original fue el de Tercio de Extranjeros, que en 1925 se cambió por el de Tercio de Marruecos y, muy poco tiempo después, por el Tercio a secas. Aunque esta unidad también era conocida como La Legión, no sería hasta 1937, en plena guerra civil, cuando el general Franco institucionalice oficialmente el nombre.

El principal inspirador del Tercio fue el propio José Millán-Astray y Terreros que, tras estudiar los métodos y organización de la Legión Extranjera Francesa en Argel, impulsó la creación de una fuerza de élite preparada para afrontar la dureza de la guerra en el norte de África. Surgió así esta unidad integrada por voluntarios españoles y extranjeros, compuesta entonces por cuatro banderas (tipo batallón), cada una de ellas con dos compañías de fusiles y una de ametralladoras.

Al estallar la guerra civil El Tercio formaba parte del llamado Ejército de África (o de Marruecos), las fuerzas mejor preparadas y con mayor experiencia de combate con las que contaba el Ejército Español. Este Ejército de África, cuya misión principal hasta 1936 había sido la defensa del Protectorado de Marruecos, estaba formado por la 1ª Legión (Ceuta) y la 2ª Legión (Melilla) del Tercio, con tres banderas cada una, más cinco grupos de Fuerzas Regulares Indígenas, con tres tabores (equivalentes, al igual que las banderas, a un batallón) de infantería y uno de caballería por grupo, seis batallones de cazadores y otros cuatro de ametralladoras, zapadores y transmisiones, apoyados por dos escuadrillas de aviones y una de hidroaviones.

Entre agosto y septiembre de 1936 y ayudados por los Savoia italianos y los Junkers alemanes, el grueso de estas fuerzas logrará sortear el bloqueo que los destructores republicanos mantenían en el estrecho de Gibraltar y plantarse en la península. Las aguerridas unidades de La Legión y los Regulares formarán una poderosa columna que pronto se pone en marcha hacia Madrid. El papel decisivo que estas experimentadas y profesionales fuerzas jugaron a lo largo de la guerra es sobradamente conocido. Sería precisamente durante la guerra civil, cuando La Legión Española alcance el máximo de sus efectivos, llegando a constituirse un total de dieciocho banderas.

En los combates desarrollados por el control de la carretera de La Coruña entre noviembre de 1936 y enero de 1937, como no podía ser de otra manera, las banderas de La Legión tuvieron un protagonismo de primer orden. A lo largo de este blog se han señalado diferentes episodios bélicos en los que participaron los legionarios. Prácticamente, puede decirse que estuvieron en todos los combates de importancia, continuando algunas de sus unidades en las posiciones de primera línea una vez que la batalla finalizó y el frente comenzó a estabilizarse.

En esta ocasión, y aprovechando algunos de los contenidos de la página Web, “Los Amigos del Tercio” vamos a reproducir algunas de las narraciones sobre la actuación del Tercio en el noroeste de Madrid en aquellos lejanos días.

Para llevar cierto orden, comenzaremos por el primer intento de las tropas de Franco por alcanzar la carretera de La Coruña, operación iniciada el 28 de noviembre de 1936 y que en este blog se ha tratado en apartados tales como “CEMENTERIO DE POZUELO” o “POZUELO DE ALARCÓN”. Según los contenidos que podemos encontrar en “Los Amigos del Tercio”:

“El 30 de noviembre prosiguió el avance sobre Madrid marchando la VII por el flanco derecho y después de conquistar la Casa del Marques de Larios, llegó a enlazar con la Columna del Teniente Coronel Bartomeu. La VII partió de la Colonia de la Cabaña, consiguiendo ocupar varios grupos de casas de Pozuelo, próximas al cementerio donde el enemigo se había fortificado por su situación dominante, quedó guarnecida por una Compañía. Como era de esperar, el bando republicano reaccionó violentamente y la Compañía que defendía La Atalaya tuvo que replegarse sobre la línea del Cementerio, habiendo sufrido más de la mitad de bajas en sus efectivos. Por su parte la Bandera tuvo ochenta y tres bajas, entre muertos y heridos.

La VII Bandera reanudaba la marcha sobre la capital el 1 de diciembre de 1937, formando la vanguardia del despliegue general, atacando por la izquierda el pueblo de Pozuelo. Ocupó en rápida progresión la denominada Colonia de la Paz para establecer dos posiciones atrincheradas, después de duro combate con un enemigo que, como habitualmente, ofreció tenaz resistencia. Al amanecer del siguiente día, en otro nuevo ataque que culminó en violento asalto, conquistó un grupo de casas inmediatas a la Colonia. Se estableció rápidamente a la defensiva con todas las unidades en línea y el flanco derecho protegido por fuerzas de Regulares. Desde la madrugada de este día y hasta el siguiente, 3 de diciembre, desencadenó el enemigo una serie de violentos ataques contra la Colonia defendida por la VII, con tres carros rusos en vanguardia y varios Batallones de Carabineros. Lucharon incansablemente por apoderarse de las posiciones, en medio de una lluvia torrencial que en muchos momentos dificultaba la visibilidad. Los parapetos saltaban destruidos unos tras otros por el fuego artillero de tal forma que los legionarios se defendían casi a pecho descubierto.

Las vanguardias enemigas consiguieron llegar hasta las mismas alambradas, pero allí, en enérgica y tenaz resistencia, fueron detenidos por los defensores. En sus intenciones no entraba para nada ceder ni un palmo de terreno. Frenaron todos los contraataques hasta el día 23, que fueron relevados. Los legionarios de la VII Bandera, una vez más, habían demostrado su bravura. Dejaron la situación perfectamente controlada. Entre las numerosas bajas habidas en estos combates se encontraba el Capitán González Pérez Caballero, Jefe accidental de la Bandera, el del heroico asalto a Badajoz al frente de la 16 Cía de la IV Bandera, donde se concedió la Laureada colectiva a la 16 Cía (luego 3ª Cía). Murió al efectuar una peligrosa salida con la 26 Cía de esta VII Bandera. También murió gloriosamente el de igual empleo Manuel Sanjurjo de Carricarte.”

En la misma página de “Los Amigos del Tercio” encontramos referencias a la actuación de la VIII Bandera de La Legión durante la segunda fase de la batalla de la carretera de La Coruña, la que se desarrolló en torno a Boadilla del Monte (mediados de diciembre de 1936) y que en este blog se ha tratado en apartados como “OBJETIVO BOADILLA”, “¡GEFALLEN!, o “TRINCHERAS VACÍAS” entre otros:

“La VIII continuó en este mes de diciembre de 1936 defendiendo las posiciones de Carabanchel Bajo, en las que la permanencia se hacía intolerable por las fuertes tormentas de lluvia y viento que azotaba de continuo. Esto impedía utilizar los caminos cubiertos, debido a lo cual el municionamiento y suministro se hacía con grandes dificultades. Los legionarios se encontraban faltos de todo, descalzos, semidesnudos la mayoría, en pleno invierno y sin otra esperanza que la de capturar algún prisionero para abrigarse con su ropa, puesto que al ser evacuado en retaguardia le darían con qué cubrirse. Pese a todas estas penalidades y sufrimientos la moral no decayó ni un momento. Los legionarios de la Colón, dando cumplimiento al espíritu de sufrimiento y dureza de su credo cantaban con optimismo y combatían en las trincheras encarnizadamente. Aquella era una manera, como otra cualquiera, de entrar en calor, y entre su peculiar idiosincrasia estaba el crecerse ante la desgracia.

Por fin, desaparecidos los obstáculos naturales que impedían el avance, prosiguió la Columna con la Bandera en vanguardia, llegando las guerrillas, en tres asaltos sucesivos, hasta las inmediaciones de Boadilla. En eso, tres carros aparecieron por la izquierda del pueblo, cayendo sobre ellos los legionarios, que pronto se deshicieron de dos, quemándolos y apoderándose del tercero. Explotando este éxito, avanzaban de manera impetuosa. Atacaron después, con granadas de mano, el Palacio del Duque de Sueca, convertido en baluarte por los milicianos. Conquistado el Palacio, se extendieron las Compañías por todo el pueblo, combatiendo duramente hasta las últimas horas de la tarde momento en el que, con la retirada de los últimos enemigos, finalizó la lucha. Quedaron en poder de la Bandera sesenta prisioneros y gran cantidad de víveres, armamento y material de guerra. Montados los servicios de vigilancia, se atendieron los heridos abandonados por el enemigo, retirándose al mismo tiempo los cadáveres que quedaron sobre el terreno.

Durante la mañana del 19 continuó el ataque para ocupar unas posiciones entre Boadilla y Majadahonda. Se entabló reñido combate en el que los milicianos perdieron hombres, armamento y el estandarte de la Primera Brigada Internacional, capturado por la 30 Cía. Los contraataques se sucedieron a un ritmo cada vez mas violento, poniendo más empeño el enemigo en reconquistar lo perdido que en conservar lo ocupado. No obstante, los legionarios rechazaban una y otra vez los constantes esfuerzos que realizaban los republicanos para recuperar sus primitivas posiciones. En una de estas acciones se distinguió notablemente el Teniente Karoly (llamado Inocencio Kadar Szaes), que con una Sección hizo frente al ataque de cuatro carros rusos y cuatrocientos milicianos que consiguieron llegar hasta las mismas alambradas. Durante varios minutos lucharon cuerpo a cuerpo, siendo rechazados finalmente a costa de veinte bajas de la Sección. Esta acción fue premiada con la concesión de la Medalla Militar al Teniente Karoly y la consiguiente felicitación a los hombres que con él participaron en la lucha.”

Por último, recogemos también algunas de las referencias que aparecen en “Los Amigos del Tercio” referidas a las últimas etapas de la batalla de la carretera de La Coruña (enero de 1937), y que dieron lugar al corte de la misma, pudiéndose consultar en este blog apartados tales como “POZO MISTERIOSO”, “UN CRUCE PELIGROSO” o “RESISTIR”, para complementar la información:

“La VIII Bandera reanudó el avance al amanecer del día 7 de enero de 1937. La resistencia opuesta por el enemigo fue dura desde los primeros momentos, sobre todo en el kilómetro 12 de la carretera de La Coruña. Allí el mando republicano parecía haber acumulado grandes efectivos en hombres y material. Los contraataques de su Infantería, bien apoyada por el fuego de la Artillería y gran número de carros, adquirieron gran dureza al tropezar con la denodada oposición de los legionarios. Se empeñaron violentísimos combates de corta duración, pero muy sangrientos. La Bandera hubo de desplegar todas sus Compañías, que, atacando y sin dar un momento de tregua, llegaron a hacer imposible toda resistencia. Avanzaban las guerrillas en saltos sucesivos con matemática precisión.

Los Oficiales llevaban sus Secciones con la serenidad de un ejercicio táctico y los legionarios se deslizaban por el terreno, ágiles y flexibles, con insuperable facilidad. El Padre Illundain, Capellán de la Bandera, marchaba en vanguardia, atendiendo espiritualmente a los que lo necesitaban. Las Baterías enemigas, diestramente manejadas por artilleros experimentados, causaban gran número de bajas entre las Compañías. Pese a todo se ocupó el Plantío y prosiguió el avance rebasándolo. Continúo la lucha entre ambas Infanterías, que veían disminuir sus efectivos de manera harto visible. Las bajas de la Bandera pasaron de cien, entre muertos, heridos y contusos. Entre los heridos se contaba el Capitán Médico, el Capellán y varios Oficiales, algunos de los cuales se negaron a ser evacuados, a pesar de estar hasta dos veces heridos, siendo un ejemplo admirable para su tropa. En esta compenetración entre el mando y la tropa estaba precisamente el secreto de las victorias obtenidas por los legionarios.

Sin tiempo para reponer estas numerosas bajas, la VIII Bandera salió el día 10 de enero de 1937 hacia Casa Oriol, dejando a la 30 Cía defendiendo las tapias de El Pardo.”

Según podemos leer en “Los Amigos del Tercio”, las máximas condecoraciones concedidas a personal de la VIII Bandera por su actuación durante la batalla de la carretera de La Coruña fue la Medalla Militar Individual al Teniente D. Inocencio Kadar Szas (19-12-36, Boadilla, Majadahonda): “La concesión de esta condecoración al teniente Kadar Sas, más conocido como Teniente Karoly, lo fue por su valerosa actuación en la ocupación de las posiciones situadas entre Boadilla del Monte y Majadahonda, el día 19 de diciembre de 1936. Recordemos que en el avance de las fuerzas nacionales hacia Madrid y con la ocupación de Boadilla del Monte, la Sección del Teniente Karoly hizo frente al contraataque de cuatro carros de combate rusos y a 400 milicianos, que intentaban recobrar las posiciones consiguiendo llegar hasta las mismas alambradas, pero fueron rechazados en lucha cuerpo a cuerpo, sufriendo 20 bajas en la Sección.”

La que podríamos denominar como “mística de los novios de la muerte” se explotó como arma psicológica durante toda la guerra por parte del Ejército Nacional. Más allá de mitos y leyendas, la realidad es que, en aquellos días del crudo invierno del 36/37, los legionarios sufrieron y causaron numerosísimas bajas en el noroeste de Madrid. La eficacia y profesionalidad de estas fuerzas de élite fueron uno de los puntos fuertes de las tropas atacantes, pero el objetivo principal, la ocupación de Madrid, no se alcanzaría hasta el final de la guerra.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ



Fotografía: Legionarios en el frente de Madrid, noviembre de 1936 (Archivo Fernández Larrondo).

viernes, 29 de octubre de 2010

96) ESCARAMUZAS



Finales de julio de 1938. Cae la noche sobre las posiciones más occidentales de la 111ª Brigada Mixta. En las trincheras de primera línea, tras largas horas aguantando los terribles efectos del tórrido verano madrileño, llega por fin el leve frescor nocturno. Un frescor acrecentado por la humedad que proporciona la cercanía del río Guadarrama y alguno de sus arroyos.

Las sombras nocturnas han ido envolviéndolo todo. El silencio es casi completo. Las descargas y tiros sueltos que a lo largo del día cruzan el aire, por fin han cesado, escuchándose sólo el monótono canto de los grillos. Todo parece tranquilo. Una tranquilidad inquietante y peligrosa.

En sus puestos de vigilancia, los centinelas permanecen alerta. Las posiciones enemigas están próximas, muy próximas. La oscuridad nocturna impide verlas, pero se conoce exactamente su ubicación. Son ya muchos los meses que llevan vigilándose, hostigándose, acosándose… Largos meses de una guerra de trincheras en un frente estable y sólido, pero no por ello inactivo. Son innumerables las pequeñas acciones de combate, golpes de mano, descubiertas, guerra de minas, etc. que llevan desarrollándose en el sector desde los primeros días de guerra.

En las posiciones republicanas, esta noche, se respira cierta tensión. Los nervios por la proximidad del peligro recorren las trincheras de primera línea. Una sección se prepara para entrar en acción. Los soldados se ayudan los unos a los otros, se ajustan los equipos y correajes, comprueban sus fusiles y cargadores, se reparten las bombas de mano, calan las bayonetas… Todo ello en silencio, sin palabras, concentrados en sus pensamientos y temores. Una ansiedad contagiosa flota en el ambiente, provocando el deseo de que todo empiece de una vez. De que todo, por fin termine.

Los oficiales revisan a sus soldados, mientras, en sus mentes, repasan las órdenes recibidas. La Orden de Operaciones marca como objetivo principal infiltrarse en zona enemiga, capturar prisioneros para ser interrogados y apoderarse de todo el equipo posible, destruyendo o saboteando el que no pueda ser transportado. La misión es peligrosa y de resultado incierto. El enemigo, como siempre, permanecerá alerta y es muy probable toparse con grupos de vigilancia que, en plan comando, recorren la tierra de nadie para no dejarse sorprender por este tipo de acciones. Acciones que suelen causar bajas en ambos bandos.

La hora fijada se acerca. Reptando entre las alambradas, regresan los exploradores que poco antes salieron para inspeccionar el terreno. Todo parece normal, la sección de combate puede salir de sus trincheras y dirigirse hacia sus objetivos. La operación se pone en marcha. Los centinelas ven perderse en la oscuridad nocturna a los soldados que salen de descubierta. Aunque se intentará actuar limpiamente, en silencio y sin despertar la alarma, es muy posible, casi seguro, que pronto comiencen a escucharse los sonidos de la lucha: disparos sueltos, explosión de bombas, algún grito… Una noche más, la sangre correrá en este sector del frente.

Esta acción de descubierta sería recogida en la documentación de la 8ª División republicana:

PARTE DE OPERACIONES Nº 483

25 DE JULIO DE 1938

Actividad:

A las 22:30 h de ayer, en el subsector de la 111 Brigada Mixta, por una sección de fuerzas propias, se realizó una descubierta hacia las posiciones enemigas de Guadarrama Oriental y Antitanque, con objeto de capturar escuchas establecidos en dichos lugares.

En la cuneta de la carretera de Villanueva del Pardillo a Majadahonda se observó un doble puesto de escucha que fue abandonado por éstos al observar nuestra próxima presencia, encontrándose nuestras fuerzas con una patrulla enemiga y, al intentar detenerla, se estableció ligero combate a base de bombas de mano, logrando hacer cuatro bajas.

Al procurar retirar éstas, tuvieron nuestras fuerzas que replegarse rápidamente ante la presencia y superioridad de las contrarias. Por nuestra parte no hubo bajas.

No es la primera vez (ni será la última) que en este blog tratamos acciones de este tipo (ver por ejemplo “LOS PELIGROS DE LA NOCHE”). Pequeñas escaramuzas que fueron muy habituales a lo largo de toda la guerra en los frentes estables de Madrid. Una actividad bélica de baja intensidad, pero que, poco a poco, provocó numerosas bajas en ambos ejércitos. Una cotidiana sangría característica de la guerra de posiciones que, en el noroeste madrileño, se cobraría su tributo de muertos, heridos y prisioneros.

Con mucha frecuencia, circulo por la misma carretera en torno a la cual se desarrollaron acciones como la que aquí recojo. La M-509, que une Majadahonda con Villanueva del Pardillo, ha cambiado poco en su trazado pero, lógicamente, su aspecto no tiene nada que ver con el que mostraba en aquellos días de guerra. He recorrido cientos de veces esta zona, muy modificada en algunos puntos, pero que apenas ha cambiado en otros muchos. A fuerza de largos paseos y de numerosas lecturas de libros y documentos he ido reconstruyendo en mi mente parte de ese Pasado que, afortunadamente, no tuve que vivir.

Esta combinación de trabajo de campo, estudio de fuentes y un poco de imaginación me proporciona una especie de maquina del tiempo con la que recorrer ciertos lugares. Una manera de intentar comprender, interpretar, evocar y sentir sobre el terreno, lo que voy descubriendo en los libros y documentos.

De esta manera, el contenido de los partes, informes, órdenes, etc. que descansan desde hace más de setenta años en los archivos, toman forma y sentido en mis largos paseos por los viejos y olvidados escenarios de guerra, convirtiéndose en una experiencia especial y emocionante.

El noroeste madrileño está repleto de lugares en los que se vivieron todo tipo de escaramuzas. Escaramuzas olvidadas y desconocidas en la actualidad, pero que, durante cerca de tres años, se sucedieron de forma cotidiana. A veces, es posible toparse con vestigios de aquellos días (balas, alguna vaina, los fragmentos de una bomba de mano…), pero en general, su recuerdo ha sido engullido por el paso del tiempo, sin dejar el menor rastro. De vez en cuando, al consultar los legajos y carpetas de viejos documentos, aparecen referencias de esta parte de la Historia, prácticamente olvidada y desconocida.

La escaramuza de la que aquí hablamos, es solo un ejemplo.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía: Soldados republicanos equipados para entrar en acción.

Documentación procedente del AGMA

martes, 12 de octubre de 2010

95) PUNTERÍA





Hace unos días, al pasear por algunas de las trincheras republicanas que aun existen en Las Rozas, me encontré con esta moneda que algún tirador experimentado había utilizado para afinar la puntería.

El orifico parece corresponder a un proyectil de 9 mm o similar, utilizado por algunas armas cortas, bien revolver, bien pistola. El hallazgo, irremediablemente, me izo recordar los clásicos westerns, en los que duros pistoleros hacían alarde de puntería disparando sus míticos Colt “Peacemarker” o sus emblemáticos Smith&Wesson.

De repente, personajes históricos como Billy de Kid, Jesse James, Calamity Jane, Butch Cassidy… o de ficción como Blueberry, Mc. Coy, Gringo o Josey Wales, empezaron a desfilar por mi memoria, trayéndome recuerdos de algunos de los libros, películas y tebeos con los que había disfrutado en mi infancia.

Como en aquellas historias, alguien había probado puntería con una moneda y, setenta años después, yo me topaba con la evidencia. ¿Se trataba de ejercicios de tiro, de algún tipo de apuesta, o de un simple pasatiempo entre los combatientes que durante largas y aburridas jornadas permanecían en las líneas del frente? Imposible saberlo, pero resulta curioso imaginar la escena y, al hacerlo, ¿cómo no evocar esas viejas historias del Lejano Oeste?

La moneda, aunque muy deteriorada, es del Gobierno Provisional de 1870 (de esas de la “perragorda” y la “perrachica”) y la bala que la ha atravesado ha dejado un perfecto orificio de entrada y salida. Viendo el destrozo, no quiero ni imaginar lo que un pequeño proyectil de estos causa al entrar en el cuerpo humano.

Hace ya algún tiempo, también en unas trincheras de Las Rozas, aunque éstas nacionales, encontré una vaina de Mauser que parecía haber sido empleada también como blanco de tiro. No sé si este tipo de prácticas eran frecuentes en las trincheras de Madrid, pero al menos, los dos ejemplos de los que hablo aquí, demuestran que había muy buenos tiradores en ambos ejércitos, ya que me figuro que no debe de ser nada fácil acertar a blancos tan pequeños, y menos con las armas de la época.

Encontrar restos históricos resulta siempre sugerente e incluso emocionante. Al menos, a mí, me lo parece. Una especie de nexo de unión entre el Pasado y el Presente. Por ello, me ha parecido interesante compartir este curioso hallazgo con los lectores y lectoras de este blog.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Anverso y reverso de la moneda (JMCM)

lunes, 27 de septiembre de 2010

94) OPERACIÓN GARABITAS (TESTIMONIOS)







La anterior entrada de este blog estaba dedicada a la “Operación Garabitas” , desencadenada por los republicanos en abril de 1937. Hoy, reproducimos los testimonios de dos soldados republicanos que participaron en aquellos combates. Estos testimonios me fueron proporcionados por Luís de Vicente Montoya, vicepresidente de Gefrema, y me ha parecido interesante compartirlos con los lectores y lectoras de este blog.

El primer relato pertenece a Ramón Parra Quevedo, combatiente de la 69 Brigada Mixta, que llegó al frente cuando los combates estaban en pleno apogeo. Ramón Parra, recordaba muchos años después la sobrecogedora impresión que le produjo el recorrido hacia la primera línea de fuego:

“Antes de llegar a Puerta de Hierro había un puente en construcción, que por encima pasaba una amplia avenida y por debajo tenía una anchura de 20 metros por más del doble de largo, ya que allí había en las camillas más de cien heridos y otros tantos semisentados. Supongo que entre los que estaban en camillas habría muertos y los camiones y ambulancias con muertos y heridos no dejaban de cargar.

Aquel espectáculo nos dejó la moral por los suelos, pues además estábamos oyendo el estruendo del combate muy cerca de allí.

Fuimos cruzando el puente en fila india y a unos 500 metros pasamos por Puerta de Hierro, para desde allí mismo, avanzar por una zanja de evacuación de más de un metro de ancho y más de dos metros de profundidad, por donde el trasiego de soldados en ambos sentidos no cesaba.

Para el frente íbamos nosotros cargados con armas y equipo, para fuera una columna interminable de combatientes, todos con vendajes, señales de una primera cura. Esos, los mejores que podían ir solos. Los demás en camillas, piltrafas humanas, hombres mutilados o moribundos.

La anchura de la zanja no permitía cruzarnos con holgura, por lo que a veces al cruzarnos con los heridos nos manchábamos con su sangre. Mientras tanto, el estruendo no cesaba. Un hervor constante de máquinas automáticas y grandes explosiones que cada vez notábamos más cerca. No nos hablábamos unos a otros, pero nuestro silencio era bien elocuente, ¿a donde nos llevaban?, ¿íbamos a entrar en combate en pleno día y sin aviación? Nada sabíamos, solo que estábamos muy cerca.

Cruzamos el Manzanares por un puente de madera, que tendría un metro de ancho, tendido muy cerca del agua y que se balanceaba a nuestro paso. Y nada más pasar el río la tapia del Pardo, o mejor dicho, ya la Casa de Campo, a la que pasamos por un boquete abierto en dicha tapia.

Pasados ya a la Casa de Campo, nos fuimos quedando quietos dentro de la zanja que allí era todavía más honda, y a pesar de ello, pronto tuvimos muertos por disparos a la cabeza a pesar del casco.

Y es que el enemigo nos dominaba desde el Cerro de Garabitas donde tenía su artillería en plataformas de acero que, machacaban Madrid y a nosotros. Los disparos que nos metían dentro de la trinchera eran producidos por tiradores colocados en los árboles, pues parece que en algún caso, le habían hecho caer con nuestras armas. No se podía sacar la cabeza pero supimos que el enemigo estaba a menos de cien metros y entre ellos y nosotros solo había un campo de juego, creo que el Campo de Polo, y al fondo las posiciones enemigas, en unas edificaciones casi destruidas que debían ser del propio campo de juego (…)

El segundo testimonio pertenece a Gabriel Fernández Paniagua, soldado de la 2ª Brigada Mixta. Su unidad recibe la orden de ocupar las primeras cotas de la Casa de Campo, objetivos previos antes de poder lanzarse al asalto del Garabitas. Consiguen ocupar el primero de estos cerros, pero fracasarían ante el segundo y más importante objetivo, el “Cerro del Piñonero”. Gabriel Fernández, en su testimonio, recuerda también la muerte en combate del comandante Jesús Martínez de Aragón, jefe de la 2ª agrupación de la 6ª División republicana que participó en la “Operación Garabitas”.

"En abril acuartelaron a la 2ª Brigada en el pueblo de Fuencarral en un Sanatorio Antituberculoso que estaba en la carretera que iba hacia Colmenar, allí estuvimos varios días. Después nos trasladaron en camiones a la Plaza de España. Nuestro batallón fue a unas escuelas que estaban en la misma acera que la Torre de Madrid (más tarde fue la Escuela de Comercio) donde permanecimos dos o tres días.

En la Plaza de España estaba una batería de artillería, que junto a otra que estaba en la zona de El Viso, en un lugar llamado Las Cuarenta Fanegas, eran las que bombardeaban la Casa de Campo y el cerro de Garabitas.

Desde allí bajamos andando hacia la Casa de Campo por la Cuesta de San Vicente. Cruzamos el río Manzanares por el Puente del Rey, o por el Puente de la Reina Victoria, no recuerdo bien, y fuimos a parar cerca de la colonia de hotelitos de los “Tranviarios”, que es ahora Colonia del Manzanares, y luego creo que pasamos al parque por un hueco de la tapia.

La posición que atacamos era un cerro próximo a la colonia, desde donde se veía a lo lejos el ferrocarril y el Puente de los Franceses. En el ataque nos ayudaba nuestra artillería, aunque no llevábamos tanques. En el cerro silbaban las balas y teníamos que pegarnos al suelo que estaba lleno de agua porque había llovido el día anterior. Desde lo alto de ese cerro veíamos las posiciones del enemigo, que estaban próximas sobre otro cerro. Hubo descargas muy fuertes de la artillería nacional, que causaron muchas bajas entre los nuestros.

La compañía en la que iba el comandante Jesús Martínez de Aragón atacaba cerca del Puente de los Franceses, por la falda de la vía del ferrocarril, que hace un poco de cuesta. El comandante estaba arengando a los soldados para que avanzasen, y en la arenga le metieron un balazo por la boca, y allí quedó. El comandante de nuestro batallón, un tal Gallego cogió el mando de la Brigada.”

Dos testimonios interesantes sobre el frustrado ataque republicano contra el Garabitas y el Cerro del Águila. Lejanos días en los que el frente de Madrid chorreaba sangre y metralla.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía 1) Puente-Estación de la Fuente de las Damas, perteneciente al conjunto de infraestructuras diseñadas por el ingeniero Eduardo Torroja en 1932 para las comunicaciones de la Ciudad Universitaria. Durante la “Operación Garabitas” fue utilizado como puesto de evacuación de heridos de la 69 Brigada Mixta y es el que recoge Ramón Parra Quevedo en su testimonio (abril 2010, JMCM).

Fotografía 2) Cauce del Manzanares que, a través de pequeñas pasarelas de madera, fue cruzado por los republicanos en la “Operación Garabitas” (abril 2010, JMCM).

Fotografía 3) Cerro del Piñonero, posición nacional en la Casa de Campo que los republicanos no lograron ocupar y a la que se refiere Gabriel Fernández Paniagua en su testimonio (abril 2010, JMCM).

Agradecimiento especial a Luís de Vicente Montoya.

jueves, 16 de septiembre de 2010

93) OPERACIÓN GARABITAS





La primavera de 1937 no había comenzado bien para las tropas de Franco. A los reiterados fracasos sufridos durante los meses de invierno en su intento por conquistar Madrid, se sumaba el descalabro sufrido en el mes de marzo en Guadalajara. La capital de España se presenta como un objetivo cada vez más difícil, más inalcanzable. Madrid no cae, ni parece que vaya a caer, por lo que se decide trasladar el esfuerzo bélico a otros frentes, concretamente al norte, ordenándose el fin de todas las operaciones ofensivas en el teatro de operaciones del Centro.

Los republicanos, sin embargo, representan la otra cara de la moneda. Contra todo pronóstico, llevan cinco largos meses resistiendo los asaltos del enemigo. Han sufrido innumerables bajas y vivido muchos momentos críticos, pero Madrid, resiste. Cierto es que algunas de sus calles, desde los primeros días de noviembre, se han convertido en primera línea de fuego, que los bombardeos impactan a diario en el centro de la ciudad, que el enemigo se ha enquistado en la Universitaria, y que la amenaza sigue siendo real y constante, pero sus defensores han logrado hacer efectivo el ¡No pasarán!

Además, el material de guerra procedente de la URSS y el recién creado Ejército Popular de la República, hacen sentir a los gubernamentales que es posible tomar la iniciativa y pasar a la ofensiva. En este contexto, en el frente de Madrid, durante los primeros días de abril, se van a planificar una serie de ataques dirigidos contra las importantes posiciones nacionales del cerro de Garabitas (en la Casa de Campo) y cerro del Águila (altura clave para el control de la carretera de La Coruña). El objetivo es alejar el frente varios kilómetros de la capital, impidiendo los bombardeos con los que la artillería franquista castiga diariamente a Madrid, logrando a la vez, aislar y aniquilar a las tropas que guarnecen la Ciudad Universitaria.

Objetivo ambicioso, pero que de lograrse, significaría un importante golpe de efecto, suponiendo una victoria, no solo militar, sino también moral y propagandística. Tanto es así, que la operación es diseñada para que su esperado éxito, coincida con el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la República. ¿Que mejor manera de celebrar tan significativa fecha que logrando una sonada victoria en el emblemático frente madrileño?

Para intentar comprender el diseño de la operación y conocer el despliegue de las fuerzas que debían desarrollarla, recurrimos al trabajo de Ramón Salas Larrazabal:

“En el sector de la 6ª División se constituirían dos agrupaciones ofensivas, la primera formada por la 68ª Brigada Mixta, la de Etelvino Vega, reforzada por un batallón de ametralladoras, las milicias catalanas, los batallones primero y tercero de la 75ª Brigada Mixta y cuatro tanques.

La segunda agrupación la constituían la 2ª Brigada Mixta, los batallones segundo y cuarto de la 75ª Brigada y el primero y cuarto de la 4ª Brigada Mixta, con nueve tanques. Mandaría la agrupación el comandante Martínez de Aragón, de la 2ª Brigada. El objetivo de ambas agrupaciones sería el cerro de Garabitas.

En el sector de la 5ª División actuarían otras dos agrupaciones. La primera, al mando de Lister, formada por la 69ª Brigada Mixta, cuyo jefe era Gustavo Durán, y la 1ª bis, cuyo jefe seguía siendo Rogelio Pando. La otra agrupación, al mando de J. M. Galán, constituida por la brigada del Campesino y la 21ª Brigada, que desde el día 23 de marzo mandaba Juan de Pablo. La misión de la primera agrupación era atacar desde El Pardo, siguiendo la 69ª Brigada la orilla derecha del río y el camino de Medianil la brigada de Pando.

El Campesino y De Pablo debían conquistar el Cerro del Águila.”
(Salas Larrazabal, R. “Hª del Ejército Popular de la República”, Tomo II, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, p. 1401.).

La operación se desarrollaría entre los días 10 y 14 de abril de 1937 y, como veremos, supuso un sangriento fracaso para los republicanos. La Orden de Operaciones emitida en los primeros días de abril al II Cuerpo de Ejército, establecía como fin general:

“Ocupar el Cerro de Garabitas y el Cerro del Águila soldándose las fuerzas de la 5ª y 6ª Divisiones en la orilla derecha del Manzanares y dejando aisladas las fuerzas enemigas que guarnecen la Ciudad Universitaria.”

Para ello, establecía las siguientes misiones a las diferentes fuerzas implicadas en la operación:

La 6ª División debía de:

“Ocupar de noche y por sorpresa las alturas de la cota 650, 1.200 metros al NO del Lago de la Casa de Campo y las organizaciones enemigas de la orilla derecha del Manzanares-Puente de los Franceses.

Conquistar al amanecer las posiciones enemigas al NO del Lago de la Casa de Campo.

Conquistar el Monte de Garabitas envolviéndolo por el Oeste y fijando este objetivo por el Este y Sur hasta alcanzar la línea Puente de los Franceses-Depósitos de Aguas de la Casa de Campo-Cerro de Garabitas-Camino de la Encina de San Pedro-Plaza de las Siete Hermanas-Casa del Renegado, cubriendo bien este ataque de toda ofensiva del enemigo procedente de las tapias Oeste y Sur de la Casa de Campo, y ocupando la tapia Oeste entre la Casa de los Pinos y el arroyo de Antequina, en cuyo arroyo se soldará con las fuerzas de la 5ª División.

Presionar enérgicamente en dirección de la carretera de Extremadura, explotando todo éxito local. Fijar al enemigo por el fuego en el frente del Parque del Oeste."

La 5ª División, reforzada con las Divisiones 10ª y 11ª, debía de atacar el Cerro del Águila, para colaborar después en la toma del Garabitas, e intentar alcanzar la “Pasarela de la Muerte” sobre el Manzanares, cordón umbilical de las tropas de Franco en la Ciudad Universitaria, lo que las dejaría aisladas de sus bases de suministros y reservas.

La operación se basaba en la sorpresa que podía proporcionar actuar de noche. En este sentido, se marcaron algunas disposiciones específicas:

“Las fuerzas que hayan de actuar de noche disminuirán extraordinariamente las distancias o intervalos entre sus elementos, llevando reforzado su escalón de choque y sus flancos cubiertos con escuadras de fusileros granaderos; y las armas automáticas hacia el centro del dispositivo. En los desplazamientos nocturnos, se combatirá exclusivamente a la granada.

Con las fuerzas de maniobra marcharán equipos de tendido de línea telefónica con el fin de enlazar por este medio los puestos de Mando de aquellas con los de las Divisiones respectivas. Cuando la primera agrupación de la 6ª División ocupe las alturas de la cota 650 al NO del Lago, lanzarán una luz roja. Cuando las fuerzas de la segunda agrupación de la 6ª División conquisten las organizaciones enemigas entre los arroyos de Valdeza y Cobetillas, lanzarán una luz verde.

Cuando las fuerzas de la 5ª División ocupen la cota 660, lanzarán una luz roja; y cuando ocupen la Hermita del Marqués de Camarines, una luz verde.

Todas las fuerzas que hayan de operar durante la noche irán provistas de brazaletes o pañuelos blancos en el brazo izquierdo.”

En otro documento, se ordena también facilitar “un piquete de guías y enlaces conocedores de todos los caminos y trincheras.”

En la operación diseñada por los republicanos se daba una gran importancia a la acción de los carros, los cuales, debían desplazarse de noche a los puntos de partida, permaneciendo en un emplazamiento cubierto del fuego enemigo y fuera de la vista de la aviación, hasta que llegase el momento de actuar. Para facilitar su acción se disponía que:

“Durante la noche se procederá con toda urgencia y antes de que salga la luna a rellenar las zanjas contra tanques que existen en el subsector (…) caso de no dar lugar al relleno completo, se practicará un paso de una anchura de tres metros aproximadamente con apoyo de tablones y rollizos que ofrezcan las mayores seguridades al paso de nuestros tanques.

Igualmente, por el Grupo de Defensa y Fabricación de Artificios de Guerra del Ejército Centro, se procederá en esta noche y dentro de los mismos límites y horas, a levantar todas las minas contra tanques que existen colocadas en ese sub-sector del dispositivo automático, sin que haya necesidad de hacer la misma operación con las del dispositivo de disparo a voluntad.”

Por su parte, la Aviación, además de reconocer la zona comprendida entre las tapias de El Pardo y la tapia Sur de la Casa de Campo, y muy especialmente el interior de ésta, debía de ampliar su reconocimiento a la zona de Aravaca-Húmera-Pozuelo-Majadahonda-Las Rozas-Boadilla del Monte-Carabanchel-Getafe-Cerro Rojo y La Marañosa. Con las primeras luces del inicio de la operación, los aviones republicanos bombardearían intensamente las baterías y organizaciones del Cerro de Garabitas, así como a las fuerza de reserva que descubrieran en cualquier pueblo o itinerario en dirección a la Casa de Campo.

Los objetivos que debía batir la Artillería republicana (41 piezas según Salas Larrazabal), son tantos, que mencionarlos aquí sería excesivo. Como puede suponerse, entre los objetivos prioritarios se encuentran todas las alturas ocupadas por los nacionales, carreteras y caminos de comunicación, baterías y observatorios enemigos, etc.

En la Operación Garabitas se empleó lo más selecto del Ejército Republicano. Los comunistas, que poco a poco iban copando las altas esferas políticas y militares, quisieron ser los únicos protagonistas del que se esperaba fuera un contundente y emblemático éxito sobre los franquistas. Por ello, todas las unidades que participaron en esta operación estuvieron bajo mando comunista.

Frente a ellos, las posiciones nacionales estaban cubiertas por la 1ª División, al mando del coronel Iruretagoyena, estando el sector de la Casa de Campo defendido por la 1ª Brigada (F. Delgado Serrano), el sector de Aravaca y Cuesta de las Perdices por la 2ª Brigada (E. Losas) y la Ciudad Universitaria por la llamada Brigada de Vanguardia (J. Ríos Capapé), fuerzas a las que pronto se irían uniendo refuerzos.

La operación se inició el día 10 de abril de 1937 y, a pesar de las esperanzas que los republicanos habían depositado en ella, pronto comenzaron a hacerse palpables los malos resultados. El valor demostrado por muchas de las unidades republicanas, chocó con una tenaz resistencia de las fuerzas nacionales, que se clavaron a sus posiciones sin apenas ceder terreno. Todas las carencias y problemas que caracterizaban al bisoño Ejército Popular de la República y que, de una manera u otra, le acompañarían durante toda la guerra, se hicieron manifiestas, convirtiendo los ataques en un sangriento desgaste sin resultados significativos.

El excelente plan de fuegos establecido por los nacionales y la decidida resistencia presentada por sus tropas, frenaron una y otra vez las diferentes acometidas republicanas, que en cada nuevo intento, sufrían numerosísimas bajas, quedando las unidades seriamente diezmadas. Ante lo que empezó a percibirse como una serie de ataques suicidas, surgió el desanimo y la desconfianza entre las tropas de choque republicanas, dándose el caso de que el propio Enrique Lister, en un claro acto de insubordinación, se negase a cumplir las órdenes dadas por el general Miaja.

El día 13 de abril, las bajas republicanas se contaban por miles, sin que se hubiera logrado alcanzar ningún objetivo de importancia. El día 14, tras jornadas de combates tan salvajes como inútiles, se ordena a las unidades de choque volver a sus bases de partida y fortificar sus posiciones. La Operación Garabitas ha fracasado garrafalmente. Los mismos que esperaban convertirla en un éxito político y militar, deciden silenciar lo ocurrido. La prensa gubernativa, apenas mencionará nada al respecto, un tupido velo caerá sobre este trágico episodio.

Todas las posiciones importantes del sector siguieron en poder de las tropas de Franco. Madrid siguió presionado por un duro cerco. Las vanguardias de la Universitaria no fueron aisladas, y permanecerían en sus puestos hasta el final de la guerra. Desde la Casa de Campo, con el Garabitas como observatorio privilegiado, las baterías nacionales continuaron castigando, un día sí y otro también, las calles de la ciudad. La guerra iba a ser larga y difícil para los madrileños.

En aquel abril del 37, sobre las laderas del Garabitas, en las faldas del Cerro del Águila, en las espesuras de la Casa de Campo, en los pequeños cauces de sus arroyos… cientos de combatientes anónimos cayeron para no volver a levantarse jamás. Como siempre, contabilizar las bajas no resulta sencillo. Los partes nacionales asegurarían haber causado 8.000 muertos a los republicanos, una cifra, sin duda exagerada, pero parece aceptable la cifra de 3.000 bajas, estando el número de muertos próximo a los 1.500. Demasiadas bajas para cuatro días de combates.

El abril pasado, y de la mano del profesor Luís de Vicente Montoya, vicepresidente de Gefrema, y que durante años ha estudiado exhaustivamente este episodio bélico, tuve ocasión de pasear por los escenarios en los que se desarrolló la Operación Garabitas. Lugares que han experimentado importantes transformaciones, pero en los que todavía es posible hacerse una idea de lo que debió vivirse allí. Divisados desde los puntos en los que se encontraban las líneas republicanas, las alturas del Garabitas y del Cerro del Águila se levantan transmitiendo aun respeto e intimidación. Imaginar lo que debió de suponer intentar asaltar estas posiciones, cuando hace más de setenta años se encontraban fuertemente fortificadas, defendidas por cientos de hombres y equipadas con docenas de armas automáticas y morteros, produce cierto estremecimiento.

Tampoco puedo dejar de pensar en los defensores de aquellos lugares cuando cayera sobre ellos toda la furia destructora de la artillería y de la aviación republicana. Cientos de kilos de metralla y trilita reventando por todas partes, convirtiendo el lugar en un mortífero infierno.

Hoy en día, tanto el Cerro del Águila (con el Club de Campo ocupando parte de su superficie) como el Garabitas, son agradables zonas de recreo. La vegetación, destruida durante la guerra, tras diversas repoblaciones, vuelve a cubrir las lomas y vaguadas en las que se combatió aquel mes de abril de 1937. Aquí y allá, desperdigados por el paisaje, aun es posible toparse con algún viejo vestigio bélico (atrincheramientos, muros aspillados, ruinas de fortines…), muchos de ellos, posteriores a los sucesos que aquí se narran, pero enormemente sugerentes e interesantes para todos los interesados en la guerra civil en Madrid.

Son muchos los campos de batalla que he tenido ocasión de visitar. A pesar del tiempo transcurrido, de los grandes cambios que muchos de ellos han experimentado, y de la suerte que tengo por no haber tenido que vivir la locura que se desarrolló en aquellos lugares, todos ellos me transmiten un fuerte coctel de impresiones, emociones y sentimientos. El día que Luís de Vicente me guió por algunas de las zonas en las que se combatió durante la Operación Garabitas no fue una excepción, y al recordarlo, me viene a la cabeza algo que Arturo Pérez Reverte escribió en alguna ocasión:

“…la visita a un antiguo campo de batalla puede ser mala o buena, según quién te guíe por él. Si dejamos a un lado la demagogia patriotera barata y la otra demagogia estúpida que se niega a aceptar que la Historia y la condición humana están llenas de tantas luces como ángulos en sombra, un lugar así puede convertirse, para las generaciones jóvenes, en una excelente escuela de lucidez y tolerancia.” (A. P. R. )

Me parece una reflexión muy acertada.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografías: El Cerro de Garabitas y el Cerro del Águila vistos desde lo que fueron posiciones republicanas (abril de 2010, JMCM).

Documentación procedente del AGMA. Agradecimiento especial a Luís de Vicente Montoya.

martes, 7 de septiembre de 2010

92) INSCRIPCIONES








Fragmentadas, rotas, desgastadas por el abandono y el olvido. Deshaciéndose día a día, bajo el sol, la lluvia, el viento, el hielo…

Unas veces, víctimas de la indiferencia más absoluta; otras, objetivo prioritario del vandalismo y la ignorancia.

Aparentemente, simples caligrafías más o menos elaboradas, más o menos improvisadas, pero que en realidad, ofrecen una valiosísima información de primera mano.

Hace siete décadas, sobre los muros de ciertos fortines, quedaron grabadas fechas de construcción, siglas de organizaciones, consignas políticas, unidades militares…

Cada ejército, quiso dejar recuerdo de su presencia. Una especie de deseo de perdurar, de no ser totalmente engullidos por el olvido que parece terminar alcanzándolo todo. ¿Podrían pensar los que escribieron esas inscripciones, que tantos años después, seguirían siendo leídas?

El tiempo ha pasado. La Historia ha continuado su imparable ritmo. Las posiciones de guerra, hace ya muchas décadas que fueron abandonadas por sus defensores. Para unos, llegó la victoria, para otros la derrota. Los fortines y trincheras se fueron colmatando de tierra, de escombros, de basuras… llenando de silencio, de olvido, de vacío… Pero en algunas de esas viejas construcciones de guerra, permanecieron los epigramas que en ellas se escribieron, y que recuerdan a las unidades que por allí pasaron.

Referencias históricas por las que hoy transitan las lagartijas. Vestigios bélicos en los que ahora crecen musgos y líquenes. Placas que poco a poco se desquebrajan y descomponen.

Muchas de estas inscripciones, como ha sucedido con tantos restos de la guerra civil, han desaparecido para siempre. Otras, todavía son legibles en diferentes puntos del noroeste madrileño, aunque la mayoría, lamentablemente, parecen tener sus días contados.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografías 1 y 2: Inscripciones en fortines republicanos  de Las Rozas (JMCM)
Fotografía 3: Inscripción en fortín franquista de Villanueva del Pardillo (JMCM)
Fotografía 4: Inscripción franquista en Las Rozas (JMCM)
Fotografía 5: Inscripción franquista en Majadahonda (JMCM)

sábado, 28 de agosto de 2010

91) ARROYO DE LA RETORNA







De todos los municipios del noroeste madrileño, Las Rozas es el que, sin ninguna duda, conserva más restos y vestigios de arquitectura militar. A pesar del tiempo transcurrido y de las múltiples agresiones que este patrimonio recibe cada año, son todavía muchos los ejemplos que pueden encontrarse.

A principios de enero de 1937, Las Rozas fue escenario de duros combates. Terminada la batalla de la carretera de La Coruña, el pueblo quedó en poder de las tropas de Franco, convirtiéndose en primerísima línea de un frente que poco a poco se iría llenando de trincheras, casas fortificadas, nidos de ametralladoras, refugios y todos los elementos característicos de una guerra de posiciones.

Aunque aun se conservan interesantes vestigios, la mayor parte de las fortificaciones franquistas han desaparecido bajo la imparable expansión urbanística que vive el noroeste de Madrid desde hace ya varias décadas. Sin embargo, los restos de posiciones republicanas que aun pueden ser visitados en el término municipal de Las Rozas son numerosos y muy interesantes.

Uno de los conjuntos más importantes lo constituyen los restos de lo que fue la Línea de Detención republicana en el sector. Ya hemos hablado en diferentes momentos de esta Segunda Línea, y remitimos a los lectores y lectoras de este blog a la entrada dedicada a la Dehesa de Navalcarbón, donde nos extendíamos un poco en su análisis e interpretación. En aquella entrada, nos centrábamos principalmente en los vestigios que se conservan en ese, cada vez más agredido, entorno natural. Señalábamos también, que esas fortificaciones, debían de ponerse en relación con las todavía existentes (o ya desaparecidas) en otros puntos, tales como Las Ceudas, Fuente del Cura, Nava los Santos, El Cantizal…

En esta entrada, nos detendremos un poco en los restos que aun pueden contemplarse en Fuente del Cura y en el Arroyo de la Retorna. Las fortificaciones que aquí existen, son similares a las existentes en la Dehesa de Navalcarbón: nidos para arma automática construidos en mampostería, con cubierta abovedada (en su mayoría destruidas), planta cuadrada y frontal semicircular en el que se abren entre una y tres troneras. El tamaño de estas construcciones varía en función de que fueran empleadas para ametralladora o fusil ametrallador.

También aquí encontramos ejemplos de los nidos de ametralladoras de forma circular y construidos en hormigón, cuya planta, al contar con un tacón trasero por el que se accede al interior de la fortificación, recuerda al ojo de una cerradura. Estas construcciones, en total cuatro (dos en la Dehesa de Navalcarbón, una en Nava los Santos y otra más en Fuente del Cura, aunque éste último muy destruido), son auténticas joyas de arquitectura militar. Como sucede con todos los restos de la guerra civil existentes en Las Rozas, estos nidos se encuentran totalmente desamparados, y solo la solidez con que fueron levantados permite que aun se conserven. Desde “Proyecto Frente de Batalla” se intenta mantenerlos lo más decentes posible, recogiendo periódicamente las basuras y desperdicios que van acumulándose en su interior y alrededores.

Como ya he señalado otras veces, el Alto Mando Republicano dispuso que, en la medida de lo posible, y siempre que el terreno lo permitiera, debía de construirse una segunda línea de resistencia (Línea de Detención) a unos dos kilómetros de la Primera Línea de Fuego. Esta Segunda Línea, cuya ubicación debía ser cuidadosamente estudiada por cada jefe de sector, tenía que ser fuertemente fortificada con todos los elementos necesarios para su defensa, ya que, en caso de producirse una ruptura en la Primera Línea (algo bastante probable si el enemigo desarrollaba una ofensiva de envergadura), la Línea de Detención debía de suponer una barrera infranqueable para los atacantes.

No era necesario que esta línea permaneciera permanentemente ocupada por la tropa. Exceptuando ciertos puntos de la misma, en los que se situaban pequeñas unidades, el resto solía permanecer vacía, eso sí, con todos sus elementos (trincheras, refugios, puestos para armas automáticas, polvorines, observatorios, etc.) en perfecto estado de conservación, para hacer uso de ellos en caso de necesidad y poder ser ocupados en un tiempo máximo de quince minutos.

Lo relativamente alejada que esta línea se encontraba de las posiciones enemigas, facilitaba los trabajos de fortificación, lo que permitía desarrollar un sistema defensivo más fuerte y completo. Como es lógico, uno de los elementos que se tenían muy en cuenta a la hora de establecer esta Segunda Línea, era el terreno. Siempre que era posible, se intentaban aprovechar los accidentes naturales (ríos, arroyos, barrancos…) que, en caso de ataque enemigo, suponían un obstáculo para la Infantería, pero sobretodo, imposibilitaban el avance de los carros y de otros vehículos blindados.

El Arroyo de La Retorna cumplía a la perfección esta función. Buena parte de sus casi cinco kilómetros de recorrido (que discurren desde su nacimiento, en los Altos de la Carrascosa, hasta su desembocadura, en el Río Guadarrama), corrían en paralelo a la carretera de El Escorial, convirtiéndose así, en una especie de foso natural que complementaba eficazmente las defensas republicanas de la zona. Con los barrancos y pronunciados desniveles existentes en Fuente del Cura, ocurría algo similar. Incluso, aunque a priori no lo parezca, la propia carretera de El Escorial podía convertirse en un serio problema para las tropas atacantes, ya que, lograr atravesar una explanada despejada, sin lugares en los que protegerse y perfectamente enfilada desde lejos por un plan de fuegos bien establecido, se volvía algo realmente complicado y temerario.

Los republicanos sabrían sacar provecho de las características de este terreno, complementándolo con numerosos trabajos de fortificación que permitieron crear un sólido sistema defensivo. En realidad, esta Segunda Línea republicana quedaría sin terminar, como demuestran los últimos informes de fortificación del II Cuerpo de Ejército, en los que puede comprobarse que, apenas unos días antes del final de la guerra, las compañías de zapadores seguían trabajando intensamente en este sector. Con todo, fueron muchos los kilómetros de fortificación que se construyeron, cuyos restos, en parte, aun pueden apreciarse en diferentes puntos de Las Rozas.

Hasta la fecha, en la zona del Arroyo de la Retorna (Fuente del Cura, Nava los Santos...), he podido catalogar los restos de once fortificaciones, que van de un estado de conservación relativamente bueno, a la ruina más absoluta.

Si sumamos estos restos a los existentes en la Dehesa de Navalcarbón y a los que hay en algún otro punto de Las Rozas, nos encontramos con un impresionante conjunto arqueológico y un buen fragmento, relativamente completo y bien conservado, de lo que fue la Línea de Detención, o Segunda Línea, que el II Cuerpo del Ejército Republicano construyó en el sector. Completando estas construcciones, se conservan también numerosos atrincheramientos y otras huellas bélicas, quizás menos llamativas y sugerentes que los fortines, pero igual de interesantes e importantes para conocer y poder interpretar los sistemas defensivos de Las Rozas.

Una permanente amenaza planea sobre muchos de estos restos que, año a año, van sufriendo diversas “dentelladas” urbanísticas. Sería una pena que un patrimonio que, a pesar de las décadas transcurridas desde su construcción, se ha mantenido tan completo, termine perdiéndose bajo nuevas carreteras, urbanizaciones o centros comerciales.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía 1: Nido de ametralladora construido en hormigón en Nava los Santos (JMCM)
Fotografías 2, 3 y 4: Algunas de las fortificaciones que aun existen en Fuente del Cura (JMCM)