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lunes, 30 de septiembre de 2013

131) NOTICIA EXPLOSIVA




En los primeros días del mes de julio, algunos medios de comunicación se hacían eco de un singular hallazgo. Durante las obras de rehabilitación del Palacio del Infante Don Luis (también conocido como palacio del Duque de Sueca), en Boadilla del Monte, uno de los trabajadores encontraba una granada de mortero de 50 mm sin explosionar incrustada en la cubierta de uno de los portones que dan acceso al recinto palaciego.

Aunque han pasado ya varios meses, considero interesante recoger dicho suceso en este blog, pues constituye un ejemplo más de la presencia que la Guerra Civil Española sigue teniendo en los municipios del oeste y el noroeste madrileño.

Las personas que lo deseen pueden leer la noticia tal y cómo la publicó la prensa digital el día 6 de julio de 2013. Aquí van algunos ejemplos (pinchar encima para abrir los enlaces): "Europapress", "Globedia", "Mirada Oeste", "La Razón". También pueden verse los videos que sobre esta noticia elaboraron en su día "Ciudad Virtual TV" o "Telemadrid".


Como puede comprobarse, todos los medios recogen la noticia prácticamente igual, sin apenas diferencias y aportando una información que, además de muy limitada, parece cuestionable. En esencia, todos ellos, haciéndose eco de las declaraciones del alcalde de Boadilla del Monte, dan por hecho que el artefacto aparecido fue lanzado contra el palacio por el ejército republicano durante la batalla de Brunete. La cosa tendría su gracia si tenemos en cuenta que dicha batalla dio comienzo, precisamente, un 6 de julio de 1937, es decir, exactamente 76 años antes del hallazgo de la granada. Pero esta interpretación, aunque atractiva, parece muy poco probable.

La ofensiva republicana en el sector de Brunete de julio de 1937 estaba planteada como una maniobra de doble envolvimiento con dos ataques simultáneos: uno de ellos, el principal, protagonizado por dos Cuerpos de Ejército, el V y el XVIII, en el espacio comprendido entre los ríos Perales y Guadarrama; el otro ataque, lo tenía que desarrollar un reconstituido II CE en el sector de Vallecas. Estos ataques debían de romper el frente enemigo, enlazando  ambas fuerzas de maniobra a la altura de Alcorcón para así, embolsar y aniquilar a las vanguardias franquistas que asediaban Madrid desde noviembre de 1936.

Boadilla del Monte, en cuyo palacio se encontraba situado el Cuartel General de la 11ª División del Ejército Nacional, al mando de Iruretagoyena en aquél momento, se encontraba entre los objetivos asignados al XVIII CE republicano, que, en diferentes fases, debía avanzar en dirección a Villanueva de la Cañada, Romanillos y El Mosquito, conquistando estos objetivos para, a continuación, ocupar Boadilla del Monte y hacerse con el control de las carreteras que iban hasta Móstoles y Villaviciosa de Odón.

En las primeras horas del día 8 de julio, la XIII BI recibió la orden de ocupar las alturas de Romanillos, y la XV BI el cerro de El Mosquito, debiendo de proseguir hacia Boadilla una vez alcanzados dichos objetivos. Como es sabido, estas unidades se estrellarían una y otra vez contra la tenaz resistencia de El Mosquito y Romanillos, que se convirtieron en una auténtica sangría. Sin embargo, mientras las unidades republicanas se esforzaban en vano por hacerse con el control de estas alturas, y en la zona comprendida entre el Olivar de Miraval y el palacio Rúspoli (o Casa Jardín) se escaramuceaba en una confusa y desgastante lucha, un repentino y poco planificado ataque, permitió que, por sorpresa, una compañía apoyada por algunos carros, lograse avanzar hasta situarse frente a Boadilla. Esta pequeña avanzadilla se topó con la resistencia que se le ofrecía desde el cementerio del pueblo, que había sido convertido en un baluarte defensivo. Lo cierto es que la resistencia que podían ofrecer en aquél momento los defensores de Boadilla dejaba mucho que desear, pero fue suficiente para frenar a los indecisos republicanos y que estos se dieran media vuelta. Sobre este episodio, contamos con el testimonio de un oficial perteneciente a la 11ª D del Ejército Nacional que en aquel momento se encontraba en Boadilla: 

“El día 8 se nos colaron. Este fue el día grave de la defensa de Boadilla. Llegaron a asomarse al cerro de La Mira, que domina el pueblo por el noroeste. Vinieron por la carretera de Brunete. Entonces podían haberse apuntado un triunfo fácil y casi gratis. Nadie podía venir en nuestra ayuda, e incluso habíamos mandado a primera línea una improvisada tropa de escribientes y rancheros. Todavía no sé cómo se pudo evitar lo peor. Eran como un batallón, acompañados de media docena de carros rusos. Lo suficiente para habernos asado en nuestro propio jugo. El hecho es que las fuerzas de seguridad del pueblo, unos guardias civiles, algunos paisanos armados y hasta un par de docenas de soldados, les hicieron frente, y, en vez de venir a por ellos y llevárselos por delante, se limitaron a tirarles cuatro cañonazos, a hacerles una docena de bajas y a retirarse ordenadamente por la carretera.” (Oficial del Ejército Nacional destinado en el Cuartel General de la 11ª D, en Boadilla del Monte).

Este descoordinado y poco decidido ataque, supuso la mayor progresión que lograron los republicanos sobre Boadilla  durante la batalla de Brunete, una progresión que se limitó a un intercambio de fuego desde la distancia con los defensores que se encontraban parapetados en el cementerio del pueblo. Parece difícil, aunque no imposible, que pudiera alcanzarse el palacio del Infante Don Luis con un proyectil de mortero ligero, ya que una granada de 50 mm, como la encontrada durante las obras de rehabilitación, tenía un alcance efectivo de unos 500 m, y un alcance máximo de 1000 m.

Lo más probable es que dicho proyectil no proceda de los combates entablados en el sector de Boadilla del Monte durante la batalla de Brunete (julio de 1937), sino de los que tuvieron lugar a mediados de diciembre de 1936, durante la segunda fase de la batalla de la carretera de La Coruña, unos combates que se alargaron durante varias jornadas y que alcanzaron una gran intensidad, llegándose al cuerpo a cuerpo, no solo en las mismas calles de Boadilla del Monte, sino también en el interior del palacio del Infante Don Luis. Estos episodios han sido tratados ampliamente en este blog, pero parece una buena ocasión para recordarlos, aunque sea brevemente.

Para ello, hay que cambiar el seco y abrasador verano de 1937, en el que se desarrolla la batalla de Brunete, por el gélido y húmedo invierno de 1936, cuando la División Reforzada de Madrid, al mando del general Orgaz, se dispone a realizar un amplio movimiento de avance por el flanco izquierdo de su dispositivo. Estamos en los primeros días de diciembre, las fuerzas que atacan Madrid hace semanas que han quedado frenadas en los arrabales de la ciudad. Las acciones desarrolladas en el sector de Pozuelo para mejorar ese estancamiento han sido muy poco efectivas y se decide actuar con contundencia varios kilómetros al oeste de la capital. La idea principal de maniobra consiste en realizar un ataque de sur a norte, partiendo de la línea Villaviciosa-Brunete. Sobre Boadilla del Monte van a caer tres columnas: la de Barrón, la de Siro Alonso y la de Buruaga. La operación se fija para el 13 de diciembre, aunque las adversas condiciones climatológicas la retrasarán hasta el día 15.

El día 16 la Columna Barrón desborda Boadilla del Monte por el oeste, y la de Siro Alonso por el este, mientras la de Buruaga penetra en el pueblo, entablándose una dura lucha por el control de sus calles y edificios. Estos combates han sido tratados en este blog en entradas anteriores, como por ejemplo, “TRINCHERAS VACÍAS” u “OBJETIVO BOADILLA” (entre otras). Precisamente en esta última, se recogía la reseña que sobre el asalto al palacio de Boadilla recoge Luís María de Lojendio, en su libro “Operaciones militares de la Guerra de España, 1936-1939”, y que vuelvo a reproducir aquí por lo ilustrativo de aquél episodio para el tema que ahora nos ocupa:

“Fuera del pueblo quedaba el castillo: una mole imponente en la que resistía un resto de tropa de la Guardia Civil roja, parapetada con ventaja en su fortaleza. Fue necesario avanzar al asalto como en las grandes ocasiones. Las fuerzas del Tercio derribaron un trozo del muro del jardín y a pecho descubierto emplazaron sus máquinas. La lucha personal, cuerpo a cuerpo, se generalizó hasta en sus últimas instancias (…). De cuál fue la naturaleza del encuentro que allí se libró da idea el hecho de que, al ocupar el castillo, de sus habitaciones hubo que retirar un centenar de cadáveres enemigos. Buena estampa representativa de los violentos combates de esta época en el sector de Madrid.”

A tenor de esta información (y de otras parecidas), se deduce que el palacio del Infante don Luís (al que Lojendio se refiere como castillo) fue uno de los últimos edificios, si no el último, que las tropas de Buruaga lograron ocuparon al entrar en Boadilla del Monte. El esfuerzo principal corrió a cargo de fuerzas del Tercio, que tuvieron que vencer una tenaz resistencia republicana, en la que destacaron fuerzas de la Guardia Nacional Republicana (nombre con el que se rebautizó  a la Guardia Civil que había permanecido leal al gobierno republicano tras la sublevación militar de julio). El acceso al recinto palaciego se realizó abriendo brecha en sus muros y portones. Para ello, casi con toda seguridad, los legionarios harían uso de sus morteros ligeros, un arma característica de las fuerzas de asalto y muy práctica y efectiva en las distancias cortas. Muy probablemente, la granada de mortero 50 mm recientemente encontrada en las obras de rehabilitación del palacio, y que por algún motivo no estalló (posiblemente por un fallo técnico), proceda de aquél asalto en el que los legionarios, tras conseguir derribar partes del muro, fueron avanzando por los jardines del palacio hasta introducirse en el interior del edifico, donde se entabló una lucha desesperada con sus defensores, una lucha a muerte por el control de las diferentes estancias y plantas del palacio.

Como ya he señalado, todo apunta a que la granada encontrada procede de aquellos combates de diciembre de 1936, tanto por las características del artefacto, como por el lugar en el que ha aparecido. Sea como sea, finalmente la granada estalló, aunque eso sí, de forma controlada y setenta y siete años después de haber sido lanzada (ver video de la detonación practicada por los TEDAX en el mismo recinto del palacio).

No es la primera vez, ni será la última, que aparecen proyectiles de la GCE sin explosionar. De hecho, es más frecuente de lo que mucha gente cree. Aunque parezca mentira, más de siete décadas después, son muchas las huellas y restos que aún permanecen de aquél conflicto. Algunas de esas huellas, aun mantienen todo su poder destructivo.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ



NOTA 1

Las fotografías que encabezan este artículo han sido obtenidas de una entrada publicada el 6 de julio en el Foro de la asociación GEFREMA, en donde, por cierto, Guillermo Poza (Guilpomad), buen conocedor del desarrollo de la GCE en esta zona de Madrid, ya aventuraba la misma interpretación que aquí se ofrece sobre el origen de la granada hallada en el palacio de Boadilla del Monte. Ver la entrada del Foro de Gefrema.

NOTA 2

También este verano nos enterábamos de un triste suceso: un joven de San Martín de la Vega sufría graves lesiones al estallarle un artefacto explosivo de la GCE (ver noticia). No conocemos a la persona afectada y desconocemos los detalles de tan trágico episodio, por lo que nos abstendremos de realizar comentarios, valoraciones u opiniones sobre el mismo. Solamente queremos transmitir nuestro apoyo a esta persona, a sus familiares y amigos, deseándole la más pronta y mejor de las recuperaciones.
 


domingo, 3 de junio de 2012

115) "BOADILLA"




Hace ya algún tiempo, en mayo de 2009, publicaba en este blog un pequeño artículo que, con el título de ¡Gefallen! ,  dedicaba a Esmond Romilly y a su libro “Boadilla”.

En aquel momento, este libro de Romilly era una repetida referencia en diferentes trabajos y estudios sobre la batalla de la Carretera de La Coruña, ya que en él, su autor plasmaba parte de sus experiencias y recuerdos como combatiente del grupo británico del Batallón Thaelman (XII Brigada Internacional) durante la guerra civil española.

En aquél artículo, me lamentaba de que de este libro, a pesar de haber sido publicado por primera vez en 1937, no existiera todavía ninguna edición en castellano, y, además, de que las antiguas ediciones que existían en otras lenguas, eran raras y difíciles de conseguir, teniendo que rastrear sin demasiada fortuna en los fondos de bibliotecas y librerías de viejo, y estar dispuesto a abonar un precio respetable por hacerse con un ejemplar.

Unos meses después de que escribiera esas notas sobre Romilly, comenzó a circular en ciertos círculos y ambientes el rumor de que su libro iba a ser publicado por primera vez en castellano, lo que, como es lógico, me pareció una gran noticia. Por fin, en enero de 2011, llegó la confirmación de que “Boadilla”, 75 años después de su primera edición en Gran Bretaña, había sido publicado en España. Pero, por unas cosas y otras,  fue pasando el tiempo sin encontrar el momento de hacerme con un ejemplar. Por fortuna, hace poco más de un mes, como no podía ser de otra manera, el libro fue presentado en la localidad de Boadilla del Monte, en un acto organizado por la “ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL PALACIO DE BOADILLA”, y con la colaboración de la "PLATAFORMA CABALLO VERDE”, al que asistió el autor de esta interesantísima edición, el profesor de la Universidad de Salamanca, Antonio Rodríguez Celada, que en su intervención fue desgranando el arduo proceso de investigación que ha tenido que desarrollar tras las huellas de Romilly, y que queda claramente de manifiesto en la primera parte del libro, donde el profesor Celada aporta los resultados de sus investigaciones sobre la corta, pero intensa vida de Esmond Romilly, nacido en Londres en 1918, y muerto en algún lugar indeterminado del Mar del Norte, cuando el avión de observación de la Fuerza Aérea Canadiense en el que viajaba, por motivos nunca aclarados, cayó al mar tras haber cumplido una misión sobre territorio alemán, sin que aparecieran nunca sus restos. Era el 30 de noviembre de 1941, y el mundo hacía  meses que se desquebrajaba por los cuatro costado a causa de la Segunda Guerra Mundial. Romilly tenía sólo 23 años.

Junto a las explicaciones biográficas del autor de “Boadilla”, Antonio R. Celada informó a los asistentes al acto del proyecto que ha permitido que este libro sea editado en castellano, el Grupo de Investigación de la Universidad de Salamanca, que se dedica a recopilar toda la información posible sobre los voluntarios, brigadistas y corresponsales de habla inglesa que participaron en la guerra civil española. Un tipo de literatura interesantísima y que hasta la fecha, sorprendentemente, salvo un número muy reducido de libros y autores (Orwell, Hemingway…), a penas ha despertado interés en nuestro país, permaneciendo en el más absoluto desconocimiento las obras de numerosos autores que, de una manera u otra, fueron testigos directos y protagonistas de aquella trágica etapa de la historia de España.

Por supuesto, aquel día me faltó tiempo para hacerme con un ejemplar de “Boadilla”, que el profesor Celada tuvo la amabilidad de dedicarme, y, en cuanto conseguí hacerle un hueco en mi siempre larga e inacabable lista de lecturas que esperan su turno para ser leídas (y que no deja de acrecentarse día a día a base de libros, artículos, correos, blogs, foros, cómics…) me sumergí en su lectura, la cual recomiendo, por descontado, a todo aquél que tenga interés en la guerra civil española, pero también, a todos los que persigan lecturas vivenciales, sentidas, emocionantes y humanas, porque, en esencia, eso es el libro que escribió Romilly, un libro escrito desde el sentir de un joven que, con tan solo 19 años, decide combatir por una causa que considera justa, aunque para ello tenga que arriesgar su vida en un país que no es el suyo.

Más allá del detalle y la precisión historiográfica, que no parecen preocupar demasiado a su autor, este libro nos da una visión de la guerra civil española que nunca podremos encontrar en las grandes obras y monografías de referencia. Una visión de alguien que vivió en primera persona aquella  locura, que sufrió las penurias de las trincheras, el pavor incontenible que causan los bombardeos aéreos, los nervios y la tensión que se viven en las filas de un batallón de choque en los momentos previos a entrar en acción, los debates y contradicciones que se producen entre los ideales personales y la cruda realidad que supone una guerra, la ruindad y sinrazón a la que pueden arrastrar los fundamentalismos políticos, la sensación de vacío infinito e impotencia que provoca la muerte en combate de los amigos y compañeros de armas con los que se ha convivido y compartido miedos, incomodidades y escaseces de todo tipo. Pero también, la certeza de que el ser humano, aun en las más duras y difíciles situaciones, es capaz de desarrollar intensos y sinceros sentimientos de camaradería, amistad y altruismo, y como la vida, a pesar de que todo el entorno se convierta en violento y cruel, lucha por abrirse camino.

No quiero hablar más del libro, porque creo que lo verdaderamente interesante es su lectura. Simplemente me gustaría recoger aquí una pequeña reflexión que se hace el propio Esmond Romilly al recordar a sus amigos y compañeros muertos en los combates que tuvieron lugar en torno a Boadilla del Monte en aquél frío invierno de 1936, y a los cuales, el autor dedicó la primera edición de su libro:

“Cuando estábamos todos juntos en el palacio de El Pardo, nos unía una especie de fe que nos hizo sentir que nunca podrían destruirnos. Pero siete de esos hombres, incluido Joe, murieron en Boadilla. Murieron y fueron olvidados, ya que solo fueron importantes durante un día. Después vinieron otros combatientes, otros mártires, otras adhesiones.”

Personas de carne y hueso, con nombres y apellidos, cuyos últimos meses de vida en suelo español podemos seguir a través de la lectura de “Boadilla”. Personas reales que “murieron y fueron olvidados, ya que solo fueron importantes durante un día”. Cuando en mi lectura llegué a estas reflexiones de Romilly, no pude evitar acordarme del día que me acerqué a Boadilla del Monte para asistir a la presentación del libro, y como, al intentar localizar el lugar en el que iba a celebrarse el acto, me sorprendió comprobar la existencia de varias calles en ese municipio madrileño dedicadas a personas y personajes relacionados con la guerra civil, aunque eso sí, los nombres que aparecen en las placas de las calles de Boadilla del Monte pertenecen solo a uno de los bandos enfrentados y, desde luego, no existe en todo el pueblo la más mínima referencia de los combatientes a los que hace alusión Romilly, y que, de una manera u otra, han quedado inmortalizados en las páginas de su libro.

Siempre me ha parecido enormemente injusto la doble derrota que, a lo largo de la Historia, sufren los vencidos. Por un lado, sufren la derrota que supone la propia victoria militar y política de sus oponentes, y, por otro lado, tienen que sufrir también la posterior derrota que significa el olvido al que son condenados los vencidos. Como si nunca hubieran existido, como si todo lo que fueron o hicieron no hubiera servido para nada, convirtiéndolos en una especie de desperdicio del Pasado. Una condena al olvido, la cual, recién terminado el conflicto, puede entenderse que sus vencedores directos intentasen imponer, pero que cuesta más de aceptar cuando proviene de generaciones que, por fortuna, no tuvimos que vivir y sufrir esa tragedia, y podemos mirar aquellos días sin apasionamientos ni rencores.

Creo que el libro de Romilly, y su reciente edición en castellano, remedia un poco esa injusticia a la que me estoy refiriendo.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía: Esmond Romilly y su esposa, Jessica Mitford, en 1940.

sábado, 19 de diciembre de 2009

63) PABLO DE LA TORRIENTE BRAU



Los combates de la batalla de la carretera de La Coruña supusieron numerosas bajas en ambos ejércitos. La mayor parte de los caídos fueron combatientes anónimos de los que no nos ha llegado ninguna referencia.

Sin embargo, en ocasiones contamos con algunos datos más concretos que, por diferentes motivos, nos permiten poner nombre y apellido, fecha y lugar a episodios y sucesos ocurridos en aquellas lejanas y confusas jornadas.

Hoy queremos recordar al escritor cubano (aunque nacido en San Juan de Puerto Rico) Pablo de la Torriente Brau, que cayó combatiendo en las filas republicanas un 19 de diciembre de 1936, durante la segunda fase de la batalla de la carretera de La Coruña.

Desde muy pronto, Pablo asumió un claro compromiso político, lo que acabaría costándole, primero prisión, y más tarde el exilio en Nueva York, por sus actividades contra la dictadura de Machado. El inicio de la guerra civil española le anima a venir a nuestro país como corresponsal de una publicación norteamericana y de otra mejicana. El contacto con la guerra le convence de que escribir crónicas sobre la misma no es suficiente y decide implicarse más a fondo. Primero como Comisario de la Cultura y poco después como combatiente.

En el frente de Somosierra (Buitrago, Peña del Alemán…) se hace famoso por las arengas dirigidas al enemigo desde las trincheras. Tras una entrevista realizada al Campesino, Pablo decide integrarse en su Brigada, con la que combatirá en el noroeste de Madrid. Como Comisario de la Cultura desarrolla una intensa actividad propagandística (mítines, escritos…) en colaboración con la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Establece una profunda amistad con los poetas Miguel Hernández y Antonio Aparicio. Junto a ellos, decide publicar un periódico para la Brigada del Campesino, aunque Pablo morirá antes de poder ver editado el primer número.

Carismático y dotado de una gran personalidad, Pablo de la Torriente se hace muy querido entre sus compañeros. En Alcalá de Henares conoce a un niño huérfano, Pepito, al que decide apadrinar, y que le acompañará a todas partes en donde no hay peligro, pero con el que acabaría compartiendo un trágico final.

Teóricamente, Pablo muere en combate un 19 de diciembre de 1936, cuando se encuentra con las tropas del Campesino en algún lugar indeterminado entre Majadahonda y Boadilla del Monte, intentando frenar la ofensiva franquista iniciada el día catorce. Sobre su muerte se ha escrito mucho, y también se ha generado mucha leyenda.

Reproducimos aquí dos visiones sobre Pablo de la Torriente y su presencia en España. Entre una y otra aparecen algunas contradicciones o datos diferentes, pero dan una visión general que puede servir como introducción para todo aquel que desee luego profundizar más en el tema. La primera es la que Carlos Fonseca nos presenta en su libro “Rosario Dinamitera. Una mujer en el frente”:

“El comisario político de la unidad era en ese momento el cubano Pablo de la Torriente, que había sustituido a Valeriano Marquina, trasladado a otra unidad. Tenía treinta y cuatro años de edad y era natural de San Juan de Puerto Rico, aunque se había criado en La Habana, donde su familia se instaló cuando tenía sólo cinco años. Su padre era natural de la localidad santanderina de Hermosa, y él había viajado a España por primera vez siendo un niño, en 1903, para asistir en Santander al entierro de su abuelo paterno, el ingeniero Francisco de la Torriente Hernández.

Pablo había llegado a Madrid a finales de 1936 procedente de Nueva York, donde vivía exiliado desde la primavera de 1935 por sus actividades contra el régimen cubano. Un mitin a favor del Frente Popular celebrado en Unión Square le decidió a trasladarse a nuestro país. Lo hizo como corresponsal de guerra del diario “El Machete”, órgano del Partido Comunista mexicano, y de “New Masses”, la revista de los comunistas norteamericanos. “He tenido una idea maravillosa: me voy a España, a la revolución española. A ver a un pueblo en lucha. A conocer héroes. La idea hizo explosión en mi cerebro, y desde entonces está incendiando el bosque de mi imaginación”, escribió a su familia días antes de partir.

En la capital presenció el primer desfile de mujeres por las calles principales. Mujeres jóvenes y viejas, cocineras, operarias y modistillas de los radios del PCE y de la JSU gritando consignas: “Hombres al frente, mujeres a ala retaguardia”, “primera, segunda y tercera, los hombre a las trincheras”, “una, dos, tres y siete, los hombres al frente”.

Pasadas unas jornadas, consiguió un salvoconducto para viajar a Somosierra. Allí entrevistó al Campesino, del que tanto había oído hablar, y se sumó a sus hombres. Escribir, dijo, le parecía poca aportación a la lucha por la libertad, y desde entonces peleó con la pluma y el fusil. Lo hizo en Pozuelo y Boadilla del Monte, y en la retaguardia de Alcalá. Mientras esperaba ser enviado a otro frente de batalla, organizaba actos políticos en la nave de una iglesia para levantar la moral de los milicianos.

Su condición de hombre de letras le había permitido conocer a algunos de los integrantes de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que tenía su sede en el palacio de los Heredia-Spinola, en la calle del Marqués de Duero, número 7, a los que invitaba para que hablaran a los soldados. A dos de ellos, los poetas Miguel Hernández y Antonio Aparicio, los había incorporado al Comisariado de la Cultura de la brigada y preparaba con ellos la edición de un periódico con el nombre de “¡Al Ataque!” Y otro mural.

Pablo no era el único cubano de la brigada, en la que también peleaba Policarpo Candón, de treinta y un años, natural de Cádiz, aunque su familia marchó a Cuba y allí se crio. Como su compañero, lucho contra la dictadura del presidente Gerardo Machado, y había viajado a España para defender la República. Rosario (la “Dinamitera”) hizo amistad con ambos. Le gustaba escucharles hablar con ese tono envolvente y meloso que le sonaba a música (…)

Madrid aguantaba, aunque la situación era crítica. Los rebeldes habían protagonizado varias ofensivas una vez fracasado el ataque frontal. Eran operaciones dirigidas a los nudos de comunicación de acceso a la capital para aislarla, como paso previo al ataque definitivo. Una de ellas se dirigió contra la carretera de La Coruña para incomunicar a las tropas que luchaban en la sierra. El ataque fue repelido a costa de numerosas vidas, entre ellas la de Pablo de la Torriente. Cayó herido el 19 de diciembre en Majadahonda y hasta tres días más tarde no encontraron su cadáver tendido sobre la nieve. Hacía una semana que había cumplido treinta y cinco años, y en tan sólo tres meses en la brigada se había ganado el respeto y el afecto de quienes le conocieron.

El Campesino le condecoró con la insignia de capitán y su cadáver fue enterrado en el cementerio de Chamartín de la Rosa, en Madrid del que se había enamorado nada más poner pié en él. Decía que la alegría de la gente y su capacidad para sobreponerse a las desgracias le recordaban la bullanga del malecón de La Habana. Allí había dejado a su mujer. Teté Casuso, que al conocer la noticia de su muerte reclamó su cadáver para darle tierra en la isla. Sus restos fueron exhumados y trasladados a Barcelona con intención de enviarlos a su país, pero el bloqueo marítimo impidió cumplir el deseo de su esposa y obligó a enterrarlo en la ladera de la colina de Montjüic.

Su muerte fue un golpe para todos. Miguel Hernández y Antonio Aparicio ultimaron los trabajos para imprimir el periódico “¡Al Ataque!”, en el que tanta fe había puesto. Nombraron un corresponsal en cada brigada para que recogiera las colaboraciones de los soldados y lograron que el primer número saliera de la imprenta el 9 de enero de 1937, con la portada íntegramente dedicada al que había sido su comisario y un texto del segundo ilustrado con un dibujo de Fernando Briones, un compañero de la División.” (Fonseca, C. “Rosario Dinamitera. Una Mujer en el frente. Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 2006. Pp. 81, 82, 83, 100).

A continuación reproducimos lo que Jorge M. Reverte escribe sobre Pablo en el capítulo titulado “19 de diciembre”, de su libro “La Batalla de Madrid”:

“- Oye, viejo, hay que buscar a Pablo.

Justino Frutos Redondo es jefe de la 2 compañía del 1 batallón móvil de choque que manda el cubano Policarpo Candón. La unidad está desplegada en un frente corto, entre Retamares y Boadilla del Monte, tomada por los moros de Varela el día anterior. El batallón de Candón y Frutos está ya muy fogueado. Sus hombres se han curtido en el frente de Buitrago en donde han colaborado durante varias semanas en la contención de las tropas de Mola. Ese frente se considera ya estabilizado. Las aguas del Lozoya, que son las que bebe Madrid, están a salvo. Por eso, el batallón de choque ha sido trasladado a la zona de Pozuelo, donde la presión de los franquistas es muy fuerte. Intentan aislar a Madrid de la Sierra.

A Frutos le ha llamado su jefe Candón porque no hay noticias del hombre más querido del batallón, el también cubano Pablo de la Torriente Brau, el comisario político que se ha hecho famoso por sus pláticas nocturnas destinadas a los fascistas. Las arengas las lanza a través de unos enormes altavoces y suelen ser de una florida prosa que encandila a las fuerzas propias, aunque no se sabe de cierto si provoca en las filas enemigas a algún efecto semejante, sobre todo porque los moros que hay en frente no tienen demasiadas nociones de castellano. Pablo es un organizador y un trabajador incansable. Él ha convencido a gentes como el poeta Miguel Hernández de que desgranen sus poemas en el frente para subir la moral de las tropas republicanas. Una forma de guerra curiosa, en la que algunos poetas tienen un papel destacado, usando el fusil y la palabra en la misma jornada.

El propio Pablo es escritor, además de periodista, aunque su último oficio antes de venir a España consistía en fregar platos en Nueva York. Un trabajo embrutecedor que ha entretenido a tantos y tantos exiliados políticos cubanos en su obligada marcha a Estados Unidos.

Pablo es, además, un luchador de primera. Un tipo de gran presencia física, con sus 185 centímetros de estatura, y muy valiente. No ha regateado en ningún momento su presencia en la primera línea, su participación en los combates más arriesgados.

De Pablo no se sabe nada desde hace veinticuatro horas. Y Frutos sugiere encabezar una acción peligrosa: con una sección de los nuevos compañeros andaluces que se han incorporado a su compañía, hombres novatos pero muy valientes, se va a infiltrar en las líneas enemigas en su busca.

Lo que averiguan de la desaparición de Pablo es que se le vio a mediodía del día anterior, después de un combate que duraba ya siete u ocho horas, en el casería de Romanillos. Hubo un gran bombardeo de artillería, y luego se infiltraron los blindados enemigos, seguidos de la infantería mora. Las tropas del batallón móvil tuvieron que retirarse unos dos kilómetros, y lo hicieron de una forma ordenada, hasta pararles. Pero Pablo no apareció, aunque sí el cadáver de su “ayudante”, un niño de trece años, abandonado, al que Pablo había prohijado y que le acompañaba en posiciones teóricamente sin riesgo. El niño, que se llamaba Pepito, fue a buscarle sin pedir permiso a nadie y lo pagó con su vida. Su pequeño cuerpo exánime ha pasado en una camilla por delante de los combatientes.

Frutos pide voluntarios entre la sección de andaluces. Todos dicen que van. Hay que traerlo como sea, esté vivo o muerto. El primer objetivo de la descubierta es la casucha donde un testigo le vio por última vez.

A las tres de la madrugada, los hombres comienzan a moverse en fila india y en silencio hacia las líneas enemigas. Es un frente con muchas discontinuidades, por lo que la acción es realizable. Los voluntarios andaluces van con la bayoneta calada y las bombas de mano preparadas. En esas condiciones, si hay combate será cuerpo a cuerpo.

Por la ventana de la casucha asoma el cuerpo de un moro armado con un fusil. Uno de los hombres se adelanta y logra sorprenderle sin tener que disparar el fusil ni usar una granada. Lo atraviesa con la bayoneta y el centinela muere en silencio. Frutos y sus hombres comienzan a rastrear el terreno. Y Pablo aparece. El cuerpo está aún caliente, ha tardado en morir. Un balazo le atraviesa el pecho. Hay un montoncito de tierra a su lado, donde ha escondido su documentación antes de expiar.

Entre cuatro hombres lo llevan de vuelta a las líneas propias. Su compatriota, el comandante Policarpo Candón, se hace cargo del cuerpo y la documentación.

Pablo de la Torriente es uno de los primeros voluntarios comunistas cubanos en caer en España. Muchas decenas de ellos lo harán en los tres años de la guerra.

Dos días después, Pablo recibirá un homenaje póstumo en Alcalá de Henares. Dos semanas más tarde será enterrado solemnemente en el cementerio de Montjuïc de Barcelona. A la ceremonia asistirán la banda de música de la unidad del Campesino, dirigida por el también cubano Julio Cuevas Díaz, y su amigo Miguel Hernández, que lee ante la tumba la que llamará su “Elegía Segunda”. La primera se la ha dedicado a su amigo Ramón Sijé, muerto también hace poco:

Me quedaré en España, compañero,
me dijiste con gesto enamorado.
Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero
en la hierba de España te has quedado.
Pablo de la Torriente
has quedado en España
y en mi alma caído:
nunca se pondrá el sol sobre tu frente,
heredará tu altura la montaña
y tu valor el toro del bramido.
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
porque éste es de los muertos que crecen y se agrandan
Aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.

Cuando la guerra acabe, el cuerpo de Pablo de la Torriente será arrojado a una fosa común por los vencedores. Su tumba ya nunca podrá ser localizada.” (Reverte, J. M. “La Batalla de Madrid”, Crítica, Barcelona, 2004. Pp. 438-441).

Pablo de la Torriente Brau ha despertado un gran interés a lo largo de los años. En Cuba es muy recordado y homenajeado, donde es conocido como “El mártir de Majadahonda” (aunque yo siempre he considerado que Pablo, en realidad, falleció en el término municipal de Boadilla del Monte), y en España son varias las asociaciones que se encargan de reivindicar su figura.

Como el espacio de este blog es limitado, remitimos a quienes quieran conocer más sobre la figura de Pablo de la Torriente y su obra, al Foro de la asociación Gefrema (Grupo de Estudios del Frente de Madrid), en el que Guilpomad ha estado desarrollando un intenso trabajo de investigación sobre este escritor:


En la página Web del Centro Cultural Pablo de la Torriente encontramos un espacio dedicado al escritor:

Esta misma institución cultural da la posibilidad de descargarse, entre otras obras, los libros que han publicado de Pablo de la Torriente. El enlace es:



JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ