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viernes, 1 de agosto de 2025

190) HÚMERA: CAMPO DE BATALLA

Granada rompedora del calibre 155 aparecida en Húmera


Muchas veces, los lugares guardan huellas de su pasado. Algunas de ellas son claras, evidentes y visibles para todo el que pasa por ese sitio. Otras son más sutiles, y requieren un poco de atención y capacidad de interpretación para detectarlas. También las hay totalmente imperceptibles, al encontrarse ocultas o enterradas, como si fueran secretos bien guardados.

A lo largo del tiempo, las huellas más recientes se van superponiendo a las más antiguas, formando una serie de capas o niveles. Algo así como las hojas en otoño, que progresivamente van desprendiéndose de los árboles para caer al suelo, formando una especie de alfombra en la que las últimas en caer van tapando a las anteriores.

Una metáfora a la que se puede sumar otra más, también muy común sobre las huellas que dejan la historia y el paso del tiempo, como es la del palimpsesto, es decir, el pergamino cuyo texto se raspaba para borrarlo y poder escribir otro nuevo, y que muchas veces, con las técnicas adecuadas, es posible recuperar la escritura eliminada, lo que permite descubrir contenidos mucho más antiguos e interesantes que los que aparecen a primera vista.

Metáforas e imágenes más o menos líricas que disciplinas como la arqueología, la paleontología o la geología, por medio de la estratigrafía, han convertido en método científico con el que tratar de establecer cronologías e interpretar la historia y el pasado de un territorio.

Por ello resulta tan importante el control arqueológico de movimiento de tierras en todos aquellos lugares susceptibles de conservar huellas interesantes de su pasado. Y por ello también, en un mismo lugar, pueden aflorar restos pertenecientes a momentos históricos muy diferentes y distanciados en el tiempo.

Algo así ha ocurrido en la población de Húmera, en Pozuelo de Alarcón, donde lo que aparentemente no era más que una parcela un tanto degradada por los escombros, tras realizarse unos desbroces mecánicos, han aparecido una serie de antiguas estructuras circulares excavadas en el terreno, correspondientes a silos que, a tenor de lo que puede desprenderse de los abundantes restos cerámicos recuperados en sus interiores, muy probablemente sean de época medieval, periodo histórico en el que precisamente se situaría el origen de esta población.


El desbroce mecánico de una parcela en Húmera descubre varias estructuras circulares excavadas en el terreno, correspondientes a silos de época medieval 


Pero a la vez, el movimiento de tierras hizo aflorar otro llamativo vestigio histórico, esta vez mucho más cercano en el tiempo y algo más peligroso, como fue un proyectil artillero de la Guerra Civil (1936-1939).

En concreto, se trataba de una granada rompedora del calibre 155 mm, montada con una espoleta de cebo Garrido modelo 24, que por algún motivo no llegó a explosionar. Estos proyectiles, con más de 30 kg de peso y una longitud de unos 60 cm, podían recorrer distancias de varios kilómetros a una velocidad que superaba los 400 metros por segundo. La onda expansiva y la lluvia de metralla que ocasionaban al detonar alcanzaban radios de acción de hasta 200 m, removiendo violentamente el terreno y generando enormes embudos.

Este hallazgo nos retrotrae a finales de 1936, cuando el pequeño caserío de Húmera, al igual que sucedió con otros muchos puntos del noroeste madrileño, quedó convertido en campo de batalla.


Mapa topográfico de 1929 (Archivo Cartográfico de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército)

Plano de Húmera a principios del siglo XX (Archivo Cartográfico de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército)

Para entonces, el ataque frontal a Madrid había fracasado y Franco y sus generales se afanaban en planificar acciones que mejorasen la mala situación táctica que sus vanguardias sufrían en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria. Se trataba de no perder la iniciativa, desarrollando un amplio movimiento ofensivo sobre la carretera de La Coruña con el objetivo principal de fortalecer el ala izquierda de su dispositivo.

Para tratar de desbaratar estos planes, las Fuerzas de la Defensa de Madrid, al mando del general Miaja, tenían desplegadas en el sector a la 3ª Brigada Mixta del comandante José María Galán, defendiendo Pozuelo y sus alrededores, y la denominada Brigada X, del comandante Palacios, situada en torno a Aravaca, con el apoyo artillero de diez piezas de diversos calibres.

El primer ataque se inició el 29 de noviembre. Dirigía la operación el coronel García-Escámez, con tres columnas mandadas respectivamente por los tenientes coroneles Barrón, Siro Alonso y Gavilán. 


El coronel García-Escámez dirige las operaciones de noviembre de 1936 en el sector de Pozuelo de Alarcón (Narodowe Archiwum Cyfrore)

Operaciones de noviembre de 1936 en el sector de Pozuelo de Alarcón (El Mundo)


Las fuerzas al mando de Bartoméu (5ª Bandera de la Legión, 2º Tabor de Ceuta, un Tabor de la Mehala de Larache y 4º Batallón de Toledo, con dos baterías ligeras y una sección de carros) atacaron de madrugada desde la Casa de Campo, apoderándose del Hospital de Bellas Vistas (anteriormente conocido como de Nuestra Señora de las Mercedes), situado unos 700 metros al sur de Húmera, población que no conseguirían conquistar. 

Al mismo tiempo, un poco más al oeste, la columna de Siro Alonso (7ª Bandera de la Legión, 1º Tabor de Alhucemas, 2º y 5º de Larache, 2º de Tetuán y un Tabor de la Mehala del Rif, reforzadas con cuatro baterías ligeras y dos compañías de carros), desarrollaba la acción principal, consistente en progresar desde Retamares para ocupar la línea determinada por la Colonia de la Paz, Pozuelo, su Estación, Aravaca, Cuesta de las Perdices y Cerro del Águila, pero su avance quedaría frenado al poco de iniciarse, quedando sus fuerzas fijadas al sur de Pozuelo, en su cementerio y en los hotelitos de la Colonia de la Paz, situada a las mismas puertas del casco urbano. 

Por último, la caballería de Gavilán, formada por siete escuadrones, con el apoyo de dos pelotones de infantería, desde el Ventorro del Cano trataría de desbordar Pozuelo por el oeste, pero apenas lograría avanzar más allá del vértice Valle Rubios, ubicado unos cuatro kilómetros y medio al suroeste de Pozuelo.

Además de las fuerzas mencionadas, esta operación ofensiva contaba con un importante apoyo artillero, compuesto por una batería de 75, dos de 105 y dos de 155. Precisamente, a este último calibre pertenece la granada rompedora aparecida en los movimientos de tierra recientemente efectuados en una parcela de Húmera, por lo que muy bien podría haber sido disparada en aquellas jornadas de finales de noviembre de 1936.


Sanatorio de Bellas Vistas en los años 20, conquistado por las tropas de Bartoméu el 29 de noviembre de 1936 (Archivo personal de JMCM)

Cementerio de Pozuelo de Alarcón, ocupado por las fuerzas de Siro Alonso el 29 de noviembre de 1936 (Narodowe Archiwum Cyfrore)


Frenada de momento la ofensiva en el sector de Pozuelo, con pocos resultados para las fuerzas atacantes, el esfuerzo principal se trasladaba varios kilómetros al oeste de Madrid, a la línea de frente definida entre Quijorna y Villaviciosa de Odón, con Boadilla del Monte como primer objetivo relevante para, a continuación, progresar en dirección Majadahonda-Las Rozas y, alcanzando la carretera de La Coruña, avanzar por la misma en dirección oeste-este, tratando de barrer todas las resistencias republicanas hasta ocupar la Cuesta de las Perdices y el Cerro del Águila. Todo ello supondría un duro forcejeo que se alargaría hasta mediados de enero de 1937, momento en el que las tropas de Franco lograban sus objetivos, aunque ya les resultaría imposible intentar nuevos avances en el frente noroeste, que entró en una fase de estabilización.

Por lo que respecta a Húmera, tras los mencionados combates de finales de noviembre, las fuerzas de ambos ejércitos adoptaron una posición defensiva, tratando de mantener sus posiciones y fijar al enemigo en las suyas, hostigándose constantemente desde la distancia y desarrollando eventuales golpes de mano que no supondrían alteraciones en la situación general del sector. Este periodo de semi espera sería aprovechado por el mando republicano para reorganizar sus fuerzas. La 3ª Brigada, muy castigada en los combates, fue retirada y reemplazada por la 38ª Brigada que, para principios de 1937, bajo el mando del capitán Zulueta, defendía todo el sector de Pozuelo. A continuación, desde Húmera hasta el puente de San Fernando, se mantenía la Brigada X del comandante Palacios, que recibió la nueva denominación de 39ª Brigada. Ambas unidades estaban integradas en la 5ª División del teniente coronel Juan Perea, que defendía todo el sector de Pozuelo hasta el río Manzanares. Fuerzas a las que se irían sumando otras más, una vez reanudados los combates.



Ofensiva de enero de 1937 en el noroeste de Madrid (El Mundo)


El 3 de enero, una potente masa de maniobra formada por 4 columnas bajo el mando conjunto del general Orgaz rompía el frente al noroeste de Madrid y alcanzaba la carretera de La Coruña a la altura de Las Rozas. Los combates se prolongaron a lo largo de los días siguientes, avanzando las columnas atacantes en dirección a la capital. El día 7, las tropas de García-Escámez y de Buruaga conseguían conquistar Pozuelo; las de Barrón alcanzaban el kilómetro 11 de la carretera de La Coruña y las de Asensio avanzaban en dirección a Aravaca. Tras la conquista de Pozuelo, las fuerzas que habían ocupado el pueblo se dividieron para continuar su avance: Buruaga lograba tomar el barrio de la Estación y progresar en dirección al Cerro del Águila; por su parte, García-Escámez conquistaba Húmera y enlazaba con las fuerzas desplegadas en la Casa de Campo. Según sus informes, la conquista de Húmera supuso un importante botín: 30 lanzabombas, 30 cajas de bombas, 5 ametralladoras, 180 fusiles, 4 fusiles ametralladores y material diverso, contabilizándose más de 200 cadáveres en la parte de Húmera-Pozuelo.


Tropas moras y Regulares hacen acopio del botín obtenido tras los combates en el sector de Pozuelo de Alarcón  (Narodowe Archiwum Cyfrore)


El avance continuó en los días siguientes. El 8 de enero, tras una lucha durísima, las topas de Asensio ocupaban Aravaca, y el día 9, esas mismas fuerzas, en colaboración con las de Buruaga y García-Escámez, lograban alcanzar los últimos objetivos de Cuesta de las Perdices y Cerro del Águila. Unos días después, neutralizados los contraataques republicanos en el sector de Las Rozas y Majadahonda, la batalla llegaba a su fin.


Destrucciones en una calle de Pozuelo de Alarcón (Biblioteca Nacional de España)


La primera línea se situaba a partir de ese momento a caballo de la carretera de La Coruña, quedando Húmera muy a retaguardia de la misma (a algo más de 7 kilómetros). Los combates y bombardeos desarrollados entre noviembre de 1936 y enero de 1937 habían causado enormes destrucciones en su pequeño casco urbano, congregado en torno a la iglesia de Santa María Magdalena, destrucciones que continuarían hasta el final de la contienda debido, principalmente, al abandono y al aprovechamiento que sus edificios y ruinas ofrecían para el esfuerzo bélico y el día a día de las tropas desplegadas en el frente. Tras la guerra, la población sería reconstruida por la Dirección General de Regiones Devastadas.

Hoy en día, Húmera es una tranquila población en cuyas calles no hay nada que recuerde o sugiera el pasado bélico que acabamos de repasar. Sin embargo, retomando la metáfora del palimpsesto con la que comenzábamos esta entrada, podemos decir que, muchas veces, el pasado no desaparece del todo, sino que puede permanecer latente bajo la superficie del presente, emergiendo sus huellas en el momento en que se raspan las capas más superficiales, y así, en una pequeña parcela de su casco urbano en la que aparentemente no existe nada relevante, al desbrozar el terreno podemos encontrar, al mismo tiempo, vestigios de un pasado que va desde casi los orígenes de Húmera, allá por la Edad Media, hasta el invierno de 1936-1937, en que la población se convirtió en un terrible campo de batalla.


Granada rompedora de 155 mm aparecida en una parcela del casco urbano de Húmera

Una superposición de diferentes momentos históricos, cada uno de los cuales ha dejado su huella en el subsuelo de Húmera. ¿Cuántos secretos más permanecerán ocultos?


Javier M. Calvo Martínez


NOTAS: 

           

 

viernes, 20 de abril de 2012

113) RETAMARES




Uno de los lugares más vinculados con las actividades militares en el noroeste de Madrid es Retamares, situado al sur de Pozuelo de Alarcón, en una amplia franja de terreno que antaño estaba comprendida entre Molino de Viento al norte, el Ventorro del Cano al oeste, Ventorro de la Rubia al sur y la carretera de Extremadura al Este.

La historia de Retamares está íntimamente unida a la del ejército en Madrid. Desde finales del siglo XIX se hizo imperiosa la necesidad de amplios  espacios en los que las tropas acuarteladas en las ciudades pudieran desarrollar sus prácticas, maniobras e instrucción. La revolución que iba experimentado el armamento, la renovación de las tácticas y estrategias militares, y las características de unos ejércitos cada vez más modernos y especializados, provocaron que las condiciones que presentaban los tradicionales cuarteles urbanos resultaran insuficientes para atender las nuevas necesidades del ejército. Con el objetivo de subsanar esta situación, y evitar los peligros y molestias que suponían las actividades militares para la población civil, el Ministerio de la Guerra comenzó a realizar diferentes gestiones encaminadas a conseguir terrenos ubicados a una distancia adecuada de los núcleos de población. De esta manera, no solo se quería proporcionar a las diferentes guarniciones el espacio suficiente que éstas requerían, también se pretendía dotar sus actividades de cierta discreción y secretismo.

Madrid  fue una de las primeras ciudades españolas en las que se buscaron nuevos espacios para satisfacer las necesidades del ejército. De una manera no siempre clara ni legal, el Ministerio de la Guerra se fue haciendo con terrenos pertenecientes a diferentes municipios. Es así como, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, en las cercanías de la capital, poco a poco fueron surgiendo una serie de cuarteles y áreas de uso estrictamente militar que acabaron conociéndose como los cantones de Madrid.

Estos cantones cumplían una doble función, por un lado satisfacer la ya mencionada necesidad de espacios adecuados para las guarniciones madrileñas, por otro lado, se quería dotar a la capital española, sede de la Jefatura de Estado, de un cinturón defensivo capaz de proteger militarmente a la ciudad. Hoy en día puede resultar extraño que, a finales del siglo XIX, se considerase necesario dotar a Madrid de este tipo de defensa, pero si repasamos la Historia Contemporánea de España comprobaremos que los pronunciamientos, las insurrecciones, las sublevaciones y los motines de diferente signo constituían una amenaza muy real. Algo parecido puede decirse de las primeras décadas del siglo XX, donde a las tradicionales tensiones políticas y militares se sumaron las de carácter social, con un incipiente movimiento obrero y campesino de carácter revolucionario que en más de una ocasión pondría en serios apuros a los gobiernos de turno en diferentes puntos del país. Lo paradójico de esta cuestión es que, en diferentes ocasiones, serían precisamente los mandos y guarniciones de esos mismos cuarteles que conformaban los cantones de Madrid los que se terminarían convirtiendo en una seria amenaza para las autoridades con sede en la capital.

Es así como, en vísperas de la guerra civil,  además de los cuarteles situados en el mismo casco urbano (Maestranza y Parque de Artillería en el barrio de Pacífico, el Cuartel del Paseo de María Cristina, La Montaña, Infante Don Juan en Paseo Moret…), podemos encontrar una serie de acuartelamientos en torno a la capital, algunos de los cuales jugarían un papel muy destacado durante la sublevación militar de julio de 1936: Vicálvaro, Carabanchel, Getafe, Leganés, Cuatro Vientos,  El Pardo…

Por lo que respecta a Retamares, fue este uno de los primeros lugares que desde finales del siglo XIX se fue transformando en  una zona de uso exclusivamente militar. Un uso militar que, en mayor o menor medida, ha continuado hasta nuestros días. Por aquél entonces, la zona que era conocida tanto por el nombre de Dehesa de Carabanchel como por el de Dehesa de los Retamares, o Retamares a secas, consistía en una gran finca de propiedad municipal que el ejército había utilizado ya en diferentes ocasiones, con el consentimiento o la pasividad de las respectivas autoridades municipales, para sus prácticas y ejercicios de artillería, caballería e infantería. Pero a comienzos del siglo XX, el Ministerio de la Guerra decidió tomar posesión de toda la zona, así como de otra amplia franja de terreno en torno a la carretera de Extremadura, la cual, en poco tiempo, se convertiría en la zona militar de Campamento. La forma en la que el Ministerio de la Guerra se apropió en aquél entonces de esa enorme cantidad de terreno, en detrimento de los intereses municipales, no fue todo lo limpia y clara que cabría esperar, pudiéndose hablar de un evidente caso de especulación, corrupción y prevaricación de la época, algo que nos tememos volvería a repetirse un siglo después, cuando el Ministerio de Defensa, en 2005, decidió el desmantelamiento de la mayor parte de estos complejos militares, iniciándose una turbia operación urbanística de gran escala que todavía continúa. Pero volvamos al principio.

Desde el primer momento, Retamares fue empleado como campo de instrucción y maniobras, y muy pronto comenzaron a construirse edificios para el acuartelamiento de la tropa. Las características del terreno propiciaron también la realización de los ejercicios prácticos de las unidades de Ingenieros y Zapadores (fortificación, comunicaciones, castramentación, pontoneros…), convirtiéndose el Campamento de Retamares en el principal centro con el que contaba el ejército español para estos fines. De esta manera, durante las primeras décadas del siglo XX fueron llegando a Retamares diferentes novedades de ingeniería militar para probarlas y aprender su manejo: excavadoras mecánicas, puentes, pasarelas y pontones, equipos de iluminación, grupos electrógenos, lanzallamas, proyectores de señales, aparatos para detectar los trabajos de minado del enemigo, incluso, un ferrocarril de campaña. Diferentes aparatos e ingenios que, poco a poco, iban revolucionando la forma de hacer la guerra. Retamares fue también un magnífico campo de pruebas para la fortificación de campaña que, a raíz de la Primera Guerra Mundial, experimentaría un desarrollo espectacular (atrincheramientos, casamatas, parapetos, refugios, campos de alambradas de espino, blockhaus…).

Puede decirse que Retamares, durante las tres primeras décadas del siglo XX, se convirtió en uno de los principales laboratorios de pruebas del ejército español, donde se emplearían por vez primera materiales, armamento, técnicas y tácticas que después serían empleadas en combates reales, como fue el caso de Marruecos o de la propia guerra civil, lo que provocó que en la zona fueran construyéndose numerosas y muy variadas instalaciones militares. 

Entre estas instalaciones destacarían los polvorines, que durante décadas constituyeron una de las principales reservas de munición y explosivos de la región centro. El primero de ellos se construyó en 1912, al que rápidamente se fueron añadiendo otros. Las características de estos polvorines consistían en una serie de depósitos de tamaño medio, ubicados en el centro de grandes hondonadas artificiales con el objetivo de que, en caso de accidente, las paredes de tierra que rodeaban los arsenales minimizaran en lo posible los efectos de la onda expansiva que provocaría una explosión de esas características.  El lugar elegido para construir estos polvorines fue Monte Gancedo, en el centro de la zona militar de Retamares, evitando así los peligros para la población civil y las posibles actividades de espionaje o sabotaje sobre los mismos. Lógicamente, los Polvorines de Retamares y el enorme arsenal que contenían constituían un lugar especialmente sensible que requería de una protección especial. Por este motivo, contaba con su propio cuerpo de guardia y todo su perímetro  se dotó de las más altas medidas de seguridad y control, fortificando el lugar con atrincheramientos, campos de alambradas de espino, puestos de vigilancia, e incluso, fortines y casamatas de hormigón. Unas fortificaciones que, de una manera u otra, los republicanos aprovecharían para intentar frenar el avance de las tropas de Franco en noviembre de 1936, pero luego volveremos a ello.

Una cosa que siempre me ha resultado llamativo es la poca atención que aparentemente recibieron los polvorines de Retamares durante la preparación de la sublevación militar en Madrid en 1936. Parece lógico pensar que semejante arsenal fuera tenido muy en cuenta, tanto por los que preparaban la sublevación, como por los que intentaban enfrentarse a ella. Sin embargo, en la casi totalidad de los trabajos que he leído sobre este tema apenas he podido encontrar referencias al respecto. La excepción es el libro de Maximiano García Venero, “Madrid julio 1936” (Edt. Tebas, Madrid, 1973), una lectura, por cierto, muy recomendable.

Según García Venero, los polvorines de Retamares y sus acuartelamientos en 1936 eran una posición clave, ya que abastecían de explosivos, municiones de artillería, de ametralladora y de fusil a las tropas situadas en Madrid y sus cantones. La guarnición con la que contaban los polvorines en el mes de julio era de cien hombres pertenecientes al Regimiento de Infantería nº 1, y según el autor, sus depósitos en vísperas de la sublevación estaban saturados de material. Al mando del Regimiento de Infantería nº 1 se encontraba el coronel Tulio López, amigo personal del general Miaja, al que se consideraba adicto al régimen republicano, pero cuya fidelidad y lealtad, llegada la ocasión, se demostró no ser tan clara y decidida como las autoridades republicanas habían pensado.

En opinión de García Venero, el único de los generales alzados que pareció advertir la máxima importancia que tenían los Polvorines de Retamares fue el general Miguel García de la Herrán, pero la forma en la que se fueron sucediendo los acontecimientos en las vísperas del 19 de julio de 1936 provocó que los sublevados terminasen actuando de forma improvisada, sin apenas conexión entre ellos y tomando, posiblemente, las peores decisiones para alcanzar sus objetivos.

Como es sabido, García de la Herrán se trasladó secretamente al cuartel de Zapadores de Carabanchel la tarde del 19 de julio, poniéndose al mando de la guarnición para participar en la sublevación militar. Mientras esto ocurría, en Retamares la tensión se acrecentaba por momentos. Relativamente aislados, la guarnición que protegía los polvorines, al igual que iba sucediendo en el resto de los cuarteles de la ciudad, se mostraba inquieta y confundida. De hecho, esa misma mañana se había vivido ya una situación delicada cuando el teniente Guillermo Leret, que mandaba el retén del Regimiento nº 1 que custodiaba los arsenales, se había negado tajantemente a cumplir la orden dada por un comandante de Artillería para que le entregase, nada más y nada menos, que tres millones de cartuchos de los depósitos de munición.

Una de las primeras órdenes de García de la Herrán fue, precisamente, el refuerzo de la guardia de los polvorines de Retamares con fuerzas afines a los sublevados bajo el mando del capitán Carlos Domínguez, asegurándose de esa manera su control y consiguiendo una ventaja táctica que inquietó a las autoridades republicanas, pero que el desarrollo de los acontecimientos la convertiría en estéril e inoperante. Parece ser que los sublevados, al ver frustradas sus tentativas, se plantearon la posibilidad de volar los polvorines de Retamares, evitando así que éstos pudieran ser empleados por los gubernamentales para reducir a los sublevados en otras provincias, o que los depósitos de munición y bombas acabaran siendo asaltados por los milicianos de las diferentes tendencias políticas. Pero finalmente no lo hicieron, y los polvorines de Retamares acabaron controlados por fuerzas militares leales a la República.

Como ya se ha indicado, unos meses después de estos sucesos, en noviembre de 1936, toda la zona de Retamares se convirtió en un campo de batalla en el que los republicanos intentarían frenar el imparable avance de las tropas de Franco sobre la capital. Un avance que el día 4 de noviembre había supuesto la ocupación de Alcorcón por parte de las tropas de Asensio, Leganés por parte de las de Barrón y Getafe por las de Tella. Las tropas republicanas se desbandan sin apenas ofrecer resistencia y toda la zona de Retamares, Campamento, Carabanchel Alto y Villaverde, con la silueta de Madrid como telón de fondo, quedaba convertida en primera línea de fuego y objetivo prioritario de las fuerzas atacantes, como paso previo para comenzar el asalto definitivo a la capital.

El día 6, Asensio ocupó Campamento y Barrón Carabanchel Alto. Ese mismo día, por la mañana, las fuerzas de Castejón, que cubrían el flanco izquierdo de las columnas atacantes, avanzaron desde Villaviciosa de Odón para atacar la línea comprendida por Ventorro del Cano, el Cuartel de Ingenieros, los Polvorines de Retamares y Molino de Viento. En general, es muy poco lo que se ha escrito sobre los combates que se produjeron en la periferia de Madrid en las jornadas previas al asalto definitivo a la ciudad, y la mayor parte de los trabajos serios que se han publicado se limitan a hacer simples menciones de los mismos sin apenas profundizar en ellos. Según la prensa de la época, los combates en Retamares rozaron el heroísmo más extremo, pero estas crónicas no pueden ser tenidas demasiado en cuenta como fuentes historiográficas fiables. Algo parecido puede decirse de la literatura de carácter épico que comenzó a publicarse desde los mismos días del conflicto, y que continuaría haciéndolo una vez terminada la guerra, durante las primeras décadas de dictadura franquista. Tal sería el caso de autores como Víctor Ruiz Albéniz (más conocido como “El Tebib Arrumi” y al que un día tendría que dedicar un espacio en este blog) y su colección “La reconquista de España”, dirigida al público infantil y juvenil, o Luís Montán y sus “Episodios de la Guerra Civil”.

Fuera como fuese, lo cierto es que la columna Castejón inició su avance la mañana del 6 de noviembre y para la tarde de ese mismo día había ocupado ya todos sus objetivos. Cierto es que el propio Castejón resultó herido en aquella jornada y que según las crónicas de la época los legionarios y regulares que asaltaron Retamares chocaron con una tenaz resistencia de los republicanos, que se habían parapetado en sólidos y bien organizados atrincheramientos, en los que no faltaban las fortificaciones de hormigón. Es muy probable que las fortificaciones a las que hacen alusión estas crónicas formaran parte, en gran medida, de los sistemas defensivos que rodeaban ya los Polvorines de Retamares antes de la guerra civil, y que éstas fueran aprovechadas por los republicanos para ralentizar el avance enemigo, pero si hay algo que realmente caracterizó esas  jornadas de lucha en la periferia de Madrid fue el caos, la improvisación y la desorganización más absoluta entre las filas republicanas, las cuales, a pesar de protagonizar algunos episodios de verdadero heroísmo y sacrificio, fueron incapaces de detener el empuje de las columnas atacantes, que alcanzaron los arrabales de Madrid y la Casa de Campo en un tiempo relativamente rápido. 

Tras la Batalla de Madrid, Ventorro del Cano y Retamares serían las bases de partida de las columnas  que atacaron Pozuelo de Alarcón y vértice Valle Rubios, en el primer intento de corte de la carretera de La Coruña por parte de las tropas de Franco, combates en los que no me detendré en este momento porque ya han sido ampliamente tratados en diferentes apartados de este blog. Terminada la Batalla de la Carretera de La Coruña, la zona e Retamares quedó integrada en la retaguardia del Ejército Nacional hasta el final de la guerra, siendo sus instalaciones empleadas para diferentes fines y jugando un papel muy importante en el sistema de comunicaciones y suministros de las líneas del frente madrileño. Según he podido comprobar al consultar la documentación militar de la época, Retamares se convirtió también en una importante posición artillera.

Finalizada la guerra, Retamares volvió a sus tradicionales usos: acuartelamiento, campo de instrucción, tiro y maniobras, polvorines, etc.  Se construyeron nuevos cuarteles, que se convirtieron en sede de diferentes unidades de la División Acorazada Brunete (el Regimiento Caballería Ligera Acorazada, Villaviciosa 14, Grupo Logístico y Grupo Artillería Anti Aerea Ligera y parte de la XI Brigada Mecanizada). Parte de las tropas acuarteladas en Retamares se vieron inmersas en la intentona golpista del 23-F, cuando entre las 19:00 y las 20:00 horas de aquella tensa jornada, tres escuadrones de blindados procedentes de Retamares ocuparon las instalaciones de RTVE de Prado del Rey.

Algo que sorprendentemente ha pasado desapercibido para muchos vecinos del noroeste madrileño es el hecho de que, desde 1999 hasta 2011, Retamares se convirtió en la sede del Cuartel General Subregional Conjunto Sudoeste de la OTAN, órgano responsable del planeamiento de las operaciones de defensa colectiva en el área Sudoeste de Europa, incluidas las islas Canarias. En este cuartel general, inaugurado bajo el Gobierno de José María Aznar, con la presencia del entonces Secretario General de la OTAN, Javier Solana, trabajaron cuatrocientos militares de once nacionalidades diferentes pertenecientes a las diversas armas. En 2003, el Cuartel General Subregional de Retamares se convirtió en el Mando de Componente Terrestre para el Sur de Europa, al acordar los ministros de Defensa de la OTAN una reducción drástica del número de mandos militares aliados a fin de modernizar la Alianza y adaptarla a las nuevas realidades. Función que cumplió hasta 2011, en que se decidió su cierre definitivo.

Aunque en Retamares siguen existiendo diversos acuartelamientos y zonas militares, en febrero de 2000, la Gerencia de de Infraestructura y Equipamiento de la Defensa firmó un convenio con el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón por el que este se comprometía a incluir los terrenos del Ministerio de Defensa, Polvorín Retamares, dentro del Plan General que se estaba tramitando. El Ministerio cedió las 20 hectáreas de suelo de Montegancedo al Ayuntamiento, siendo estas reclasificadas como suelo urbano. Sin embargo, en diciembre de 2005, la Gerencia de Infraestructura y Equipamiento de la Defensa sacaba a pública subasta los terrenos "Polvorín Retamares" y, en enero de 2006, se los adjudicaba a la Inmobiliaria Lualca. Estos acuerdos permitieron la apertura pública de buena parte de unos terrenos que, durante más de un siglo, habían estado destinados a usos exclusivamente militares, pero también supuso su conversión a suelo residencial, sin valorar el patrimonio histórico que pueda existir en ellos, ya que, entre otros motivos, el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, hasta la fecha, no ha elaborado su correspondiente Catálogo de Espacios y Bienes protegidos del municipio, tal y como establece la ley de Patrimonio de la Comunidad de Madrid.

Tengo que agradecer muy especialmente a Guillermo Poza Madera, compañero de Gefrema e incansable estudiosos de la historia del noroeste de Madrid, haber sido la primera persona que, hace ya un par de años, me llevó a visitar Retamares. Primero en una visita relámpago preparatoria de la estupenda ruta que estaba organizando para los socios de Gefrema, y después, durante la propia ruta, en la que pudimos recorrer la zona más tranquilamente, visitando los restos de los Polvorines y de las instalaciones defensivas que le daban protección (garitas, torres de vigilancia, etc.), así como otras huellas de la intensa actividad militar que durante décadas se ha desarrollado en aquél lugar: galerías de tiro al aire libre, diferentes ruinas, numerosos atrincheramientos de todo tipo y abundantes restos de cartuchería que aparecen a simple vista procedentes de las prácticas y maniobras militares que se han efectuado en Retamares durante décadas. Tanto es así, que puede decirse que en un par de paseos por la zona, con un poco de paciencia y atención, uno puede hacerse con una respetable colección de vainas, peines y balas de los diferentes calibres y modelos de armas de fuego que ha utilizado el ejército español en los últimos cien años de historia (Mauser, Star, Hostchkiss Cetme, MG-42…).

Las limitaciones de este blog me impiden alargarme más en el tema, quedando en el tintero aspectos realmente curiosos como el Reducto de la Estrella, la línea ferroviaria Cuatro Vientos-Brunete, detalles sobre las unidades militares y los diferentes cuarteles de Retamares, etc. Por ello, quien desee ampliar y complementar información sobre Retamares, le recomiendo visitar el Foro de Gefrema, donde Guillermo colgó abundante documentación que, como suele ser habitual en este Foro, se fue ampliando con las colaboraciones y aportaciones de otros compañeros. 


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía: Cuartel de Retamares (JMCM, 2010)

martes, 15 de noviembre de 2011

107) EL PLAN MASQUELET EN EL NOROESTE DE MADRID





Desde los mismos días de la guerra, se ha ido generado una enorme cantidad de literatura acerca del proceso de fortificación que experimentó la capital española en vísperas de la Batalla de Madrid. Pero lo cierto es que, hasta la fecha, existen pocos estudios serios y bien documentados relativos a esta cuestión.

Si nos fijamos en la prensa madrileña de octubre de 1936, da la sensación de que la capital se estaba transformando en un inexpugnable bastión defensivo, donde miles de ciudadanos de todo tipo y condición, trabajaban sin descanso en la construcción de trincheras y fortificaciones. Esta prensa esta repleta de fotografías en las que aparecen mujeres, ancianos, incluso niños con picos y palas cavando zanjas y levantando parapetos y barricadas de adoquines y sacos terreros. No faltan tampoco algunos líderes de las diferentes organizaciones políticas visitando los lugares en los que se realizan esos trabajos, y hasta poniéndose ellos mismos manos a la obra. A la vez, en cientos de carteles y pancartas que en aquellos días inundaban la ciudad podía leerse: “¡Fortificad Madrid!”, “¡No Pasarán!”, “¡Madrid será la tumba del fascismo!, “Obras de fortificación de Madrid. Horario de Trabajo: de solo a sol. Salario mínimo: la victoria de Madrid.”, y los periódicos hablaban de unos 10.000 trabajadores (en unidades de 500) cavando trincheras en Madrid y sus alrededores, y publicaban crónicas en las que podía leerse:

“Muchos trabajadores voluntarios se desplazan el domingo, aprovechando todos los medios posibles de locomoción, para prestar sus servicios en los diferentes sectores de fortificación de Madrid.”

Pero, en realidad, todo ello respondía a cuestiones propagandísticas, cuyos resultados eran más psicológicos que de cualquier otro tipo. A pesar de la sensación que intentaba transmitirse de que todo el pueblo de Madrid estaba contribuyendo con su esfuerzo a la defensa de la ciudad, la realidad era que muy pocos creían que Madrid fuera realmente defendible, ni que esos trabajos de fortificación fueran a servir de algo.

En este sentido, es interesante el testimonio de Julián Zugazagotia (1900-1940), director entre 1932 y 1937 del periódico “El Socialista”, que había sido diputado entre 1931 y 1936 y sería ministro de Gobernación en el primer Gobierno de Negrín. Tras la guerra se exilió en Francia, pero la Gestapo lo detuvo y lo entregó a Franco, que no tuvo ningún empacho en hacerlo fusilar. Antes de tan trágico final, Zugazagotia, protagonista destacado de aquellos días por haber desempeñado cargos importantes, escribió “Guerra y vicisitudes de los españoles”, donde recoge sus memorias sobre la guerra civil. En este interesante libro, respecto a los trabajos de fortificación que se realizaban en Madrid en aquellos días, el autor escribe lo siguiente:

“En algunas zonas de los alrededores de la capital, equipos de hombres cavaban trincheras. Era la última pasión: cavar trincheras. De los ministerios, de las oficinas públicas, de los establecimientos y comercios, oficinistas y dependientes, embarcados en camiones, eran enviados a hacer fortificaciones. Fortificaciones llamábamos los periodistas a unas zanjas de medio cuerpo que no tendrían posibilidad de utilizar los soldados (…) Los batallones de fortificadores no hacían trabajo útil. En dictamen de ingenieros y arquitectos, las trincheras que se construían no servirían para nada. Eran una pérdida de tiempo. Argumentaban largamente sus puntos de vista, para acabar sosteniendo la necesidad de un método y un plan, que según ellos no había. Aquellas personas a las que se compelía, con menos violencia que malos modos, a tomar la pala y el pico, estorbaban y no ayudaban. Los tajos se encombraban de trabajadores teóricos, tanto más entusiastas, cuanto más inútiles. Las fortificaciones de la capital eran modestísimas zanjas, sin profundidad, de las que la aviación enemiga expulsaría a nuestros combatientes tan pronto como se lo propusiera. Donde las cosas se hacían con más conciencia, empleando en la medida que se podía, el cemento, la obra no adelantaba con la prisa que se requería. Observando aquel trasiego de camiones, cargados de fortificadores de todas las edades, Madrid recibía la impresión de que le estaban haciendo una cintura amurallada, infranqueable para los ejércitos mejor pertrechados de ingenios demoledores. La verdad era mucho más modesta, tan modesta que da vergüenza confesarla. Nadie pasaba a creer que Madrid pudiera defenderse.”

Pero si el testimonio de Zugazagoitia resulta revelador, los informes técnicos realizados por especialistas militares en este sentido son demoledores. Y es que, las autoridades republicanas tardaron mucho en tomarse en serio la amenaza que se les venía encima. Madrid se consideraba una ciudad indefendible, por lo que casi todos los esfuerzos se centraron en el desarrollo de ofensivas militares que pudieran frenar a las columnas enemigas lo más lejos posible de la capital. Ofensivas que, una tras otra, terminaron en fracaso. Quizás, sea ese el motivo por el que se tardó tanto en acometer seriamente la fortificación de Madrid.

Siguiendo la prensa de la época, hasta casi la segunda quincena de septiembre no se habían realizado apenas obras de fortificación, reclamando los periódicos mayor ritmo para unos trabajos que apenas progresaban. Sería a partir del 27 de septiembre, con la entrada de las tropas de Franco en Toledo y la constitución de la primera Junta de Defensa de Madrid, cuando la cuestión de fortificar la capital y sus alrededores empiece a tomarse en serio. A comienzos de octubre la Junta encarga informes que den cuenta de los progresos y trabajos que se habían realizado hasta la fecha. Las conclusiones de dichos informes serían muy negativas: faltaba casi todo por hacer y, la mayor parte de lo realizado, no servía para nada. La Junta solicitó entonces la colaboración de los sindicatos para organizar batallones de fortificadores y para que tranvías y camiones se ocuparan del traslado de estos a las zonas de trabajo. Las secciones de construcción y de transportes de la UGT y la CNT se movilizaron, así como las organizaciones de barrio (Ateneos Libertarios, Casas del Pueblo, Comités de barriada, etc.), requisándose herramientas y material para este fin, pero el tiempo se acababa. Las columnas de África progresaban hacia la capital de manera incontenible.

No obstante, a pesar de la desorganización, la improvisación y el voluntarismo poco eficaz que parece que caracterizaron los trabajos de fortificación en aquellos días, es evidente que existieron planes serios y bien planificados para dotar a Madrid de unas defensas adecuadas, otra cosa es la puesta en práctica y las posibilidades reales que tuvieron los mismos. La dirección de esos planes defensivos se encomendó al general Carlos Masquelet Lacaci. El general Masquelet (1871-1948), respondía a las características propias de muchos militares españoles decimonónicos, herederos directos del liberalismo político y del constitucionalismo surgido en las Cortes de Cádiz. Muy diferente de otros compañeros de armas monárquicos y tradicionalistas del mismo periodo y, mucho más, de los militares denominados africanistas que protagonizarían la sublevación del 18 de julio. Masón y republicano convencido, Masquelet había sido profesor de la Academia de Ingenieros y de la Escuela de Máquinas de la Armada, dirigiendo personalmente la construcción de la nueva Base Naval de El Ferrol, de cuyo proyecto había sido autor. En 1930 alcanzaba el grado de general y al proclamarse la II República fue elegido personalmente por Azaña, del que era amigo íntimo y al que ayudaría en las reformas militares puestas en marcha durante el primer bienio, para ocupar la Jefatura del Estado Mayor Central, siendo nombrado, algo más tarde, jefe del Cuarto Militar del Presidente de la República. Entre el 3 de abril y el 6 de mayo de 1935, en el Gobierno presidido por Lerroux, Masquelet ocupó la cartera del Ministerio de la Guerra, volviendo a presidir este Ministerio entre el 19 de febrero y el 13 de mayo de 1936, durante los Gobiernos de Manuel Azaña y Augusto Barcia. El general Carlos Masquelet estaba considerado como la primera autoridad en España en materia de fortificación militar, por lo que en septiembre de 1936, a pesar de su avanzada edad, se le encargó la  planificación defensiva de Madrid.

El hecho de que el general Masquelet fuera elegido para dirigir dichos trabajos, ha provocado que diferentes autores hablen de un supuesto Plan Masquelet para referirse al conjunto de planes y proyectos defensivos que se pusieron en práctica para fortificar Madrid. Dicho “Plan Masquelet” es poco conocido y, hasta la fecha, no he sido capaz de localizar documentación específica y clara sobre el mismo. Tampoco he encontrado referencias o alusiones a dicho plan en fuentes de la época, lo que me ha hecho pensar que, posiblemente, no existiera un único plan general de fortificación, sino un conjunto de proyectos e iniciativas que fueron ampliándose o modificándose en función de las circunstancias y el desarrollo de los acontecimientos, y cuya dirección y supervisión recayó en el general Masquelet.

No obstante, en fuentes secundarias y trabajos de diferente signo, podemos encontrar referencias concretas sobre los sistemas defensivos y los complejos de líneas fortificadas que los republicanos realizaron para escalonar estratégicamente los movimientos de contención del avance enemigo. Por ejemplo, Martínez Bande, en su libro “La marcha sobre Madrid” recoge diferentes aspectos de ese sistema defensivo:

“Las obras defensivas gubernamentales surgieron siempre aisladas, preferentemente en los cruces de carreteras, siendo además frecuente encontrar los puentes volados o a punto de serlo. Pero en el momento de la marcha sobre Madrid puede hablarse, sin exageración, de un plan general de fortificaciones, obra del general Masquelet, que pretendía detener a las fuerzas de Varela ante una sucesión de obstáculos. Las obras no eran continuas, bien por razones de criterio o por la imposibilidad material de realizarlas, dada la velocidad del avance enemigo, defendían pueblos y cruces de caminos y se escalonaban en profundidad, según cuatro órdenes, aprovechando las diferentes carreteras que se extienden en sentido concéntrico en torno a Madrid.”

Los cuatro órdenes o sistemas defensivos de  los que habla Martínez Bande en su libro, destinados a frenar y contener el avance franquista sobre Madrid desde el sur, son los siguientes:

El primer sistema tenía como puntos fuertes los pueblos de Villamanta, Navalcarnero (considerado la clave del sistema), El Alamo, Batres, Serranillos, los dos Torrejones y Valdemoro.

Un segundo sistema se apoyaba en las localidades de Brunete, Villaviciosa, Móstoles, Fuenlabrada y Pinto, cubriendo también la carretera transversal que los comunicaba, y llegando, luego de bifurcarse, hasta un kilómetro de San Martín de la Vega y el cerro de los Ángeles.

El tercer sistema cubría la capital por el sur en una amplitud de unos 120 grados, llegando hasta el cerro de los Ángeles, punto fuerte del sureste de tales defensas. El último sistema partía de las proximidades de Pozuelo de Alarcón, cruzaba la Casa de Campo y defendía Campamento, Carabanchel y Villaverde, extendiéndose hasta muy cerca de Vallecas.

Por su parte, el sector de la sierra permanecía infranqueable desde los primeros días de la guerra, en que las milicias habían frenado a las tropas de Mola. En este frente se había sabido aprovechar la ventaja que proporcionaba la topografía del terreno, habiéndose realizado, aquí también, importantes obras defensivas, lo que garantizaba no solo que el enemigo no avanzara por este sector, sino también el suministro de agua a la ciudad, al quedar los embalses y pantanos que abastecían a Madrid dentro de la zona republicana.

A medida que los diferentes sistemas de contención iban siendo rebasados por las tropas de Franco, se fueron intensificando los trabajos de fortificación en los alrededores de Madrid, planificándose ya, otras líneas defensivas en el interior de la propia ciudad, hablando algunos documentos de diferentes anillos defensivos (barricadas, parapetos, edificios convertidos en fortines…) que recorrían las calles y plazas de la capital.

De todos estos sectores y anillos fortificados, la zona que más nos interesa en este blog es el noroeste madrileño. Como comentaba más arriba, desconozco la existencia de documentos específicos sobre esta cuestión, pero, a tenor de las distintas fuentes y de las fortificaciones que, en diferente estado, han llegado hasta nuestros días, podemos sacar algunas conclusiones.

En las semanas previas a la batalla de Madrid se realizaron importantes obras de fortificación en la zona noroeste de la región. El objetivo principal, era frenar un posible ataque directo del enemigo por este sector, pero también,  evitar el envolvimiento de la capital y asegurar las comunicaciones con la Sierra.

La mayor parte de estos trabajos se concentraron en las inmediaciones de Aravaca y Pozuelo de Alarcón, y, en menor medida, en la Dehesa de la Villa y Monte del Pardo.

El hecho de que los combates de importancia en este sector se retrasaran hasta el inicio de la Batalla de la Carretera de la Coruña, permitió un margen algo mayor de tiempo para la realización, consolidación y terminación de las diferentes fortificaciones, lo que, posiblemente, contribuyó a que las tropas de Franco tardasen más de un mes en lograr ocupar sus objetivos en este sector. De hecho, tanto los informes de las unidades militares que participaron en los combates, como en las crónicas publicadas por la prensa de la época, se hacen reiteradas menciones a las sólidas fortificaciones que existían en Pozuelo y Aravaca, mencionándose específicamente la existencia de nidos de ametralladoras de hormigón armado, unas construcciones que, en aquellos días, llamaban poderosamente la atención a las tropas atacantes.

Respecto a las características de estas fortificaciones, podemos decir que los restos que se conservan en el noroeste de Madrid, junto a las referencias que nos han llegado de otras ya desaparecidas, son muy similares a las construcciones que, en ese mismo periodo, se construyeron en diferentes puntos de los alrededores de la capital. En general, se trata de puestos para arma automática de gran tamaño y forma cúbica, construidos en hormigón de muy buena calidad, con una única tronera frontal y con unos fuertes muros que llegan a alcanzar el metro y medio de grosor. La mayor diferencia que existe entre los diferentes ejemplares la encontramos en sus respectivas cubiertas, ya que,  mientras unos las tienen en forma piramidal, otras están rematadas en curva, o son totalmente lisas. También encontramos fortines con todas sus paredes en ángulo recto entre si, con algunos de sus bordes achaflanados, o formando rebordes sobresalientes en algunas de sus paredes.

De la eficacia que estas construcciones pudieran tener durante los combates que se desarrollaron entre noviembre de 1936 y enero 1937, es difícil decir algo. Parece que en algunos puntos de Pozuelo si tuvieron cierta utilidad para frenar durante algún tiempo al enemigo, pero, lo que es innegable, es que finalmente, con fortificaciones o sin ellas, prácticamente toda la zona  fue ocupada por las tropas de Franco. Son bastantes los testimonios que he podido encontrar sobre lo ineficaces que, en líneas generales, resultaron estas construcciones. Una ineficacia que no se debió tanto a sus características o ubicación, como al hecho de que, muchas de ellas, ni siquiera llegaron a ser empleadas por los defensores, entre otras cosas, porque desconocían la existencia de estas construcciones en los mismos lugares en los que estaban combatiendo.

En este sentido, son especialmente significativos los testimonios de diferentes protagonistas directos de aquellos días (Mijail Kolstov, Modesto…), los cuales, dejaron constancia de cómo, el caos, la desorganización y la descoordinación que protagonizaron muchas de aquellas jornadas de lucha, provocaron que esas magníficas fortificaciones apenas fueran aprovechadas por los defensores. Sin ir más lejos, el propio Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa, dejaría el siguiente testimonio:

“El conjunto de tales obras estaba muy lejos de poderse considerar terminado cuando el enemigo se acercó a la Plaza, y prácticamente, en la confusión reinante, no se podía pretender su ocupación de una manera ordenada y dirigida. Tal vez las obras más retrasadas, situadas en el propio lindero de la ciudad, pudieran guarnecerse en el último repliegue, y no se debía de perder  la esperanza de que en ellas llegase a consolidarse la resistencia. En cualquier caso, parecía frustrada la previsión del Mando Supremo de fortificar la periferia de Madrid, contribuyendo a ello la falta de conexión entre la dirección de las obras defensivas (a cargo de elementos civiles sin relación con el mando militar) y los comandantes de las diversas Columnas. Las tropas y sus jefes desconocían la localización de las obras avanzadas, que ya se habían terminado, y en su repliegue pasaron junto a ellas sin ocuparlas.”

Eficaces o no, esas fortificaciones fueron levantadas en aquellos lejanos días de guerra. Algunas de ellas aun se conservan. En el noroeste de Madrid, podemos encontrar buenos ejemplos  en la Dehesa de la Villa, en la Carretera de Castilla, o, en Pozuelo de Alarcón, en el Cerro de los Gamos o en la C/ Isla de Sálvora. También tenemos referencias de otras fortificaciones similares ya desaparecidas, pero de las que se han conservado referencias y fotografías, como puede ser el caso de las fortificaciones del Cerro Perdigones, posiblemente enterradas al construirse el parque que hoy en día existe en ese lugar y que Severiano Montero recogió en su libro “Paisajes de Guerra” (CAM, Madrid, 1987), o los desaparecidos fortines del Cerro de Bularas, destruidos sin contemplación hace pocos años y que Ricardo Castellano incluye en su libro “Los restos de la defensa” (Almena, Madrid, 2007), ambos ejemplos en Pozuelo de Alarcón.

La Batalla de la Carretera de La Coruña dio paso a la estabilización de un frente, en cuyas líneas, las fortificaciones de las que venimos hablando perdieron la utilidad para la que habían sido construidas, ya que, al quedar muchas de ellas en territorio ocupado por las tropas atacantes, la disposición de sus troneras terminaron apuntando hacia la dirección contraria a las líneas de fuego. Es muy posible que alguno de ellos, durante el tiempo que duro la contienda, fuera reutilizado con diferentes fines militares (refugio, depósito, polvorín…). Sabemos también que tras la guerra algunos de estos fortines se emplearon como infraviviendas. Otros, víctimas de la expansión urbanística desarrollada en la zona,  fueron enterrados o destruidos.

Sería interesante que los que han llegado hasta nuestros días, algunos en excelente estado de conservación, recibieran una protección adecuada que permitiera que, estos vestigios del primer cinturón defensivo con el que se intentó proteger a Madrid en los primeros meses de guerra, no desaparecieran para siempre.


JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


Fotografía 1: Carretera de Castilla (JMCM)
Fotografía 2: Isla de Sálvora (JMCM)

viernes, 19 de marzo de 2010

76) VERGÜENZA




“Áreas de Planeamiento como “Huerta Grande” que es a la que afecta esta actuación. Por motivos de seguridad se ha comenzado a derribar el muro que separa esta finca de la calle de Campomanes, y parece ser que se va a aprovechar esta circunstancia para ensanchar dicha calle, dotándola de dos carriles y una acera más ancha, por que la actual, en algunos tramos no permite siquiera el tránsito de una persona. Del mismo modo se ensanchará la salida hacia la carretera de Majadahonda y la de Boadilla, cambiando la ubicación de la parada del autobús que actualmente es muy conflictiva.” enpozuelo.es/noticias/

No es la primera vez. Quizás, deberíamos de estar ya acostumbrados a este tipo de atentados contra el patrimonio histórico-cultural de nuestra zona, pero NO, no sólo no nos acostumbramos, sino que cada vez nos causa más repulsa, indignación y tristeza.

Hace pocos días, en Pozuelo de Alarcón se ha cometido la increíble barbaridad de derribar uno de los vestigios arquitectónicos más antiguos con los que contaba el municipio. El tapial del siglo XVIII que rodeaba la finca de Huerta Grande ya no existe. Un mal día, el Ayuntamiento, saltándose a la torera todos los protocolos de actuación sobre patrimonio, bienes de interés cultural y arqueología, lo destruyó en pocas horas. Se ponía así fin a dos siglos de Historia. Una Historia a la que, lamentablemente, ya sólo podremos acercarnos a través de la memoria, la fotografía y los documentos escritos.

En junio de 2009 publicábamos en este blog una entrada con el título “POZUELO DE ALARCÓN”, donde reproducíamos parte de las memorias de Mateo Merino, uno de los combatientes republicanos que se encontraban en Huerta Grande durante la batalla de la carretera de La Coruña. En estas memorias, Merino nos hablaba de la casa de Huerta Grande, de sus trincheras, de los combates que se entablaban con las tropas franquistas parapetadas en la cercana Colonia de la Paz. Mateo Merino, recordaba también a sus compañeros y las diferentes sensaciones que aquellas jornadas únicas le causaron.

También hacía alusión al tapial que recientemente ha sido destruido. Nos hablaba de cómo se había convertido en parapeto, abriéndose en él aspilleras por las que poder disparar, y de cómo el fuego del enemigo tenía enfilados algunos puntos de la misma, convirtiéndolos en lugares sumamente peligrosos. Los restos de estas aspilleras, toscamente taponadas, seguían apreciándose hoy en día en el muro, que también contaba con numerosos impactos de bala.
Hoy, todo eso ha desaparecido. La pobre justificación que se ha dado es que el muro estaba en muy mal estado y que por “motivos de seguridad” ha sido derribado. Es lo de siempre: primero se abandonan las cosas, despreocupándose del cuidado y conservación de las mismas (lo que debería de ser una de sus competencias y responsabilidades) y después, con la excusa del supuesto riesgo de que se derrumbe y pueda causar algún daño, se llevan las excavadoras y asunto terminado. ¡Que vergüenza!

Ahora, aprovechando tan “oportuna” circunstancia, se van a desarrollar una serie de obras. Si a todo esto le sumamos la tala incontrolada de los árboles del lugar y el hecho de que el Ayuntamiento ha comprado parte de los terrenos de Huerta Grande para destinarlo a uso público y privado, la jugada parece clara.

En los últimos días, algunas personas interesadas en el tema nos hemos ido acercando al lugar para comprobar in situ este último desatino. Allí, hemos evocado (como tantas otras veces) aquellos terribles días del invierno 1936/37 en que toda la zona se convirtió en un cruento campo de batalla, y en los que “Huerta Grande” (su casa, jardines y desaparecido tapial), fueron protagonistas de primer orden.

La Historia manifiesta su presencia de diferentes maneras, y así, en el hoy desolado espacio que hasta hace pocos días ocupaba el tapial de “Huerta Grande”, han ido apareciendo restos de aquellos días de guerra: balas, vainas, cartuchos, peines… Vestigios históricos que, en su inmensa mayoría, han terminado en alguna escombrera, sin tiempo de poder ser recogidos y catalogados.

En fin. Una nueva e irreparable agresión al patrimonio histórico y cultural del noroeste de Madrid.

Lamentablemente, nos tememos que no será la última.


"PROYECTO FRENTE DE BATALLA"


Fotografías: Entrada de “Huerta Grande”, antes y después de ser destruida (JMCM)