DE DESORGANIZACIÓN, ESPANTADAS Y RIVALIDADES
La última etapa de la batalla de la carretera de La Coruña (iniciada el 3 de enero de 1937) fue un completo caos en el bando republicano. La potente ofensiva franquista fue barriendo todas las resistencias colocadas a su paso, resultando cada vez más difícil establecer nuevas líneas de resistencia. En muchos momentos, la desorganización entre las fuerzas de la defensa fue total. No existían enlaces adecuados, las unidades operaban dispersas, sin conexión entre ellas, las retiradas incontroladas, conocidas como “espantadas”, se fueron generalizando por todo el frente, la munición comenzó a escasear y las órdenes de los mandos, con frecuencia, no eran cumplidas por nadie.
Se entró así en un momento crítico para los defensores de Madrid. El enemigo se encontraba a las puertas de la ciudad, había alcanzado la carretera de La Coruña, ocupando un gran número de pueblos, y amenazaba seriamente a la capital por el norte y el noroeste.
Sobre el terreno, los restos de unidades republicanas deambulaban confusas y desorientadas. Grupos de milicianos en retirada se cruzaban con otros que acudían a cubrir posiciones. En los caminos que conducían a Madrid se mezclaban heridos, cadáveres, evadidos… con vehículos averiados y armamento abandonado. El aire era surcado por continuas ráfagas de fusilería y por mortíferos proyectiles artilleros que estallaban aquí y allá provocando terribles lluvias de metralla.
Con la caída de Pozuelo, el día 7 de enero, y de Aravaca, el día 8, las columnas atacantes alcanzan el Cerro del Águila y la Cuesta de las Perdices, donde, a pesar de chaqueteos y espantadas, encontraran una tenaz resistencia. Se envían refuerzos para cerrar la brecha y tras horas de crudos combates, las tropas de choque franquistas, exhaustas, se ven obligadas a detener la ofensiva.
Fueron días duros y confusos entre los defensores de Madrid. Junto a episodios de valor y coraje, se desarrollaron otros de auténtico pavor y miedo. El temor a ser copados por el enemigo provocó numerosas huidas desorganizadas, muchas veces, totalmente injustificadas. El miedo entre la tropa, al igual que el arrojo, se contagia con facilidad y llega a resultar totalmente incontrolable. Sólo la actitud firme de algunos oficiales y jefes de unidades consiguieron, en parte, mitigar esta difícil situación. Existen testimonios de cómo algunos de estos oficiales, ante la espantada alocada de sus tropas, decidieron hacer uso de sus pistolas o revólveres para obligar a sus hombres a ocupar las posiciones abandonadas. Más de uno disparó mortalmente contra los que huían para que el resto obedecieran y dieran la vuelta.
Al miedo y la desorganización generalizada en las milicias se unió el grave problema de las rivalidades entre las diferentes organizaciones y tendencias políticas. El envío de armas y asesores por parte de la URSS facilitó el ascenso del Partido Comunista, un partido que antes de la guerra podía ser considerado de marginal en España. Los comunistas supieron desarrollar una potente propaganda en beneficio de sus intereses y actuando hábilmente lograron alcanzar un fuerte protagonismo y una clara hegemonía frente al resto de partidos y sindicatos.
Las unidades comunistas eran las mejor armadas entre las milicias, y sin querer desmerecer el valor que mostraron en muchos momentos, lo cierto es que esa superioridad material, junto a una pretendida disciplina y organización, contribuyeron a que se presentasen como el mejor y más eficaz modelo de combatientes. El control y la influencia que los comunistas fueron adquiriendo desde los primeros momentos de la guerra provocaron tensiones graves que en diferentes momentos acabarían en disputas y choques violentos con otros grupos políticos.
En aquellos últimos meses de 1936 y primeros de 1937, cada organización contaba con sus propias unidades de combate. Éstas funcionaban con cierta autonomía, no acatando muchas veces más órdenes que las provenientes de sus respectivos comités. Las rivalidades entre ellas eran evidentes, lo que causó numerosos problemas y momentos verdaderamente críticos.
Sobre las rivalidades, desorganización y espantadas de las milicias durante la batalla de la carretera de La Coruña se ha escrito mucho y contamos con abundantes testimonios. Hoy reproducimos un fragmento de las memorias de Cipriano Mera Sanz, “Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista”:
“Perdidos los pueblos de Boadilla del Monte, Las Rozas y Majadahonda, y en plena desbandada las fuerzas que operaban por aquel sector, el comandante Juan Perea fue designado para reemplazar al general Kléber. Puede afirmarse que en aquellos momentos reinaba allí el caos más completo. Tanto las Brigadas Internacionales como las unidades del Campesino y de Líster, así como las fuerzas del Batallón “España Libre”, de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), retrocedían en desorden, sin que hubiese modo de pararlas y reorganizarlas para cortar el avance enemigo. En el momento más difícil de la defensa de Pozuelo, pusieron al mando de las Milicias al comandante Zulueta, creo que del cuerpo de Aviación, pero nada pudo hacer. Merecería todo esto extensos comentarios, pero me limitaré a señalar que tanto la pérdida de Pozuelo, como la de Aravaca y la Cuesta de las Perdices, no puede atribuirse a ningún militar, sino más bien a la forma de lucha de las Milicias; de cualquier tendencia que fuesen, éstas se comportaban con gran falta de disciplina, sin tener en cuenta para nada las órdenes de los mandos militares. Únicamente dos unidades se distinguieron por su arrojo y cohesión: el 9º Batallón de Milicias Confederales y el Batallón del comandante Perea.
Las patrullas de nuestra Brigada pasaron una semana deteniendo y reuniendo a la gente que tan calamitosamente había retrocedido. Para dar una idea del barullo, señalaré haberse recogido durante esos días entre cinco mil quinientos y seis mil fusiles, los cuales sirvieron para armar convenientemente cinco nuevos batallones confederales, entregando nuestra Brigada el armamento sobrante al Estado Mayor de la Defensa de Madrid. Como he dicho antes, entre las fuerzas “replegadas” se encontraban dos de las más abaladas unidades comunistas. Estas cosas, en la época miliciana, podían ocurrir con cualquier otro sector, y era muy natural. La diferencia está en que todo otro sector, comprendiéndolo, no trataba de explotarlo a fines partidistas. En cambio el Partido Comunista del menor fallo de las demás unidades combatientes hacía sensacionales campañas de escándalo a fin de demostrar que sólo sus jefes militares sabían lo que se traían entre manos. Pues bien, en este lamentable episodio se encontraban las huestes del Campesino, a las cuales les recogimos nada menos que cincuenta ametralladoras y varios fusiles ametralladores. Cuando amainó el temporal, el propio Campesino vino a nuestro puesto de mando y trató de justificarse diciéndome que sus fuerzas no habían corrido, sino que se les había dado la orden de retirarse para ser reorganizadas en Chamartín de la Rosa, por lo cual teníamos que devolverle las armas suyas.
-No quiero discutir- le dije- si ese medio centenar de ametralladoras es tuyo o no. Lo que sostengo es que tus fuerzas, al igual que las demás que han intervenido en este frente, son responsables de la desbandada. Por lo demás, el general Miaja y el teniente coronel Rojo me han ordenado poner patrullas para desarmar a cuantos huían, y lo mismo he hecho con los tuyos que con los otros. Estoy, no obstante, dispuesto a enviar las ametralladoras que reclamas a tu puesto de mando, y ello por dos motivos: el primero porque, sin duda, te hacen falta, y el segundo porque no quiero que se diga que Cipriano Mera, de la CNT, te quita las armas por ser del Partido Comunista. Pero que quede claro que los tuyos han corrido como corzos, y no me digas lo contrario, porque entonces no te devuelvo ni un fusil.
Se calló la boca y aceptó que con nuestros propios transportes le lleváramos las ametralladoras a su puesto de mando.
Debo dejar bien claro que en aquellos momentos difíciles, tanto el comandante Perea como el comandante Zulueta, dieron prueba de altas cualidades militares y se portaron como verdaderos hombres; gracias a ellos fue posible, en plena adversidad, detener al enemigo en el Alto de las Perdices. Perea reveló asimismo ser hombre adecuado para desempañar el mando del sector, cumpliendo en él, como en todos cuantos cargos ejerció durante la guerra, con la mayor lealtad.”
Cipriano Mera había nacido en Madrid, el 4 de noviembre de 1897. Albañil de profesión comenzó militando en el Sindicato de la Edificación de la UGT, de donde sería expulsado por su radicalidad. En los años treinta contribuyó a la organización del Sindicato de la Construcción de la CNT en Madrid, destacándose como uno de los militantes más comprometidos y combativos dentro de la misma. Al producirse el alzamiento militar del 18 de julio de 1936, Cipriano Mera se encuentra encerrado en la Cárcel Modelo de Madrid por formar parte del comité de la huelga que la CNT sostenía desde hacía meses en el sector de la construcción. Es liberado e inmediatamente se pone a disposición de la CNT, colaborando en la derrota de la sublevación en Madrid. Al mando de una columna anarcosindicalista tomará Guadalajara y Cuenca y actuará en la sierra madrileña. Pronto se destaca como uno de los más significativos y eficaces jefes de milicias y en la batalla de la carretera de la Coruña cubrirá uno de los sectores más complicados: el del Puente de San Fernando y la Puerta de Hierro. Con la militarización de las milicias, Cipriano Mera fue nombrado Jefe de la 14 División (constituida en febrero de 1937) actuando destacadamente en batallas como la del Jarama o Guadalajara. En octubre de 1937 tomó el mando del IV Cuerpo de Ejército. En marzo de 1939 apoya al Consejo Nacional de Defensa de Casado, y con sus tropas derrota a los comunistas en Madrid. Tras la guerra sufrirá cárcel y exilio, sin dejar de luchar por las ideas en las que siempre creyó. Murió el 24 de octubre de 1975 en París, siendo enterrado en el cementerio de Boulogne-Billancourt.
El papel que jugó el anarcosindicalismo madrileño durante la guerra civil es poco conocido. Con frecuencia se le ha restado importancia o directamente se ha silenciado. Militantes como Eduardo Val, Teodoro Mora, David Antona, Mauro Bajatierra, Gregorio Gallego, Isabelo Romero, Eduardo de Guzmán o el mismo Cipriano Mera son poco estudiados, quizás como consecuencia de las rivalidades ideológicas de las que hablábamos más arriba, pero no cabe duda de que el movimiento libertario tuvo una importante actuación en Madrid a lo largo de toda la guerra.
“Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista” fue editado en los años setenta por la desaparecida editorial Ruedo Ibérico, por lo que resultaba complicado conseguir un ejemplar. Pero gracias a la nueva edición realizada en 2006, este interesante libro puede encontrase, hoy en día, en cualquier librería.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía: Cipriano Mera en 1937.
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