jueves, 30 de julio de 2009

41) El final de una ofensiva



EL FINAL DE UNA OFENSIVA

Día 7 de enero de 1937: la resistencia republicana en Pozuelo termina cediendo. Las tropas al mando del general Varela insisten en sus ataques. La lucha se concentra ahora en Húmera. La Carretera de la Coruña es un cruento campo de batalla en el que se desarrollan fieros combates.

La guerra avanza como un torbellino arrollador que devasta todo a su paso. El frío y plomizo cielo de invierno es surcado por terroríficos proyectiles de artillería. Unos penetrantes silbidos preceden a las explosiones. Unas explosiones que desatan una tormenta de metralla y fuego.

La obsesión del mando republicano es cerrar las brechas abiertas en el frente, reorganizar una línea defensiva digna de ese nombre, impedir la penetración enemiga en El Pardo, defender las posiciones a toda costa y contraatacar siempre que se pueda. Pero el caos es enorme. La 38 Brigada Mixta, al mando de Zulueta, se consume tras jornadas de incesante lucha. Los hombres del Campesino, de Durán, de Hans y de Palacios, combaten obstinadamente o se retiran en desorden. Resulta muy complicado hacerse una idea aproximada de lo que está pasando.

Lo único claro es que los rebeldes avanzan. En Somosaguas se combate. Humera es ocupada. La carretera de La Coruña se ha convertido en una peligrosa amenaza para Madrid. En torno a ella, las vanguardias franquistas hostigan, presionan y, lo más grave, progresan hacia la capital.

En Aravaca la consigna es clara: “Resistir a toda costa”. Lister recibe la orden de ocupar la carretera de La Coruña entre los kilómetros 9 y 11, con la misión principal de asegurar la Cuesta de las Perdices y cortar el paso al enemigo. También llega al frente, procedente de Jaén, la 3 Brigada Mixta al mando de José María Galán.

El día 8, una importante fuerza franquista procedente de Las Rozas se une a los combates. El objetivo principal es Aravaca, donde las tropas republicanas al mando de Palacios van a recibir un duro castigo. Durante toda la mañana las baterías de distintos calibres vomitarán sus mortíferas cargas sobre uno y otro ejército. La tierra retumba, levantando espesas nubes de polvo y humo. El repiqueteo de las ametralladoras es constante. Las balas surcan el aire en todas direcciones.

Los hombres luchan desesperadamente desde el amanecer. Las tropas de Barrón ocupan el vértice Barrial, Asensio presiona sobre Aravaca que, tras cambiar de manos en diferentes momentos, y a pesar de una durísima resistencia republicana, terminará cayendo al final del día. En los lindes de la Casa de Campo se suceden las descargas de fusilería. Por todas partes se producen escenas violentas y desesperadas.

La caída de Aravaca supone un duro golpe para los republicanos, uno más. Los batallones se disgregan y pierden contacto entre si. En ciertas unidades cunde el pánico y el desaliento, produciéndose autenticas desbandadas. Algunas tropas han quedado incomunicadas en puntos aislados, donde combaten desesperadamente o se rinden al enemigo. La llegada de la noche cubre el campo de batalla de tinieblas. El hielo se mete en los huesos, y aunque los combates principales se detienen, las detonaciones y ráfagas siguen escuchándose de forma rutinaria.

El riesgo para Madrid está ahora en que los rebeldes consigan cruzar el Manzanares y enlacen con sus avanzadillas de Ciudad Universitaria y Parque del Oeste. Hay que proteger los posibles pasos. La orden emitida por el Alto Mando republicano a todas las unidades del frente es clara y contundente: “No más flaquezas, el que retroceda traidor”.

En el Puente de San Fernando las tropas de Gallo reciben el refuerzo de dos compañías de Guardias de Asalto. Lister tiene la orden de contraatacar de flanco “con todas sus fuerzas”. En la misma orden se señala que “es indispensable evitar por todos los medios que el enemigo progrese hasta el Puente de San Fernando”. Puerta de Hierro, las tapias del Pardo, la Dehesa de la Villa, la Playa de Madrid, Buenavista… todo lugar susceptible se ser convertido en línea defensiva es fortificado y ocupado por unidades de combate.

Durante el día 9 se lucha entre Aravaca y el Manzanares. Asensio y Buruaga, en colaboración con las tropas de García-Escámez, tienen la orden de ocupar la Cuesta de las Perdices y el Cerro del Águila. El pulso entre ambos contrincantes es fuertísimo. Los atacantes tienen Madrid al alcance de la mano. Los defensores ven que el enemigo se les mete dentro. Hay que echar los restos. Se lucha encarnizadamente por cada palmo de terreno. Las cargas a la bayoneta se suceden. Se ataca y se contraataca ininterrumpidamente. En el libro “Nuestra Guerra”, escrito por Enrique Lister, puede leerse: "Durante todo el día 9 en lo merenderos de la Cuesta de las Perdices se combatió furiosamente cuerpo a cuerpo. El arma más empleada fue la bomba de mano”.

Al final de la jornada los rebeldes alcanzan sus objetivos. La Cuesta de las Perdices y el Cerro del Águila son ocupados, pero resulta imposible seguir avanzando. El desgaste de ambos ejércitos es enorme. Los atacantes se establecen en plan defensivo, mientras, los republicanos van a intentar un nuevo ataque en Las Rozas, pero sin éxito. De esta manera, la ofensiva franquista iniciada el día 3 de enero llega a su fin el día 9. El día 10 transcurrirá más o menos tranquilo. Los franquistas refuerzan sus posiciones y los republicanos reorganizan sus líneas, a la vez que preparan su contraréplica. Al día siguiente, con refuerzos procedentes de otros frentes, comenzará el contraataque republicano. Éste supondrá cinco días más de intenso desgaste, pero sin conseguir desalojar a los rebeldes de sus recientes conquistas.

Sobre el terreno quedaban los estragos de la guerra. Una guerra que acababa de empezar y continuaría, con toda su crudeza y destrucción, por más de dos años.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Soldados y periodistas que acompañan a las columnas franquistas en la caseta de peones camineros cercana a la Cuesta de las Perdices, enero 1937 (ABC).

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