FRENTE DE BATALLA
...Una presencia invisible late en esta meseta solitaria y en donde ayer sonaron las armas con los huesos, las piedras con los hierros, los muertos con los muertos y el terror absoluto con la rabia insolente, una inmensa pausa parece que recuerda, o repite, o se ensalma cuando evoca lentamente... (Gabriel Celaya)
lunes, 10 de noviembre de 2025
191) DIBUJO ARQUEOLÓGICO DE FORTIFICACIONES
viernes, 1 de agosto de 2025
190) HÚMERA: CAMPO DE BATALLA
Muchas veces, los lugares guardan huellas de su pasado. Algunas de ellas son claras, evidentes y visibles para todo el que pasa por ese sitio. Otras son más sutiles, y requieren un poco de atención y capacidad de interpretación para detectarlas. También las hay totalmente imperceptibles, al encontrarse ocultas o enterradas, como si fueran secretos bien guardados.
A lo largo del tiempo, las
huellas más recientes se van superponiendo a las más antiguas, formando una serie
de capas o niveles. Algo así como las hojas en otoño, que progresivamente van
desprendiéndose de los árboles para caer al suelo, formando una especie de
alfombra en la que las últimas en caer van tapando a las anteriores.
Una metáfora a la que se puede
sumar otra más, también muy común sobre las huellas que dejan la historia y el
paso del tiempo, como es la del palimpsesto, es decir, el pergamino cuyo texto
se raspaba para borrarlo y poder escribir otro nuevo, y que muchas veces, con
las técnicas adecuadas, es posible recuperar la escritura eliminada, lo que
permite descubrir contenidos mucho más antiguos e interesantes que los que
aparecen a primera vista.
Metáforas e imágenes más o menos líricas que
disciplinas como la arqueología, la paleontología o la geología, por medio de
la estratigrafía, han convertido en método científico con el que tratar de
establecer cronologías e interpretar la historia y el pasado de un territorio.
Por ello resulta tan
importante el control arqueológico de movimiento de tierras en todos aquellos lugares susceptibles
de conservar huellas interesantes de su pasado. Y por ello también, en un mismo
lugar, pueden aflorar restos pertenecientes a momentos históricos muy diferentes
y distanciados en el tiempo.
Algo así ha ocurrido en la
población de Húmera, en Pozuelo de Alarcón, donde lo que aparentemente no era
más que una parcela un tanto degradada por los escombros, tras realizarse unos
desbroces mecánicos, han aparecido una serie de antiguas estructuras circulares
excavadas en el terreno, correspondientes a silos que, a tenor de lo que puede
desprenderse de los abundantes restos cerámicos recuperados en sus interiores, muy
probablemente sean de época medieval, periodo histórico en el que precisamente
se situaría el origen de esta población.
Pero a la vez, el movimiento
de tierras hizo aflorar otro llamativo vestigio histórico, esta vez mucho más
cercano en el tiempo y algo más peligroso, como fue un proyectil artillero de
la Guerra Civil (1936-1939).
En concreto, se trataba de una
granada rompedora del calibre 155 mm, montada con una espoleta de cebo
Garrido modelo 24, que por algún motivo no llegó a explosionar. Estos
proyectiles, con más de 30 kg de peso y una longitud de unos 60 cm, podían
recorrer distancias de varios kilómetros a una velocidad que superaba los 400
metros por segundo. La onda expansiva y la lluvia de metralla que ocasionaban
al detonar alcanzaban radios de acción de hasta 200 m, removiendo
violentamente el terreno y generando enormes embudos.
Este hallazgo nos retrotrae a
finales de 1936, cuando el pequeño caserío de Húmera, al igual que sucedió con
otros muchos puntos del noroeste madrileño, quedó convertido en campo de
batalla.
Para entonces, el ataque
frontal a Madrid había fracasado y Franco y sus generales se afanaban en
planificar acciones que mejorasen la mala situación táctica que sus vanguardias
sufrían en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria. Se trataba de no perder
la iniciativa, desarrollando un amplio movimiento ofensivo sobre la carretera
de La Coruña con el objetivo principal de fortalecer el ala izquierda de su
dispositivo.
Para tratar de desbaratar
estos planes, las Fuerzas de la Defensa de Madrid, al mando del general Miaja,
tenían desplegadas en el sector a la 3ª Brigada Mixta del comandante José María
Galán, defendiendo Pozuelo y sus alrededores, y la denominada Brigada X, del
comandante Palacios, situada en torno a Aravaca, con el apoyo artillero de diez
piezas de diversos calibres.
El primer ataque se inició el 29 de noviembre. Dirigía la operación el coronel García-Escámez, con tres columnas mandadas respectivamente por los tenientes coroneles Barrón, Siro Alonso y Gavilán.
Las fuerzas al mando de Bartoméu (5ª Bandera de la Legión, 2º Tabor de Ceuta, un Tabor de la Mehala de Larache y 4º Batallón de Toledo, con dos baterías ligeras y una sección de carros) atacaron de madrugada desde la Casa de Campo, apoderándose del Hospital de Bellas Vistas (anteriormente conocido como de Nuestra Señora de las Mercedes), situado unos 700 metros al sur de Húmera, población que no conseguirían conquistar.
Al mismo tiempo, un poco más al oeste, la columna de Siro Alonso (7ª Bandera de la Legión, 1º Tabor de Alhucemas, 2º y 5º de Larache, 2º de Tetuán y un Tabor de la Mehala del Rif, reforzadas con cuatro baterías ligeras y dos compañías de carros), desarrollaba la acción principal, consistente en progresar desde Retamares para ocupar la línea determinada por la Colonia de la Paz, Pozuelo, su Estación, Aravaca, Cuesta de las Perdices y Cerro del Águila, pero su avance quedaría frenado al poco de iniciarse, quedando sus fuerzas fijadas al sur de Pozuelo, en su cementerio y en los hotelitos de la Colonia de la Paz, situada a las mismas puertas del casco urbano.
Por último, la caballería de Gavilán,
formada por siete escuadrones, con el apoyo de dos pelotones de infantería, desde el Ventorro del Cano trataría de desbordar Pozuelo por el oeste, pero
apenas lograría avanzar más allá del vértice Valle Rubios, ubicado unos cuatro
kilómetros y medio al suroeste de Pozuelo.
Además de las fuerzas
mencionadas, esta operación ofensiva contaba con un importante apoyo artillero,
compuesto por una batería de 75, dos de 105 y dos de 155. Precisamente, a este
último calibre pertenece la granada rompedora aparecida en los movimientos de
tierra recientemente efectuados en una parcela de Húmera, por lo que muy bien
podría haber sido disparada en aquellas jornadas de finales de noviembre de
1936.
Por lo que respecta a Húmera,
tras los mencionados combates de finales de noviembre, las fuerzas de ambos
ejércitos adoptaron una posición defensiva, tratando de mantener sus posiciones
y fijar al enemigo en las suyas, hostigándose constantemente desde la distancia
y desarrollando eventuales golpes de mano que no supondrían alteraciones en la
situación general del sector. Este periodo de semi espera sería aprovechado por
el mando republicano para reorganizar sus fuerzas. La 3ª Brigada, muy castigada
en los combates, fue retirada y reemplazada por la 38ª Brigada que, para principios de 1937, bajo el mando del capitán Zulueta, defendía todo el sector de Pozuelo. A continuación, desde Húmera hasta el puente de San Fernando, se mantenía la Brigada X del comandante Palacios, que recibió la nueva denominación de 39ª Brigada. Ambas unidades estaban integradas en la 5ª División del teniente coronel Juan Perea, que defendía todo el sector de Pozuelo hasta el río Manzanares. Fuerzas a las que se irían sumando otras más, una vez reanudados los combates.
El 3 de enero, una potente
masa de maniobra formada por 4 columnas bajo el mando conjunto del general
Orgaz rompía el frente al noroeste de Madrid y alcanzaba la carretera de La
Coruña a la altura de Las Rozas. Los combates se prolongaron a lo largo de los
días siguientes, avanzando las columnas atacantes en dirección a la capital. El
día 7, las tropas de García-Escámez y de Buruaga conseguían conquistar Pozuelo;
las de Barrón alcanzaban el kilómetro 11 de la carretera de La Coruña y las de
Asensio avanzaban en dirección a Aravaca. Tras la conquista de Pozuelo, las
fuerzas que habían ocupado el pueblo se dividieron para continuar su avance: Buruaga lograba tomar el barrio
de la Estación y progresar en dirección al Cerro del Águila; por su
parte, García-Escámez conquistaba Húmera y enlazaba con las fuerzas desplegadas en la Casa de Campo. Según sus informes, la conquista de Húmera
supuso un importante botín: 30 lanzabombas, 30 cajas de bombas, 5
ametralladoras, 180 fusiles, 4 fusiles ametralladores y material diverso,
contabilizándose más de 200 cadáveres en la parte de Húmera-Pozuelo.
El avance continuó en los días
siguientes. El 8 de enero, tras una lucha durísima, las topas de Asensio ocupaban
Aravaca, y el día 9, esas mismas fuerzas, en colaboración con las de Buruaga y
García-Escámez, lograban alcanzar los últimos objetivos de Cuesta de las
Perdices y Cerro del Águila. Unos días después, neutralizados los contraataques
republicanos en el sector de Las Rozas y Majadahonda, la batalla llegaba a su
fin.
La primera línea se situaba a
partir de ese momento a caballo de la carretera de La Coruña, quedando Húmera
muy a retaguardia de la misma (a algo más de 7 kilómetros). Los combates y
bombardeos desarrollados entre noviembre de 1936 y enero de 1937 habían causado
enormes destrucciones en su pequeño casco urbano, congregado en torno a la
iglesia de Santa María Magdalena, destrucciones que continuarían hasta el final
de la contienda debido, principalmente, al abandono y al aprovechamiento que
sus edificios y ruinas ofrecían para el esfuerzo bélico y el día a día de las
tropas desplegadas en el frente. Tras la guerra, la población sería reconstruida
por la Dirección General de Regiones Devastadas.
Hoy en día, Húmera es una
tranquila población en cuyas calles no hay nada que recuerde o sugiera el
pasado bélico que acabamos de repasar. Sin embargo, retomando la metáfora del
palimpsesto con la que comenzábamos esta entrada, podemos decir que, muchas
veces, el pasado no desaparece del todo, sino que puede permanecer latente bajo
la superficie del presente, emergiendo sus huellas en el momento en que se
raspan las capas más superficiales, y así, en una pequeña parcela de su casco urbano en la que
aparentemente no existe nada relevante, al desbrozar el terreno podemos
encontrar, al mismo tiempo, vestigios de un pasado que va desde casi los
orígenes de Húmera, allá por la Edad Media, hasta el invierno de 1936-1937, en
que la población se convirtió en un terrible campo de batalla.
Una superposición de diferentes momentos históricos, cada uno de los cuales ha dejado su huella en el subsuelo de Húmera. ¿Cuántos secretos más permanecerán ocultos?
Javier M. Calvo Martínez
NOTAS:
- La granada fue retirada por los artificieros de la Guardia Civil.
- Los trabajos arqueológicos están siendo realizados por "Urquiaga, trabajos por y para la arqueología"
lunes, 3 de marzo de 2025
179) ARPILLERA
Uno de los elementos más
característicos de la guerra de trincheras fue el saco terrero, con el que se
levantaban parapetos y se reforzaban y revestían los paramentos y cubiertas de las
fortificaciones, tal y como podemos apreciar en múltiples fotografías y grabaciones
de época.
Estos sacos estaban
confeccionados con un grueso y áspero material textil, fabricado a base de estopa, normalmente de
cáñamo o lino, llamado arpillera, por lo que eran fáciles de transportar en
grandes cantidades para ser rellenados con tierra en los mismos lugares en los
que se estaba fortificando, permitiendo construir con ellos, de manera
económica, rápida y sencilla, multitud de estructuras defensivas de gran eficacia
frente a las balas y la metralla del enemigo.
Como es lógico, al tratarse de
un tejido a base de fibras vegetales, la arpillera soporta muy mal los
elementos erosivos y tiende a desaparecer por completo pasado un tiempo. Por
tanto, salvo circunstancias muy excepcionales, rara vez aparecen vestigios de
estas piezas hoy en día.
Pero resulta que estos sacos eran empleados también para el transporte de materiales de
construcción, tales como el yeso, la cal, el cemento o la grava, algunos de los
cuales, al entrar en contacto con el agua, se endurecen. Por ello, no es del
todo extraño que, al visitar o excavar arqueológicamente una posición de la
Guerra Civil, entre los materiales que pueden aparecer, nos topemos con bloques
solidificados de cemento, mortero o cal con la forma de los sacos que los
contenían, apreciándose en muchos de ellos la característica impronta dejada
por la arpillera.
En algunos casos se trataría de sacos que quedaron olvidados o abandonados, siendo la lluvia y la humedad la responsable de su endurecimiento. En otros, quizás se buscó intencionadamente ese resultado. De cualquier manera, pasado el tiempo la arpillera que había actuado de molde desapareció, pero nos quedó su evidencia en estos bloques petrificados que, de otra manera, solo podríamos imaginarnos a través de lo que vemos en las antiguas imágenes o leemos en los documentos históricos.
viernes, 24 de enero de 2025
178) EL HORROR DE UN CAMPO DE BATALLA
Ninguna novela, película,
crónica o recreación es capaz de reproducir la espantosa experiencia que para
los soldados supone el campo de batalla.
La ansiedad previa al combate,
la furia, el terror, el abatimiento emocional, e incluso, la ruptura
psicológica que se puede llegar a sentir durante la lucha, o una vez que esta
ha finalizado.
Las batallas son
extremadamente violentas y confusas: los atronadores sonidos, los ruidos
perturbadores, las visiones horrendas, el sufrimiento, los peligros, la pérdida
de compañeros y amigos, el dolor de las heridas o la sensación de poder morir
en cualquier momento, suponen una terrible prueba difícil de superar.
Aunque algunos autores,
especialmente aquellos que pasaron por esas durísimas experiencias, nos han
dejado magníficas memorias y relatos literarios, lo cierto es que se carece del
lenguaje y las metáforas necesarias para poder describir con precisión el
horror de un campo de batalla.
La historia militar, basada en
los documentos de época, nos habla de fechas, estrategias, tácticas, unidades,
movimientos, armamento, combates y bajas, pero una batalla es mucho más que
eso, al menos, para quienes se ven inmersos en el fragor de la lucha. Para
ellos, una batalla es todo lo que nos cuentan las crónicas y los libros de
historia, pero a la vez, incluso mucho más, una batalla es una experiencia
vital profunda y extrema en la que se entremezclan todo tipo de factores
internos y externos al individuo: las características del terreno, los elementos meteorológicos, las condiciones físicas y mentales, las motivaciones
ideológicas, la moral, las dudas, los temores, los miedos, el valor, la
temeridad, el heroísmo, la cobardía, el sentido del deber y el instinto de supervivencia,
el compañerismo y el egoísmo, los nervios, la ansiedad, el estrés, el peligro máximo, la
violencia descarnada, la destrucción, la devastación, la confusión, el retumbar
de explosiones, detonaciones, ráfagas, gritos y alaridos, los olores densos, el
humo, los gases, el polvo, el sofoco intenso y el aire irrespirable, la
resistencia, el sacrificio, el cansancio, el abatimiento, el vacío, la
angustia, la euforia, la suciedad, el asco, el dolor, las heridas, la muerte,
la victoria, la derrota…
Un sinfín de dinámicas,
circunstancias, elementos, experiencias, pensamientos, sentimientos y emociones
retroalimentándose mutuamente y sucediendo al mismo tiempo en múltiples puntos
del combate, que pueden llegar a embargar a los soldados que lo afrontan
llevándolos al límite de sus capacidades. Algo que solo pueden entender en su
total magnitud aquellos que lo han vivido en primera persona y que el que fuera
uno de los más insignes renovadores de la historia militar, el británico John
Keegan, intento definir, allá por los años 70 del siglo pasado, con inevitable
lirismo, como “the Face of Battle”: el Rostro de la Batalla del que es
imposible hacer una descripción completa y realista, pero que queda grabado
para siempre en lo más profundo de todos aquellos que lo han presenciado,
conocido y vivido.
En el tórrido verano de 1937, entre el 6 y 26 de julio, tuvo lugar en el oeste de Madrid la batalla de Brunete, que por el volumen de tropas y medios empleados sería la más importante de las desarrolladas en el frente madrileño durante la Guerra Civil. A lo largo de 21 días, cerca de 100.000 combatientes de uno y otro ejército se enfrentaron en una terrible lucha de desgaste. El “Rostro de la Batalla”, al que se refería el historiador John Keegan, se manifestó en todo su esplendor y con toda su dureza: el calor abrasador, la aridez del terreno, los incendios, la sed insufrible, la potencia de fuego empleado (aviación, artillería, carros de combate, morteros, bombas de mano, armas automáticas, fusilería), los constantes ataques y contraataques, los combates cuerpo a cuerpo, los pueblos reducidos a montones de escombros, la imposibilidad de asistir a todos los heridos o de retirar a todos los muertos, fue la tónica general durante las largas jornadas de lucha, alcanzando tintes apocalípticos para quienes combatieron en primera línea en multitud de puntos del campo de batalla: Romanillos, El Mosquito, Quijorna, Villanueva de la Cañada, Villanueva del Pardillo, Brunete, Villafranca del Castillo, El Cortijo, Loma Fortificada, Loma Artillera, Casa del Monje, La Bellota, Castillo del Aulencia, Las Barrancas, Palacio Rúspoli, Loma Quemada, La Vilanosa, El Olivar, Los Llanos, Vértice Cumbre…
Lugares todos ellos tranquilos
y apacibles hoy en día, hasta el punto que cuesta creer que en estos mismos
escenarios, hace ahora 88 años, se desencadenase un infierno de tal magnitud
que supuso la devastación total de los pueblos afectados por los combates y que
acabó causando cerca de 40.000 bajas entre los dos ejércitos, de las cuales,
aproximadamente un tercio corresponderían a víctimas mortales. Datos terribles y difíciles de calibrar en su exacta magnitud a pesar de lo que nos cuentan los
documentos, las memorias, los testimonios, los estudios e investigaciones.
Pero sucede que un día, removiendo la tierra en una excavación arqueológica, en la posición situada en el Km. 33 de laM-600, en el término municipal de Brunete, a no demasiada profundidad, aparece un maxilar inferior humano, y los antropólogos forenses que se hacen cargo del hallazgo, a falta de un estudio completo, te informan que la dentadura indicaría que perteneció a una persona joven que debía rondar los 20 años de edad y que parece que el hueso tiene un pequeño desgarro en la zona del mentón que bien lo podría haber ocasionado una esquirla de metralla, y entonces, de golpe, rememoras todo lo que has leído e investigado sobre los combates que acontecieron durante la batalla de Brunete y te acuerdas de ensayos como los del mencionado John Keegan e, irremediablemente, tomas conciencia de la magnitud de la catástrofe y te impresionas y conmueves por la tragedia que se vivió en estos lugares y por el horror que todavía guardan los viejos campos de batalla.
Nota: siguiendo los protocolos establecidos para este tipo de hallazgos, el maxilar y los dientes fueron entregados a profesionales especializados para su estudio forense, antropológico y genético.
lunes, 13 de enero de 2025
177) ELEMENTOS LOCALIZADOS EN EL YACIMIENTO “FORTIFICACIONES DE LA PEÑUELA”, EN VILLANUEVA DE LA CAÑADA
Entre los meses de octubre y
noviembre de 2024 se ha realizado una peritación arqueológica para la
localización y documentación de estructuras defensivas en el yacimiento
arqueológico denominado “Fortificaciones de la Peñuela”, inscrito en el
Catálogo de Bienes del Patrimonio Cultural con el código CM/176/0016 y ubicado al
sur del núcleo urbano de Villanueva de la Cañada. Esta peritación ha consistido en un estudio histórico y documental previo, prospección, desbroces
mecánicos, limpieza manual de las estructuras halladas y redacción de la correspondiente
Memoria sobre el resultado de los trabajos para el Ayuntamiento de Villanueva
de la Cañada, promotor de la intervención, y la Dirección General de
Patrimonio Cultural de la Comunidad de Madrid.
Los trabajos han sido realizados
por “Urquiaga. Trabajos en y para la arqueología”, con la dirección arqueológica
y técnica de David Urquiaga Cela y Javier M. Calvo Martínez, y la colaboración de
Víctor Calvillo en los trabajos de topografía y de Francisco Pino en la realización de vídeos
y fotografías con dron.
La zona en la que se ha intervenido formaba parte de la primera línea del frente de la 69ª División republicana, en concreto, de la denominada “Posición nº 19 Monte Bajo”, que se extendía desde la carretera de Villanueva de la Cañada a Brunete (actual M-600) hasta el pequeño promontorio en el que se han realizado los trabajos arqueológicos, y que al final de la guerra estaba defendida por fuerzas del 395º Batallón de la 99 Brigada Mixta.
Los restos objeto de nuestro estudio se encontraban en el extremo suroeste de dicha posición, y constituían solo una pequeña parte de un sistema defensivo mucho más amplio, que estaba formado por otros elementos en los que, de momento, no se ha intervenido, pero con los que estaban estrechamente relacionados, algunos de los cuales son visibles en el terreno, como el inicio de una galería subterránea construida en ladrillo, un nido de ametralladoras de características similares al que se ha intervenido o una estructura circular que interpretamos como un posible puesto de observación.
La prospección superficial, los
desbroces mecánicos y la limpieza manual en este espacio han permitido
localizar las fábricas superiores de un interesante complejo formado por
diversas estructuras defensivas: ramales de trincheras, la mayoría de ellas
revestidas de ladrillo macizo; 6 pozos de tirador, 5 de ellos conformando un
característico puesto de escuadra; 1 posible puesto de granadero; 2 espacios o
habitáculos de planta rectangular con muros de hormigón y 1 nido de
ametralladoras circular.
Todos estos elementos, completamente colmatados en la actualidad, fueron excavados en el terreno durante la guerra y algunos de ellos contaban con cubierta, posiblemente a base de vigas o rollizos y tierra.
A continuación, pasamos a analizar cada uno de los elementos localizados:
TRINCHERAS
Como es sabido, las trincheras son zanjas profundas y estrechas excavadas en el terreno para ocultar a los defensores de una posición y protegerlos del fuego enemigo. En esencia, podríamos hablar de dos tipos de trincheras: las de combate, desde las que atacar o defenderse, y las de comunicación, que como su propio nombre indica servían para moverse por los diferentes elementos que conformaban una posición, recibiendo también el nombre genérico de zanjas o ramales de comunicación. Los tramos localizados durante la intervención arqueológica pertenecen a este último modelo.
Aunque desconocemos la medida exacta, entendemos que en su momento estas trincheras podrían
tener en torno a 1,80 m de profundidad, la cual se complementaría con la
protección que ofrecían los parapetos de tierra hasta alcanzar los 2 m de
altura a los que se refieren los documentos de época consultados sobre esta posición. En cuanto al
ancho, este varía entre los 0,5 m y los 0,95 m aproximadamente. En general,
presentan un trazado ondulado y sus paredes están revestidas de ladrillo macizo.
POZOS DE TIRADOR
Los pozos de tirador eran
pequeños espacios excavados en el terreno y ligeramente adelantados a las
trincheras desde los que el soldado, protegido del fuego enemigo por la propia
excavación y un parapeto de tierra y sacos terreros, podía hacer uso de un
fusil o de un fusil ametrallador. Los pozos de tirador localizados en esta posición son individuales
y de planta circular. Tal y como sucede con las trincheras, tienen sus paredes
revestidas de ladrillo macizo.
PUESTO DE ESCUADRA
La escuadra era la unidad de
Infantería más pequeña, formada por unos 5 soldados, con un cabo o jefe de
escuadra al mando. Por tanto, un puesto de escuadra sería una obra de
fortificación habilitada para este número de fusileros. En el caso que nos
ocupa, encontramos un puesto de escuadra compuesto por cinco pozos de tirador
individuales unidos a un ramal de circulación con forma de herradura, todo ello
con las paredes revestidas de ladrillo. En su extremo derecho, el puesto de
escuadra se complementa con otra estructura circular de mayor tamaño que los
pozos de tirador, la cual interpretamos como un posible puesto de granadero.
PUESTO DE GRANADERO
Los puestos de granadero eran
estructuras defensivas situadas por delante de las trincheras o ramales de
comunicación, diseñadas para que el soldado pudiera lanzar granadas de mano en
caso de que el atacante se encontrase lo suficientemente cerca de la posición (se
calcula que la distancia máxima que puede alcanzar una granada lanzada a mano es
de 30 a 40 m).
En las posiciones de la Guerra Civil no es del todo extraño encontrar puestos de granaderos complementando puestos de escuadra. Esto es lo que nos lleva a interpretar esta estructura circular, con las paredes revestidas de ladrillo macizo, como un posible puesto de granadero, aunque de momento no podemos asegurarlo taxativamente.
HABITÁCULOS
Durante los desbroces mecánicos y
manuales han aparecido dos habitáculos o habitaciones de planta rectangular.
Sus dimensiones aproximadas son de 5,74 m de longitud y entre los 1,71 m y 2,65
m de anchura. El más pequeño de ellos enlaza con el ramal que da paso al puesto
de escuadra. El más grande se sitúa en las proximidades del nido de
ametralladoras. Ambos parecen tener muros de hormigón en masa y cuentan con dos
accesos situados paralelamente en una de sus paredes. En su momento debieron de
contar con algún tipo de cubierta. Resulta complicado precisar la función que pudieron
haber tenido: alojamiento, depósito, almacén… Quizás, una excavación completa
de los mismos podría facilitar alguna información relevante sobre el uso que
tuvieron estos espacios.
NIDO DE AMETRALLADORAS
La ametralladora era el elemento
fundamental en el que se basaban las organizaciones defensivas de la Guerra
Civil. Por este motivo, resultaba muy importante disponer de adecuados
asentamientos para estas armas.
El nido de ametralladoras en el
que se ha intervenido es de planta circular, con un diámetro total de
aproximadamente 3,90 m. El sistema constructivo parece haber sido a base de
dos paramentos paralelos de ladrillos macizos con el espacio interior relleno
de hormigón en masa. Cuenta con tres troneras de tamaños similares. Ha perdido la cubierta y dispone de
un único acceso en codo que enlaza con un ramal de trinchera. El
interior consiste en una cámara circular de aproximadamente 2,55 m de diámetro,
totalmente colmatada en la actualidad.
Como ya hemos señalado, de
momento solo se han descubierto y limpiado las fábricas superiores de estas
estructuras con el fin de localizarlas y documentarlas. El resto de estas obras no ha sido excavado, al igual que los otros elementos que conforman el
yacimiento, y en los que de momento no se ha intervenido. Sin duda, futuras
actuaciones arqueológicas podrán seguir aportando
información interesante para interpretar adecuadamente esta posición situada en
lo que fue la primera línea de fuego en el frente de Brunete.
JAVIER M.CALVO MARTÍNEZ
martes, 17 de diciembre de 2024
176) EXTRAÑA COSECHA EN MAJADAHONDA
Ayer, paseando por los campos que se extienden en torno a la carretera M-851, en el término municipal de Majadahonda, me topé con esta granada de mortero Valero de 50 mm sin explosionar, seguramente, desenterrada en algún momento por los tractores que preparan estas tierras para el cultivo de cereal.
Este tipo de hallazgos son siempre llamativos, pero no resultan
del todo extraños si tenemos en cuenta que estamos hablando de una zona que, durante
la guerra, era primera línea de fuego, y en la que las posiciones de unos y
otros estaban separadas por unos pocos cientos de metros.
El hallazgo fue notificado a la Policía Local y Guardia Civil para que procediesen a su retirada y/o detonación controlada.
lunes, 9 de diciembre de 2024
175) LUZ EN LAS SOMBRAS
Durante los trabajos
arqueológicos realizados en el Elemento de Resistencia situado en
el kilómetro 33 de la M-600, en el término municipal de Brunete, al excavar en
el pozo anexo a uno de los tres nidos cruciformes que componen esta posición,
localizamos, a unos 2,5 m de profundidad, el depósito superior de una lámpara
de carburo.
No se trata de un hallazgo
excepcional, desde luego, pero si muy interesante para conocer, al menos en
parte, uno de los sistemas de iluminación empleados por los constructores y defensores
de esta posición, cuya misión era proteger la carretera sobre la que se asienta
para, en caso de ruptura del frente, evitar que el enemigo pudiera progresar
por ella.
Téngase en cuenta que los tres
nidos cruciformes que se ven en superficie no eran más que una parte del
dispositivo de esta posición, en la que la mayor parte de sus elementos eran
subterráneos (pozos de acceso, abrigos, depósitos, botiquín y galerías de
comunicación), en algunos casos, con una profundidad de hasta 4 m.
En esta realidad cavernosa y
oscura situada muy cerca de la primera línea de fuego, donde la iluminación
eléctrica se hacía imposible o muy difícil, las lámparas de carburo se
mostraban como un sistema sencillo, económico y eficaz, tal y como ya llevaba
comprobándose en la minería desde principios del siglo XX.
Según podemos leer en la muy
interesante web del Archivo Histórico Minero (cuya visita recomendamos), estas lámparas están formadas por
dos depósitos enroscados: el superior (que es el que hemos encontrado) lleno de
agua y el inferior de carburo. Ambos depósitos se comunican por una válvula
reguladora del goteo o “llave de agua” que pone en contacto ambos elementos,
formando así el gas acetileno. Por el llamado “conducto de acetileno” el gas
llega a un mechero regulador de flujo que lo transporta al exterior, donde, una
vez encendido, producirá una llama blanca y brillante que es la que ilumina. La
lampara contaba además con un tapón para el cierre del orificio de llenado de
agua, un asa para facilitar su transporte y un gancho para poder ser colgada.
La lámpara de carburo, también
llamada lámpara de acetileno o carburero, fue inventada en 1897 por el
ingeniero francés afincado en Barcelona Enrique Alexandre y Gracián, y
patentada en 1899. Parece que la primera utilización práctica de este sistema
de iluminación fue en minas del País Vasco, donde pronto surgirían también
algunas de las principales empresas fabricantes.
El nuevo invento se extendió
rápidamente por todas las minas excepto aquellas en las que las concentraciones
de gases como el grisú podían generar atmósferas explosivas. Pero, más allá de
la minería, o de otras actividades similares como la espeleología o la pocería, estas
lámparas triunfaron también en el ámbito doméstico, algo lógico si pensamos que,
en aquella época, la mayoría de las poblaciones no contaban con ningún tipo de alumbrado
eléctrico, o su uso estaba todavía muy acotado, lo que motivo la aparición de múltiples
modelos de lámpara, faroles y candiles adaptados a las múltiples necesidades
cotidianas.
El depósito encontrado en las
fortificaciones de Brunete corresponde a uno de los modelos más empleados en aquella
época en la minería, lo cual no resulta extraño si pensamos en cómo era el sistema
de galerías y abrigos en caverna que componían el sistema subterráneo de esta
posición. Un sistema que, en caso de necesidad, permitía a los soldados de su
guarnición desplazarse de un punto a otro sin necesidad de salir a la
superficie, permaneciendo bajo la protección de los abrigos y refugios si se
producía un bombardeo, todo ello alumbrados con las pequeñas pero intensas y
brillantes luces blancas que producían las lámparas de carburo.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ









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