TOMA DE DECISIONES
Algunas veces, cuando nos acercamos a momentos o episodios del pasado, nos cuesta entender que las cosas se desarrollaran de una manera y no de otra. No comprendemos porque sus protagonistas actuaron de tal o cual forma. Nos pueden resultar extrañas sus decisiones (o indecisiones), sus errores, sus comportamientos.
Esto nos ocurre porque nosotros, a diferencia que ellos, podemos ver todo aquello con la perspectiva del tiempo. Esta perspectiva nos permite conocer datos, detalles, informaciones que las personas que vivieron aquellos sucesos desconocían por completo, y sobretodo, nosotros conocemos el final de la historia.
Ya hemos señalado muchas veces la enorme confusión que reinó en uno y otro ejército durante la batalla de la carretera de La Coruña. Hoy en día, al adentrarnos en el estudio o conocimiento de aquellas jornadas bélicas, contamos con una serie de fuentes, documentos y trabajos de investigación sobre la misma. Esto nos proporciona una visión general de la que carecieron quienes protagonizaron los combates.
Más o menos, contamos con datos sobre el número y tipo de tropas de cada ejército, su armamento, situación, objetivos, intenciones… Sabemos las consecuencias que tuvieron las diferentes decisiones que tomaron, las debilidades y las ventajas de unos y otros. En líneas generales, podemos analizar día a día, del primero al último, todo lo que fue sucediendo.
Evidentemente, los que se vieron inmersos en esos hechos, no podían conocer todo lo que estaba pasando, y mucho menos, preveer lo que iba a pasar. En muchos momentos, la batalla de la carretera de La Coruña, especialmente su última fase (iniciada el 3 de enero de 1937 y finalizada entorno al 16 del mismo mes), fue una auténtica locura en la que, con frecuencia, se impuso la toma de decisiones rápidas y arriesgadas para intentar resolver los graves problemas de todo tipo que iban surgiendo.
Y es que, una cosa es la planificación de operaciones militares sobre el plano, y otra muy diferente, poder llevarlas a la práctica con éxito. Cada decisión o movimiento cuenta rápidamente con una replica o consecuencia que no siempre se puede prever. En el desarrollo de una batalla resulta imposible pronosticar todo lo que sucederá. Sobre la marcha hay que ir tomando decisiones que unas veces resultarán acertadas y otras erróneas. Se trata de una especie de partida de ajedrez en la que cada contrincante va moviendo sus fichas, aunque de juego de mesa, una guerra, no tiene nada.
El 4 de enero de 1937, con el frente republicano roto por diferentes puntos y las columnas nacionales presionando en un imparable avance por el noroeste de Madrid, la situación se hizo sumamente delicada para los defensores. Nosotros, hoy en día, sabemos que la intención de los atacantes, una vez alcanzada la carretera de La Coruña a la altura de Las Rozas, era la de converger decididamente en dirección Este, hacia la capital. Pero esto que ahora nos parece obvio, no lo era tanto para los responsables de la defensa de Madrid.
La progresión directa hacia la ciudad era una posibilidad, quizás la más probable, pero no la única. Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor de la Defensa, recordaría años más tarde las enormes dudas y temores que asaltaron a los miembros de su equipo cuando fueron informados de que el enemigo había alcanzado la carretera nacional. La brecha abierta en el frente era grande y las tropas republicanas retrocedían descontroladamente, dejando el camino abierto al adversario. Había que tomar una decisión, pero ¿cual? Se temía que los nacionales decidieran internarse en el Monte del Pardo y progresar por él hacia Madrid, por una zona donde se carecía de un sistema defensivo eficaz, y en donde habría sido muy complicado poder frenarles. Pero, como señalábamos más arriba, este hecho era desconocido por los atacantes, cuya intención, por otra parte, era la de aprovechar la carretera para poder embolsar con rapidez a los defensores en el sector de Pozuelo-Aravaca y, si era posible, caer desde ahí sobre la ciudad.
Otro de los temores que los republicanos tuvieron desde los comienzos de la batalla (a finales de noviembre del 36) fue el de que los nacionales renunciaran a atacar Madrid y se decantaran por dirigir sus esfuerzos hacia el Norte con la intención de aislar a las guarniciones situadas en la sierra y, una vez aniquiladas éstas, privar a Madrid de los suministros de luz y agua que proporcionaban los embalses, para caer a continuación con todas sus fuerzas sobre la capital.
Esta preocupación quizás explique el porque los defensores de Madrid solicitaron en diferentes momentos al general Pozas (Jefe del Ejército Centro) el envío de refuerzos para establecer una consistente línea defensiva al Norte (Valdemorillo-Vértice Madroñal- Galapagar-Vértice Lazarejo-Las Matas-Torrelodones-Navachescas), en teoría, muy lejos del principal teatro de operaciones. Refuerzos que luego, una vez aclaradas las intenciones reales de los atacantes, serían utilizados en los lugares de verdadero peligro.
Con estos dos temores presente (la posible infiltración en El Pardo y el riesgo de que los nacionales atacasen dirección Norte) el Alto Mando Republicano, siguiendo la máxima de que la mejor defensa es un buen ataque (es decir, ante la duda, la mejor opción es intentar arrebatar la iniciativa al contrincante), planificaría una serie de acciones entre el bosque de Remisa y Pozuelo. Los días 5 y 6 de enero se mantiene un duro pulso que acabará resultando favorable a los nacionales que, ahora sí, muestran claramente sus intenciones de reducir el saliente Pozuelo-Aravaca y enlazar con las tropas que mantienen en la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria para, una vez más, intentar el asalto definitivo a la ciudad.
Aclaradas las intenciones de los atacantes, resultó más sencillo tomar decisiones, marcar preferencias y concentrar fuerzas. El peligro seguía siendo enorme, pero al menos, parecía haberse definido. Es ahora cuando todos los esfuerzos republicanos se centrarán decididamente en cortar el paso de los nacionales por la carretera de La Coruña. De esta manera, el comandante Cuevas (Jefe de la 8ª División), a pesar de la pérdida de Pozuelo, logrará constituir un frente más o menos continuo el día 7 de enero. A la zona comienzan a llegar refuerzos de otros puntos de Madrid, e incluso, se trasladan unidades desde otros frentes (la Sierra, Guadalajara, Jaén…).
Con todo, las columnas nacionales continuarán su progresión, ocupando en días sucesivos Aravaca, Cuesta de las Perdices y Cerro del Águila, e intentando progresar hacia el Puente de San Fernando y Puerta de Hierro, en donde chocarían ya con una fuerte resistencia republicana que no fueron capaces de superar.
Hasta aquí, nos hemos dedicado a analizar, en parte, algunas de las dudas y temores que asaltaron a los mandos republicanos en diferentes momentos de la batalla, pero cabría decir lo mismo para los nacionales. Éstos, al igual que los defensores, sufrieron todo tipo de incertidumbres y de recelos. Muchas veces (especialmente en las primeras fases de la batalla), pecaron de subestimar al enemigo que tenían en frente, chocando luego con la cruda realidad de encontrarse con unos defensores tan decididos y obstinados como ellos.
Después, decidieron llevar los combates a campo abierto, donde sus tropas eran muy superiores a las milicias republicanas. Pero surgió entonces un elemento imposible de controlar: las adversas condiciones climatológicas: el frío, la niebla, el hielo… que terminaron frenando su avance, neutralizando el factor sorpresa y dando tiempo a los defensores a reorganizarse.
Cuando finalmente, la climatología les acompaña y deciden poner toda la carne en el asador para lograr sus objetivos, irán dándose cuenta, en el transcurso de los combates, que quizás habían pecado de optimismo en sus posibilidades, y que la meta que se habían propuesto, resultaba sumamente difícil con los medios de los que disponían. Además, enfrente se toparon con un enemigo que, a pesar de retiradas y espantadas puntuales, mostró, en líneas generales, una firme convicción de resistir a toda costa, planteando contraataques siempre que le fue posible.
Algunos investigadores y analistas de la batalla de la carretera de La Coruña, han criticado a los generales nacionales (Franco, Varela, Orgaz…) el no haber sido capaces de aprovechar los momentos de debilidad republicanos, no sabiendo explotar las situaciones críticas que causaron a los defensores en diferentes momentos de la batalla. Pero, una vez más, la respuesta sería la misma que planteábamos más arriba: los generales nacionales desconocían la totalidad de lo que estaba ocurriendo en las filas de su enemigo y, por otra parte, eran muy conscientes de las posibilidades reales de las fuerzas con las que ellos mismos contaban (pocas reservas, numerosas bajas, agotamiento de las unidades de choque…).
Cada ejército hizo lo que pudo para lograr sus objetivos. Jugo sus cartas como mejor supo, intentando resolver la avalancha de problemas, complicaciones y peligros que fueron surgiendo a lo largo de la batalla. Los resultados finales los conocemos: los nacionales ocuparon una serie de pueblos al noroeste de Madrid, dominando las principales alturas y otros puntos de gran interés estratégico, pero fracasaron en el verdadero objetivo que, desde los primeros días de noviembre, llevaban intentando, la conquista de la capital; por su parte, los republicanos lograron hacer realidad su consigna de “No Pasarán”, pero a costa de un elevado número de bajas y con un enemigo apostado en las mismas puertas de la ciudad, sometiendo a ésta a una constante y grave amenaza, que se mantendría hasta el final de la guerra.
Hoy en día, leyendo y analizando aquellas jornadas, podemos especular sobre lo que deberían de haber hecho los unos y los otros. Podemos opinar sobre aciertos y errores, imaginar posibilidades y fantasear con lo que podía haber sido y no fue, pero todo eso, no pasa de ser historia-ficción.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Foto 1) Vicente Rojo con diferentes jefes militares (Hans Khale, Barceló, Gorev…), durante la batalla de Madrid. Nov. 1936.
Foto 2) Franco con dos miembros de su Estado Mayor (Medrano y Barroso). Invierno 1936/37.
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