jueves, 4 de abril de 2013

126) Una tenue presencia






UNA TENUE PRESENCIA

Una guerra, entre otras cosas, supone una enorme máquina de destrucción. Destrucción de vidas, de proyectos, de relaciones, de ideas… Destrucción de edificios, infraestructuras, entornos, paisajes…

Durante cerca de tres años, España fue asolada por una terrible  guerra civil, una guerra que supuso una enorme fractura social, política, económica, humana…

Entre julio de 1936 y marzo de 1939, los pueblos del noroeste y oeste madrileño, al igual que tantos otros pueblos del resto del país, se vieron atrozmente asolados por el conflicto armado. La vida cotidiana quedó interrumpida y, mientras sus vecinos eran evacuados a otros lugares alejados del frente, las calles y edificios de estos pueblos se convertían en escenario de duros combates. Las grandes operaciones militares fueron seguidas de una estabilización del frente que dio lugar a una guerra de posiciones en la que no faltarían los bombardeos de la aviación y la artillería, los golpes de mano, las pequeñas acciones de combate y el destructivo efecto de la guerra de minas.

Cuando el 1 de abril de 1939 finalizó oficialmente la contienda, los pueblos del noroeste y el oeste madrileño ofrecían un aspecto desolador. Los edificios que no habían sido totalmente destruidos, presentaban graves daños en sus estructuras. Los primeros vecinos en regresar (muchos nunca regresarían) se encontraron con sus viviendas convertidas en montones de escombros inhabitables. Los pisos de casas y patios habían sido levantados para excavar trincheras y refugios subterráneos; los tabiques de las habitaciones se habían tirado abajo para posibilitar el tránsito de una casa a otra sin necesidad de salir al exterior; los tejados se habían venido abajo y todos los elementos de madera, como vigas, puertas, marcos de ventanas, etc., habían desaparecido, al haber sido utilizados por la tropa para encender fuegos con los que cocinar y calentarse en los duros inviernos de guerra; las calles  estaban llenas de embudos causados por las bombas, de escombros y cascotes, de tapias y muros de adobe desechos; los campos asolados y surcados de trincheras, las iglesias en ruinas, con sus torres desquebrajadas y amenazando venirse abajo…

Los trabajos de desescombro y reconstrucción llevarían años, unas obras desarrolladas en su mayor parte por la Dirección General de Regiones Devastadas, organismo creado por el Ministerio de la Gobernación del nuevo Estado franquista para la reconstrucción de los pueblos que habían sido destruidos durante la guerra.

Se tardarían muchas décadas en borrar las huellas que la guerra había dejado. La posguerra fue larga y difícil. Luego, poco a poco, llegaría la modernidad, el abandono del mundo rural que durante siglos había caracterizado la vida de estos pueblos, el asfaltado de las calles, las infraestructuras, la expansión demográfica, la especulación, la recalificación de terrenos, las urbanizaciones, los centros comerciales y de ocio…

Hoy en día, el aspecto que presentan los pueblos del noroeste y el oeste madrileño, poco tiene que ver con el que ofrecían en los años previos a la Guerra Civil Española y, mucho menos, con el que mostraban recién terminado el conflicto. Hay que realizar un gran ejercicio de imaginación e interpretación para, al pasear por las calles de estos municipios, hacerse una idea de la fantasmagórica imagen que llegaron a tener. Son muy pocos los edificios que aún se conservan de aquellos días y, todos ellos, han experimentado profundas modificaciones, reformas y cambios. Sin embargo, en ocasiones, alguien que observe y mire con atención, alguien que conozca el pasado bélico del que estos edificios fueron testigos, alguien que haya aprendido a descubrir y descodificar las huellas y señales con las que la pátina de la Historia ha impregnado los diferentes lugares, podrá descubrir cosas curiosas, evocadoras, delatoras de aquel Pasado.

Las fotografías que encabezan esta entrada corresponden a detalles de viejos muros y tapiales del noroeste y el oeste madrileño que fueron levantados antes de la Guerra Civil Española. Como puede apreciarse en las imágenes, aún hoy en día es posible encontrar balas disparadas por fusiles o ametralladoras incrustadas en estas construcciones. En las dos primeras fotografías pueden apreciarse dos proyectiles de Máuser 7 mm, la tercera imagen corresponde a un proyectil de Mosin Nagant 7,62 mm.

Más de siete décadas después, a través de  pequeños vestigios y de huellas como estas, la Guerra Civil Española sigue teniendo una tenue presencia en los municipios del noroeste y oeste madrileño.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografías: Viejos muros del noroeste y oeste madrileño (JMCM, 2013)

2 comentarios:

  1. Esos proyectiles en ese lugar son historia, en un bolsillo son chatarra.

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  2. Totalmente de acuerdo.

    Por mi parte, los proyectiles que aparecen en las fotografías, y otros tantos más, siguen en el mismo lugar en el que llevan incrustados más de setenta años. Y espero que así siga siendo.

    Un saludo.

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