BAJO NUESTROS PIES
Arroyos, barrancos, lomas y cerros. Tierras de cultivo, caminos, bosques y roquedos.
En torno a los grandes núcleos urbanos que se han ido formando en el noroeste de Madrid en las últimas décadas, permanece un paisaje alternativo y distinto, como reminiscencia de un pasado que se resiste a desaparecer, pero que, lamentablemente, parece tener los días contados.
El asfalto, el ladrillo y el cemento, poco a poco, van ganando la partida. Nos roban el paisaje, nos transforman el entorno del que formamos parte. Muchos de los espacios que conocí en mi infancia, sobreviven sólo en mi recuerdo. Las calles, los edificios, los parques y jardines de ayer, son casi irreconocibles en el presente. Una constante mutación que nos rodea y afecta sin que parezca que se pueda hacer nada por evitarlo.
La modificación del paisaje es otra forma de desmemoria, de olvido, de amnesia generalizada. En algunos sitios donde hasta no hace mucho tiempo podían contemplarse unos atardeceres estupendos, hoy sólo vemos tejados y muros de ladrillo visto. Agradables zonas por las que antaño se podía pasear entre retamas y encinas, son ahora urbanizadas avenidas donde proliferan grandes edificios empresariales de cristal y aluminio.
Todo cambia, nada permanece. ¡¿Qué decir de los escenarios de la guerra civil?!
En pocos años, al ritmo que se viene desarrollando esta metamorfosis paisajística, no quedará prácticamente ninguna referencia que permita un encuentro in situ con la Historia. Lo que fueron campos de batalla, líneas de frente, centros de resistencia, observatorios o puestos artilleros, van cayendo uno a uno bajo las palas excavadoras, portadoras del progreso y la modernidad.
La vida, la Historia… no se detienen. Continúan su imparable ritmo, día a día, año a año, generación tras generación.
A mi me gusta, siempre que puedo, salir al encuentro de esos lugares que, con mejor o peor fortuna, aun resisten los embates del tiempo. Pequeños espacios que todavía mantienen parte de su fuerza, de su magnetismo, de su personalidad.
Hace unos setenta años, en la tierra que hoy se extiende bajo nuestros pies, se entablaron crudos combates, peleas a muerte y acciones desesperadas por el control del territorio. Tras las grandes batallas, los hombres cavaron trincheras y construyeron sólidos fortines con los que agarrarse al terreno. Comenzó así, una dura guerra de posiciones, donde la muerte siguió rondando a quienes se vieron inmersos en ella.
Muchos de aquellos combatientes quedaron para siempre en este lugar. En el fragor y las prisas de la lucha, sus cuerpos fueron precariamente enterrados por compañeros o extraños. Sepultados para siempre en el mismo campo de batalla en el que cayeron.
A pesar de los múltiples cambios y transformaciones, los restos y huellas de aquella guerra siguen apareciendo, integrados ya en el paisaje. A lo largo de múltiples paseos por el noroeste de Madrid, he podido toparme con multitud de ellos. Algunos, como los fortines, son evidentes y visibles para cualquiera que pase a su lado. Otros, son más difíciles de detectar, pero también pueden aparecer a la vista del observador atento: balas, vainas, peines, metralla… que evidencian que aquí, no hace tanto tiempo, hubo una guerra.
Junto a los restos materiales permanece otro tipo de presencia. Una presencia no tan palpable pero manifiesta para quienes cuentan con datos e información sobre lo que se vivió en estos lugares. Se trata de la que proporciona el paisaje, el entorno, la vista. La lectura de libros, de documentos, de memorias… proporciona datos concretos sobre episodios del Pasado. Acudir a los escenarios de ese Pasado con algo de información sobre él, hace que contemplemos las cosas desde otra perspectiva y podamos mirar y sentir de forma diferente.
A pesar de la desaparición o destrucción de bastantes lugares o de que otros muchos sean víctimas de todo tipo de vertidos incontrolados, todavía podemos acercarnos a espacios verdaderamente evocadores.
Se ha escrito y publicado mucho sobre la guerra civil, pero ningún libro es capaz de igualar el coctel de emociones y sentimientos que supone acudir a los escenarios bélicos. Unos escenarios marcados para siempre por la Historia que en ellos se vivió. Una Historia que late bajo nuestros pies, nos rodea y envuelve cada vez que nos acercamos a ellos, estableciéndose cierto tipo de complicidad.
Al menos mientras la destrucción y el olvido no los alcance del todo.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía: Las Rozas, enero de 1937. Combatientes republicanos se dirigen hacia las líneas de fuego. Tras ellos, las tumbas de compañeros caídos en el combate. Sus cuerpos, como los de tantos otros de uno y otro bando, descansan para siempre bajo esta tierra.
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