martes, 17 de marzo de 2009

22) Cementerio de Pozuelo




CEMENTERIO DE POZUELO

El 23 de noviembre de 1936 las tropas franquistas, tras 17 días de ataque frontal a la capital de España, se sienten incapaces de continuar avanzando. Madrid, la ciudad a la que se consideraba “indefendible”, resiste. Pero los asaltantes no están dispuestos a renunciar tan pronto. No quieren perder la iniciativa. Madrid debe caer.

De ésta manera, la guerra se trasladará a los alrededores de la capital. El objetivo: cercar Madrid, cortar sus comunicaciones, privarla de sus suministros, intentar penetrar en la ciudad por sus flancos.

Franco y sus generales estudian los mapas, reorganizan sus fuerzas. El 29 de noviembre dan la orden de ocupar la línea formada por Húmera, Pozuelo y su Estación, Aravaca, Cuesta de las Perdices, Cerro del Águila (cortando la carretera de La Coruña) y tomar El Pardo para caer sobre Madrid por el noroeste.

Entre los rebeldes todavía reina el optimismo y la fe en sus posibilidades. Algunos de sus jefes militares rozan la bravuconería: una chusma de milicianos no pueden ser obstáculo para sus tropas.

El general Varela conducirá las operaciones. Para la ofensiva se han organizado tres columnas, mandadas por el coronel García-Escámez (una de caballería, al mando del teniente coronel Gavilán; y dos de infantería, mandadas respectivamente por los tenientes coroneles Siro Alonso y Bartoméu). En total, unos 6.500 hombres, apoyados por carros, artillería y aviación. Una fuerza poderosa en aquel entonces.

En frente, los republicanos tienen desplegados unos 3.700 hombres y diez piezas de artillería. Son los pertenecientes a la “X” Brigada (del comandante Palacios), que ocupa Aravaca y sus inmediaciones; y la III Brigada Mixta (comandante José María Galán), que defiende Pozuelo y sus alrededores.

Al amanecer, la columna Bartoméu ataca por sorpresa desde las espesuras de la Casa de Campo. La V Bandera de La Legión se despliega por el extremo de Humera y ocupa el sanatorio de Bellas Vistas (hoy desaparecido). Por el oeste, los siete escuadrones de caballería mora (columna Gavilán) desbordan el vértice Valle Rubios e intentan un ataque rápido contra Pozuelo por el noroeste. Los gritos de guerra de los norteafricanos serán silenciados por el repiqueteo de las armas automáticas que los republicanos tienen instaladas en las múltiples casas de veraneo existentes en la zona. La carga de caballería es bruscamente frenada por una cortina de fuego. Sobre el barro caen, segados por las balas, hombres y animales, entre sangre, relinchos y gritos de muerte.

El esfuerzo principal lo llevarán las tropas de Siro Alonso. Desde el Ventorro del Cano se lanzan contra el cementerio de Pozuelo y la Colonia de La Paz, cuyas casas se han convertido en improvisados nidos de ametralladoras comunicados entre sí a través de trincheras y de orificios abiertos en los tabiques internos de los edificios. El cementerio, situado en un alto a las afueras de Pozuelo, se ha transformado, a modo de barbacana, en un bastión defensivo. En sus tapias y muros de mampostería y ladrillo macizo sus defensores han abierto aspilleras por las que asoman fusiles y ametralladoras.

Los atacantes son tropas de choque del Ejército de África: la VII Bandera de La Legión, los tabores I de Alhucemas, II de Tetuán y el V y II de Larache, más una Mehal-la del Rif; apoyados por dos baterías del 65 y otras dos del 75, más dos compañías de carros pesados.

La artillería comienza su bombardeo. Los proyectiles impactan contra el cementerio. Las explosiones quiebran los muros, rompen la tierra. Las tumbas y nichos saltan por los aires. La onda expansiva arrastra metralla, tierra, hierros, piedras y huesos de los enterrados que hieren y matan a los defensores. Las fosas se convierten en improvisadas trincheras. La lucha se desarrolla entre restos de lápidas y de difuntos desenterrados, creándose una estampa más propia de un relato gótico. Los cuerpos de los que caen se mezclan con los despojos de esqueletos y cuerpos momificados.

El asalto es tan fuerte y decidido que los defensores republicanos se ven obligados a retroceder. Pierden el cementerio y algunas de las primeras casas de la Colonia de La Paz, pero se hacen fuertes en el Cerro de Los Perdigones, donde cuentan con sólidas fortificaciones desde las que hostigan con morteros, fusilería y armas automáticas a los atacantes.

Desde el cementerio los oficiales, con las gargantas enrojecidas por el humo, ordenan a gritos que continúe el avance. Los moros se lanzan una y otra vez contra el Cerro de Los Perdigones, pero, una y otra vez son rechazados. Tras las tapias del cementerio los oficiales, pistola en mano, obligan a nuevos asaltos, pero el cerro no cae y las bajas se multiplican. En un desesperado asalto los regulares consiguen desalojar a los defensores de sus trincheras y ocupar el cerro, pero no por mucho tiempo. La artillería republicana desata toda su furia sobre la posición recien perdida. Los impactos son tantos y tan precisos que la situación se hace insostenible. En poco tiempo, los defensores de Pozuelo reconquistan el cerro de Los Perdigones. Los norteafricanos supervivientes se repliegan de nuevo al cementerio. Atrás quedan los cadáveres de muchos compañeros.

El mando republicano envía varios batallones y algunos carros para reforzar la zona. Tras varios días de agotadores forcejeos, de asaltos a la bayoneta, de metralla, frío y sangre, los combates van cesando y el frente se estabiliza. Los contraataques republicanos no consiguen romper las líneas enemigas, pero logran frenar la ofensiva sobre Pozuelo. El primer intento de cortar la carretera de La Coruña y atacar Madrid por el noroeste finaliza para los atacantes con unas pequeñas ganancias de terreno, prácticamente insignificantes. Las tropas de Siro Alonso, incapaces de conquistar el Cerro de Los Perdigones, quedan paralizadas entre las ruinas y escombros del cementerio en medio de un paisaje dantesco y macabro. El día 2 de diciembre estas fuerzas, incapaces de soportar un ataque combinado de tanques y aviones, abandonan el cementerio de manera apresurada. En el diario de operaciones del general Miaja puede leerse: "el enemigo retrocede con indicios de desbandada, abandonando el cementerio de Pozuelo".

El paseo militar que esperaban algunos no se produce. Los defensores republicanos ofrecen, día a día, una resistencia más tenaz y decidida. Vicente Rojo, años después, escribiría al referirse a aquellos combates:

“La calidad de esas posiciones, naturalmente fuertes, y el ardor con que se batieron nuestras milicias, que no habían sido victimas de la sorpresa, permitió, juntamente con enérgicos contraataques muy bien apoyados por la masa artillera de la defensa de Madrid, que el enemigo no lograse pasar del cementerio de Pozuelo, ni ocupar Humera, sufriendo un gran número de bajas”.

En pocos días los ataques y contraataques volverán a reproducirse en este lugar. Todo este sector del frente terminará siendo conquistado por las tropas franquistas en el tercer y definitivo asalto a la carretera de La Coruña (enero de 1937), pero el objetivo de entrar en Madrid fracasará nuevamente.

El antiguo Cerro de Los Perdigones, contra el que se estamparon los tabores africanos una y otra vez en noviembre/diciembre de 1936, es hoy en día un gran parque municipal. Los restos de fortines que en él existían fueron enterrados en los años noventa al realizarse las obras del actual parque. A pesar de lo muy modificado y alterado del entorno, subir a lo alto del cerro permite comprender la importancia estratégica que tuvo esta posición en la guerra y porqué se luchó tan encarnizadamente por su control. El cementerio de Pozuelo, con sus sucesivas ampliaciones y reformas, sigue estando situado en el mismo lugar que antaño. Aparentemente, no quedan huellas de aquellos terribles combates, pero el observador atento podrá descubrir, en las pocas lápidas que quedan anteriores a 1936, las marcas producidas por balas de fusil y fragmentos de metralla. Viejos mármoles que conservan las cicatrices de unos días de furia y sangre.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Huellas de los impactos de bala y metralla en algunas lápidas antiguas del cementerio de Pozuelo (JMCM)

6 comentarios:

  1. alfredo garrote martínez13 de marzo de 2010, 19:41

    felicidades Javier, y gracias.
    alfredo

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  2. Gracias a ti Alfredo, y encantado de verte por este blog. No dudes en participar en él siempre que quieras con tus correcciones, aportaciones, comentarios o lo que te parezca bien. Será un verdadero placer poder intercambiar conocimientos, impresiones y sentimientos sobre la guerra civil en el noroeste de Madrid.

    Un saludo.

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  3. Excelente articulo, Javier. eres una enciclopedia.

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  4. Realicé un trabajo sobre la VII Bandera de la Legión y las bajas que sufrió día a día durante la Guerra Civil. Resultó que el día más aciago para cualquiera de sus compañías no fue ni en el Espolón de Rivas Vacíamadrid ni en el Ebro (donde combatió la Bandera), sino precisamente en el asalto a Pozuelo, día en el que fallecieron más de 30 legionarios de la misma compañía (la 27) en apenas unas horas. Los diarios de operaciones de las compañías reflejan los hechos tal cual los ha descrito Vd, y eso que no conocía este artículo cuando realicé el trabajo. Enhorabuena.

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  5. Requeté 1936, gracias por su aportación. Celebro que le resulte interesante este artículo. Efectivamente, durante la batalla de la carretera de La Coruña se produjeron combates de gran dureza que causaron numerosas bajas en ambos ejércitos. El asalto a Pozuelo en los últimos días de noviembre de 1936 es un claro ejemplo.

    Reciba un cordial saludo.

    Javier M. Calvo Martínez (Blog Frente de Batalla)

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