domingo, 3 de junio de 2012

115) "Boadilla"



“BOADILLA”

Hace ya algún tiempo, en mayo de 2009, publicaba en este blog un pequeño artículo que, con el título de ¡Gefallen! ,  dedicaba a Esmond Romilly y a su libro “Boadilla”.

En aquel momento, este libro de Romilly era una repetida referencia en diferentes trabajos y estudios sobre la batalla de la Carretera de La Coruña, ya que en él, su autor plasmaba parte de sus experiencias y recuerdos como combatiente del grupo británico del Batallón Thaelman (XII Brigada Internacional) durante la guerra civil española.

En aquél artículo, me lamentaba de que de este libro, a pesar de haber sido publicado por primera vez en 1937, no existiera todavía ninguna edición en castellano, y, además, de que las antiguas ediciones que existían en otras lenguas, eran raras y difíciles de conseguir, teniendo que rastrear sin demasiada fortuna en los fondos de bibliotecas y librerías de viejo, y estar dispuesto a abonar un precio respetable por hacerse con un ejemplar.

Unos meses después de que escribiera esas notas sobre Romilly, comenzó a circular en ciertos círculos y ambientes el rumor de que su libro iba a ser publicado por primera vez en castellano, lo que, como es lógico, me pareció una gran noticia. Por fin, en enero de 2011, llegó la confirmación de que “Boadilla”, 75 años después de su primera edición en Gran Bretaña, había sido publicado en España. Pero, por unas cosas y otras,  fue pasando el tiempo sin encontrar el momento de hacerme con un ejemplar. Por fortuna, hace poco más de un mes, como no podía ser de otra manera, el libro fue presentado en la localidad de Boadilla del Monte, en un acto organizado por la “ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL PALACIO DE BOADILLA”, y con la colaboración de la "PLATAFORMA CABALLO VERDE”, al que asistió el autor de esta interesantísima edición, el profesor de la Universidad de Salamanca, Antonio Rodríguez Celada, que en su intervención fue desgranando el arduo proceso de investigación que ha tenido que desarrollar tras las huellas de Romilly, y que queda claramente de manifiesto en la primera parte del libro, donde el profesor Celada aporta los resultados de sus investigaciones sobre la corta, pero intensa vida de Esmond Romilly, nacido en Londres en 1918, y muerto en algún lugar indeterminado del Mar del Norte, cuando el avión de observación de la Fuerza Aérea Canadiense en el que viajaba, por motivos nunca aclarados, cayó al mar tras haber cumplido una misión sobre territorio alemán, sin que aparecieran nunca sus restos. Era el 30 de noviembre de 1941, y el mundo hacía  meses que se desquebrajaba por los cuatro costado a causa de la Segunda Guerra Mundial. Romilly tenía sólo 23 años.

Junto a las explicaciones biográficas del autor de “Boadilla”, Antonio R. Celada informó a los asistentes al acto del proyecto que ha permitido que este libro sea editado en castellano, el Grupo de Investigación de la Universidad de Salamanca, que se dedica a recopilar toda la información posible sobre los voluntarios, brigadistas y corresponsales de habla inglesa que participaron en la guerra civil española. Un tipo de literatura interesantísima y que hasta la fecha, sorprendentemente, salvo un número muy reducido de libros y autores (Orwell, Hemingway…), a penas ha despertado interés en nuestro país, permaneciendo en el más absoluto desconocimiento las obras de numerosos autores que, de una manera u otra, fueron testigos directos y protagonistas de aquella trágica etapa de la historia de España.

Por supuesto, aquel día me faltó tiempo para hacerme con un ejemplar de “Boadilla”, que el profesor Celada tuvo la amabilidad de dedicarme, y, en cuanto conseguí hacerle un hueco en mi siempre larga e inacabable lista de lecturas que esperan su turno para ser leídas (y que no deja de acrecentarse día a día a base de libros, artículos, correos, blogs, foros, cómics…) me sumergí en su lectura, la cual recomiendo, por descontado, a todo aquél que tenga interés en la guerra civil española, pero también, a todos los que persigan lecturas vivenciales, sentidas, emocionantes y humanas, porque, en esencia, eso es el libro que escribió Romilly, un libro escrito desde el sentir de un joven que, con tan solo 19 años, decide combatir por una causa que considera justa, aunque para ello tenga que arriesgar su vida en un país que no es el suyo.

Más allá del detalle y la precisión historiográfica, que no parecen preocupar demasiado a su autor, este libro nos da una visión de la guerra civil española que nunca podremos encontrar en las grandes obras y monografías de referencia. Una visión de alguien que vivió en primera persona aquella  locura, que sufrió las penurias de las trincheras, el pavor incontenible que causan los bombardeos aéreos, los nervios y la tensión que se viven en las filas de un batallón de choque en los momentos previos a entrar en acción, los debates y contradicciones que se producen entre los ideales personales y la cruda realidad que supone una guerra, la ruindad y sinrazón a la que pueden arrastrar los fundamentalismos políticos, la sensación de vacío infinito e impotencia que provoca la muerte en combate de los amigos y compañeros de armas con los que se ha convivido y compartido miedos, incomodidades y escaseces de todo tipo. Pero también, la certeza de que el ser humano, aun en las más duras y difíciles situaciones, es capaz de desarrollar intensos y sinceros sentimientos de camaradería, amistad y altruismo, y como la vida, a pesar de que todo el entorno se convierta en violento y cruel, lucha por abrirse camino.

No quiero hablar más del libro, porque creo que lo verdaderamente interesante es su lectura. Simplemente me gustaría recoger aquí una pequeña reflexión que se hace el propio Esmond Romilly al recordar a sus amigos y compañeros muertos en los combates que tuvieron lugar en torno a Boadilla del Monte en aquél frío invierno de 1936, y a los cuales, el autor dedicó la primera edición de su libro:

“Cuando estábamos todos juntos en el palacio de El Pardo, nos unía una especie de fe que nos hizo sentir que nunca podrían destruirnos. Pero siete de esos hombres, incluido Joe, murieron en Boadilla. Murieron y fueron olvidados, ya que solo fueron importantes durante un día. Después vinieron otros combatientes, otros mártires, otras adhesiones.”

Personas de carne y hueso, con nombres y apellidos, cuyos últimos meses de vida en suelo español podemos seguir a través de la lectura de “Boadilla”. Personas reales que “murieron y fueron olvidados, ya que solo fueron importantes durante un día”. Cuando en mi lectura llegué a estas reflexiones de Romilly, no pude evitar acordarme del día que me acerqué a Boadilla del Monte para asistir a la presentación del libro, y como, al intentar localizar el lugar en el que iba a celebrarse el acto, me sorprendió comprobar la existencia de varias calles en ese municipio madrileño dedicadas a personas y personajes relacionados con la guerra civil, aunque eso sí, los nombres que aparecen en las placas de las calles de Boadilla del Monte pertenecen solo a uno de los bandos enfrentados y, desde luego, no existe en todo el pueblo la más mínima referencia de los combatientes a los que hace alusión Romilly, y que, de una manera u otra, han quedado inmortalizados en las páginas de su libro.

Siempre me ha parecido enormemente injusto la doble derrota que, a lo largo de la Historia, sufren los vencidos. Por un lado, sufren la derrota que supone la propia victoria militar y política de sus oponentes, y, por otro lado, tienen que sufrir también la posterior derrota que significa el olvido al que son condenados los vencidos. Como si nunca hubieran existido, como si todo lo que fueron o hicieron no hubiera servido para nada, convirtiéndolos en una especie de desperdicio del Pasado. Una condena al olvido, la cual, recién terminado el conflicto, puede entenderse que sus vencedores directos intentasen imponer, pero que cuesta más de aceptar cuando proviene de generaciones que, por fortuna, no tuvimos que vivir y sufrir esa tragedia, y podemos mirar aquellos días sin apasionamientos ni rencores.

Creo que el libro de Romilly, y su reciente edición en castellano, remedia un poco esa injusticia a la que me estoy refiriendo.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Esmond Romilly y su esposa, Jessica Mitford, en 1940.

3 comentarios:

  1. Interesantísimo el artículo, Javier. Si puedo hacerme con un ejemplar, también irá a engrosar las abultadas filas de las lecturas pendientes (cada día más libros; cada día menos tiempo). Estoy de acuerdo contigo respecto al caso Boadilla: Nos casamos en Boadilla y allí bautizamos a dos de nuestros hijos. Es un pueblo al que, ahora bastante menos, hemos estado muy vinculados, y comparto tu sorpresa pro el recuerdo unilateral. Un abrazo

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  2. Hola Nacho, un placer volver a verte por aquí.

    He visitado Boadilla del Monte en muchas ocasiones, la mayor parte de las veces, atraído por la Historia que guardan algunas de sus calles, de sus edificios, de sus alrededores… pero nunca me había percatado del detalle del nombre de ciertas calles (algo, por otra parte, no exclusivo de Boadilla, sino que se repite en infinidad de municipios de toda España), hasta el día que asistí a la presentación del libro de Romilly.

    Aquél día, al conducir por las calles de Boadilla, atento al nombre de las calles mientras intentaba localizar el lugar en el que se iba a celebrar el acto, me resultó llamativo ese detalle, y no puede evitar hacerme las reflexiones que, en parte, intento plasmar en el artículo del blog.

    Me acordé de Romilly y de sus compañeros, y no pude evitar pensar en si, hace más de setenta años, toda esa gente que acabó sus días en las cercanías de las mismas calles que yo estaba recorriendo, y que ahora llevan los nombres de sus oponentes, podrían imaginar que, tantas décadas después, se celebraría un acto presentado un libro en el que ellos eran los protagonistas. Unos protagonistas que dejaron sus vidas en un lugar cuyo nombre, a muchos les costaría pronunciar correctamente.

    Los compañeros de Romilly que murieron en las trincheras de Boadilla del Monte, al igual que tantos combatientes de uno y otro ejército durante la guerra, recibieron una sepultura apresurada en el mismo terreno en el que cayeron. Los intensos combates que caracterizaron aquellas jornadas de 1936, obligaban a hacer así las cosas. El paso del tiempo y el olvido al que me refería en mi escrito, borraron sus huellas, pero conociendo parte de la Historia que se vivió en Boadilla, uno aprende a mirar el entorno con otros ojos, y pasear por sus calles, o recorrer los preciosos encinares y pinares que rodean al pueblo, se reviste de cierto respeto y sentimiento.

    Al menos, para mí.

    Un saludo Nacho.

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  3. Se me olvidaba dar la referencia bibliográfica del libro en edición española:

    Romilly, Esmond, "Boadilla", Edición de A. R. Celada, Amarú Ediciones, Colección "Armas y Letras", nº 1, Salamanca, 2011.

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