RÍOS DE TINTA
La Historia, como ciencia social,
trata de reconstruir la realidad pasada mediante los datos que de la misma
perviven en el presente. Esos datos del pasado se encuentran en las diferentes,
y muy variadas, fuentes historiográficas, entre las que siempre han destacado
las fuentes escritas. No en balde, tradicionalmente, se llama también Historia
al periodo que transcurre desde la aparición de los primeros documentos escritos
(hace algo más de 5.000 años) hasta nuestros días, diferenciándolo así de la
Prehistoria que, según la definición clásica, sería el periodo de tiempo anterior
a la aparición de la escritura.
Evidentemente, esta definición tradicional resulta excesivamente simplista, habiéndose generado entorno a esta cuestión intensos debates y controversias entre las diferentes escuelas y corrientes historiográficas, pero nos sirve como ejemplo ilustrativo del puesto de honor que las fuentes escritas han tenido y siguen teniendo en los estudios históricos.
Desde hace milenios, el ser humano ha tenido la necesidad de hacer perdurables ideas, pensamientos y experiencias de diferente índole, empleando para ello distintos materiales, tales como la piedra, la madera, el barro, el papiro o el pergamino… Pero, sin ninguna duda, el gran triunfador fue el papel, que los chinos fabricaban ya en el siglo II d. C., y que junto a la tinta ha acompañado los devenires de la humanidad hasta nuestros días.
Durante siglos, gracias al papel y la tinta, se han generado infinidad de documentos escritos en los que ha ido quedando constancia de diferentes actividades históricas y culturales. Estos documentos constituyen buena parte de la materia prima empleada por los historiadores para realizar sus investigaciones. Los encargados de recopilar, clasificar y custodiar los documentos son los archivos, de origen tan remoto como la escritura, ya que su existencia esta constatada ya en el Antiguo Egipto y Mesopotamia.
España, desde antiguo, cuenta con importantísimos archivos históricos, destacando ejemplos como el Archivo General de Simancas (primer archivo oficial de la Corona de Castilla, fundado en 1540) o el Archivo General de Sevilla (fundado en 1785 con la finalidad de recopilar la documentación de las diferentes colonias españolas). El siglo XIX supondría el empuje decisivo para la proliferación y consolidación de los archivos estatales, creándose cuerpos de funcionarios para este fin y poniéndose las bases de la archivística moderna.
La organización actual de los archivos españoles se formó a partir de la Constitución de 1978, repartiéndose las competencias entre el Estado y las diferentes Comunidades Autónomas. Es por ello que existe una doble legislación: por un lado, la legislación estatal de aplicación general, recogida en la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985 (a la que hay que sumar una serie de decretos posteriores), y, por otra parte, las diferentes legislaciones autonómicas, siendo el Ministerio de Cultura, a través de la Subdirección General de los Archivos Estatales, el responsable de dirigir y coordinar todas las actuaciones orientadas a la custodia, conservación y difusión del rico Patrimonio Documental Español.
Existen también otros muchos archivos al margen del sistema archivístico estatal y de los sistemas archivísticos de las comunidades autónomas, como pueden ser los archivos del poder ejecutivo (Ministerios, Presidencia del Gobierno, Consejo de Estado), los del poder legislativo (Congreso y Senado), los del poder judicial (Audiencia Nacional, Tribunal Supremo, etc.), y los del Ejército. Por último, están los numerosos archivos privados, cuyo origen está en personas e instituciones no vinculadas a la Administración (archivos personales, nobiliarios, eclesiásticos, empresariales, etc.).
Los archivos históricos militares, imprescindibles para el estudio de la Guerra Civil, han tenido su propia trayectoria. Posiblemente, el antecedente más antiguo de archivo histórico militar que encontramos en España sea el Depósito de Guerra, creado en 1810 con el objetivo de recopilar la documentación militar generada durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). En 1847 este Depósito se dividió en dos secciones: una de geografía y topografía y otra, de historia y estadística militar, donde fue recogiéndose la documentación de las diferentes guerras y campañas españolas. Pero el Depósito de la Guerra, que con diferentes altibajos y reformas acabaría desarrollando una línea puramente historicista, sería suprimido en julio de 1931.
Habría que esperar al final de la Guerra Civil para volver a encontrar un archivo histórico militar, concretamente a junio de 1939, cuando el nuevo régimen franquista ordena el establecimiento de un Archivo Histórico de la Campaña, encargado de recoger y clasificar la documentación “propia y del enemigo” que pudiera servir para el estudio histórico de la contienda. Unos meses más tarde, en noviembre de ese mismo año, se creaba por orden ministerial el Servicio Histórico Militar, refundiendo el Archivo Histórico de Campaña con la documentación procedente del antiguo Depósito de la Guerra y de la Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos. Debido a los problemas de espacio que la acumulación de documentos ingresados había provocado, en 1994 se creó, en el seno del Ejército de Tierra, un nuevo archivo histórico: el Archivo General Militar de Ávila, cuyo núcleo inicial se constituyó, precisamente, con el conjunto de documentos acumulados en el Servicio Histórico Militar sobre la Guerra Civil (1939-1936). En diciembre de 1998 el nuevo Reglamento de Archivos Militares cambió la denominación del Archivo Central del Servicio Histórico Militar, pasando a denominarse Archivo General Militar de Madrid (IHCM) con categoría de archivo nacional.
En la actualidad, el Ministerio de Defensa gestiona un total de 8 archivos históricos de carácter nacional: Archivos Generales Militares de Segovia, Madrid, Guadalajara y Ávila, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Servicio Geográfico del Ejército, Archivo General de la Marina “Álvaro de Bazán”, Archivo del Museo Naval y Archivo Histórico del Ejército del Aire, a los que vendrá a sumarse próximamente el Archivo General e Histórico de la Defensa; y 17 archivos intermedios correspondientes a los de los tres respectivos Cuarteles Generales y a los de las antiguas circunscripciones territoriales de los Ejércitos. Al grupo de archivos históricos cabría añadir también, aunque no tengan carácter de archivos nacionales, los archivos históricos de los dos establecimientos científicos de la Armada: el Real Instituto y Observatorio de la Armada y el Instituto Hidrográfico de la Marina.
Como es fácil de imaginar, durante
la Guerra Civil Española, tanto el Ejército Popular de la República como el
Ejército Nacional, generaron una enorme cantidad de todo tipo de documentación
escrita y gráfica: diarios de operaciones, informes, mapas, croquis,
itinerarios, partes, órdenes, contraórdenes, estadillos… que en la actualidad
se encuentra custodiada en los diferentes archivos históricos militares a los
que hemos hecho alusión. Acudir a sus fondos supone una interesante experiencia
que nos traslada a aquel pasado bélico. Pero, aunque la documentación militar
suele ser muy precisa y está repleta de todo tipo de detalles, no debemos
olvidar que siempre, de los diferentes hechos que del pasado intentamos
estudiar, por muy abundantes que en ocasiones puedan ser las fuentes con las
que contamos, sólo nos han llegado datos parciales e incompletos, siendo misión
de los investigadores e investigadoras el intentar ir recomponiendo un enorme rompecabezas
del que siempre faltarán piezas.
He tenido ocasión de pasar muchas horas consultando documentación militar de la Guerra Civil. Legajos y carpetas que contienen miles de folios escritos a mano y a maquina procedentes de los diferentes frentes y unidades militares. Es lo que queda de un continuo fluir de documentos que durante la contienda iban de los cuarteles generales a los puestos de mando de las diferentes unidades y viceversa. Vestigios de un constante tránsito de papel escrito entre los despachos de la retaguardia y las ruinas y chabolas de las trincheras de primera línea. Las guerras (al menos antes de la aparición de los soportes digitales) no se hacían solo con pólvora, sino también con abundante papel y tinta que posibilitasen la correcta comunicación entre los diferentes escalones que constituían los ejércitos. Gracias a todo ello,, y a la importante labor que realizan los diferentes archivos históricos, hoy en día podemos acercarnos a aquel pasado e intentar reconstruir y saber interpretar parte del desarrollo bélico de la contienda española.
Algunas veces, cuando paseo por las viejas trincheras de la Guerra Civil, junto a restos de cartuchería, aparecen también tinteros. Viejos y, muchas veces, fragmentados recipientes de vidrio que en su día se emplearon para escribir todo tipo de documentos, desde partes e informes oficiales a cartas particulares, pasando por cartillas de ortografía para aprender a escribir. Viejos documentos que han llegado hasta nuestros días gracias, en gran medida, a la valiosa labor que realizan los diferentes archivos históricos.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía 1: Fotocopia de documento manuscrito de la 8ª División del EPR (AGMA)
Fotografía 2: Fotocopia de documento manuscrito de la 20 División del EN (AGMA)
Fotografía 3: Algunos tinteros encontrados en trincheras del noroeste de Madrid (JMCM)
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