viernes, 20 de abril de 2012

113) Retamares



RETAMARES

Uno de los lugares más vinculados con las actividades militares en el noroeste de Madrid es Retamares, situado al sur de Pozuelo de Alarcón, en una amplia franja de terreno que antaño estaba comprendida entre Molino de Viento al norte, el Ventorro del Cano al oeste, Ventorro de la Rubia al sur y la carretera de Extremadura al Este.

La historia de Retamares está íntimamente unida a la del ejército en Madrid. Desde finales del siglo XIX se hizo imperiosa la necesidad de amplios  espacios en los que las tropas acuarteladas en las ciudades pudieran desarrollar sus prácticas, maniobras e instrucción. La revolución que iba experimentado el armamento, la renovación de las tácticas y estrategias militares, y las características de unos ejércitos cada vez más modernos y especializados, provocaron que las condiciones que presentaban los tradicionales cuarteles urbanos resultaran insuficientes para atender las nuevas necesidades del ejército. Con el objetivo de subsanar esta situación, y evitar los peligros y molestias que suponían las actividades militares para la población civil, el Ministerio de la Guerra comenzó a realizar diferentes gestiones encaminadas a conseguir terrenos ubicados a una distancia adecuada de los núcleos de población. De esta manera, no solo se quería proporcionar a las diferentes guarniciones el espacio suficiente que éstas requerían, también se pretendía dotar sus actividades de cierta discreción y secretismo.

Madrid  fue una de las primeras ciudades españolas en las que se buscaron nuevos espacios para satisfacer las necesidades del ejército. De una manera no siempre clara ni legal, el Ministerio de la Guerra se fue haciendo con terrenos pertenecientes a diferentes municipios. Es así como, a lo largo de las primeras décadas del siglo XX, en las cercanías de la capital, poco a poco fueron surgiendo una serie de cuarteles y áreas de uso estrictamente militar que acabaron conociéndose como los cantones de Madrid.

Estos cantones cumplían una doble función, por un lado satisfacer la ya mencionada necesidad de espacios adecuados para las guarniciones madrileñas, por otro lado, se quería dotar a la capital española, sede de la Jefatura de Estado, de un cinturón defensivo capaz de proteger militarmente a la ciudad. Hoy en día puede resultar extraño que, a finales del siglo XIX, se considerase necesario dotar a Madrid de este tipo de defensa, pero si repasamos la Historia Contemporánea de España comprobaremos que los pronunciamientos, las insurrecciones, las sublevaciones y los motines de diferente signo constituían una amenaza muy real. Algo parecido puede decirse de las primeras décadas del siglo XX, donde a las tradicionales tensiones políticas y militares se sumaron las de carácter social, con un incipiente movimiento obrero y campesino de carácter revolucionario que en más de una ocasión pondría en serios apuros a los gobiernos de turno en diferentes puntos del país. Lo paradójico de esta cuestión es que, en diferentes ocasiones, serían precisamente los mandos y guarniciones de esos mismos cuarteles que conformaban los cantones de Madrid los que se terminarían convirtiendo en una seria amenaza para las autoridades con sede en la capital.

Es así como, en vísperas de la guerra civil,  además de los cuarteles situados en el mismo casco urbano (Maestranza y Parque de Artillería en el barrio de Pacífico, el Cuartel del Paseo de María Cristina, La Montaña, Infante Don Juan en Paseo Moret…), podemos encontrar una serie de acuartelamientos en torno a la capital, algunos de los cuales jugarían un papel muy destacado durante la sublevación militar de julio de 1936: Vicálvaro, Carabanchel, Getafe, Leganés, Cuatro Vientos,  El Pardo…

Por lo que respecta a Retamares, fue este uno de los primeros lugares que desde finales del siglo XIX se fue transformando en  una zona de uso exclusivamente militar. Un uso militar que, en mayor o menor medida, ha continuado hasta nuestros días. Por aquél entonces, la zona que era conocida tanto por el nombre de Dehesa de Carabanchel como por el de Dehesa de los Retamares, o Retamares a secas, consistía en una gran finca de propiedad municipal que el ejército había utilizado ya en diferentes ocasiones, con el consentimiento o la pasividad de las respectivas autoridades municipales, para sus prácticas y ejercicios de artillería, caballería e infantería. Pero a comienzos del siglo XX, el Ministerio de la Guerra decidió tomar posesión de toda la zona, así como de otra amplia franja de terreno en torno a la carretera de Extremadura, la cual, en poco tiempo, se convertiría en la zona militar de Campamento. La forma en la que el Ministerio de la Guerra se apropió en aquél entonces de esa enorme cantidad de terreno, en detrimento de los intereses municipales, no fue todo lo limpia y clara que cabría esperar, pudiéndose hablar de un evidente caso de especulación, corrupción y prevaricación de la época, algo que nos tememos volvería a repetirse un siglo después, cuando el Ministerio de Defensa, en 2005, decidió el desmantelamiento de la mayor parte de estos complejos militares, iniciándose una turbia operación urbanística de gran escala que todavía continúa. Pero volvamos al principio.

Desde el primer momento, Retamares fue empleado como campo de instrucción y maniobras, y muy pronto comenzaron a construirse edificios para el acuartelamiento de la tropa. Las características del terreno propiciaron también la realización de los ejercicios prácticos de las unidades de Ingenieros y Zapadores (fortificación, comunicaciones, castramentación, pontoneros…), convirtiéndose el Campamento de Retamares en el principal centro con el que contaba el ejército español para estos fines. De esta manera, durante las primeras décadas del siglo XX fueron llegando a Retamares diferentes novedades de ingeniería militar para probarlas y aprender su manejo: excavadoras mecánicas, puentes, pasarelas y pontones, equipos de iluminación, grupos electrógenos, lanzallamas, proyectores de señales, aparatos para detectar los trabajos de minado del enemigo, incluso, un ferrocarril de campaña. Diferentes aparatos e ingenios que, poco a poco, iban revolucionando la forma de hacer la guerra. Retamares fue también un magnífico campo de pruebas para la fortificación de campaña que, a raíz de la Primera Guerra Mundial, experimentaría un desarrollo espectacular (atrincheramientos, casamatas, parapetos, refugios, campos de alambradas de espino, blockhaus…).

Puede decirse que Retamares, durante las tres primeras décadas del siglo XX, se convirtió en uno de los principales laboratorios de pruebas del ejército español, donde se emplearían por vez primera materiales, armamento, técnicas y tácticas que después serían empleadas en combates reales, como fue el caso de Marruecos o de la propia guerra civil, lo que provocó que en la zona fueran construyéndose numerosas y muy variadas instalaciones militares. 

Entre estas instalaciones destacarían los polvorines, que durante décadas constituyeron una de las principales reservas de munición y explosivos de la región centro. El primero de ellos se construyó en 1912, al que rápidamente se fueron añadiendo otros. Las características de estos polvorines consistían en una serie de depósitos de tamaño medio, ubicados en el centro de grandes hondonadas artificiales con el objetivo de que, en caso de accidente, las paredes de tierra que rodeaban los arsenales minimizaran en lo posible los efectos de la onda expansiva que provocaría una explosión de esas características.  El lugar elegido para construir estos polvorines fue Monte Gancedo, en el centro de la zona militar de Retamares, evitando así los peligros para la población civil y las posibles actividades de espionaje o sabotaje sobre los mismos. Lógicamente, los Polvorines de Retamares y el enorme arsenal que contenían constituían un lugar especialmente sensible que requería de una protección especial. Por este motivo, contaba con su propio cuerpo de guardia y todo su perímetro  se dotó de las más altas medidas de seguridad y control, fortificando el lugar con atrincheramientos, campos de alambradas de espino, puestos de vigilancia, e incluso, fortines y casamatas de hormigón. Unas fortificaciones que, de una manera u otra, los republicanos aprovecharían para intentar frenar el avance de las tropas de Franco en noviembre de 1936, pero luego volveremos a ello.

Una cosa que siempre me ha resultado llamativo es la poca atención que aparentemente recibieron los polvorines de Retamares durante la preparación de la sublevación militar en Madrid en 1936. Parece lógico pensar que semejante arsenal fuera tenido muy en cuenta, tanto por los que preparaban la sublevación, como por los que intentaban enfrentarse a ella. Sin embargo, en la casi totalidad de los trabajos que he leído sobre este tema apenas he podido encontrar referencias al respecto. La excepción es el libro de Maximiano García Venero, “Madrid julio 1936” (Edt. Tebas, Madrid, 1973), una lectura, por cierto, muy recomendable.

Según García Venero, los polvorines de Retamares y sus acuartelamientos en 1936 eran una posición clave, ya que abastecían de explosivos, municiones de artillería, de ametralladora y de fusil a las tropas situadas en Madrid y sus cantones. La guarnición con la que contaban los polvorines en el mes de julio era de cien hombres pertenecientes al Regimiento de Infantería nº 1, y según el autor, sus depósitos en vísperas de la sublevación estaban saturados de material. Al mando del Regimiento de Infantería nº 1 se encontraba el coronel Tulio López, amigo personal del general Miaja, al que se consideraba adicto al régimen republicano, pero cuya fidelidad y lealtad, llegada la ocasión, se demostró no ser tan clara y decidida como las autoridades republicanas habían pensado.

En opinión de García Venero, el único de los generales alzados que pareció advertir la máxima importancia que tenían los Polvorines de Retamares fue el general Miguel García de la Herrán, pero la forma en la que se fueron sucediendo los acontecimientos en las vísperas del 19 de julio de 1936 provocó que los sublevados terminasen actuando de forma improvisada, sin apenas conexión entre ellos y tomando, posiblemente, las peores decisiones para alcanzar sus objetivos.

Como es sabido, García de la Herrán se trasladó secretamente al cuartel de Zapadores de Carabanchel la tarde del 19 de julio, poniéndose al mando de la guarnición para participar en la sublevación militar. Mientras esto ocurría, en Retamares la tensión se acrecentaba por momentos. Relativamente aislados, la guarnición que protegía los polvorines, al igual que iba sucediendo en el resto de los cuarteles de la ciudad, se mostraba inquieta y confundida. De hecho, esa misma mañana se había vivido ya una situación delicada cuando el teniente Guillermo Leret, que mandaba el retén del Regimiento nº 1 que custodiaba los arsenales, se había negado tajantemente a cumplir la orden dada por un comandante de Artillería para que le entregase, nada más y nada menos, que tres millones de cartuchos de los depósitos de munición.

Una de las primeras órdenes de García de la Herrán fue, precisamente, el refuerzo de la guardia de los polvorines de Retamares con fuerzas afines a los sublevados bajo el mando del capitán Carlos Domínguez, asegurándose de esa manera su control y consiguiendo una ventaja táctica que inquietó a las autoridades republicanas, pero que el desarrollo de los acontecimientos la convertiría en estéril e inoperante. Parece ser que los sublevados, al ver frustradas sus tentativas, se plantearon la posibilidad de volar los polvorines de Retamares, evitando así que éstos pudieran ser empleados por los gubernamentales para reducir a los sublevados en otras provincias, o que los depósitos de munición y bombas acabaran siendo asaltados por los milicianos de las diferentes tendencias políticas. Pero finalmente no lo hicieron, y los polvorines de Retamares acabaron controlados por fuerzas militares leales a la República.

Como ya se ha indicado, unos meses después de estos sucesos, en noviembre de 1936, toda la zona de Retamares se convirtió en un campo de batalla en el que los republicanos intentarían frenar el imparable avance de las tropas de Franco sobre la capital. Un avance que el día 4 de noviembre había supuesto la ocupación de Alcorcón por parte de las tropas de Asensio, Leganés por parte de las de Barrón y Getafe por las de Tella. Las tropas republicanas se desbandan sin apenas ofrecer resistencia y toda la zona de Retamares, Campamento, Carabanchel Alto y Villaverde, con la silueta de Madrid como telón de fondo, quedaba convertida en primera línea de fuego y objetivo prioritario de las fuerzas atacantes, como paso previo para comenzar el asalto definitivo a la capital.

El día 6, Asensio ocupó Campamento y Barrón Carabanchel Alto. Ese mismo día, por la mañana, las fuerzas de Castejón, que cubrían el flanco izquierdo de las columnas atacantes, avanzaron desde Villaviciosa de Odón para atacar la línea comprendida por Ventorro del Cano, el Cuartel de Ingenieros, los Polvorines de Retamares y Molino de Viento. En general, es muy poco lo que se ha escrito sobre los combates que se produjeron en la periferia de Madrid en las jornadas previas al asalto definitivo a la ciudad, y la mayor parte de los trabajos serios que se han publicado se limitan a hacer simples menciones de los mismos sin apenas profundizar en ellos. Según la prensa de la época, los combates en Retamares rozaron el heroísmo más extremo, pero estas crónicas no pueden ser tenidas demasiado en cuenta como fuentes historiográficas fiables. Algo parecido puede decirse de la literatura de carácter épico que comenzó a publicarse desde los mismos días del conflicto, y que continuaría haciéndolo una vez terminada la guerra, durante las primeras décadas de dictadura franquista. Tal sería el caso de autores como Víctor Ruiz Albéniz (más conocido como “El Tebib Arrumi” y al que un día tendría que dedicar un espacio en este blog) y su colección “La reconquista de España”, dirigida al público infantil y juvenil, o Luís Montán y sus “Episodios de la Guerra Civil”.

Fuera como fuese, lo cierto es que la columna Castejón inició su avance la mañana del 6 de noviembre y para la tarde de ese mismo día había ocupado ya todos sus objetivos. Cierto es que el propio Castejón resultó herido en aquella jornada y que según las crónicas de la época los legionarios y regulares que asaltaron Retamares chocaron con una tenaz resistencia de los republicanos, que se habían parapetado en sólidos y bien organizados atrincheramientos, en los que no faltaban las fortificaciones de hormigón. Es muy probable que las fortificaciones a las que hacen alusión estas crónicas formaran parte, en gran medida, de los sistemas defensivos que rodeaban ya los Polvorines de Retamares antes de la guerra civil, y que éstas fueran aprovechadas por los republicanos para ralentizar el avance enemigo, pero si hay algo que realmente caracterizó esas  jornadas de lucha en la periferia de Madrid fue el caos, la improvisación y la desorganización más absoluta entre las filas republicanas, las cuales, a pesar de protagonizar algunos episodios de verdadero heroísmo y sacrificio, fueron incapaces de detener el empuje de las columnas atacantes, que alcanzaron los arrabales de Madrid y la Casa de Campo en un tiempo relativamente rápido. 

Tras la Batalla de Madrid, Ventorro del Cano y Retamares serían las bases de partida de las columnas  que atacaron Pozuelo de Alarcón y vértice Valle Rubios, en el primer intento de corte de la carretera de La Coruña por parte de las tropas de Franco, combates en los que no me detendré en este momento porque ya han sido ampliamente tratados en diferentes apartados de este blog. Terminada la Batalla de la Carretera de La Coruña, la zona e Retamares quedó integrada en la retaguardia del Ejército Nacional hasta el final de la guerra, siendo sus instalaciones empleadas para diferentes fines y jugando un papel muy importante en el sistema de comunicaciones y suministros de las líneas del frente madrileño. Según he podido comprobar al consultar la documentación militar de la época, Retamares se convirtió también en una importante posición artillera.

Finalizada la guerra, Retamares volvió a sus tradicionales usos: acuartelamiento, campo de instrucción, tiro y maniobras, polvorines, etc.  Se construyeron nuevos cuarteles, que se convirtieron en sede de diferentes unidades de la División Acorazada Brunete (el Regimiento Caballería Ligera Acorazada, Villaviciosa 14, Grupo Logístico y Grupo Artillería Anti Aerea Ligera y parte de la XI Brigada Mecanizada). Parte de las tropas acuarteladas en Retamares se vieron inmersas en la intentona golpista del 23-F, cuando entre las 19:00 y las 20:00 horas de aquella tensa jornada, tres escuadrones de blindados procedentes de Retamares ocuparon las instalaciones de RTVE de Prado del Rey.

Algo que sorprendentemente ha pasado desapercibido para muchos vecinos del noroeste madrileño es el hecho de que, desde 1999 hasta 2011, Retamares se convirtió en la sede del Cuartel General Subregional Conjunto Sudoeste de la OTAN, órgano responsable del planeamiento de las operaciones de defensa colectiva en el área Sudoeste de Europa, incluidas las islas Canarias. En este cuartel general, inaugurado bajo el Gobierno de José María Aznar, con la presencia del entonces Secretario General de la OTAN, Javier Solana, trabajaron cuatrocientos militares de once nacionalidades diferentes pertenecientes a las diversas armas. En 2003, el Cuartel General Subregional de Retamares se convirtió en el Mando de Componente Terrestre para el Sur de Europa, al acordar los ministros de Defensa de la OTAN una reducción drástica del número de mandos militares aliados a fin de modernizar la Alianza y adaptarla a las nuevas realidades. Función que cumplió hasta 2011, en que se decidió su cierre definitivo.

Aunque en Retamares siguen existiendo diversos acuartelamientos y zonas militares, en febrero de 2000, la Gerencia de de Infraestructura y Equipamiento de la Defensa firmó un convenio con el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón por el que este se comprometía a incluir los terrenos del Ministerio de Defensa, Polvorín Retamares, dentro del Plan General que se estaba tramitando. El Ministerio cedió las 20 hectáreas de suelo de Montegancedo al Ayuntamiento, siendo estas reclasificadas como suelo urbano. Sin embargo, en diciembre de 2005, la Gerencia de Infraestructura y Equipamiento de la Defensa sacaba a pública subasta los terrenos "Polvorín Retamares" y, en enero de 2006, se los adjudicaba a la Inmobiliaria Lualca. Estos acuerdos permitieron la apertura pública de buena parte de unos terrenos que, durante más de un siglo, habían estado destinados a usos exclusivamente militares, pero también supuso su conversión a suelo residencial, sin valorar el patrimonio histórico que pueda existir en ellos, ya que, entre otros motivos, el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, hasta la fecha, no ha elaborado su correspondiente Catálogo de Espacios y Bienes protegidos del municipio, tal y como establece la ley de Patrimonio de la Comunidad de Madrid.

Tengo que agradecer muy especialmente a Guillermo Poza Madera, compañero de Gefrema e incansable estudiosos de la historia del noroeste de Madrid, haber sido la primera persona que, hace ya un par de años, me llevó a visitar Retamares. Primero en una visita relámpago preparatoria de la estupenda ruta que estaba organizando para los socios de Gefrema, y después, durante la propia ruta, en la que pudimos recorrer la zona más tranquilamente, visitando los restos de los Polvorines y de las instalaciones defensivas que le daban protección (garitas, torres de vigilancia, etc.), así como otras huellas de la intensa actividad militar que durante décadas se ha desarrollado en aquél lugar: galerías de tiro al aire libre, diferentes ruinas, numerosos atrincheramientos de todo tipo y abundantes restos de cartuchería que aparecen a simple vista procedentes de las prácticas y maniobras militares que se han efectuado en Retamares durante décadas. Tanto es así, que puede decirse que en un par de paseos por la zona, con un poco de paciencia y atención, uno puede hacerse con una respetable colección de vainas, peines y balas de los diferentes calibres y modelos de armas de fuego que ha utilizado el ejército español en los últimos cien años de historia (Mauser, Star, Hostchkiss Cetme, MG-42…).

Las limitaciones de este blog me impiden alargarme más en el tema, quedando en el tintero aspectos realmente curiosos como el Reducto de la Estrella, la línea ferroviaria Cuatro Vientos-Brunete, detalles sobre las unidades militares y los diferentes cuarteles de Retamares, etc. Por ello, quien desee ampliar y complementar información sobre Retamares, le recomiendo visitar el Foro de Gefrema, donde Guillermo colgó abundante documentación que, como suele ser habitual en este Foro, se fue ampliando con las colaboraciones y aportaciones de otros compañeros. Gracias a ello he podido escribir este artículo, así que, una vez más, mi más sincero agradecimiento.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Cuartel de Retamares (JMCM, 2010)