miércoles, 5 de junio de 2013

128) RUTAS DE LA ASOCIACIÓN HISTÓRICO-CULTURAL CIERZO




Desde inicios del mes de mayo, la Asociación Histórico-Cultural Cierzo, entre otras actividades, viene realizando una serie de rutas guiadas por los restos de la GCE existentes en el noroeste madrileño. Hasta la fecha, esta asociación tiene proyectadas rutas por la Dehesa de Navalcarbón, Arroyo de la Retorna, La Marazuela, Vértice Cumbre y Posición Rubio. Además, está preparando otras rutas similares por el Arroyo de la Puentecilla, Las Ceudas y Los Peñascales.


Esta primera tanda de rutas están concentradas en el término municipal de Las Rozas de Madrid, un lugar privilegiado para el estudio de la arquitectura militar y los frentes estables durante la GCE, pero muy pronto abarcará también otros términos municipales, como Majadahonda, Villanueva del Pardillo, Brunete, Valdemorillo, etc.


Puede ser una buena ocasión para que las las personas interesadas se acerquen a esta parte de nuestra historia reciente de una manera sencilla y amena, conociendo los numerosos vestigios del pasado que aún se conservan, así como los diferentes entornos y paisajes en los que estos restos se encuentran integrados, todo ello, de la mano de especialistas en la materia.

Por medio de su oferta de rutas e itinerarios guiados, la Asociación Cierzo quiere dar a conocer el rico patrimonio histórico-cultural que nos rodea, fomentando su cuidado y puesta en valor, a la vez que se posibilita una adecuada interpretación del mismo, todo ello, desde un planteamiento científico, objetivo y neutral. Por ello, además de rutas por las zonas en las que existen restos de la GCE, Cierzo realiza otras muchas actividades centradas en otros periodos y episodios históricos.

Las personas interesados en conocer más sobre esta asociación y las actividades que realiza, pueden consultar su web en:

Fotografías correspondientes a la ruta que el sábado 25 de mayo de 2013 realizo la Asociación Histórico-Cultural Cierzo por la Dehesa de Navalcarbón, en Las Rozas de Madrid (Fotografías cedidas por Cierzo).

jueves, 25 de abril de 2013

127) INVENTARIO DE RESTOS DEL FRENTE DE LAS ROZAS




En el mes de julio de 2012 fue finalizado el inventario de restos de la Guerra Civil Española 1936-1939 existentes en el municipio de Las Rozas de Madrid. Este inventario ha sido realizado por el investigador e historiador Javier M. Calvo Martínez y respaldado por la asociación GEFREMA (Grupo de Estudios del Frente de Madrid). En él, se han catalogado todos los restos y vestigios relacionados con la GCE que aún se conservan en este municipio de la Comunidad Autónoma de Madrid (fortines, trincheras, refugios, observatorios, pistas militares, etc.).

Para la realización de este trabajo, se ha llevado a cabo un exhaustivo trabajo de campo, dividiendo el municipio de Las Rozas de Madrid en tres zonas de estudio, respondiendo éstas, tanto a cuestiones geográficas como historiográficas. Cada una de esas zonas ha sido reconocida a pie en múltiples ocasiones para la toma de todos los datos que se han considerado de interés, inventariando los diferentes restos existentes en cada lugar, incluyendo cartografía, determinación de coordenadas por GPS, fotografías, medición y características de los mismos, estado de conservación, riesgos que sufren las construcciones, etc. Todos los datos obtenidos por medio del trabajo de campo han sido cotejados y puestos en relación con la información procedente del estudio de diferentes fuentes primarias y secundarias, lo que ha posibilitado la correcta interpretación de los mismos: tipo y función de los restos localizados, fecha de construcción, unidades que los defendieron, etc. 

Los contenidos de este catálogo se estructuran de la siguiente manera:

Una primera parte dedicada al contexto histórico en el que se construyeron las fortificaciones existentes en Las Rozas de Madrid, prestando atención a como era el pueblo en el momento de estallar la guerra, como afectaron las diferentes operaciones militares al municipio (batallas de la Carretera de La Coruña, de Brunete…) y que características tuvo el frente estabilizado que se desarrolló en el término municipal tras esas grandes operaciones militares.

En la segunda parte, se recoge la catalogación de los restos existentes en cada una de las tres zonas en las que se ha dividido el municipio para la realización de este trabajo. Cada una de estas zonas cuenta con textos explicativos, mapas de ubicación, apartado de fichas y una sección de fotografías. Los diferentes restos catalogados cuentan con una ficha individualizada en la que, entre otras cuestiones, se incluye la siguiente información: fotografía, descripción, nombre del lugar y coordenadas en las que se ubica el resto, medidas y materiales empleados en su construcción, estado de conservación…

En conjunto, el catálogo consta de 218 páginas, 159 fotografías, 13 mapas, 12 transparencias, 69 fichas, glosario de términos, siglas y abreviaturas empleadas, archivos consultados y amplia bibliografía.

Este catálogo ha tenido una primera presentación oficial el 22 de noviembre de 2012, dentro de un ciclo de conferencias que la asociación GEFREMA celebró en la Escuela Superior de Hostelería y Turismo de Madrid, para conmemorar su 10º aniversario, y deseamos que, muy pronto, pueda tener su correspondiente presentación en el municipio de Las Rozas de Madrid. También se han abierto los trámites para hacer entrega del mismo en la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad Autónoma de Madrid. 

Esperamos que con este trabajo, lejos de apasionamientos políticos o ideológicos, podamos contribuir al conocimiento sosegado y científico de esta parte de nuestra historia reciente, así como al estudio, preservación y puesta en valor del interesante patrimonio arqueológico relacionado con la GCE que aún existe en nuestra comunidad autónoma.

jueves, 4 de abril de 2013

126) UNA TENUE PRESENCIA






Una guerra, entre otras cosas, supone una enorme máquina de destrucción. Destrucción de vidas, de proyectos, de relaciones, de ideas… Destrucción de edificios, infraestructuras, entornos, paisajes…

Durante cerca de tres años, España fue asolada por una terrible  guerra civil, una guerra que supuso una enorme fractura social, política, económica, humana…

Entre julio de 1936 y marzo de 1939, los pueblos del noroeste y oeste madrileño, al igual que tantos otros pueblos del resto del país, se vieron atrozmente asolados por el conflicto armado. La vida cotidiana quedó interrumpida y, mientras sus vecinos eran evacuados a otros lugares alejados del frente, las calles y edificios de estos pueblos se convertían en escenario de duros combates. Las grandes operaciones militares fueron seguidas de una estabilización del frente que dio lugar a una guerra de posiciones en la que no faltarían los bombardeos de la aviación y la artillería, los golpes de mano, las pequeñas acciones de combate y el destructivo efecto de la guerra de minas.

Cuando el 1 de abril de 1939 finalizó oficialmente la contienda, los pueblos del noroeste y el oeste madrileño ofrecían un aspecto desolador. Los edificios que no habían sido totalmente destruidos, presentaban graves daños en sus estructuras. Los primeros vecinos en regresar (muchos nunca regresarían) se encontraron con sus viviendas convertidas en montones de escombros inhabitables. Los pisos de casas y patios habían sido levantados para excavar trincheras y refugios subterráneos; los tabiques de las habitaciones se habían tirado abajo para posibilitar el tránsito de una casa a otra sin necesidad de salir al exterior; los tejados se habían venido abajo y todos los elementos de madera, como vigas, puertas, marcos de ventanas, etc., habían desaparecido, al haber sido utilizados por la tropa para encender fuegos con los que cocinar y calentarse en los duros inviernos de guerra; las calles  estaban llenas de embudos causados por las bombas, de escombros y cascotes, de tapias y muros de adobe desechos; los campos asolados y surcados de trincheras, las iglesias en ruinas, con sus torres desquebrajadas y amenazando venirse abajo…

Los trabajos de desescombro y reconstrucción llevarían años, unas obras desarrolladas en su mayor parte por la Dirección General de Regiones Devastadas, organismo creado por el Ministerio de la Gobernación del nuevo Estado franquista para la reconstrucción de los pueblos que habían sido destruidos durante la guerra.

Se tardarían muchas décadas en borrar las huellas que la guerra había dejado. La posguerra fue larga y difícil. Luego, poco a poco, llegaría la modernidad, el abandono del mundo rural que durante siglos había caracterizado la vida de estos pueblos, el asfaltado de las calles, las infraestructuras, la expansión demográfica, la especulación, la recalificación de terrenos, las urbanizaciones, los centros comerciales y de ocio…

Hoy en día, el aspecto que presentan los pueblos del noroeste y el oeste madrileño, poco tiene que ver con el que ofrecían en los años previos a la Guerra Civil Española y, mucho menos, con el que mostraban recién terminado el conflicto. Hay que realizar un gran ejercicio de imaginación e interpretación para, al pasear por las calles de estos municipios, hacerse una idea de la fantasmagórica imagen que llegaron a tener. Son muy pocos los edificios que aún se conservan de aquellos días y, todos ellos, han experimentado profundas modificaciones, reformas y cambios. Sin embargo, en ocasiones, alguien que observe y mire con atención, alguien que conozca el pasado bélico del que estos edificios fueron testigos, alguien que haya aprendido a descubrir y descodificar las huellas y señales con las que la pátina de la Historia ha impregnado los diferentes lugares, podrá descubrir cosas curiosas, evocadoras, delatoras de aquel Pasado.

Las fotografías que encabezan esta entrada corresponden a detalles de viejos muros y tapiales del noroeste y el oeste madrileño que fueron levantados antes de la Guerra Civil Española. Como puede apreciarse en las imágenes, aún hoy en día es posible encontrar balas disparadas por fusiles o ametralladoras incrustadas en estas construcciones. En las dos primeras fotografías pueden apreciarse dos proyectiles de Máuser 7 mm, la tercera imagen corresponde a un proyectil de Mosin Nagant 7,62 mm.

Más de siete décadas después, a través de  pequeños vestigios y de huellas como estas, la Guerra Civil Española sigue teniendo una tenue presencia en los municipios del noroeste y oeste madrileño.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografías: Viejos muros del noroeste y oeste madrileño (J. M. Clavo, 2013)

miércoles, 13 de marzo de 2013

125) UNA CUESTIÓN MUY PREOCUPANTE







Las fotografías que encabezan esta entrada están realizadas en una de las posiciones más emblemáticas del frente de Las Rozas, el vértice Cumbre, posición de la que hemos hablado en diferentes apartados de este blog.
En estas fotografías puede apreciarse perfectamente el panorama que ha dejado tras de sí la visita de alguien con un detector de metales. El destrozo realizado es mucho mayor que el que se muestra en las imágenes, habiendo quedado el entorno repleto de hoyos y agujeros de diferentes tamaños y profundidades.
El vértice Cumbre es una de las poquísimas posiciones de la GCE que se encuentran incluidas en la Carta Arqueológica de la Dirección General de Patrimonio de la CAM, es decir, que cuenta con un alto grado de protección, pero esta circunstancia no parece haber importado lo más mínimo al protagonista de esta incursión, cuyos agujeros, en algunos casos, han supuesto una agresión a las propias estructuras de las fortificaciones, contribuyendo así, a su deterioro y degradación.
Lo ocurrido en el vértice Cumbre no es una excepción, sino un ejemplo más de las múltiples agresiones que, cada vez con más frecuencia, sufren los yacimientos de la GCE, no solo en la Comunidad Autónoma de Madrid, sino en el conjunto del territorio nacional.
En ocasiones, en los diferentes paseos o visitas que uno realiza a lugares relacionados con la GCE, debido al efecto de las lluvias, los trabajos agrícolas, las obras, etc., uno se puede topar, puntualmente, con ciertos objetos que aparecen en superficie. Entiendo que recoger estos objetos, limpiarlos y catalogarlos, no es perjudicial para el patrimonio histórico y arqueológico, porque sin alterar ningún entorno, se recuperan cosas que, de otra manera, posiblemente se perderían para siempre. Pero otra cosa muy diferente es acudir a un yacimiento provisto de detector de metales y herramientas para excavar y, sin ningún escrúpulo, alterar el contexto del yacimiento, destruyendo su registro arqueológico, con el único objetivo de arrancarle los objetos que pueda ocultar bajo tierra, eliminado así, la información que el estudio científico de ese yacimiento pudiera proporcionar.
El uso y abuso de detectores de metales está llegando a unos niveles muy preocupantes en nuestro país. En los últimos tiempos, está practica ha experimentado un auge impresionante. Respecto a los entornos y yacimientos de la GCE, la situación resulta más que preocupante, siendo estos lugares visitados, de manera reiterada y sin el más mínimo control ni sentido de la medida, por cientos de detectoristas de una manera cotidiana y en imparable aumento.
En un país como España, que ni por parte de las instituciones, ni por parte de la generalidad de la sociedad, se ha caracterizado nunca por mostrar una especial sensibilidad hacia la protección y puesta en valor de su patrimonio histórico y arqueológico, este fenómeno del uso descontrolado de detectores de metales quizás no llame la atención, o no se le dé demasiada importancia, pero a mí, personalmente, es un tema que siempre me ha preocupado y cada vez me preocupa más.
En los últimos años, y en diferentes ocasiones, he intentado plantear el debate, bien en foros, conferencias, rutas, escritos, blogs, páginas webs, o conversaciones personales y, una de las cosas que más me llama la atención, es lo poco que, en general, esta cuestión parece preocupar a la gente. Incluso, en espacios y ambientes que supuestamente deberían de tener una especial sensibilidad sobre el tema, me he encontrado con  que muchas veces se justifica el uso de detectores, o se tienden a minimizar las consecuencias negativas que su uso descontrolado pueda tener.
Yo no me creo en posesión de la verdad absoluta, y comprendo que, en ciertos aspectos, el debate pueda resultar más complejo de lo que a priori pudiera parecer. Tampoco pretendo demonizar, ni estigmatizar al conjunto de detectoristas, pero, una vez más, me parece necesario reflexionar sobre esta cuestión, y quiero aprovechar el espacio de este blog para, recopilando las opiniones propias que sobre el uso de detectores de metales he realizado en diferentes espacios, volver a plantear la cuestión, presentando una serie de opiniones y reflexiones con las que contribuir a un debate que considero de gran importancia.
En general, la mayor parte de los restos relacionados con la GCE carecen de una protección específica, y esto se debe, entre otras cosas, a varios factores íntimamente relacionados entre sí:
Por una parte, el escaso tiempo transcurrido desde el final de la contienda (al menos, desde una perspectiva historiográfica y arqueológica), tiene como primera consecuencia que la mayor parte de los restos relacionados con ésta, apenas hayan sido valorados como parte del patrimonio histórico, lo que ha provocado que durante décadas, las agresiones, destrucciones y demás acciones negativas, se hayan desarrollado sin el menor escrúpulo ni preocupación, habiendo primado casi siempre otros intereses particulares y económicos (chatarreo, trabajos agrícolas, urbanismo, infraestructuras, coleccionismo…). Es decir, no se ha generado y consolidado una adecuada sensibilidad por parte del conjunto de la sociedad, y de las diferentes administraciones competentes, hacia unos restos que se han visto como meras ruinas y chatarras sin apenas importancia.
A la vez, el escaso tiempo transcurrido desde el final del conflicto, está detrás del poco interés que en general han mostrado los arqueólogos y profesionales por los vestigios de la GCE. Esto se debe, fundamentalmente, a que la arqueología, como ciencia de investigación aplicada a la etapa contemporánea, necesita de un mínimo proceso cronológico  hasta que se define y consolida como disciplina especializada. O lo que es lo mismo, necesita coger un mínimo de perspectiva temporal sobre el sujeto de estudio.
Todo lo expuesto, ha provocado que hasta la fecha, y salvo excepciones muy contadas, exista una especie de vacío legal en lo que se refiere a la protección de los restos de la GCE.
Es decir, por una parte, estos restos no siempre resultan fáciles de poder ser incluidos en el mismo tipo de protección con el que cuentan los restos de periodos más antiguos, pues carecen de una categoría similar; por otra parte, el hecho de que todos los restos de la GCE no cuenten en conjunto o en bloque, con su propia protección específica, provoca que las diferentes leyes de protección vigentes que podrían ser aplicadas a estos restos, queden en el aire, dependiendo de la interpretación que se quiera hacer de las mismas. A todo esto, hay que sumar los muchos prejuicios, tabúes y miedos que todavía parecen existir para afrontar los temas vinculados con la GCE, lo que complica y enrarece aún más las cosas.
En resumen, que tanto desde el punto de vista de la historiografía, como de la arqueología, como de la sensibilización de la sociedad, como de la labor de las administraciones, como de la elaboración de leyes de protección… está casi todo por hacer.
La cotidiana destrucción o alteración que sufren los diferentes vestigios de la GCE (destrucción de fortines por trabajos de urbanizaciones o infraestructuras, rehabilitaciones en edificios que no respetan huellas de impactos, desaparición de atrincheramientos por labores agrícolas, mercado más o menos legal de restos materiales, etc.), o mismamente, el tipo de debate que se genera en torno al uso de detectores de metales en los yacimientos de la GCE, constituye un buen ejemplo de la poca consideración que todavía tienen estos restos, un debate que estoy seguro que estaría totalmente claro si estuviéramos hablando de restos pertenecientes a otros periodos históricos (Edad Media, Antigua, Prehistoria…).
Muchas de las personas que hacen uso de detectores de metales en los yacimientos de la GCE, aseguran que dependiendo de dónde, cómo y para qué se utilicen estos aparatos, no puede considerarse una práctica ilegal, ya que no estarían quebrantando ninguna ley de protección del patrimonio. Suponiendo que tengan razón, algo que no tengo del todo claro, me parece que, en cualquier caso, esta es una argumentación delicada.
Para empezar, no creo que a muchas de las personas que utilizan detectores de metales les importe demasiado esta cuestión, al menos, mientras las administraciones competentes, quizás por falta de medios, por desconocimiento o por absoluta indiferencia, sigan mostrando una amplia permisividad hacia este tema. Un ejemplo muy ilustrativo es lo acontecido en el vértice Cumbre (con el que iniciábamos esta entrada), un yacimiento de la GCE con la máxima protección legal que ha sido expoliado sin el menor escrúpulo. Pero, sobre todo, porque pienso que el debate debería de ir más allá de los aspectos estrictamente legales.
Creo que ha quedado bastante claro que la legislación, en lo que a protección del patrimonio relacionado con la GCE se refiere, está en pañales, quedando casi todo por hacer. Ya hemos visto también, como la mayor parte de los restos de la GCE carecen de una protección específica y, por tanto, para poder preservarlos de alguna manera, hay que intentar incluirlos en fórmulas legales en las que no siempre encajan bien, ya que, por el poco tiempo transcurrido desde el final de la guerra, así como por la escasa sensibilización social e institucional, no son todavía considerados con la misma categoría que los restos pertenecientes a otros periodos históricos.
Este vacío legal, que permite una amplia interpretación de las leyes vigentes, es lo que sigue permitiendo la destrucción de numerosos restos de la GCE. De esta manera, sin quebrantar ninguna ley, se siguen destruyendo fortines, trincheras, huellas de impactos, etc. Pero yo creo que el hecho de que algo no sea estrictamente ilegal, no lo justifica automáticamente. Más allá de que las leyes puedan dotar un día a estos restos de algún tipo de protección específica, algo que supone un proceso largo y laborioso, debería de existir ya una mayor sensibilidad al respecto, y no escudarse en supuestas legalidades o ilegalidades para justificar cierto tipo de actuaciones que, cuando menos, resultan más que cuestionables.
Este tipo de justificaciones sobre el uso de detectores de metales no me sorprenden cuando vienen de personas cuyo máximo y, muchas veces, único interés es mercadear con los restos materiales del pasado, o acrecentar sus colecciones particulares, pero me descolocan mucho cuando vienen de personas que dicen tener (y muchas veces me consta que es así) un especial interés por la protección y puesta en valor de ese mismo patrimonio histórico y arqueológico. Me parece contradictorio reivindicar el estudio, cuidado y puesta en valor de restos de la GCE, tales como fortines, trincheras, refugios, etc. con el fin de que las administraciones les doten de una protección específica y, al mismo tiempo, hacer uso de detectores en los mismos lugares en los que éstos se encuentran. Si en algún momento se consigue que los restos de fortificaciones sean considerados como patrimonio histórico de pleno derecho, una de las primeras consecuencias va a ser que no se puedan usar detectores en el entorno que éstos ocupan. Es decir, que lo que en ocasiones reivindicamos, entra en contradicción con lo que hacemos.
Como señalaba más arriba, comprendo que no es un tema sencillo, y que se podrían sacar muchos matices y plantear muchas dudas al respecto, pero me chirría que se esgrima la supuesta legalidad o ilegalidad de la cuestión. Me parece un tanto esquizofrénico reivindicar que se cambie la legislación para dotar a los restos de fortificaciones de algún tipo de protección, y, al mismo tiempo, aprovecharse de la legislación actual para justificar ciertas prácticas. No lo entiendo.
Yo no digo que haya que dejarlo todo en manos exclusivamente de profesionales. Respecto al estudio de la GCE y su patrimonio, es evidente que muchas de las mejores iniciativas, proyectos y estudios que han surgido al respecto en los últimos años, han partido de personas y asociaciones no profesionales, pero que han mostrado, y muestran, un compromiso, una seriedad y una forma de trabajar muy respetables. Siempre he creído que el conocimiento y acercamiento al Pasado y a la Historia, es un derecho de toda la sociedad, pero también creo que ciertas actuaciones, como es el caso de todas aquellas que supongan una alteración de los yacimientos arqueológicos, deberían de ser competencia exclusivamente de  técnicos y especialistas profesionales, absteniéndonos el resto de ponerlas en práctica. Otra cosa es que como personas interesadas en el tema y, en algunos casos, expertas en la materia, podamos colaborar, a título personal o como asociaciones en proyectos concretos. De hecho, creo que el modelo que mejores resultados podría dar es precisamente ese, el de la colaboración (detectores de metales incluidos) entre profesionales, técnicos, especialistas, investigadores, aficionados, etc.
Tampoco pierdo la perspectiva de que, al día de hoy, la mayor parte de las destrucciones de restos de la GCE, vienen dadas por actuaciones realizadas desde las diferentes administraciones (urbanismo, infraestructuras…). Por eso, es a ellas hacia las que hay que dirigir los mayores esfuerzos, por una parte, para que tengan en cuenta estos vestigios históricos a la hora de diseñar y llevar a la práctica sus diferentes proyectos, y por otra, para que doten a estos restos de la protección de la que la mayoría de ellos carecen todavía.
Para que las administraciones e instituciones competentes tomen cartas en el asunto, y para sensibilizar cada vez a mayor número de personas sobre el valor histórico, cultural y patrimonial que tienen los restos de la GCE, es muy importante la labor de investigación, catalogación, protección y puesta en valor de los mismos, que realizan desde hace años diferentes asociaciones y particulares. Lo triste es que la misma información obtenida a través de ese esfuerzo y trabajo de investigación, la mayor parte de las veces desarrollado de una manera altruista y desinteresada, sea aprovechada negativamente  por otras personas.
Con todo lo aquí expuesto, no quisiera caer en el fácil y estéril debate maniqueo de buenos o malos. Comprendo que es un tema complejo, conflictivo, con muchos flecos y contradicciones, y en el que hay todavía mucho camino que recorrer. Pero creo que va siendo necesario adoptar posturas más firmes al respecto, para así, ir contribuyendo poco a poco al necesario debate sobre este tema, el cual, lo considero más serio e importante de lo que a priori pueda parecer. Una postura personal que, por otra parte, está constantemente abierta al intercambio, la rectificación y el enriquecimiento con otros puntos de vista y enfoques.
Lo que no puede consentirse es que se sigan produciendo episodios como los acontecidos en el vértice Cumbre de Las Rozas, y en tantos otros lugares vinculados a la GCE.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: Efectos de la utilización del detector de metales en el vértice Cumbre (JMCM, 2012).


miércoles, 27 de febrero de 2013

124) TIRO AL BLANCO




Hoy volvemos a un tema curioso que ya fue tratado en una anterior entrada de este blog que llevaba el título de "PUNTERÍA" Se trata de las prácticas de tiro que, a tenor de ciertos hallazgos, se practicaban en las líneas del frente madrileño durante la Guerra Civil Española.
Hasta la fecha, me he topado con diversos objetos metálicos (monedas, vainas, cartuchos y cubiertos) que habían sido utilizados para practicar ejercicios de puntería. Es de suponer que, además de estos objetos metálicos, se empleasen también otros muchos, tales como latas, frascos, botellas, maderas, etc., y que el paso del tiempo, o la inevitable destrucción que supone el impacto de un proyectil en esos materiales, hayan borrado cualquier vestigio de estas prácticas de tiro.
Lo que en un primer momento podría haberse interpretado como una práctica puntual o anecdótica de algunos soldados para matar el rato o realizar cierto tipo de apuestas con sus compañeros, se me presenta ahora como un ejercicio regulado, y puede decirse que obligado, practicado de manera cotidiana por las guarniciones de las diferentes posiciones del frente.
Una de las principales responsabilidades y preocupaciones del soldado era el perfecto mantenimiento de su armamento. Mientras la tropa permanecía acantonada en sus respectivas retaguardias, el armamento se mantenía en buenas condiciones de conservación, custodiado en las correspondientes armerías y depósitos habilitados para ese fin. Pero la cosa cambiaba cuando las  unidades eran trasladadas al frente. Las guarniciones de primera línea pasaban en sus incómodas posiciones periodos de tiempo que, como mínimo, se alargaban entre quince días y un mes. Durante ese tiempo, los soldados tenían que evitar a toda costa los potenciales daños que, la siempre difícil y penosa vida en las trincheras, podía ocasionar en los mecanismos del arma.
Tres eran los principales enemigos del fusil en las líneas del frente:
La Oxidación, producida por el agua, la humedad, el contacto con productos inadecuados, o la propia acidez del sudor de las manos (sobre todo en los periodos estivales).
La Suciedad del polvo, el barro, la arenilla, los cuerpos extraños, o la propia grasa del fusil que, al mezclarse con los residuos de la pólvora, se convertía en una especie de barrillo abrasivo que, como lija, producía desgaste y averías.
Los Golpes producidos por el mal trato del armamento y de sus municiones, o por las difíciles condiciones de vida en las trincheras,  y que podían ocasionaran roturas y deformaciones en los componentes del arma.
Para minimizar estas amenazas y evitar que el fusil pudiera quedar inutilizado, el soldado, de manera periódica, debía limpiar y lubricar su fusil, conservándolo siempre en perfectas condiciones de uso. Algo que debía de resultar muy difícil bajo las inclemencias  de la guerra de trincheras, ya que el fusil es un conjunto de complicados y muy sensibles mecanismos y piezas de cierta precisión (recámara, ánima, cerrojo, caja de disparo, muelle recuperador, amortiguador, punto de mira, mecanismo de disparo y expulsión, seguro, gatillo, percutor, alza, etc.).
Durante el periodo de instrucción, el soldado aprendía a montar y desmontar el fusil. Posteriormente, esta práctica, que según los manuales debía de ser capaz de realizar incluso en plena oscuridad, la repetía de manera cotidiana en las trincheras y chabolas del frente. Para ello, debía de buscar un lugar limpio en el que poder extender una tela o lona sobre la que iba depositando las diferentes piezas para proceder a su limpieza, engrase y, en caso necesario, sustitución de las piezas defectuosas. Tras el montaje, había que poner el arma a punto, o lo que es lo mismo, era necesario comprobar si todo se había realizado de forma correcta y graduar los elementos de puntería: el alza y el punto de mira. Es decir, era imprescindible realizar ejercicios de tiro que permitieran las adecuadas correcciones y ajustes en el fusil.
En la retaguardia, estos ejercicios de tiro eran fáciles de realizar, existiendo zonas habilitadas para ese fin, pero la cosa se complicaba algo más en las primeras línea de fuego, donde la movilidad y el espacio se encontraban muy limitados por el constante hostigamiento del enemigo.
Ciertamente, los diferentes hallazgos que he podido efectuar al pasear hoy en día por las viejas líneas del frente, no pueden considerarse una referencia indiscutible de lo que intento recoger en esta hipótesis, máxime, si tenemos en cuenta que todos los hallazgos se han realizado a simple vista y sobre el terreno, sin alterar el entorno y sin el menor uso de cualquier tipo de aparato, sistema o tecnología para la detención de metales, lo que limita mucho las muestras obtenidas y, en consecuencia, la información que de éstas se pueda obtener. Pero, a pesar de ello, lo cierto es que todos los objetos utilizados como blanco de tiro que he podido encontrar a lo largo del tiempo, se encontraban en posiciones de primera línea, y que todos ellos eran objetos cotidianos y muy abundantes en las trincheras: vainas, monedas de escaso valor, cubiertos de campaña… a los que habría que sumar otros objetos que no han soportado el paso del tiempo y la erosión.
Los objetos empleados para afinar la puntería aparecen en las posiciones de ambos ejércitos y da la sensación de que eran colocados sobre los taludes formados con los sacos terreros, más o menos deshechos, de los parapetos de primera línea. Los tiradores debían de efectuar sus disparos desde las aspilleras de alguna de las trincheras posteriores que conformaban el complejo sistema defensivo, de tal manera que, las balas perdidas, o los proyectiles que no alcanzaban el blanco (que debían de ser bastantes), iban directamente a estrellarse contra las líneas enemigas.
De esta manera, considero que la mayor parte de estos ejercicios de puntería no respondían al capricho o al aburrimiento de los soldados, (no parece lógico pensar  que los correspondientes oficiales al mando de las unidades de primera línea consintieran desperdiciar munición en trivialidades de ese tipo de una manera generalizada), sino que la explicación  a estas prácticas se encuentra en los ejercicios de tiro que la tropa realizaba en sus prolongadas estancias en las primeras líneas de fuego , tanto para ejercitar la puntería, como para comprobar el correcto mantenimiento y funcionamiento de sus fusiles.
Los ejercicios de tiro son una práctica presente y constante en todos los ejércitos, tanto en tiempo de paz, como, por supuesto, en tiempo de guerra. En las primeras líneas del frente, estos ejercicios seguían siendo necesarios (más bien imprescindibles) porque, aunque se pueda disparar contra las líneas enemigas de manera  cotidiana, la distancia de los objetivos y las condiciones de la guerra de trincheras impide comprobar la efectividad del tiro y corregir los posibles defectos en el funcionamiento del arma.
Creo que, en estos argumentos, podría estar la explicación de la presencia de diferentes objetos empleados como blanco en las trincheras de primera línea.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía: Ejemplos de vainas empleadas como blanco, encontradas en diferentes posiciones de la GCE en el noroeste de Madrid (JMCM, 2013).

jueves, 14 de febrero de 2013

123) ¡BRUNETE !( EPÍLOGO)









El día 26 de julio de 1937, el general Franco daba la orden de suspender su contraofensiva en el oeste de Madrid. De esta manera, finalizaban los encarnizados combates de la bolsa de Brunete. Terminaba así  la que, por el volumen  de tropas y medios empleados, sería la más importante batalla que se desarrolló en el frente madrileño durante la Guerra Civil Española. Durante casi un mes (21 días para ser más exactos) cerca de 100.000 combatientes se enfrentaron en una terrible lucha de desgaste que tendría pocos resultados.

Por un lado, la primera gran ofensiva del incipiente Ejército Popular de la República no consiguió más que una pequeña ganancia territorial de unos 100 kilómetros cuadrados y paralizar durante algunas semanas la campaña franquista en el norte; por otro lado, el Ejército Nacional, en la contraofensiva que desencadenó a partir del día 18, y con la que Franco pretendía finiquitar de una vez por todas el correoso frente madrileño, no logró más que recuperar una pequeña parte del terreno perdido, aunque eso sí, había sido capaz de neutralizar la iniciativa de su enemigo.

Respecto a la valoración que los investigadores hacen de esta batalla, puede decirse que existen versiones para todos los gustos. Unos dan la victoria al Ejército Nacional, otros consideran vencedor al Ejército Popular de la República, algunos hablan de empate técnico o tablas. Todo depende del enfoque, la perspectiva y la interpretación que se haga de aquellos combates.

No voy a entrar ahora en esos análisis. Lo que en este epílogo me interesa tratar sobre aquella cruenta batalla es lo que hoy en día queda de la misma.

Setenta y cinco años después, el nombre de Brunete mantiene unas reminiscencias bélicas que el tiempo no ha logrado borrar. Puede decirse que la asociación que se hace de este topónimo con la GCE permanece, de alguna manera, en el subconsciente colectivo, al menos, en el subconsciente colectivo de ciertas generaciones. Pero esta relación se manifiesta de muy diferentes maneras. Para todos a los que nos interesa la Historia de la GCE, Brunete aparece como una de las grandes operaciones militares que tuvieron lugar durante la contienda, uno de los episodios decisivos cuyo resultado marcó el posterior desarrollo de la guerra, y nos interesamos por profundizar más en su desarrollo a través de la bibliografía disponible. Pero no cabe duda de que la inmensa mayoría de la gente ve esta batalla (y en general todo lo relacionado con la GCE) como una referencia lejana y ajena, o ignora casi por completo su existencia. Sea como sea, lo que resulta evidente es que la batalla de Brunete ya es Historia, pero una Historia sobre la que todavía cabría decir muchas cosas.

A lo largo de los últimos años, he subido a las lomas y cerros en los que se establecieron las principales posiciones, he visitado los lugares que albergaron los puestos de mando, he cruzado las resecas llanadas por las que las unidades se lanzaron al combate, he deambulado por las orillas de  los ríos y arroyos que moldean el paisaje en el que tan duramente se luchó, he paseado por las calles de los reconstruidos pueblos, me he movido por las trincheras, fortines y refugios que cada uno de los dos ejércitos construyó tras la batalla para defender sus respectivas líneas de frente… en fin,  he recorrido multitud de veces la mayor parte de los entornos en los que se desarrolló esta batalla, topándome, en no pocas ocasiones, con diferentes restos de aquellos días, unos restos que aparecen a simple vista, sobre el terreno (balas, vainas, metralla…). Puede decirse que, en todos estos paisajes, la guerra ha dejado una especie de patina. Una pátina, muchas veces, sutil y poco perceptible para quienes ignoran lo que se vivió en aquellos lugares, pero visible para los que nos acercamos a ellos con las pistas que nos permiten mirar con otros ojos, descodificar sus secretos, descubrir cosas.

Otras veces, esa patina es clara y manifiesta, como sucede con los monumentos conmemorativos de esta batalla que aún existen distribuidos por algunos pueblos. Para quienes sentimos la Historia y nos interesamos por profundizar en sus secretos, toparse una y otra vez con estos hitos que solo plasman la Historia de una manera sesgada y partidista, provoca una sensación extraña. Intentaré explicarme:

Es verdad que estos monumentos son también Historia, pero forman parte de la Historia que el bando vencedor construyó tras la GCE, y dan testimonio de la ideología en la que se sustentaba el régimen franquista, una ideología y una interpretación del pasado con la que trató de justificar la sublevación de julio de 1936, los años de guerra que ésta provocó, y la posterior dictadura que la siguió. Durante cuarenta años se impuso una única versión de los hechos, una versión que continúa "¡Presente¡" en todos los monumentos conmemorativos que aún existen de la batalla de Brunete, así como en el callejero de algunos de los pueblos en los que ésta se desarrolló.

Más de tres décadas después del final de la dictadura, todos los monumentos, placas, nombres de calles y simbología conmemorativa que hacen alusión a la batalla de Brunete, exaltan solo a los caídos de uno de los bandos, lanzan odas a la figura del "caudillo" o transmiten una interpretación ideologizada de aquellos combates. Es lógico que así sea, si tenemos en cuenta en que momento fueron levantados estos monumentos, pero resulta menos lógico que, al día de hoy, no exista todavía la más mínima reseña a los combatientes del otro bando que se enfrentó en aquella batalla.

Sin querer equiparar a los unos y a los otros, y caer en esa posición aséptica con la que se suele analizar en los últimos tiempos la GCE (el tan explotado "todos fueron iguales"), que, además de ser una interpretación falsa, no deja de ser también una nueva forma de desvirtuar el pasado, vaciándolo del necesario análisis crítico que requiere cualquier investigación historiográfica que pretenda ser medianamente seria y útil, me parece, cuando menos, inaceptable, que no exista todavía la menor medida, ni el más mínimo gesto, para intentar contrarrestar, complementar o, al menos, equilibrar la versión  completamente parcial que reflejan esos monumentos y el nombre de ciertas calles.

El presente se debe construir conociendo y comprendiendo, en su total magnitud, el pasado que nos ha precedido, con sus luces y sus sombras, con lo que nos agrada y con lo que nos disgusta de él. Solo así podremos sentirnos una sociedad plenamente madura y responsable. Ningunear, ignorar, desdeñar a quienes fueron protagonistas de toda una parte de nuestra Historia reciente, es una injusticia para con quienes vivieron y sufrieron aquellos sucesos, ya que se les niega su lugar en la Historia, pero también para quienes vivimos el momento actual, ya que nos impide tener una perspectiva más amplia y completa de los tiempos que nos precedieron, unos tiempos, cuyo conocimiento y comprensión, son imprescindibles para intentar entender mejor el presente que vivimos y poder sacar enseñanzas de aquellos episodios tan trágicos.

Yo no tengo claro que todos esos monumentos tengan que desaparecer, como decía más arriba, creo que también forman parte de la misma Historia, pero, al menos, debería de buscarse la manera de equilibrar las cosas, creando los elementos que permitan interpretarlos en su justa medida, rescatando del olvido al que fueron condenados hace ya muchos años, a los combatientes del otro ejército, reivindicando también su memoria y su lucha, máxime, si tenemos en cuenta que, muchos de ellos, reposan para siempre en tumbas anónimas y desconocidas, entre los encinares, los secanos, los pastizales y las llanadas que rodean Brunete y el resto de pueblos que fueron escenario de aquellos combates.

Quizás sea una utopía, pero me gustaría creer que, independientemente de valoraciones ideológicas o partidistas (que considero lógico que existan), la batalla de Brunete, y por extensión cualquiera de las batallas de la GCE, puede tener, al día de hoy, un tratamiento historiográfico, sosegado, desapasionado, sincero, justo y, sobretodo, respetuoso con quienes sufrieron sus terribles consecuencias, pudiendo, todo ello, tener también su plasmación visible en los espacios y lugares en los que esa batalla se desarrolló. Algo parecido a lo que sucede en otros países, con otras guerras. Aquí van dos ejemplos que considero especialmente significativos:


Por último, y como refuerzo de la idea que intento transmitir, quiero terminar esta serie dedicada a la batalla de Brunete, en su 75º aniversario, con las opiniones de dos de sus más eminentes y reconocidos estudiosos y analistas, los ya desaparecidos, José Manuel Martínez Bande y Rafael Casas de la Vega. Los dos, militares pertenecientes al ejército de Franco, pero que, ya hace muchos años, realizaron un esfuerzo de objetividad, tratando de mantener una postura desapasionada de aquellos hechos, a pesar de sus simpatías, su formación y sus antecedentes. En este sentido, creo que resultan bastante significativas las palabras que, en 1976, plasmó el propio Casas de la Vega en la presentación de la 2ª ediciones de su libro:

"Brunete" vuelve a salir tal cual era. Nada ha cambiado para él. El respeto que entonces, en 1967, mostraba para los dos bandos de nuestra guerra sigue siendo actual. El interés por la verdad sigue siendo el mismo. El mismo es el rigor y el amor a todos aquellos hombres que se batieron con fiereza y murieron o sufrieron sin remedio.

Las palabras de estos dos autores con las que quiero poner fin en este blog a la serie de cinco entregas y un epílogo sobre la batalla de Brunete, y que creo que sirven para justificar la necesaria visión equilibrada, sin mistificaciones, ni distorsiones, de la que hablaba antes, son las siguientes:

"Brunete es la batalla de la sed. Los soldados padecieron terriblemente bajo el fuego abrasador de un sol implacable, cuyos ardores apenas si se podían combatir. A estos sufrimientos había que añadir las penalidades propias de una lucha armada; el cansancio y el fuego de las armas, con su inevitable tributo de sangre y de tensión moral. Puede decirse que, en general, todas las fuerzas se batieron con estoica indiferencia ante el dolor, sabedores de que en aquel terreno martirizado se ventilaba la suerte posterior de la guerra." (José Manuel Martínez Bande)
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"En los campos de Brunete, 90.000 hombres llegaron a tener, en veinte días, un total de cerca de 40.000 bajas. Es decir, de cada dos hombres que tomaron parte en la batalla, uno resultó muerto, herido, enfermo o prisionero. Sobre la tierra caliente de Castilla ardieron las cosechas y los árboles, y se consumieron los hombres. Se combatió con salvaje entereza y se murió con heroísmo, con un decente heroísmo, sin alardes. Sobre la parda tierra de Brunete se momificaron los cuerpos sin vida y se gangrenaron las terribles heridas de los moribundos. La gente sufrió y temió. Era la primera gran batalla de la guerra." (Rafael Casas de la Vega)

Pienso que el miedo, la sed, la miseria, la angustia, el dolor… que los combatientes de uno y otro bando sufrieron durante la batalla de Brunete, son claro reflejo de la terrible realidad que supone una guerra. Creo que todo ello, más allá de planteamientos ideológicos o partidistas, constituye una lección que no debería de ser olvidada.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

NOTA:

Para los contenidos y testimonios recogidos en las cinco entregas dedicadas en este blog al 75º aniversario de la batalla de Brunete, se ha utilizado la siguiente bibliografía:

  • Casas de la Vega, R., “Brunete”, Caralt, Barcelona, 1976.
  • Martínez Bande, J. M., “La ofensiva sobre Segovia y la batalla de Brunete”, Edit. San Martín, Madrid, 1972.
  • Montero Barrado, S., "La batalla de Brunete", Raíces, Madrid, 2010.
  • Revilla Cebrecos, C., "…De esos tenemos tantos como el que más", G. del Toro Editor, Madrid, 1976.
  • Salas Larrazabal, R., "Hª del Ejército Popular de la República", La Esfera de los Libros, Madrid, 2006.
  • "Frente de Madrid", revista del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema).

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Fotografía 1: Monumento a los combatientes franquistas junto al cementerio de Brunete  (JMCM, 2012).
Fotografías 2 y 3: Dos de las placas conmemorativas que existen en los edificios de la Plaza Mayor de Brunete (JMCM, 2011)
Fotografía 4: Placa con el nombre de una calle de Quijorna (JMCM, 2011).
Fotografía 5: Placa con el nombre de una calle de Villanueva de la Cañada (JMCM, 2014).
Fotografía 6: Restos de cartuchería encontrados, a simple vista, en una de  las posiciones más disputadas durante la batalla de Brunete (JMCM, 2013).