POZO MISTERIOSO
El día 4 de enero de 1937 los combates alcanzan el caserío de Las Rozas. Dos columnas rebeldes, la de Barrón por el sureste y la de Iruretagoyena por el oeste embisten con decisión las defensas republicanas. Las vanguardias franquistas alcanzan la carretera de La Coruña (el cruce de caminos del que ya hemos hablado en otra ocasión) desalojando tras violenta lucha a sus defensores, que se repliegan hacia El Plantío y el bosque de Remisa (en la actualidad, este bosque se encuentra dividido en diferentes zonas: Monte del Pilar, Bosque de Pozuelo, Finca de los Oriol…).
El frente se tambalea. Las columnas atacantes continúan su avance hacia Madrid, pero el pueblo de Las Rozas sigue resistiendo. En su interior han quedado aislados los hombres de la "Brigada E”, o “Brigada de Choque”, al mando de Valentín González, “El Campesino”. La situación parece insostenible, pero los defensores no se rinden. Tropas de Barrón, apoyadas por la columna de Iruretagoyena reciben la orden de acabar con los focos de resistencia.
El ataque principal se inicia por el sur, desde la línea de la carretera de El Escorial, al tiempo que se intenta una acción envolvente del pueblo por el este y por el oeste. La acción de la aviación y la artillería han convertido buena parte del caserío en ruinas y escombros, tras ellos, los republicanos ofrecerán una dura resistencia. La lucha se desarrolla calle a calle, edificio a edificio, muchas veces, planta por planta, habitación por habitación . Cada palmo de terreno supone una cruenta disputa de disparos, metralla y filos de bayonetas. La iglesia, el ayuntamiento, las escuelas, toda construcción apta para la defensa, se ha transformado en improvisado fortín.
Las horas pasan y los atacantes, poco apoco, van infiltrándose en el pueblo. Los defensores ceden terreno, pero no dejan de combatir, replegándose ordenadamente. Algunos quedan aislados en sus puestos, donde morirán disparando o terminarán rindiéndose. El centro del pueblo va siendo ocupado por los asaltantes. Pero las casas de la zona alta no son fáciles de alcanzar. La pinza se va cerrando sobre los defensores, las bajas se multiplican, pero la lucha no decae. Balcones, ventanas y orificios abiertos en los muros escupen fuego sobre todo lo que se mueve. Atardece, y el casco urbano de Las Rozas va siendo indefendible. Los últimos núcleos de resistencia se repliegan al otro lado de la carretera de La Coruña. Abandonan el pueblo, pero se hacen fuertes en la zona de la estación.
En aquel entonces, la carretera de La Coruña no discurría a un nivel más bajo (como sucede en la actualidad), sino que atravesaba una gran explanada que separaba la estación de ferrocarriles de las últimas casas del pueblo. El ataque frontal resulta complicado y las tropas rebeldes deciden el envolvimiento. Los republicanos quedan prácticamente rodeados en los parapetos que han formado en la estación y en el resto de construcciones que existen al otro lado de las vías del tren. Detrás de ellos se extienden pequeñas lomas peladas que llegan hasta las espesuras del Monte de El Pardo. La retirada no parece posible. Mientras no anochezca, habrá que seguir resistiendo.
En 1937 eran pocas las construcciones existentes en ésta zona. Además de los edificios de la estación, y del viejo caserón de trabajadores (convertido hoy en restaurante), se levantaba la pequeña fábrica de gaseosas “La Paloma”, en el cerro del mismo nombre, así como dispersas casas de uso agrícola y de recreo. Junto a estas edificaciones existía una colonia de chalecitos donde algunas familias de clase media de la capital pasaban sus días libres y veraneos. Eran pequeñas edificaciones, la mayoría de una sola planta, con un pequeño jardín vallado, que formaban lo que se conocía (y aun hoy se conoce) como la “Colonia de la Estación” o “Colonia de Santa Ana”. Entre sus muros, los hombres del Campesino resistirían los asaltos de moros y legionarios.
Al caer el sol los atacantes creen tener rodeados los últimos círculos de resistencia. La partida parece terminada, pero, con la noche, los sitiados, audazmente, conseguirán burlar la vigilancia del enemigo. En sigilo, protegidos por las sombras, logran cruzar el cerco, evacuando a heridos y armamento. A través de las vaguadas del Arenalón, tras una jornada entera de combates, lograrán alcanzar las encinas de El Pardo y las líneas propias. Los atacantes han sido burlados, pero no importa demasiado, definitivamente han conseguido ocupar Las Rozas y su estación. El avance rebelde en este sector se detiene, comenzando los trabajos de fortificación en previsión de unos contraataques republicanos que no tardarían en producirse.
En la actualidad, la zona urbanizada que se extiende al otro lado de las vías del tren recibe el nombre de
La Marazuela. Los antiguos campos de cereales y viñas (de las que antaño salían los vinos del Tomillarón y de los que ya no queda ni el recuerdo) se han transformado en calles asfaltadas, modernos chalets y verdes jardines. El cemento ha llegado hasta los límites del "Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares", lugar en el que aun perduran importantes restos de fortificaciones republicanas (trincheras, fortines, túneles…). Hasta no hace muchos años, todavía se conservaban en la zona, las ruinas de algunas casas en cuyos muros, se apreciaban perfectamente los impactos de los disparos y de la metralla, así como restos de trincheras, galerías y refugios subterráneos de lo que habían sido las posiciones franquistas.
La “Colonia de la Estación” sigue existiendo, pero son muy pocas las edificaciones de época que se conservan. Una cosa que llama la atención, es el pozo que se encuentra en medio de la calle, formando una pequeña rotonda. Debió de hacerse para abastecer de agua a los primeros chalecitos de la colonia. Hoy cumple más bien una función ornamental, pero no deja de resultar curioso un pozo en medio de una calle.
Una historia oscura y turbulenta rodea a este pozo. Hace tiempo se decía que, acabada la guerra, del fondo del pozo habían sacado varios cadáveres. Un suceso inquietante y lleno de misterio del que no se daban más detalles. Suponiendo que el relato sea cierto, es posible que fuesen los restos de combatientes de la guerra.
Normalmente, tras una batalla, se intentaba identificar a los fallecidos propios y hacer llegar sus cuerpos a los familiares o darles una sepultura lo más digna posible. Pero cuando los muertos eran del enemigo las formas eran muy distintas. El problema se resolvía con fosas comunes y cal viva, o formando pilas de cadáveres y prendiéndolas fuego con gasolina. Muchas veces, en medio de ataques y contraataques, no había tiempo para estos trabajos, y se buscaban soluciones de emergencia. Echar unos cadáveres a un pozo o a una alcantarilla era una rápida y eficaz forma de resolver el problema.
También podría tratarse de un episodio de la llamada “violencia de retaguardia”, uno de los más oscuros y siniestros aspectos de la guerra civil (y de todas las guerras). Una ola de crímenes, ajustes de cuentas, “paseos” y ejecuciones incontroladas llenaron la geografía española con cientos de detenciones y asesinatos. Hacer desaparecer los cadáveres de una de estas acciones en un pozo resultaba cómodo y sencillo.
A lo mejor, el misterio no tiene nada que ver con la guerra y se trate de un extraño caso sin resolver.
Si la historia del pozo y los muertos es cierta, debe de existir documentación policial, judicial y parroquial al respecto. Quizás no sea más que una leyenda, pero, como todas las leyendas, cuenta con aspectos perfectamente creíbles. En cualquier caso, el misterio sigue rodeando a este pozo, uno de los pocos supervivientes de un oscuro pasado.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ