FRONTÓN DE ARAVACA (CASA ROJA)
Desde una perspectiva
historiográfica, no hace tanto tiempo del final de la Guerra Civil, sin
embargo, las transformaciones de todo tipo que ha experimentado España en las
últimas siete décadas han producido tantos cambios que no siempre resulta fácil
seguir la pista a las diferentes informaciones que van apareciendo cuando se
investiga sobre aquellos años.
En este sentido, uno de los
mayores obstáculos para el investigador lo constituye la profunda transformación
que ha experimentado el paisaje (o los paisajes), tanto en los espacios
naturales como en los urbanos. Por este motivo, muchas veces, el poder
interpretar correctamente datos que en los documentos de época aparecen muy
claros se convierte en un verdadero rompecabezas para el investigador porque
su rastro prácticamente ha desaparecido en la actualidad.
Esta problemática está muy
presente en lo que fue el frente de la carretera de La Coruña en el noroeste de
Madrid. Como ya sabrán nuestros lectores habituales, durante la guerra esta
zona estuvo salpicada de lugares muy reseñables y emblemáticos en aquellos
días, pero de los que apenas sabemos nada en la actualidad. Diferentes
construcciones y edificaciones que, más o menos aisladas, se encontraban ubicadas
en diversos puntos estratégicos, por lo que fueron empleadas como auténticos
bastiones defensivos fuertemente fortificados. Desde viviendas y residencias
particulares (los famosos hotelitos) a lugares de ocio y esparcimiento como
bares o restaurantes, pasando por casetas de peones camineros, ermitas,
puentes, cementerios, estaciones de servicio, gasolineras, etc.
Muchas de estas construcciones
desaparecieron hace tiempo, algunas destruidas durante la misma guerra. Otras
(las menos) aún existen, aunque, como es lógico, con grandes cambios y
transformaciones en su uso y aspecto. Identificarlas, localizarlas y ubicarlas
es de gran importancia para los investigadores porque, durante la guerra,
muchas de ellas se convirtieron en elementos de primer orden para la
organización del frente, pero ello, no siempre resulta sencillo, más bien todo
lo contrario. Casa Camorra, Bar Anita, Sicilia-Molinero, el Puente de la Muerte, Casa Cubas, Radio Argentina, Moto-Club, Telégrafo de Las Rozas, Casa de
Vitórica, Hotel del Belga… pueden ser algunos ejemplos ilustrativos.
Llegado a este punto, creo
necesario hacer una mención muy especial al Foro de la asociación GEFREMA,
espacio que se ha convertido en una referencia imprescindible para todos los
interesados, no solo en la GCE, sino en el conocimiento general del pasado de
Madrid y sus alrededores. Colaboraciones como las de Guilpomad, Florentino Areneros, Inés, 34 BM o el Chato de Ventas (por citar solo a algunos de los más
activos foreros y sin querer desmerecer al resto), acostumbran a tener un
altísimo nivel, siendo capaces de sonsacar los entresijos al más mínimo dato o
reseña, rescatando del olvido en el que se encuentran a edificios, personajes y
sucesos de tiempos ya pasados, y, lo que es aún mejor, comparten el resultado
de sus investigaciones. Desde aquí mi reconocimiento y agradecimiento.
Hoy dedicamos este artículo a uno
de esos edificios poco conocidos y todavía menos estudiados: el Frontón de
Aravaca, rebautizado en la terminología de guerra como Casa Roja. No confundir
este frontón ubicado en la carretera de La Coruña con el también desaparecido
frontón municipal de Aravaca, que se encontraba en pleno centro urbano, tras la
iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. Hoy en día, hablar de
frontones en Madrid puede parecer extraño, pero hubo un tiempo en que no lo fue
tanto. Vayamos por partes.
EL JUEGO DE PELOTA MANO
El origen de los juegos de pelota
se pierde en la noche de los tiempos y no se trata de hacer aquí un repaso de
las diferentes manifestaciones que de ellos podemos encontrar a lo largo de la
Antigüedad, tanto en la Europa arcaica, como en la América precolombina. Para
el tema concreto que ahora nos interesa, nos centraremos solo en el juego
genéricamente conocido como pelota-mano, que durante siglos gozó de una gran
aceptación y reconocimiento.
En lo que se refiere a la
Península Ibérica, podemos encontrar referencias claras de este juego desde la
Edad Media. Básicamente, consistía en un número variable de jugadores que por
turnos iban golpeando una pelota con la palma de la mano, lanzándola contra una
pared o muro. La pelota solía ser de madera revestida de varias capas de cuero
curtido, y la pared o muro, además del suelo sobre el que se jugaba, debían de
tener la suficiente dureza y consistencia como para que la pelota botase y
rebotase con fuerza, por ello, era habitual que para practicarlo se empleasen
las fachadas de iglesias, ermitas, lienzos de murallas, etc., ya que, en
aquella época, la mayor parte de las edificaciones eran de madera y adobe y
carecían de la altura necesaria.
La enorme aceptación que tuvo
este juego provocó que, con el tiempo, esas improvisadas canchas fueran
sustituidas por otras construidas específicamente para ese fin, y que
recibirían el popular nombre de frontones. Básicamente, estas construcciones al
aire libre consistían en un recinto rectangular, con el suelo (la cancha) más o
menos pavimentado (muchas veces, la simple arena del lugar bien apisonada), y
con dos altos paramentos verticales formando un ángulo recto. El muro que se
eleva frente a los jugadores y contra el que se lanzan las pelotas recibe el
nombre de frontis, mientras que el otro muro, que cerca el recinto por su
lateral izquierdo, se conoce como rebote (en ocasiones, los frontones pueden
tener cercados sus dos laterales, e incluso, carecer de ellos y contar solo con
el frontis). Esta tipología básica de frontones fue llenando la geografía del
país, especialmente entre el norte y la mitad peninsular, siendo muy raro el
pueblo de esta franja geográfica que a finales de siglo XIX no contara ya con
su propio frontón municipal. Las dos Castillas, Aragón, por supuesto el País
Vasco y Navarra, pero también la zona de Levante, fueron lugares en los que se
generalizó la práctica de este juego, si bien es cierto que en cada zona o
región se desarrollaron diferentes reglas y modalidades.
Los pueblos de Madrid (provincia
castellana por historia, cultura y tradición) no fueron una excepción, y,
aunque hoy en día nos pueda parecer raro, los frontones formaron parte habitual
del paisaje madrileño durante varias generaciones. A este tipo de frontones
correspondía el municipal de Aravaca al que hacíamos referencia antes (no
confundir con el otro frontón que da título a este artículo y del que hablaremos
más adelante). También en otro pueblo del noroeste, como es Las Rozas de Madrid, contamos
con referencias claras a la existencia de frontones. Según Eduardo Muñoz Bravo,
roceño de pro, poeta, investigador,
cronista y amante de la historia y tradiciones de su pueblo:
“Por este año de 1928, hacía años que existía el juego de pelota, que
estaba en la calle hoy de María Zambrano (…) Este era grande, con el frente y
dos costados todo vestido de cemento y marcadas las distancias, es decir, un
juego pelota (cómo así se llamaba) a este frontón que era propiedad de Luciano
Riaza, y tenía una planicie fuera, que llegaba a la calle del Romeral,
prolongación, y se usaba para este juego, ya que tenía de 25 a 30 metros de
largo por el ancho que tenía el interior, donde los chicos también jugaban a la
pelota. No se le conocía por frontón y era un sitio que siempre se le llamó el
juego pelota, muy popular, ya que los domingos, es decir, los días de fiesta,
ya que no todos los domingos eran fiesta entonces, se celebraban partidos muy
competidos. Se hablaba de Chineira, Julián, Barranquín, y más tarde, Higinio,
Coca, Pellica, Celestino Tentetieso, Parral, etc., que cuando el panadero,
Emilio Lázaro, construyó el de al lado del Centro de Cultura y detrás de su
panadería fue sobre el año 1928, que fue cuando lo cerraron, pero ya en el año
1930, que tanto éste como el otro, los dos fueron derribados en la guerra.” (Eduardo
Muñoz Bravo).
El frontón se convirtió en un
elemento emblemático en el urbanismo de los pueblos, a un nivel similar al que podían
tener la plaza mayor, el lavadero, el atrio de la iglesia, o la fuente
municipal. Un lugar de sociabilidad en el que, debido a sus características y
ubicación, además de para jugar a la
pelota, era empleado para otros muchos fines, tales como reuniones vecinales,
celebración de bailes y festejos, instalación de mercadillos temporales, etc.
El juego de pelota estaba
totalmente integrado en la vida de los pueblos. Los domingos y días festivos
era común ver a los mozos practicando este entretenimiento, que concentraba la
atención del resto de vecinos, dando lugar a duelos y rivalidades entre los que
lo practicaban y sus seguidores. Pero cuando realmente hervía la sangre en los
frontones era cuando el enfrentamiento se producía entre los mozos de
diferentes pueblos, momento en el que el orgullo local de los vecinos se
mostraba a flor de piel, rememorando las antiguas hazañas y gestas, e
intentando saldar cuentas pendientes con los “enemigos” de siempre.
En la provincia de Madrid es raro
encontrar hoy en día frontones de este tipo, pero en otras regiones cercanas,
como las dos Castillas, siguen estando muy presentes y siguen siendo utilizados por los jóvenes de los pueblos
para echar sus partidos, si bien es cierto que, en general, no se practica ya
la tradicional pelota mano, sino el frontenis. Mención aparte merece el País
Vasco y Navarra, donde, como es sabido, la pelota vasca se ha convertido en una
seña de identidad nacional. Algo parecido, aunque a menor nivel, sucede en el
norte de Castilla León con la pelota castellana y en algunas zonas de Levante
con la pelota valenciana.
EL DEPORTE DE LA PELOTA VASCA EN
MADRID
Hasta aquí, una visión muy
general de lo que fue el juego de pelota practicado popularmente en los
frontones de los pueblos durante varias generaciones. Pero la cosa no acabaría
aquí porque, como habrá podido comprobar el lector atento, en todo lo expuesto
no ha aparecido en ningún momento la palabra deporte, un concepto totalmente
desconocido en España, al menos, hasta finales del siglo XIX. El fenómeno del
deporte, tal y como lo entendemos hoy en día, está asociado básicamente a la
aparición de la sociedad de masas, al incremento del tiempo libre, de ocio y de
consumo por parte de ciertas clases sociales, y a la aparición de los grandes
medios de comunicación. Hasta entonces, las gentes del mundo rural y
preindustrial, a las que nos referíamos antes, no practicaban deporte, gimnasia
o educación física, simplemente trabajaban o se entretenían puntualmente con
algún tipo de juego físico, como era el caso de los frontones. En España, esto
fue cambiando a finales del siglo XIX y principios del XX, momento en el que, a
imitación de lo que venía sucediendo en otros países desarrollados, comienza a
extenderse la práctica de diferentes modalidades deportivas que, poco a poco,
van profesionalizándose y consolidando sus propias aficiones. El atletismo, el
ciclismo, el automovilismo y motociclismo, poco después el futbol… van cuajando
en la sociedad, despertando pasiones y creándose todo tipo de torneos, copas, premios
y competiciones oficiales que llenarían las páginas de los periódicos,
apareciendo diferentes clubs y asociaciones deportivas, una prensa específica y, por supuesto, las
infraestructuras necesarias para poder desarrollar los partidos y competiciones,
y albergar al creciente número de seguidores y aficionados.
Dentro de este fenómeno del auge
de los deportes de masas encontramos la profesionalización que experimento a
finales del siglo XIX la Pelota Vasca, originariamente en Euskadi, pero que muy
pronto se extendería también por otras regiones. Fuera del País Vasco, Madrid
fue la ciudad española donde más auge alcanzó este deporte. El motivo principal
de esta afición lo podemos encontrar en la moda por parte de las clases
aristocráticas y más pudientes del país de veranear en la costa cantábrica.
Siguiendo la costumbre de la Familia Real, muchas de las familias madrileñas
pertenecientes a la más alta sociedad pasaban sus periodos estivales en
ciudades como San Sebastián, en donde se familiarizaron con la pelota vasca,
hasta el punto, de que decidieron impulsar dicho deporte en la capital de
España, apoyando y financiado la construcción de numerosos frontones en Madrid.
Más allá de su aspecto puramente deportivo, la pelota vasca, en sus diferentes
modalidades, pero muy especialmente en la categoría de cesta-punta, despertó un
gran interés y seguimiento por las altísimas apuestas que se generaban en torno
a los partidos.
Según el periodista e
investigador Ignacio Ramos (Madrid, 1968), autor de “Frontones madrileños. Auge y caída de la pelota vasca en Madrid” (La
Librería, Madrid, 2013), en la capital de España llegaron a funcionar hasta
cinco frontones a la vez, con aforos de entre 3.000 y 5.000 espectadores. De
este periodo datan los frontones Beti Jai (C/Marqués de Riscal), Jai Alai (C/
Alfonso XIII), Euskal Jai (C/ Marqués de la Ensenada), el Madrileño (C/Núñez de
Balboa), el Buenos Aires (C/ Santa Engracia) o el Fiesta Alegre (C/ Marqués de Urquijo),
construidos al estilo y, en ocasiones, imitación, de los grandes frontones de
San Sebastián, Bilbao, etc. Recintos cerrados, con graderíos para el público,
palco y hasta servicio de bar. Auténticas joyas arquitectónicas de los que solo
nos ha llegado el ruinoso edificio del Beti Jai (Calle Marqués de Riscal, nº
7), cuya definitiva desaparición una plataforma ciudadana denominada "Salvemos el Frontón Beti Jai" lleva años
intentando evitar.
Frontón Beti Jai de Madrid en 1918
Frontón Beti Jai de Madrid en la actualidad
Entre finales del siglo XIX y
principios del XX la pelota vasca vivió un increíble apogeo en Madrid. Algunos
pelotaris, palistas o manistas profesionales, tanto en categoría masculina como
femenina, alcanzaron una enorme popularidad, pero debido a la regularización, e
incluso prohibición puntual, de las altas apuestas que generaban los frontones,
sumado al auge de otros deportes de masas, como el futbol, la pelota vasca en
Madrid fue poco a poco languideciendo y perdiendo seguidores. Muchos frontones
cerraron o tuvieron que reinventarse, ofreciendo, además de los habituales partidos
de pelota, otro tipo de espectáculos y servicios (desde combates de lucha
libre, hasta espacio en el que celebrar bailes o mítines políticos). Aun así,
la afición por la pelota vasca en Madrid, con sus altibajos, llegó hasta la
década de los años 30, encontrando importantes frontones por los diferentes
barrios de la ciudad (frontones como el Central, el Madrid, el Moderno o el Recoletos son
algunos ejemplos). Estos frontones de los años 30 supusieron una revitalización
para el deporte de la pelota vasca en Madrid. Establecimientos multiusos en los
que, además de presenciar partidos, los asistentes podían realizar apuestas y quinielas,
a la vez que disfrutaban de servicio de
bar, restaurante e incluso, en algunos casos, piscina y sauna.
Referencias al Frontón Moderno y al Frontón Madrid en la prensa de 1920
A esta última categoría, aunque a
un nivel muchísimo más humilde, debió de pertenecer el frontón de Aravaca
existente en la carretera de La Coruña al iniciarse la guerra. No he sido capaz
de localizar la más mínima referencia, oral o escrita, a la actividad que esta
instalación pudo tener en los años previos a la guerra, quizás, ni siquiera
llegó a ser inaugurado, o se encontraba a medio construir al iniciarse el
conflicto, pero parece lógico englobar a este edificio con el resto de los numerosos
establecimientos de hostelería y entretenimiento que proliferaron a lo largo de
los primeros kilómetros de la carretera de La Coruña en las primeras décadas
del siglo XX. Bares, restaurantes, merenderos y salas de fiesta surgidos
paralelamente a la proliferación del uso del automóvil por parte de cada vez más
madrileños que, en sus ratos de ocio y tiempo libre, gustaban de realizar
excursiones y escapadas con el coche por los alrededores de la capital.
EL FRONTÓN DE ARAVACA, POSICIÓN
CASA ROJA DURANTE LA GUERRA CIVIL
Fotografía del frontón de Aravaca (Casa Roja) aparecida en el ABC de Madrid el 26-5-1937
Aunque tampoco puede decirse que
sean muy abundantes, sí que encontramos referencias directas al frontón de
Aravaca en el periodo bélico. La primera cosa que hay que tener en cuenta para
seguir la pista a esta construcción durante la guerra es que recibió la
denominación de Casa Roja por parte de ambos ejércitos, lo cual nos
informa del color que, más o menos
generalizado, debió de tener su fachada (no confundir con otras casas ubicadas
en otros frentes y sectores denominadas también “rojas”). A tenor de lo que
puede leerse en la prensa, además de la cancha del frontón, esta construcción
contaba con otra edificación de tres plantas y torreón.
Posible ubicación del frontón de Aravaca (circulada en rojo) en un mapa del Sector Las Rozas-El Pardo
del Ejército Popular de la Republica (AGMA)
Situado aproximadamente a la
altura del kilómetro 11,6 de la carretera de La Coruña, en su margen derecha, este
frontón fue ocupado por las tropas franquistas en los últimos días de la
batalla de la carretera de La Coruña. Según la documentación que he tenido
ocasión de consultar, en los primeros meses de 1937 el frontón de Aravaca (denominado
ya, “Casa Roja”) se encontraba situado en un lugar especialmente sensible para
el dispositivo defensivo franquista, ya que actuaba de unión entre los
denominados “Sector Aravaca-Pozuelo” y “Sector Plantío”. Un informe de la 11
División Nacional fechado a finales de abril de 1937 se refería a esta zona,
que iba desde el extremo derecho del Sector Plantío (Km 12 de la carretera de
La Coruña), hasta el enlace con el
Sector Aravaca (200 metros a la izquierda del vértice Barrial), como un” punto débil (…) que ha obligado a tomar y
fortificar fuertemente una casa llamada la Casa Roja para enlazar fuegos con el extremo izquierdo de Aravaca, pero que por
la noche, al impedir la visibilidad, queda un espacio de unos 600 metros por el
que puede fácilmente penetrar el enemigo y apoderarse del llamado Cerro de losGamos”.
Como vemos, a finales de abril de
1937, la carretera de La Coruña todavía era un frente poroso y poco
consolidado, con varios puntos débiles y un esqueleto defensivo basado
principalmente en la ocupación y fortificación de las diferentes edificaciones
existentes en torno a la carretera. El control y dominio de estas
construcciones provocó un constante forcejeo repleto de golpes de mano y
pequeñas acciones de combate encaminadas a desalojar de ellas al enemigo, siendo frecuente que
algunos de estos edificios cambiase de manos en diferentes momentos a lo largo
de la guerra (ver anteriores artículos publicados en este blog: “CASA CAMORRA”,
“CASA CAMORRA 2ª parte”, “CUESTA DE LAS PERDICES” o “GOLPE POR GOLPE”). La
prensa republicana de aquellos años está repleta de referencias a este tipo de
combates en los que fue habitual recurrir a la guerra de minas, ya que la
tierra de nadie que separaba las posiciones de unos y otros apenas era de unas
decenas de metros en muchos puntos.
Pedro Mateo Merino
La mejor referencia bélica que hasta
la fecha he podido localizar referente al frontón de Aravaca, la encontramos en
el testimonio ofrecido por Pedro Mateo Merino (del que ya hemos hablado en este
blog en el artículo “POZUELO ALARCÓN”). Dentro de la 38ª BM, este destacado
combatiente republicano llega al sector de El Pardo en marzo de 1937 para
ocupar posiciones en primera línea de fuego, precisamente, frente al frontón de
Aravaca, ocupado y fortificado por las tropas franquistas. Pedro Mateo nos narra
de la siguiente manera la llegada de su batallón al frente, trasladado en
camiones desde Ciudad Lineal:
“A la noche siguiente partimos
camino de la Zarzuela, en El Pardo, el inmenso parque y antiguo sitio real,
junto a las afueras noroeste de Madrid y casi al pie del mismo Aravaca. Nada
más abandonar la carretera de Francia, se hizo lenta la marcha de los camiones
por los caminos encharcados y fangosos, que hablaban de copiosas y recientes
lluvias. Cruzó la columna el imponente palacio de El Pardo y se detuvo a la
vera de la Zarzuela, a penas atravesamos el puente sobre el Manzanares. En
plena noche cerrada fuimos desembarcando, para avanzar entre el bosque, arroyos
y barrizales hacia la misma cerca, por donde se extendía la línea republicana.
Los servicios y plana mayor del batallón quedaron provisionalmente en el
palacete, hasta donde llegaban las líneas telefónicas (…)
Efectuamos el relevo, como en tantas otras ocasiones, sin
reconocimiento previo del terreno, por la noche. Según las breves explicaciones
de las tropas salientes, sabíamos que el enemigo se hallaba a corta distancia,
en casas, trincheras y nidos ocultos en la oscuridad, en una cierta dirección
imaginaria (…) Las posiciones consistían en una primera línea de trincheras,
continua, o aspilleras a lo largo de la cerca de piedra, sin ninguna otra
fortificación escalonada en profundidad. Era una defensa increíblemente débil,
sostenida por una compañía de reserva en la retaguardia inmediata, al abrigo de
una hondonada.”
A continuación, nos describe las
características que tenía la primera línea de frente en ese sector, haciendo
mención especial al frontón de Aravaca como una de las posiciones enemigas más
importantes de la zona:
“Con la claridad diurna y la observación constante, fuimos conociendo
la situación. Delante teníamos el frontón de Aravaca y unas colonias veraniegas
que bordeaban la cerca de El Pardo; más allá se veía el alargado cerro que
corona la cuesta de las Perdices y sustenta al pueblo de Aravaca. El frontón y
la falda del lomerío estaban fortificados y ocupados por tropas enemigas (5º
tabor de regulares, 6ª y 9ª banderas del tercio y fuerzas moras), que
observaban y batían con su fuego una extensa zona hasta las mismas tapias del
parque. Ante nuestro flanco derecho, en Los Manchones, un kilómetro al sur del
Palacio, las posiciones fascistas alcanzaban la cerca y dominaban con la
observación y el fuego nuestra retaguardia, salpicada de añosas encinas. La
mayor parte de la línea corría a lo largo de la cerca de piedra, con algunas
avanzadillas adelantadas en los grupos de casas al oeste. El flanco izquierdo
del batallón estaba a cubierto del fuego y la observación de los franquistas
por un brusco descenso del terreno hacia el valle del Manzanares; por el mismo
extremo corría profundo cruzando la cerca el arroyo de Valdemarín; y en el
centro del dispositivo existía una vaguada con un pozo, donde se instaló el
puesto de mando (…) En general, los accesos a nuestra primera línea eran
cubiertos, más el campo de observación y de tiro dejaba mucho que desear en el
flanco derecho, siendo aceptable, únicamente en el resto de las posiciones.”
En su relato, Mateo Merino recoge el ataque que protagonizó su unidad
contra el frontón de Aravaca, una acción complementaria o de apoyo a la
ofensiva desencadenada por el Ejército Popular de la República en abril de 1937
contra las posiciones franquistas de la Casa de Campo y el Cerro del Águila,
conocida como “Operación Garabitas”:
(…) Así entramos en abril y comenzó la famosa “operación de Garabitas”.
La víspera, el 8 de abril, el comandante de la brigada ordenó verbalmente
atacar con una compañía el frontón de Aravaca, a fin de cooperar en la ofensiva
a los cerros de Garabitas y el Águila en la Casa de Campo (…) El frontón
constituía un edificio cercado por inmensos paredones, de gran consistencia, y
una altura máxima de 15-20 metros en la fachada de cara a nosotros. Se hallaba
casi a mitad de pendiente en la loma, como bastión de un sistema ramificado de
trincheras y zanjas de comunicación. A ras del suelo, todo alrededor habían
hecho troneras, que se guarnecían desde la trinchera que bordeaba el recinto.
En los flancos y detrás, los facciosos tenían varias armas automáticas.
Defendía la posición una compañía. Era una verdadera fortaleza, que solo podría
tomarse en ataque general con poderosos medios de reducción y destrucción. O
tal vez, de noche, por sorpresa, luego de minuciosas exploraciones, con un
ataque bien preparado y coordinado, en estrecha cooperación con los vecinos.
Ninguna de las dos cosas era posible. Estábamos a pocas horas del
comienzo del ataque. No había que perder tiempo (…) Durante todo el día se
intensificó la observación, confirmándose los datos que poseíamos. Una breve
exploración nocturna confirmó que el enemigo tenía un solo acceso al frontón
(…) Así se tomó la decisión; la compañía de Somosierra atacaría por sorpresa al
amanecer para tomar la posición por la retaguardia. Ocuparía ocultamente la
línea de asalto en la proximidad cercana de la fachada oeste, a fin de cortar
la zanja de comunicación, aislar el edificio y penetrar en su interior. El
éxito dependía de la buena organización, la rapidez y la audacia (…) Toda la
preparación se hizo conforme al plan de ataque, y éste comenzó según se había
previsto. Sin embargo, aquella fortaleza de una sola entrada por la retaguardia
(aunque cercada), no logró tomarse, ya que los muros eran infranqueables y el
único acceso se hallaba batido por fuegos cruzados de gran densidad. Efectuando
el despliegue en la oscuridad, la compañía atacante penetró en la zanja de
comunicación, semicercó e objetivo señalado y llegó a la misma entrada del
recinto, cayendo bajo un intenso fuego que se hacía desde el interior. La
apertura de otros boquetes con artillería o explosivos hubiera podido decidir
la situación en favor de las tropas populares, más carecíamos de la una y de
los otros. En pleno forcejeo, cuando aún no estaban claros los resultados del
combate cercano en la retaguardia de la posición atacada, desde donde llegaba
el estampido de las granadas de mano, comenzó a despuntar el día. Cuando
amaneció, las dos secciones que atacaban de revés se hallaron entre dos fuegos:
desde el frontón y desde, las trincheras al oeste del mismo, en un terreno
llano y descubierto dominado por el enemigo. Bajo la cobertura de nuestros
morteros y ametralladoras se replegaron a un lindero y algunos esconces de la
barbechera, como a cien metros del frontón, dejando en el terreno once muertos
y veintisiete heridos, que solo a la noche siguiente pudieron ser recogidos con
la protección de una fuerte patrulla. Muchos de ellos presentaban heridas en la
cabeza, causadas por el fuego enemigo desde posiciones dominantes. Nuestra
cooperación mediante aquél ataque, mal concebido y peor organizado, debió
constituir muy escasa ayuda a la ofensiva con tanques y artillería (a
posiciones también dominantes y bien fortificadas del enemigo), que se prolongó
durante casi una semana sin lograr sus objetivos, por razones bastante
similares a las que motivaron el doloroso fracaso de nuestro ataque.
Habíamos perdido a buen número de nuestros mejores combatientes y
mandos, disciplinados y aguerridos veteranos, formados en Somosierra, como
resultado de un sacrificio inútil. La suspensión del ataque, ordenada al final
de la jornada, no eximió a los jefes de la grave responsabilidad que implicaba
aquél desatino táctico que tan preciosas vidas nos había costado.”
En aquella ofensiva de abril de
1937, las tropas republicanas, al igual que sucedió con las principales posiciones franquistas que
fueron atacadas (Garabitas, Cerro del Águila, Cuesta de las Perdices…), no
lograron ocupar el frontón de Aravaca, que permanecería en poder de las tropas
de Franco hasta el final de la guerra. No obstante, la denominada Casa Roja
siguió siendo castigada de una manera constante, principalmente por la
artillería republicana, lo que provocó que el edificio del frontón se fuera
convirtiendo, poco a poco, en un montón de escombros. La prensa republicana del
verano de 1937 recoge de la siguiente manera la destrucción por bombardeo de
esta edificación:
“También dispararon nuestras piezas con Insistencia sobre la «Casa
Roja», ya castigada en otras ocasiones. Se causaron en ella grandes
desperfectos, y al terminar el cañoneo sólo quedaban en pie algunos paredones.”
(La Vanguardia, 15-6-1937)
La Vanguardia (16-6-1937)
A pesar del duro castigo al que
fue sometido el edificio, sus defensores siguieron enquistados entre las ruinas,
de tal manera, que, a finales de 1938, encontramos a la Casa Roja como la
Posición 74 del Centro de Resistencia G, defendida por una compañía del
Batallón 254 de cazadores de Ceuta 7 (20 División del EN), con una guarnición
formada por 105 hombres y un armamento compuesto de 90 fusiles Mauser 7 mm, 2
fusiles ametralladores Breda y 2 ametralladoras Hotchkiss 7 mm. Una guarnición
tan numerosa demuestra la importancia que esta posición tenía en el dispositivo
defensivo franquista. Poco después, tras la reorganización que experimentó el
frente franquista a principios de 1939, la Posición Casa Roja pasó a formar
parte del Centro de Resistencia VII, integrando a 7 Islotes de Resistencia en
el extremo occidental de dicho CR.
Terminada la guerra, la afición
madrileña por la pelota vasca desapareció por completo. El nuevo régimen
franquista apoyó e impulsó al futbol como deporte de masas, y de todos es
sabido la utilización que durante los años de la dictadura se hizo de este
deporte como medio de propaganda y control social. Los frontones de la capital se
reconvirtieron en otra cosa o fueron derribados. En la reconstrucción de los
pueblos que rodean Madrid, llevada a cabo por el organismo de Regiones
Devastadas, no se contempló reconstruir ni mantener los antiguos frontones. La
tradicional y popular afición por el juego de pelota se extinguió en la región.
Actualmente, como recuerdo de todo aquello, solo persisten algunos frontones
privados en casas particulares, la inmensa mayoría, construidos después de la
guerra, y no para practicar el juego de pelota mano, sino el frontenis.
Por su parte, del que había sido
frontón de Aravaca, Posición Casa Roja durante la guerra, solo quedarían ruinas y
escombros que acabarían desapareciendo para dar paso a nuevas infraestructuras
y urbanizaciones, de tal manera que, a día de hoy, más de setenta años después,
de este frontón no queda casi ni el recuerdo.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía de cabecera: El frontón de Aravaca bombardeado por la artillería republicana. Fotografía de Alberto Segovia, 20-6-1937 (AHN)
Documentación militar procedente del AGMA
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