EL PUENTE DE LA MUERTE
Hoy en día, muy pocos vecinos de Las Rozas han oído hablar alguna vez del Puente de la Muerte, pero hubo un tiempo en el que este lugar fue muy conocido. Para acercarnos a la historia que hay detrás de este llamativo topónimo hay que retroceder a la segunda mitad del siglo XIX, cuando en pleno reinado de Isabel II se inicia la construcción de la línea de ferrocarril que uniría Madrid con Francia a través de la frontera de Irún.
Los impulsores de semejante proyecto
fueron los hermanos Emilio e Isaac Peréire, destacados capitalistas y
financieros franceses de origen judío que, tras superar múltiples
inconvenientes y lograr arrebatar el proyecto a su rival, el todopoderoso banquero
Jacob Rothscheil, inician las obras de la línea férrea en abril de 1856. Para explotar y
gestionar la futura red, se constituye a finales de 1858 la Compañía de los
Caminos de Hierro del Norte de España, con un capital fijado en 380 millones de
reales y con 200.000 acciones repartidas entre grandes capitales y diferentes
entidades privadas, tanto nacionales como extranjeras (Crédito Mobiliario
Español, Crédito Mobiliario Francés, Sociedad General Belga, hermanos Peréire,
Duque de Alba, etc.), y en la que el capital español solo alcanzaba el 25%.
La línea del Norte quedaría
inaugurada en su totalidad (633 km.) en 1864, pero para el tema concreto que
ahora nos interesa nos centraremos solo en las primeras fases de su
construcción y en los primeros kilómetros de su recorrido, los que unían Madrid
con la sierra. Como señalaba más arriba, las obras de este primer tramo se habían
iniciado en abril de 1856, y estaban bajo la dirección del ingeniero francés M. Fournier, encargado
de dirigir los trabajos entre Madrid y la localidad palentina de Torquemada.
Los trabajos marcharon a buen ritmo, y en junio de 1861 la reina Isabel II
presidía la inauguración oficial del primer tramo de la línea férrea, el
trayecto comprendido entre Madrid y El Escorial (59,29 km.) que, en agosto de
ese mismo año, quedaba abierto ya al tránsito de viajeros. Las estaciones
iniciales de este primer tramo de la Línea del Norte fueron las de Madrid,
Pozuelo, Las Rozas, Torrelodones, Villalba y El Escorial, construyéndose unos
años después los apeaderos de Remisa (en la zona de El Plantío) y de Las Matas.
Los trenes que partían de Madrid
lo hacían desde unas instalaciones provisionales construidas por la Compañía de
los Caminos de Hierro del Norte de España en el mismo lugar en el que algunos
años más tarde, en 1882, se inauguraría la definitiva Estación del Norte, también
conocida como de Príncipe Pío por encontrarse al pie de esta montaña. Desde
este punto inicial, la línea tenía que superar diferentes accidentes de tipo
natural, tales como el río Manzanares (a través del Puente de los Franceses), arroyos
como el de Antequina (en la Casa de Campo) y el de Pozuelo de Alarcón, o el río Guadarrama a su paso
por Villalba. Posiblemente, el mayor reto para los ingenieros y operarios
encargados de este primer tramo de la línea lo constituyeron las rampas y
estribaciones del pie de monte o presierra, siendo, quizás, el túnel de
Torrelodones la obra más significativa, un túnel que en nuestros días sigue prestando
sus servicios a la perfección. Para paliar la escasez de medios y maquinaria,
se empleó una enorme masa obrera que llegó a superar los 13.700 trabajadores,
con todos los problemas que eso generaba (hacinamiento en tiendas y barracas
insalubres, durísimas condiciones laborales, falta de higiene, epidemias,
etc.).
Paso de un tren con locomotora de vapor por las cercanías
de la Casa de Campo madrileña (1877)
de la Casa de Campo madrileña (1877)
La construcción del ferrocarril
supuso también un fuerte impacto para el noroeste de Madrid, tanto desde el
punto de vista paisajístico, como para la vida de las poblaciones por las que
discurría la línea férrea. El territorio quedaba dividido por la traza del tren,
siendo necesario construir diferentes puentes, túneles y pasos a nivel que
permitieran el tránsito por caminos y carreteras. Nos encontramos a finales del
siglo XIX, y las comunicaciones por tierra se realizan en caballerías o
vehículos de tracción animal (además de andando, claro). Por este motivo, todas
las obras de comunicación realizadas en torno a la línea férrea se planificaron
para esa función. El problema surgiría unas décadas después, cuando a
principios del siglo XX aparece en España el vehículo de motor, un fenómeno que
llega con cierto retraso a nuestro país, pero que rápidamente supuso una
radical transformación, no solo en todo lo referido a las comunicaciones, sino
también en los hábitos, modas y costumbres de la sociedad.
Surgía entonces un serio problema
que, desde muy pronto, iba a tener catastróficas consecuencias. La red de
carreteras españolas no estaba preparada para la circulación a motor: curvas
cerradas, pronunciadas pendientes, estrechamientos de las vías, peligrosos
obstáculos en infinidad de puntos… y, sobre todo, una pavimentación que
brillaba por su ausencia. Si a todo esto le sumamos las características de
aquellos primeros vehículos, la ausencia de la más mínimas medidas de
protección para sus ocupantes y la caótica manera de conducir de la mayoría
de los conductores, el resultado es un espeluznante número de accidentes,
muchos de ellos mortales, que, a pesar de que generaron un gran impacto social,
no dejaron de aumentar año tras año durante las primeras décadas del siglo XX.
Llegamos así al tema con el que
iniciábamos este artículo: el que fue conocido en su día como Puente de la
Muerte. Este puente se había construido en torno a 1860 y era el primero por el
que la línea férrea del Norte cruzaba la carretera de La Coruña (el segundo
estaba en torno al kilómetro 27 de la carretera, muy cerca del límite entre Las
Rozas y Torrelodones*). El Puente de la Muerte se ubicaba al poco de pasar el
kilómetro 16 de la carretera nacional, en el término municipal de Las Rozas.
Sus características eran similares a otros puentes construidos por las mismas
fechas y con el mismo fin: un puente de un solo arco de medio punto, construido
su cuerpo con ladrillo macizo y con dovelas y sillares de granito, carente de
pretiles y con barandilla de forja. En la actualidad, existe un puente similar
en la Casa de Campo, en el camino de Los Robles, muy cerca de la Casa de Vacas,
bajo el que siguen pasando los trenes hoy en día. De semejantes
características debió de ser también el antiguo puente (hace décadas
desaparecido y sustituido por otro de hormigón), próximo a la estación de
ferrocarriles de Las Rozas y que permitía la comunicación entre este pueblo y
la zona que actualmente recibe el nombre de La Marazuela, a través del camino
del Tomillarón.
La carretera de La Coruña, a su
paso por el puente que nos ocupa, experimentaba una pronunciada curva seguida
de otra aún más pronunciada y cerrada. Durante los años en que este paso solo
fue atravesado por carros, carretas, diligencias y vehículos similares, no
existió mayor problema. Pero en el momento en que la carretera de La Coruña
comenzó a ser transitada por vehículos de motor (primero coches, pero muy
pronto también por motocicletas, sidecares y camiones), este puente se
convirtió en uno de los puntos más negros de la provincia de Madrid. Al peligro
de sus pronunciadas y cerradísimas curvas se unían una serie de elementos que
multiplicaban el riesgo de accidente: viniendo desde la capital, el puente
aparecía de repente, al final de una larga cuesta con poca visibilidad, cambio
de rasante, estrechamiento de la calzada y un firme y pavimento escaso y
defectuoso, a lo que había que sumar la probabilidad de encontrarse otro
vehículo de frente (ya que la circulación era de doble sentido), por no hablar
de la conducción nocturna (con la escasa iluminación de aquellos antiguos
vehículos), o de los efectos de las condiciones atmosféricas adversas (lluvia,
nieve, hielo, niebla…).
Mapa de 1853 con la carretera de La Coruña antes de la construcción del ferrocarril.
Mapa de 1877 con la línea de ferrocarril. Señalado en amarillo, la ubicación del Puente de la Muerte y sus peligrosas revueltas.
Conclusión, que el número de
accidentes se multiplicó a la vez que aumentaba el número de vehículos que
transitaban por este lugar. Sorprendentemente, en las primeras mejoras que se
efectuaron en la carretera de La Coruña para facilitar la conducción de
vehículos a motor, allá por las primeras décadas del siglo XX, el trazado de
ésta a su paso por el puente no se modificó lo más mínimo (posiblemente por
falta de presupuesto), colocándose simplemente unos peraltes y unos postes de
señalización en ambos sentidos que
avisaban del peligro de la curva e indicaban reducir la velocidad, pero que
parece que tuvieron pocos resultados positivos.
La cifra de fallecimientos y de heridos
graves que se producían en este puente de manera cotidiana provocó que los
vecinos de la zona (principalmente del pueblo de Las Rozas), comenzasen a
utilizar el nombre de Puente de la Muerte para referirse a este trágico lugar,
una denominación que la prensa de la época hizo pronto suya, popularizando tan
llamativo topónimo entre los habitantes de Madrid y sus alrededores. La verdad
es que echando una ojeada a los periódicos de la época, uno no puede evitar sorprenderse
del elevadísimo nivel de siniestralidad existente en las carreteras de aquellos
años. En la época, como es lógico, tampoco pasó desapercibida una realidad tan
dramática, y no faltaron las voces de quienes exigían a las autoridades que
tomasen medidas al respecto. Especialmente comprometido en esta causa estuvo el
Doctor Eduardo G. Gereda, que por formar parte del equipo de especialistas que
en 1913 dirigían las obras del sanatorio de Guadarrama, frecuentaba a diario la
carretera de La Coruña, siendo testigo directo de múltiples accidentes y
teniendo que asistir a muchos de los heridos en la propia carretera.
Lamentablemente, las autoridades competentes
tardarían todavía mucho en atender este tipo de peticiones. En la prensa de
la época podemos encontrar multitud de noticias sobre accidentes
ocurridos en torno al Puente de la Muerte en aquellos años. Aquí van algunos ejempos
El Heraldo Militar (7-3-1911)
La Correspondencia Militar (22-2-1916)
La Correspondencia de España (24-10-1917)
El imparable aumento en el número
de accidentes de tráfico, no solo en el Puente de la Muerte, sino en general en
las carreteras de La Coruña y de El Escorial, llegó a ser tan grave y preocupante, que el Real Automóvil
Club de España (RACE), haciéndose eco de peticiones como las del Dr. Gereda,
decidió tomar cartas en el asunto. De esta manera, para poder atender
adecuadamente a las personas accidentadas, este club de automovilistas acordó a
finales de 1913 crear un Puesto de Socorro en Las Rozas, asignando para tal fin
un presupuesto inicial de 3.000 pts que se destinaron a la adquisición de
material, un edificio adecuado y las necesarias reformas del mismo, presupuesto
que pronto se aumentó hasta las 5.000 pts para hacer frente al resto de gastos
que fueron surgiendo. Como sede del Puesto de Socorro, el RACE alquiló un hotelito de dos plantas ubicado
junto a la carretera de La Coruña a la entrada del pueblo de Las Rozas, un
lugar estratégico, ya que se encontraba a mitad del trayecto de Madrid a la
Sierra, y de Madrid a El Escorial, dos de las carreteras más frecuentadas por
los automovilistas.
En mayo de 1914, el conde de
Peñalver, presidente del RACE en aquél momento, inauguraba el Puesto de Socorro
de Las Rozas, el cual contaba con todo lo necesario para poder cumplir adecuadamente
sus funciones, y que algunos llegaron a definir como un “hospital en
miniatura”. En la planta baja del edificio se realizaron grandes obras de
estucado, desagüe, y una completa instalación de servicio de agua fría y
caliente; contaba con una sala de reconocimiento, otra de esterilización del
material quirúrgico y desinfección de los médicos, y un pequeño quirófano
perfectamente equipado, además de un botiquín bien surtido. El despacho de los
médicos disponía de línea telefónica que comunicaba directamente con Madrid y
se habían acondicionado dos enfermerías, una para atender a las señoras y otra
para los caballeros, cada una de las cuales disponía de dos camas, luz y
ventilación adecuada. Rodeando el hotelito había un pequeño, pero bien cuidado,
jardín vallado.
Edificio del Puesto de Socorro del RACE en Las Rozas.
El Puesto de Socorro de Las Rozas
contaba con la presencia permanente de un practicante-médico, el cual, en caso
de necesidad, llamaba telefónicamente al Dr. Juan Ripollés, contratado por el
RACE para dirigir dicho puesto, y que, entre otras funciones, había sido
profesor del Servicio de Cirugía del Hospital San Carlos de Madrid. Resultan
incontables los servicios médicos prestados por el Dr. Ripollés durante los
años que estuvo al cargo de este puesto, y es una pena que su nombre, después
de haber salvado tantas vidas y atendido a tantísimos heridos en las cercanías
de Las Rozas, haya pasado al olvido más absoluto.
Sala de reconocimiento y curación.
Toilette y enfermería de señoras.
y su ayudante posando junto al aparato de teléfono.
Este Puesto de Socorro prestaba
servicio a todos los accidentados en carretera, eso sí, sus servicios solo eran
gratuitos para los socios del RACE, sus familiares y acompañantes en el momento
del siniestro. El resto de accidentados debían de abonar los gastos, algo que
no siempre ocurría según podemos leer en informes del propio club: “son varias
las persona, extrañas al RACE, que después de recibir asistencia facultativa y
alimentos en el Puesto de Socorro de Las Rozas, se olvidan de reintegrar el
importe de lo que consumieron”.
El Puesto de Socorro de Las Rozas
y los servicios del Dr. Ripolles atendían a los heridos en las
carreteras, pero no podían evitar que los accidentes de tráfico siguieran
produciéndose, ya que las condiciones de éstas seguían dejando mucho que
desear, especialmente en lugares como el Puente de la Muerte.
Hay que esperar a 1920 para que
la Dirección General de Obras Públicas se decida a acometer los trabajos que
permitan la eliminación de este punto negro. La prensa de la época recogía así
la, tan esperada, noticia:
“El puente llamado «de la Muerte», situado antes de Las Rozas, que por
su pronunciada curva constituía un constante peligro para los automovilistas,
pasará en breve a la historia, pues se está construyendo otro puente, ancho y
hermoso, en línea recta y pronto estará terminado. La curva del puente de
Torrelodones, muy peligrosa también, ha sido ensanchada convenientemente. Bravo
por la Dirección de Obras Públicas.” (“La Época”, 13-5-1920)
Por fin, en julio de ese año se
abre al tráfico un nuevo puente en sustitución del viejo y peligroso Puente de
la Muerte (algunas fuentes sitúan esta inauguración en 1921, pero lo considero
un error). Las pronunciadas y estrechas curvas de este último, son sustituidas
por una larga y ancha recta que cruza sobre la línea férrea a través de un
puente de hormigón, estructura de hierro y pavimento alquitranado, un puente
que, convenientemente ampliado y reforzado, ha llegado hasta nuestros días, y
por el cual transitan diariamente miles de automóviles.
Mapa de los años 30, en el que se aprecia claramente el trazado recto
de la carretera de La Coruña gracias a la construcción del nuevo puente.
En la actualidad, todavía es posible contemplar la estructura metálica del primer puente que,
en 1920, sustituyó al viejo Puente de la Muerte. (JMCM, 2013).
Por su parte, el viejo Puente de
la Muerte, aunque dejó de tener sentido y utilidad para la circulación de
vehículos, no fue derribado, y todavía
permanecería en pie muchos más años. Tanto es así, que sufriría los embates de
la batalla de la carretera de La Coruña en el invierno de 1936/37, y sería
testigo directo de la estabilización del frente y de la guerra de posiciones
que se desarrolló en esta zona de Madrid durante la Guerra Civil.
Como sabrán ya los lectores de este blog, en los primeros
días de enero de 1937, las columnas franquistas, tras ocupar el terreno
comprendido entre el pueblo de Las Rozas y el Cerro del Águila, se establecieron
en plan defensivo a lo largo de la carretera de La Coruña hasta la Cuesta de
Las Perdices. En algunos puntos organizarían sus posiciones defensivas al sur
de la carretera, quedando ésta como la tierra de nadie que separaba las líneas
de cada uno de los ejércitos enfrentados, pero en otros puntos se atrincheraron
al norte de la misma, haciéndose fuertes en puntos estratégicos que, por sus
características orográficas, facilitaban establecer un eficaz plan de fuegos y
un correcto sistema defensivo frente a las posiciones republicanas disimuladas
en las espesuras del Monte de El Pardo.
Entre los puntos en los que las
tropas de Franco se hacen fuertes unos pocos metros al norte de la carretera de
La Coruña, estará, precisamente, el entorno del Puente de la Muerte, posición
avanzada cuya guarnición mantenía conexión con el resto de posiciones propias a
través de trincheras cubiertas que discurrían en paralelo a la carretera, y por
diferentes ramales de comunicación, algunos de los cuales, aprovechaban la
enorme excavación que suponía la traza del ferrocarril en esta zona,
utilizándola a modo de enorme trinchera de comunicación cubierta del fuego y la
observación enemiga.
La zona comprendida entre el
Puente de la Muerte y El Plantío sería un punto muy caliente y delicado en este
sector del frente una vez que éste quedó estabilizado, llegándose a producir a
lo largo de la contienda diferentes golpes de mano y varias acciones locales de
una envergadura considerable por parte de uno y otro ejército, pero en las que
no entraré ahora para no alargar en exceso este artículo. Baste decir que muy próximo
a esta zona se encontraba uno de los puntos más importantes en los que se
basaba el sistema defensivo republicano en el sector de El Pardo: la conocida
como Casa de la Portillera de Las Rozas, una suave loma coronada de algunas
construcciones rurales que se erguía, aproximadamente, a un kilómetro y medio
de la primera línea de fuego, dominando las diferentes depresiones que formaban
los arroyos y vaguadas del lugar, y hacia la que convergían los principales
caminos que recorrían la zona.
Localización del Puente de la Muerte (en amarillo) y de la Casa de
la Portillera de Las Rozas (en rojo), en un mapa de los años 30.
Como ejemplo de la importancia que dieron los republicanos a esta posición, podemos fijarnos en el siguiente extracto de un documento del VI Cuerpo de Ejército, fechado a finales de 1937: “Como punto de verdadera importancia, cuya defensa hay que lograr a toda costa, tenemos la Portillera de Las Rozas. Con la hipótesis de que el enemigo pusiera pie en ella quedaba desarticulado todo nuestro actual dispositivo de combate.”
Como es lógico, los republicanos
volcaron grandes esfuerzos en evitar ese riesgo, y para finales de 1938 existía
ya en la zona: “un esqueleto defensivo a
base de emplazamientos de obra de fábrica, a prueba de artillería, para armas
automáticas, y núcleos en las cotas favorables que defienden las vaguadas de posible
penetración del enemigo”, según documentación consultada de la 8ª División.
Para entonces, la Portillera de Las Rozas se encontraba integrada en la Línea
de Detención (segunda línea) del II Cuerpo de Ejército, 2º Subsector de la 8ª División, con
unidades del Batallón Disciplinario y del Batallón de Ametralladoras nº 8
cubriendo la línea de frente.
Por su parte, al final de la
guerra, las posiciones franquista en este sector estaban integradas en el
Centro de Resistencia V (antiguo C. R. E) y guarnecidas por unidades del 254 Batallón de Cazadores de Ceuta 7,
perteneciente al 2º Regimiento de Infantería de la 20ª División Nacional (I C.
E.). En torno al Puente de la Muerte se ubicaban los Islotes de Resistencia nº
111 y nº 112, que junto al Islote de Resistencia nº 110, un poco más distanciado,
constituían la Posición nº 54, que recibía el nombre de “Paso en Alto”, clara alusión al cruce de la carretera de La Coruña
sobre la línea de ferrocarril. El paso del puente estaba defendido por una
guarnición de 40 hombres armados con fusiles Mauser 7mm y 2 fusiles ametralladores
modelo Breda 6,5 mm con sus respectivos emplazamientos fortificados y varios
refugios subterráneos. Los dos puentes existentes en esta posición, el antiguo
puente de ladrillo y granito, y el nuevo de hormigón y estructura de hierro, convenientemente
preparados (principalmente, a base de sacos terreros tapando los ojos de los puentes) sirvieron de protección y
cobijo para hombres y materiales.
Por delante de esta posición se
extendía un campo de alambradas de espino formada por una doble fila de
piquetes que, en algunos puntos especialmente sensibles, era triple. Más allá
de las alambradas franquistas, una pequeña franja de terreno moteada de chaparras y encinas,
que apenas alcanzaba los 200 m, constituía la tierra de nadie antes de llegar a
otro nuevo campo de alambradas que señalaban ya la presencia de las posiciones
republicanas de primera línea.
En esta foto aérea de 1946 puede apreciarse la ubicación de la posición franquista
"Paso en Alto" (Puente de la Muerte), respecto a las trincheras de la primera línea republicana.
Desconozco la fecha exacta en que
el viejo Puente de la Muerte fue demolido, pero según fotografía aérea
permaneció en pie, al menos, hasta finales de la década de los 60. Hoy en día,
en el lugar que ocupó, solo se conserva un fragmento ruinoso del mismo, formado
por los característicos ladrillos macizos con los que fueron construidos este
tipo de puentes a finales del siglo XIX, y cuya fotografía encabeza este
artículo. El lugar ha quedado encajonado entre la A-6 y la tapia de la finca
Los Carriles, abundando los vertidos de escombros, que han alterado mucho el aspecto
de la zona. Es un lugar accesible por un camino poco transitado, ya que no
lleva a ninguna parte. Junto a las ruinas del viejo puente se yergue el moderno
puente de la autovía, sobre el que
transitan miles de vehículos a diario, y bajo el que pasan cotidianamente
los trenes de Cercanías.
El lugar que ocupo el Puente de la Muerte en la actualidad.
Esto es todo lo que queda, hoy en
día, del que fuera conocido como Puente de la Muerte. Lo demás, las
sombras de otros tiempos, cada vez más arrinconadas por el olvido.
* Nota: El puente que existió cerca
del kilómetro 27 de la carretera de La Coruña, muy cerca del límite entre los
términos municipales de Las Rozas y Torrelodones, era el segundo paso superior sobre
la vía férrea y, durante aquellos años, constituyó también otro peligroso punto
para la circulación debido a la cerrada curva que generaba. Esta circunstancia,
sumada a que estaba ubicado también en Las Rozas, provocó que, con cierta
frecuencia, fuera confundido con el puente del kilómetro 16 y recibiese el equivocado
nombre de Puente de la Muerte. Ambos puentes fueron sustituidos en 1920.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
¿Qué se sabe del Bar Anita en Las Rozas? Mi abuelo me contó que era habitual en aquella época tomar café en el actual Villa María a la entrada del pueblo, tras ir a probar el coche nuevo "en Perdices".
ResponderEliminarTambién leo en Wikipedia: "Por su parte, Juan Antonio de Zaratiegui (1804-1872) estableció el puesto de mando en Torrelodones, desde donde dirigió la batalla de Las Rozas, librada en 1837, en el contexto de la primera Guerra Carlista"; ¿sabemos en qué consistió esta batalla?
El Bar Anita era un popular establecimiento de carreteras ubicado, aproximadamente, en la zona que hoy ocupa el restaurante Villa María.
EliminarEfectivamente, lo que te contaba tu abuelo era muy habitual. La gente de la capital que disponía de un vehículo era aficionada a realizar excursiones por las cercanías de Madrid para probar sus autos y disfrutar de la conducción. El Bar Anita, situado en un punto estratégico por la distancia que le separaba de Madrid y por encontrarse en un importante cruce de carreteras, era uno de los destinos preferidos, ya que, además de contar con barra, restaurante, terraza y merendero, disponía también de algunos servicios auxiliares para los vehículos.
Y es verdad también que la Cuesta de las Perdices era empleada para probar la potencia y velocidad a la que los vehículos eran capaces de subir la pronunciada pendiente. De hecho, era muy habitual la celebración de competiciones deportivas, de carácter oficial, de autos y motos en este lugar antes de la guerra. A la Cuesta de las Perdices durante la guerra le hemos dedicado bastantes artículos en el blog (“Casa Camorra”, “Cuesta de las Perdices”, etc.).
Durante la batalla de la carretera de La Coruña, la zona del Bar Anita se convirtió en escenario de duros combates, de los cuales, hemos hablado también en diferentes ocasiones en este blog (ahora mismo, me viene a la memoria el artículo “Un cruce peligroso”, publicado en marzo de 2009), y, actualmente, me encuentro escribiendo otro artículo sobre los combates que tuvieron lugar en este punto, especialmente en el edificio del telégrafos, ubicado también en las proximidades de este lugar y, hoy en día desaparecido, y que espero publicar pronto en este blog.
Por cierto, que el Bar Anita siguió funcionando con el mismo nombre después de la guerra durante un largo periodo de tiempo, yo creo, aunque no puedo confirmar este dato, que, al menos, hasta la década de los años sesenta del siglo XX.
Gracias y un saludo.
El episodio bélico de 1837 al que te refieres es bastante conocido. Ocurrió en el cuarto año de los siete que duró la Primera Guerra Carlista.
EliminarEn el verano de 1837 los carlista se propusieron avanzar al centro de Castilla y, si era posible, ocupar Madrid. El general Uganda confió el mando de la misión a Juan Antonio Zaratiegui.
Las tropas carlistas ocuparon Segovia el 4 de agosto. El día 9, las tropas de Zaratiegui, nombrado comandante general de Castilla, se dirigieron a San Ildefonso y progresaron hacia Navacerrada.
Ante el temor que causaba la proximidad de las tropas carlistas a la capital, los isabelinos movilizaron sus fuerzas. Al mando del general Méndez Vigo, una nutrida tropa se desplegó para cubrir los caminos que conducían a Madrid. El mismo día 9, Méndez Vigo llega a Las Rozas, en cuyas inmediaciones situó a sus fuerzas, fortificando el terreno con parapetos e instalando estratégicamente sus piezas de artillería.
El día 10, las tropas carlistas se encuentran en Collado Villalba, donde el general Zaratiegui instala su cuartel general, concretamente, en la venta de la Santísima Trinidad (y no en Torrelodones). Al día siguiente inician su avance hacia Madrid, rebasando Torrelodones y entrando en contacto con el enemigo en las alturas existentes antes de llegar al pueblo de Las Rozas.
En realidad, no puede hablarse de una gran batalla. Parece ser que los carlistas, al encontrarse en terreno desfavorable frente a los bien posicionados isabelinos, evitaron el ataque directo, limitándose a una serie de forcejeos y escaramuzas en plan guerrillas. La refriega duró toda la jornada, replegándose el grueso de las fuerzas carlistas a Torrelodones al caer la noche.
El día 12, llegaba a Madrid el general Espartero con un numeroso ejército, lo que hizo a los carlistas desistir de la conquista de la capital, levantando su campamento y retirándose hacia Guadarrama, pasando la Sierra y acantonándose en el pueblo segoviano de El Espinar. Por su parte, las tropas isabelinas desplegadas en Las Rozas, abandonaron el pueblo y siguieron a los carlistas, alejando definitivamente el peligro sobre Madrid. Parece ser que, en esta ocasión, el pueblo de Las Rozas no sufrió ningún daño de importancia.
Según se cuenta, parece ser que la reina regente, María Cristina de Borbón, siguió el desarrollo de los combates a través de un catalejo desde una de las ventanas del Palacio Real.
Un saludo.
El Bar Anita cerró a principios de los años 70. Su parcela fue adquirida en parte por la constructora Calpisa, que edificó allí una de sus urbanizaciones, en concreto la urbanización Somosierra, que queda al borde de la ctra de la coruña. Durante muchos años, ya con la urbanización construida, se conservó el arco de entrada al bar, un arco de ladrillo y encalado, que finalmente fue demolido a principios de los años 90 cuando las obras de construcción del carril bus-vao de la A6. El bar anita estaba por tanto a escasos metros del actual villa María pero no en el mismo lugar. Estaba justo antes de la curva mencionada en el artículo y que tantos y tantos accidentes ha provocado durante muchos años.
ResponderEliminarHola Miguel.
EliminarMuchísimas gracias por la información que aportas en tu comentario. Efectivamente, el Bar Anita se ubicaba en el lugar que tu señalas. A mí me costó bastante saber exactamente donde se encontraba. Tengo refrencias varias de este establecimiento antes y después de la guerra. Incluso una fotografía de cómo era en los años 30 y varias perspectivas aéreas realizadas durante la guerra. Desconocía lo que cuentas del arco. Sin duda, habré pasasdo por delante cientos de veces antes de que lo demoliesen, pero sin prestarle atención.
Me hace mucha ilusión recibir este tipo de informaciones. Te lo agardezco muchísmo y estaré encantado de intercambiar y compartir contigo otros datos y curiosidades sobre estos temas.
Un cordial saludo.
Buenas noches ¿ tenéis información sobre lo que ocurrió en el cementerio viejo de Las Rozas que está en la carretera de la Coruña? ¿ cavaron trincheras en las tumbas? Gracias Basi
ResponderEliminarHola.
ResponderEliminarEl cementerio antiguo de Las Rozas, al que te refieres, llevaba pocos años de funcionamiento cuando estalló la guerra en el verano de 1936.
Durante la fase final de la batalla de la carretera de La Coruña (enero de 1937) quedó integrado en la zona de combates, pero algo alejado del núcleo principal de la lucha.
Terminada la batalla, y con la posterior estabilización del frente, el cementerio quedó situado inicialmente en tierra de nadie. La posterior evolución del frente provocó que el cementerio fuese integrado en la primera línea republicana, transformado en posición defensiva.
Esto lo convirtió en objetivo de los bombardeos, lo que provocó numerosos destrozos, que obligaron a una total remodelación una vez concluida la contienda.
Esperamos que esta información te sea de interés.
Gracias y un saludo.