CONTROL DE CARRETERAS
El golpe militar de julio de 1936
supuso un colapso para el Gobierno de la República.
En los primero días de
sublevación los rebeldes lograron hacerse con el control de casi un tercio del
territorio nacional. En la zona que quedó bajo su influencia, el gobierno
republicano, en teoría, mantenía los resortes de poder del Estado, aunque en la
práctica se había deshecho la estructura organizativa del Ejército y de las
Fuerzas de Seguridad. Al mismo tiempo, en buena parte de su territorio se había
desencadenado un intenso proceso revolucionario que escapaba a su control y que
suponía un fuerte contrapeso a su poder y autoridad.
De esta manera, el gobierno de la
República se vio desbordado por la iniciativa popular que se vivía en las
calles de pueblos y ciudades. Desde las primeras jornadas de lucha, una amplia
capa social, respaldada por las organizaciones de clase y aprovechando el vacío
de poder existente en muchas esferas de la vida política, económica y social, puso
en marcha un impetuoso proceso revolucionario que generó un contrapoder armado
de tipo popular.
Este contrapoder, heterogéneo,
fragmentado y desorganizado, no solo dificultaba una eficaz acción política y
militar del gobierno republicano, también deterioraba seriamente su imagen ante
las cancillerías de los países democráticos, potenciales aliados de su causa,
los cuales, se mostraron especialmente alarmados por los excesos
revolucionarios cometidos en la zona republicana.
En Madrid y su provincia, esta
realidad revolucionaria tuvo su mayor expresión durante los primeros meses de
guerra. Una vez controlados y extinguidos los diferentes focos de sublevación
en la capital y sus alrededores, fueron surgiendo un sinfín de juntas, consejos,
comités y otros órganos de poder popular que, más o menos encauzados por las
organizaciones sindicales y políticas, tomaron la iniciativa y se fueron
haciendo con el control de la situación.
A este impulso revolucionario
contribuyeron decididamente las milicias que, a partir del 20 de julio, formaron
las diferentes organizaciones políticas y sindicales con las armas obtenidas en
la lucha contra los sublevados. Constituidas rápidamente en columnas, estas
milicias partieron de la capital para intentar acabar, con mejor o peor
fortuna, con los focos de la rebelión en las zonas limítrofes a Madrid: Toledo,
Alcalá de Henares, Guadalajara, Cuenca, Ávila, Segovia, y cerrar los pasos de
Guadarrama y Somosierra. En su avance, estas columnas de milicianos fuertemente
ideologizados, impulsaban y facilitaban el proceso revolucionario en los
pueblos por los que pasaban.
Las poblaciones del noroeste
madrileño no fueron ajenas a este proceso. En todos estos pueblos se
constituyeron rápidamente comités locales encargados de organizar y articular
la vida en sus respectivos municipios. Estos consejos solían estar formados por
las propias autoridades municipales (alcalde, secretario, etc.), siempre y
cuando pertenecieran éstas a organizaciones del Frente Popular (que eran la
mayoría), a las que se unían los representantes de las organizaciones
sindicales y políticas con presencia en el pueblo, más una serie de delegados
también del municipio.
Este aspecto de la guerra civil
en los pueblos del noroeste madrileño está muy poco estudiado (más bien nada),
pero es el que caracterizó la vida de estas poblaciones durante los primeros
meses de conflicto, hasta que, con la llegada de las tropas de Franco a las
proximidades de Madrid a principios de noviembre de 1936, toda la zona se fue
convirtiendo poco a poco en campo de batalla y, posteriormente, tras la batalla
de la Carretera de La Coruña, en línea de un frente estabilizado y ocupado
militarmente.
Fueron estos comités locales los
que en sus respectivos términos municipales procedieron a las incautaciones de
fincas, edificios, vehículos y otras propiedades; los que se encargaron del
abastecimiento y la distribución de bienes y alimentos; los que atendieron a
las poblaciones evacuadas de zonas de combates; los que procuraron asegurar los servicios; organizaron las labores agrícolas
y ganaderas; intentaron colaborar y dar
apoyo en todo lo necesario a las columnas de milicianos que combatían en la
Sierra, etc., etc., etc.
Los comités locales asumieron también
las labores de orden público en sus respectivos pueblos, practicando
detenciones, registros e incautaciones, o colaborando con los diferentes
organismos que realizaban estas actuaciones, aunque también hay que decir que,
en no pocas ocasiones, intentaron oponerse a ellas. Fueron estos comités
locales los que dentro de sus posibilidades se enfrentaron a los numerosos
grupos de incontrolados que en aquellas primeras jornadas de guerra actuaron a
su libre albedrío por los pueblos de la provincia. También es verdad que otras
veces hicieron la vista gorda o consintieron abusos y tropelías.
En este aspecto, cada pueblo fue
un caso para estudiar por separado, aunque hubo elementos comunes a todos
ellos, como por ejemplo el sistemático asalto de todas las iglesias, conventos
y ermitas, con la consiguiente destrucción de los objetos de culto e imágenes
religiosas, o, para desgracia de los futuros historiadores, la generalizada
quema de los archivos municipales y parroquiales, algo que ningún comité fue
capaz de evitar, aunque hay que señalar que las bombas y los combates que a
partir de noviembre sufrieron estos pueblos también contribuyeron, y mucho, a esa
destrucción generalizada.
A tenor de la documentación
consultada sobre aquellas primeras semanas de guerra en los pueblos del
noroeste madrileño, se puede asegurar que la vida que hasta entonces se había
llevado en ellos dio un brusco y repentino cambio. Muchos de sus vecinos
desaparecieron, otros fueron detenidos o asesinados; todo lo relacionado con el
culto religioso fue proscrito y perseguido; se asaltaron propiedades y se
incautaron fincas, cosechas, rebaños, vehículos, etc.; la mayor parte de los
mozos y hombres en edad de trabajar, y no pocas mujeres, se alistaron como
voluntarios en las columnas de milicias y, como señalaba más arriba, surgieron
un sinfín de organismos que reclamaban para sí la autoridad y el control de la
situación.
Se generalizó un gran caos y
desorden que dio paso a numerosas tensiones y dificultades organizativas, ya
que, a un mismo tiempo, intentaban imponerse muy diferentes y contradictorios
poderes: un poder gubernativo, un poder militar, un poder local, un poder sindical,
un poder popular, etc., muchas veces enfrentados entre sí, y sin que ninguno de
ellos tuviera la suficiente fuerza como para imponerse de una manera permanente
al resto.
Como muestra de la enorme
descoordinación que existió en aquellos días y los numerosos incidentes que en
el noroeste madrileño tuvieron lugar a causa de esa situación, tomaré como
ejemplo un par de sucesos ocurridos en el pueblo de Las Rozas.
Como es sabido, Las Rozas de
Madrid se encontraba en un importantísimo nudo de comunicaciones, ya que,
además de discurrir por su término municipal las carreteras de La Coruña y de
El Escorial, el pueblo era atravesado también por la línea de ferrocarril
Madrid-Irún, contando además de con estación propia y algún apeadero, con la
importante estación clasificadora de Las Matas. Este hecho, unido a que se
encontraba en el camino entre la capital y la Sierra, especialmente hacia el
puerto de Navacerrada, provocó que Las Rozas fuera un convulso lugar de
tránsito de milicianos, equipos, vehículos, convoyes y todo tipo de patrullas,
enlaces y delegados de los diferentes organismos y organizaciones políticas y
sindicales que, para moverse por las carreteras, hacían uso de una amalgama de
acreditaciones, volantes, pases, carnets, filiaciones, salvoconductos,
permisos, sellos, firmas, etc.
Una de las labores a las que el
comité local de Las Rozas prestó especial tención desde los primeros días de
guerra, fue precisamente al control de las vías de comunicación que atravesaban
el municipio. Grupos de paisanos, generalmente armados con escopetas de caza, establecían
puestos de control de día y de noche en puntos estratégicos de las carreteras y
caminos principales. Viajar de Madrid a la Sierra (y volver) suponía ir parando
cada pocos kilómetros en diferentes puestos de control en los que mostrar la
documentación y, muchas veces, ser registrado el vehículo y cacheados sus
ocupantes, cuando no detenidos por cualquier sospecha que pudieran haber
despertado a los componentes de la brigadilla de turno. La falta de una única y
clara autoridad, el hecho de que los militantes y afiliados de cada
organización tendieran a obedecer sólo las consignas que daban sus cuadros dirigentes,
y las tensiones y riesgos que se generaron de la mera existencia por todas
partes de un enorme número de personas armadas y sin control, ocasionaron en el
noroeste madrileño episodios como los que se recogen a continuación, y que han
sido extraídos de la prensa de aquellos días.
Crónica recogida en “Estampa”
(Madrid), con fecha del 1 de agosto de 1936, p. 4-5:
“Todos los vecinos de los
alrededores de Madrid vibraban de entusiasmo en defensa del Frente Popular y se
lanzaron a las carreteras en plan de vigilancia. Y algunos extremaron tanto su
celo que…
En Las Rozas hay un puente que
los técnicos estimaron peligroso y las autoridades dieron orden de que fuese
volado. De ello se encargaron un oficial y dos soldados. Pero cuando se
disponían a cumplimentar la orden fueron sorprendidos por unos milicianos de
Las Rozas.
-Alto.
-Fuerzas del Gobierno que
realizan un servicio.
-A ver, los carnets
El oficial exhibió un documento
militar y su carnet de afiliado a un partido obrero.
-Estáis conformes.
Los milicianos, gentes del
pueblo, vacilaron un poco antes de responder.
-No señor… Andan por ahí muchos
carnets falsificados por los fascistas. Por lo pronto, se quedan los tres
presos en el Ayuntamiento, y después… Ya veremos.
Los milicianos llegaron a Madrid
satisfechísimos de sus servicios…
Acabamos de detener a tres
militares fascistas que llevaban dinamita. ¡Y nos la querían diñar con un
carnet falsificado! Míralo aquí… Vosotros veréis qué hacemos con los
prisioneros.
Pero si son compañeros nuestros…
¡Soltarlos inmediatamente! Habéis estropeado un servicio.
Los tres soldados del pueblo
hubieran deseado en aquel momento que se los tragara la tierra, pero aún con
tozudez de corazón entusiasta,
replicaron:
-Está bien… Pero conste que a nosotros
no nos engaña nadie… ¡Y como llovía sobre mojado!...”
Es evidente que esta crónica
periodística, firmada por Federico Feliu, ofrece una visión casi humorística de
este tipo de episodios, como queriendo quitar hierro al serio problema que
suponía la descoordinación y desorganización de aquellos días. Pero a
continuación se ofrece otro suceso con consecuencias mucho más
dramáticas.
El día 24 de julio de 1936, el diario
El Sol publicaba la siguiente noticia:
“A primera hora de la noche del
miércoles pasaba por las cercanías de
Las Rozas un automóvil a bastante velocidad. Las milicias emplazadas en las
cercanías de la estación dieron el alto al vehículo, y los ocupantes de éste
contestaron con una descarga. Entonces los milicianos repelieron la agresión,
matando a uno de los ocupantes del coche
e hiriendo a otros tres.
Se ocupó al muerto un carnet de la CNT, a nombre de Agustín
Gómez. De los heridos, uno de ellos vestía uniforme de capitán del Ejército, y
los otros dos, de sargento. Ninguno de ellos llevaba carnet ni documentación.
Interviene el Juzgado para aclarar la personalidad de los agresores y
circunstancias en que se ha desarrollado el hecho.”
El Sol, 24-julio-1936
Al día siguiente de este
episodio, otro periódico, La Libertad, publicaba la siguiente rectificación
sobre lo ocurrido en Las Rozas:
“La CNT del Centro nos envía la
siguiente nota:
La Prensa de anoche y de esta
mañana da la noticia de que cerca de Las Rozas, desde un coche se disparó
contra las milicias, las cuales repelieron, matando a uno e hiriendo a tres.
Debe rectificarse el suelto
diciendo que los ocupantes del coche eran compañeros de nuestras organizaciones
proletarias, los cuales pararon a la primera indicación; no obstante, se hizo
fuego contra ellos, matando a Agustín Gómez, hiriendo a dos y librándose
casualmente Vicente Fernández. Las victimas volvían de luchar en Navacerrada a
las órdenes del teniente Carbó. La nota de prensa de que eran fascistas los del
coche no es cierta, ya que son hombres dignos que luchan por la libertad,
tomando parte en todos los actos y encuentros habidos contra la reacción.” (La
Libertad, 25-7-1936, p.6).
La Libertad, 25-julio-1936
Estos artículos periodísticos son
una simple muestra de la difícil situación que se vivió en el noroeste madrileño
durante las primeras semanas de guerra. Esta caótica situación se alargaría
hasta noviembre de 1936, cuando, poco a poco, la población civil de todos los
pueblos del noroeste próximos a la capital iría siendo evacuada a otros lugares
alejados de los combates. La batalla de la Carretera de La Coruña convirtió
toda la zona en campo de batalla, siendo ocupada por unidades militares,
responsables, a partir de ese momento, del control y vigilancia de todo el
sector.
En enero de 2010 publicaba en este blog un artículo dedicado a la regulación de la estancia y la circulación en la zona noroeste de Madrid una vez que se convirtió en frente de batalla. El título de aquél artículo era “ZONA MILITAR” e invito a las personas interesadas a leerlo para poder comparar lo mucho que cambiaron desde aquél momento las cosas en todo lo referente al control y vigilancia del noroeste de la capital.
En enero de 2010 publicaba en este blog un artículo dedicado a la regulación de la estancia y la circulación en la zona noroeste de Madrid una vez que se convirtió en frente de batalla. El título de aquél artículo era “ZONA MILITAR” e invito a las personas interesadas a leerlo para poder comparar lo mucho que cambiaron desde aquél momento las cosas en todo lo referente al control y vigilancia del noroeste de la capital.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Javi qué sabemos del ayuntamiento de Las Rozas en el 36. Y la represión de primera hora? Gracias.
ResponderEliminarLa corporación municipal de Las Rozas en 1936 era afín al Frente Popular. El alcalde era Blas San Juan Sánchez. Con la sublevación militar de julio de 1936 y el estallido de la guerra civil, se creó un comité encargado de gestionar la nueva situación. Este comité duró hasta diciembre de 1936, momento en el que Las Rozas se convierte en zona de combates, siendo evacuada su población. En enero de 1937, las tropas de Franco ocupan el pueblo, convirtiéndolo en primera línea de fuego hasta el final de la contienda.
EliminarEl edificio del antiguo ayuntamiento, conocido también como casa del concejo, era un caserón de dos plantas ubicado muy cerca de la zona que actualmente ocupa la Plaza Mayor. Este edificio fue destruido durante la guerra, procediendo el organismo de Regiones Devastadas a levantar el actual ayuntamiento y la Plaza Mayor en la que está ubicado. Tengo algunas fotografías en las que aparece el edifcio del ayuntamiento que existía antes de la guerra. Seguramente publicaré alguna de ellas en este blog algún día.
Respecto a la que denominas “represión de primera hora”, cuento con documentación, pero pienso que el tema es delicado y merece ser tratado en un sitio diferente a los comentarios de este blog. En cualquier caso, te diré que, a tenor de la documentación que he tenido ocasión de consultar y de algunos pocos testimonios al respecto, haberla la hubo, pero a un nivel bastante bajo, sobre todo, en comparación a la que se produjo en otros pueblos cercanos. Pero insisto, el tema merece ser tratado con más detenimiento. Quizás, algún día escriba algo sobre este interesantísimo y poco estudiado aspecto de la guerra civil en el noroeste de Madrid y, más concretamente, en Las Rozas.
Un saludo.