sábado, 16 de noviembre de 2013

136) Control de carreteras




CONTROL DE CARRETERAS


El golpe militar de julio de 1936 supuso un colapso para el Gobierno de la República.


En los primero días de sublevación los rebeldes lograron hacerse con el control de casi un tercio del territorio nacional. En la zona que quedó bajo su influencia, el gobierno republicano, en teoría, mantenía los resortes de poder del Estado, aunque en la práctica se había deshecho la estructura organizativa del Ejército y de las Fuerzas de Seguridad. Al mismo tiempo, en buena parte de su territorio se había desencadenado un intenso proceso revolucionario que escapaba a su control y que suponía un fuerte contrapeso a su poder y autoridad.


De esta manera, el gobierno de la República se vio desbordado por la iniciativa popular que se vivía en las calles de pueblos y ciudades. Desde las primeras jornadas de lucha, una amplia capa social, respaldada por las organizaciones de clase y aprovechando el vacío de poder existente en muchas esferas de la vida política, económica y social, puso en marcha un impetuoso proceso revolucionario que generó un contrapoder armado de tipo popular. 


Este contrapoder, heterogéneo, fragmentado y desorganizado, no solo dificultaba una eficaz acción política y militar del gobierno republicano, también deterioraba seriamente su imagen ante las cancillerías de los países democráticos, potenciales aliados de su causa, los cuales, se mostraron especialmente alarmados por los excesos revolucionarios cometidos en la zona republicana.


En Madrid y su provincia, esta realidad revolucionaria tuvo su mayor expresión durante los primeros meses de guerra. Una vez controlados y extinguidos los diferentes focos de sublevación en la capital y sus alrededores, fueron surgiendo un sinfín de juntas, consejos, comités y otros órganos de poder popular que, más o menos encauzados por las organizaciones sindicales y políticas, tomaron la iniciativa y se fueron haciendo con el control de la situación.


A este impulso revolucionario contribuyeron decididamente las milicias que, a partir del 20 de julio, formaron las diferentes organizaciones políticas y sindicales con las armas obtenidas en la lucha contra los sublevados. Constituidas rápidamente en columnas, estas milicias partieron de la capital para intentar acabar, con mejor o peor fortuna, con los focos de la rebelión en las zonas limítrofes a Madrid: Toledo, Alcalá de Henares, Guadalajara, Cuenca, Ávila, Segovia, y cerrar los pasos de Guadarrama y Somosierra. En su avance, estas columnas de milicianos fuertemente ideologizados, impulsaban y facilitaban el proceso revolucionario en los pueblos por los que pasaban.


Las poblaciones del noroeste madrileño no fueron ajenas a este proceso. En todos estos pueblos se constituyeron rápidamente comités locales encargados de organizar y articular la vida en sus respectivos municipios. Estos consejos solían estar formados por las propias autoridades municipales (alcalde, secretario, etc.), siempre y cuando pertenecieran éstas a organizaciones del Frente Popular (que eran la mayoría), a las que se unían los representantes de las organizaciones sindicales y políticas con presencia en el pueblo, más una serie de delegados también del municipio.


Este aspecto de la guerra civil en los pueblos del noroeste madrileño está muy poco estudiado (más bien nada), pero es el que caracterizó la vida de estas poblaciones durante los primeros meses de conflicto, hasta que, con la llegada de las tropas de Franco a las proximidades de Madrid a principios de noviembre de 1936, toda la zona se fue convirtiendo poco a poco en campo de batalla y, posteriormente, tras la batalla de la Carretera de La Coruña, en línea de un frente estabilizado y ocupado militarmente.


Fueron estos comités locales los que en sus respectivos términos municipales procedieron a las incautaciones de fincas, edificios, vehículos y otras propiedades; los que se encargaron del abastecimiento y la distribución de bienes y alimentos; los que atendieron a las poblaciones evacuadas de zonas de combates; los que procuraron asegurar los  servicios; organizaron las labores agrícolas y ganaderas;  intentaron colaborar y dar apoyo en todo lo necesario a las columnas de milicianos que combatían en la Sierra, etc., etc., etc.

Los comités locales asumieron también las labores de orden público en sus respectivos pueblos, practicando detenciones, registros e incautaciones, o colaborando con los diferentes organismos que realizaban estas actuaciones, aunque también hay que decir que, en no pocas ocasiones, intentaron oponerse a ellas. Fueron estos comités locales los que dentro de sus posibilidades se enfrentaron a los numerosos grupos de incontrolados que en aquellas primeras jornadas de guerra actuaron a su libre albedrío por los pueblos de la provincia. También es verdad que otras veces hicieron la vista gorda o consintieron abusos y tropelías.


En este aspecto, cada pueblo fue un caso para estudiar por separado, aunque hubo elementos comunes a todos ellos, como por ejemplo el sistemático asalto de todas las iglesias, conventos y ermitas, con la consiguiente destrucción de los objetos de culto e imágenes religiosas, o, para desgracia de los futuros historiadores, la generalizada quema de los archivos municipales y parroquiales, algo que ningún comité fue capaz de evitar, aunque hay que señalar que las bombas y los combates que a partir de noviembre sufrieron estos pueblos también contribuyeron, y mucho, a esa destrucción generalizada.

A tenor de la documentación consultada sobre aquellas primeras semanas de guerra en los pueblos del noroeste madrileño, se puede asegurar que la vida que hasta entonces se había llevado en ellos dio un brusco y repentino cambio. Muchos de sus vecinos desaparecieron, otros fueron detenidos o asesinados; todo lo relacionado con el culto religioso fue proscrito y perseguido; se asaltaron propiedades y se incautaron fincas, cosechas, rebaños, vehículos, etc.; la mayor parte de los mozos y hombres en edad de trabajar, y no pocas mujeres, se alistaron como voluntarios en las columnas de milicias y, como señalaba más arriba, surgieron un sinfín de organismos que reclamaban para sí la autoridad y el control de la situación.


Se generalizó un gran caos y desorden que dio paso a numerosas tensiones y dificultades organizativas, ya que, a un mismo tiempo, intentaban imponerse muy diferentes y contradictorios poderes: un poder gubernativo, un poder militar, un poder local, un poder sindical, un poder popular, etc., muchas veces enfrentados entre sí, y sin que ninguno de ellos tuviera la suficiente fuerza como para imponerse de una manera permanente al resto.

Como muestra de la enorme descoordinación que existió en aquellos días y los numerosos incidentes que en el noroeste madrileño tuvieron lugar a causa de esa situación, tomaré como ejemplo un par de sucesos ocurridos en el pueblo de Las Rozas.


Como es sabido, Las Rozas de Madrid se encontraba en un importantísimo nudo de comunicaciones, ya que, además de discurrir por su término municipal las carreteras de La Coruña y de El Escorial, el pueblo era atravesado también por la línea de ferrocarril Madrid-Irún, contando además de con estación propia y algún apeadero, con la importante estación clasificadora de Las Matas. Este hecho, unido a que se encontraba en el camino entre la capital y la Sierra, especialmente hacia el puerto de Navacerrada, provocó que Las Rozas fuera un convulso lugar de tránsito de milicianos, equipos, vehículos, convoyes y todo tipo de patrullas, enlaces y delegados de los diferentes organismos y organizaciones políticas y sindicales que, para moverse por las carreteras, hacían uso de una amalgama de acreditaciones, volantes, pases, carnets, filiaciones, salvoconductos, permisos, sellos, firmas, etc.


Una de las labores a las que el comité local de Las Rozas prestó especial tención desde los primeros días de guerra, fue precisamente al control de las vías de comunicación que atravesaban el municipio. Grupos de paisanos, generalmente armados con escopetas de caza, establecían puestos de control de día y de noche en puntos estratégicos de las carreteras y caminos principales. Viajar de Madrid a la Sierra (y volver) suponía ir parando cada pocos kilómetros en diferentes puestos de control en los que mostrar la documentación y, muchas veces, ser registrado el vehículo y cacheados sus ocupantes, cuando no detenidos por cualquier sospecha que pudieran haber despertado a los componentes de la brigadilla de turno. La falta de una única y clara autoridad, el hecho de que los militantes y afiliados de cada organización tendieran a obedecer sólo las consignas que daban sus cuadros dirigentes, y las tensiones y riesgos que se generaron de la mera existencia por todas partes de un enorme número de personas armadas y sin control, ocasionaron en el noroeste madrileño episodios como los que se recogen a continuación, y que han sido extraídos de la prensa de aquellos días.

Crónica recogida en “Estampa” (Madrid), con fecha del 1 de agosto de 1936, p. 4-5:


“Todos los vecinos de los alrededores de Madrid vibraban de entusiasmo en defensa del Frente Popular y se lanzaron a las carreteras en plan de vigilancia. Y algunos extremaron tanto su celo que…


En Las Rozas hay un puente que los técnicos estimaron peligroso y las autoridades dieron orden de que fuese volado. De ello se encargaron un oficial y dos soldados. Pero cuando se disponían a cumplimentar la orden fueron sorprendidos por unos milicianos de Las Rozas.


-Alto.


-Fuerzas del Gobierno que realizan un servicio.


-A ver, los carnets


El oficial exhibió un documento militar y su carnet de afiliado a un partido obrero.


-Estáis conformes.


Los milicianos, gentes del pueblo, vacilaron un poco antes de responder.


-No señor… Andan por ahí muchos carnets falsificados por los fascistas. Por lo pronto, se quedan los tres presos en el Ayuntamiento, y después… Ya veremos.


Los milicianos llegaron a Madrid satisfechísimos de sus servicios…


Acabamos de detener a tres militares fascistas que llevaban dinamita. ¡Y nos la querían diñar con un carnet falsificado! Míralo aquí… Vosotros veréis qué hacemos con los prisioneros.


Pero si son compañeros nuestros… ¡Soltarlos inmediatamente! Habéis estropeado un servicio.


Los tres soldados del pueblo hubieran deseado en aquel momento que se los tragara la tierra, pero aún con tozudez de corazón  entusiasta, replicaron:


-Está bien… Pero conste que a nosotros no nos engaña nadie… ¡Y como llovía sobre mojado!...”


Es evidente que esta crónica periodística, firmada por Federico Feliu, ofrece una visión casi humorística de este tipo de episodios, como queriendo quitar hierro al serio problema que suponía la descoordinación y desorganización de aquellos días. Pero a continuación se ofrece otro suceso con consecuencias mucho más dramáticas.


El día 24 de julio de 1936, el diario El Sol publicaba la siguiente noticia:


“A primera hora de la noche del miércoles pasaba por las cercanías  de Las Rozas un automóvil a bastante velocidad. Las milicias emplazadas en las cercanías de la estación dieron el alto al vehículo, y los ocupantes de éste contestaron con una descarga. Entonces los milicianos repelieron la agresión, matando  a uno de los ocupantes del coche e hiriendo a otros tres.


Se ocupó al muerto  un carnet de la CNT, a nombre de Agustín Gómez. De los heridos, uno de ellos vestía uniforme de capitán del Ejército, y los otros dos, de sargento. Ninguno de ellos llevaba carnet ni documentación. Interviene el Juzgado para aclarar la personalidad de los agresores y circunstancias en que se ha desarrollado el hecho.”

 El Sol, 24-julio-1936


Al día siguiente de este episodio, otro periódico, La Libertad, publicaba la siguiente rectificación sobre lo ocurrido en Las Rozas:


“La CNT del Centro nos envía la siguiente nota:


La Prensa de anoche y de esta mañana da la noticia de que cerca de Las Rozas, desde un coche se disparó contra las milicias, las cuales repelieron, matando a uno e hiriendo a tres.

Debe rectificarse el suelto diciendo que los ocupantes del coche eran compañeros de nuestras organizaciones proletarias, los cuales pararon a la primera indicación; no obstante, se hizo fuego contra ellos, matando a Agustín Gómez, hiriendo a dos y librándose casualmente Vicente Fernández. Las victimas volvían de luchar en Navacerrada a las órdenes del teniente Carbó. La nota de prensa de que eran fascistas los del coche no es cierta, ya que son hombres dignos que luchan por la libertad, tomando parte en todos los actos y encuentros habidos contra la reacción.” (La Libertad, 25-7-1936, p.6).

 La Libertad, 25-julio-1936


Estos artículos periodísticos son una simple muestra de la difícil situación que se vivió en el noroeste madrileño durante las primeras semanas de guerra. Esta caótica situación se alargaría hasta noviembre de 1936, cuando, poco a poco, la población civil de todos los pueblos del noroeste próximos a la capital iría siendo evacuada a otros lugares alejados de los combates. La batalla de la Carretera de La Coruña convirtió toda la zona en campo de batalla, siendo ocupada por unidades militares, responsables, a partir de ese momento, del control y vigilancia de todo el sector. 

En enero de 2010 publicaba en este blog un artículo dedicado a la regulación de la estancia y la circulación en la zona noroeste de Madrid una vez que se convirtió en frente de batalla. El título de aquél artículo era ZONA MILITAR” e invito a las personas interesadas a leerlo para poder comparar lo mucho que cambiaron desde aquél momento las cosas en todo lo referente al control y vigilancia del noroeste de la capital.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ


2 comentarios:

  1. Javi qué sabemos del ayuntamiento de Las Rozas en el 36. Y la represión de primera hora? Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La corporación municipal de Las Rozas en 1936 era afín al Frente Popular. El alcalde era Blas San Juan Sánchez. Con la sublevación militar de julio de 1936 y el estallido de la guerra civil, se creó un comité encargado de gestionar la nueva situación. Este comité duró hasta diciembre de 1936, momento en el que Las Rozas se convierte en zona de combates, siendo evacuada su población. En enero de 1937, las tropas de Franco ocupan el pueblo, convirtiéndolo en primera línea de fuego hasta el final de la contienda.

      El edificio del antiguo ayuntamiento, conocido también como casa del concejo, era un caserón de dos plantas ubicado muy cerca de la zona que actualmente ocupa la Plaza Mayor. Este edificio fue destruido durante la guerra, procediendo el organismo de Regiones Devastadas a levantar el actual ayuntamiento y la Plaza Mayor en la que está ubicado. Tengo algunas fotografías en las que aparece el edifcio del ayuntamiento que existía antes de la guerra. Seguramente publicaré alguna de ellas en este blog algún día.

      Respecto a la que denominas “represión de primera hora”, cuento con documentación, pero pienso que el tema es delicado y merece ser tratado en un sitio diferente a los comentarios de este blog. En cualquier caso, te diré que, a tenor de la documentación que he tenido ocasión de consultar y de algunos pocos testimonios al respecto, haberla la hubo, pero a un nivel bastante bajo, sobre todo, en comparación a la que se produjo en otros pueblos cercanos. Pero insisto, el tema merece ser tratado con más detenimiento. Quizás, algún día escriba algo sobre este interesantísimo y poco estudiado aspecto de la guerra civil en el noroeste de Madrid y, más concretamente, en Las Rozas.

      Un saludo.

      Eliminar