Los agresivos químicos fueron
utilizados por primera vez durante la Gran Guerra (1914-1918). En abril de
1915, el ejército alemán empleó cloro gasificado contra sus enemigos en el
frente de Ypres, al noroeste de Bélgica. Una nube de gas amarillo-verdosa
alcanzó las trincheras aliadas. Cientos de soldados murieron asfixiados, y el
resto huyeron aterrorizados, sofocados, cegados y sin parar de vomitar.
Desde aquel momento, los
agresivos químicos, en sus diversas variantes (asfixiantes, tóxicos,
lacrimógenos, vomitivos o vesicantes), mostraron sus terroríficos efectos como
arma de guerra, lo que llevaría a que en 1925 se firmase el Protocolo de
Ginebra, que prohibía el uso de armas químicas y bacteriológicas. Un acuerdo con
ciertas lagunas que daba pie a diferentes interpretaciones, y que sería
incumplido de manera reiterada por varios de los países firmantes.
España comenzó a producir
agresivos químicos durante la década de los años 20 en las fábricas de La
Marañosa (actual término municipal de San Martín de la Vega) y de Melilla. Este
armamento fue empleado por el ejército español durante la guerra de Marruecos. La campaña de bombardeos
con gases tóxicos en la lucha contra las tribus rifeñas se planificó a partir
del Desastre de Anual (agosto de 1921), y se prolongó hasta 1927, siendo el periodo de mayor
intensidad el comprendido entre los años 1924 y 1926, en plena dictadura de Primo de Rivera.
Durante la Guerra Civil se
producen algunos episodios puntuales en los que parece estar probada la
utilización de agresivos químicos, pero siempre de manera esporádica, muy
limitada y podría decirse que anecdótica. No obstante, el temor a que se
emplease este tipo de armamento de manera generalizada fue constante a lo largo
de toda la contienda, lo que provocó que ambos ejércitos compraran y fabricaran
importantes cantidades de agentes agresivos y creasen sus respectivos servicios
especializados en defensa contra gases tóxicos.
También se importaron y
fabricaron decenas de miles de máscaras antigás, que se distribuyeron de manera masiva entre las
fuerzas de choque y las unidades que cubrían la línea de frente. Un ejemplo de
todo ello lo constituye el dato recogido por L. M. Franco y J. M. Manrique en su
libro “Armas y Uniformes de la GCE” (Susaeta Ediciones, p. 205) respecto a que,
en diciembre de 1937, el Ejército del Centro republicano contaba ya con 116.073
máscaras antigás, y seguía reclamando más unidades para poder dotar de las
mismas a todas sus brigadas.
Filtro de máscara antigás recuperado en la Dehesa de Navalcarbón.
Por todo ello, no es extraño que
en una de las estructuras excavadas arqueológicamente en la Dehesa de
Navalcarbón, y que tenemos documentada como Puesto de Mando, apareciese parte
del filtro de una máscara antigás. Debido al estado de conservación en el que se
encuentra la pieza recuperada, y a la gran variedad de máscaras que se
emplearon en España durante la contienda, algunas de ellas de aspecto muy similar,
no resulta sencillo identificar a qué modelo concreto corresponde. Sabemos que
en la etapa final de la guerra el Ejército Popular de la República adoptó como
reglamentaria la máscara FATRA, de fabricación checa, pero aunque bien podría
corresponder a una de este tipo, lo cierto es que no podemos asegurarlo.
Filtro de máscara antigás recuperado en Navalcarbón (anverso)
Filtro de máscara antigás recuperado en Navalcarbón (reverso)
Lo que sí es seguro, y este
hallazgo lo confirma, es que el fantasma de la guerra química recorrió las
trincheras y parapetos de la Guerra Civil Española, y las posiciones de Las
Rozas no fueron una excepción.
Fotografía del encabezado: Soldados republicanos aprendiendo a colocarse la máscara antigás. Frente de Madrid. (PARES. Archivo Rojo).
(Excavación de fortines en la Dehesa de Navalcarbón, Las
Rozas de Madrid, noviembre de 2017. Plan Regional de Fortificaciones de la
Guerra Civil de la Comunidad de Madrid).
Hola, mi padre estuvo en defensa contra gases de la 27 BM, y recordaba haber tenido una máscara checa marca TECHNA. Estupendo artículo, gracias.
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