Para llegar al
suelo de este fortín ha habido que picar, remover y palear hasta 1,80 m
de tierra, escombro, cascajo de piedra y todo tipo de basuras y
residuos.
Una colmatación que se inició al poco de terminar la
guerra, cuando los chatarreros destruyeron la cubierta de hormigón para
extraer los raíles de ferrocarril que conformaban su estructura,
inundando con los cascotes y deshechos todo el interior de la
fortificación. Después, años y años de
acumulación de tierras arrastradas por las lluvias, de raíces y hojas en
descomposición, y de multitud de desperdicios provenientes de la
actividad humana.
Hoy, tras
permanecer casi 80 años enterrado, el fino pavimento de cemento
irregular sale a la luz y, por primera vez desde entonces, unas botas
vuelven a pisar el mismo suelo que pisaron las tropas que ocuparon esta
posición.
(Excavación de fortines en la Dehesa de Navalcarbón. Las Rozas de Madrid, noviembre de 2017. Plan Regional de Fortificaciones de la Guerra Civil de la Comunidad de Madrid)
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