¡BRUNETE!
(PRIMERA PARTE)
El pasado mes de julio se ha conmemorado el
75º aniversario de la batalla de Brunete, una batalla que podría haber variado
el rumbo de la Guerra Civil, pero que acabó convirtiéndose en un terrible
choque de desgaste entre dos ejércitos que demostraron una increíble capacidad
de resistencia y sacrificio.
En apariencia, esta ambiciosa operación
militar estaba brillantemente planteada por parte de los republicanos. El
grueso de las fuerzas franquistas se encontraba en el frente norte, y el lugar
elegido para desencadenar la ofensiva, al oeste de Madrid, era un frente poco
definido, con abundantes huecos en las líneas enemigas y unas guarniciones,
teóricamente, insuficientes para hacer frente a semejante ataque. Además, esa
zona era el punto de enlace entre el I CE (Yagüe) y el VII CE (Varela), un
punto débil, con defensas poco sólidas y escasa fortificación. Nada más y nada
menos que tres Cuerpos de Ejército iban a entrar en acción: el Vº CE, al mando
de Modesto, con las Divisiones 11 (Líster), 35 (Walter) y 46 (El Campesino); el
XVIII CE (mandado primero por Jurado y después por Casado), integrado por las
Divisiones 10 (Enciso), 15 (Gal) y 34 (J. Mª Galán), que, junto a las
Divisiones 45 (Kleber) y 39 (Durán) como reservas, constituían el llamado
Ejército de Maniobra; y el II CE bis, o Ejército de Vallecas, mandado por
Romero, y formado por las Divisiones 4 (Bueno) y 24 (Gallo), que actuaría desde
sus bases sobre el sector Villaverde-Usera y la carretera de Extremadura.
Unos 90.000 hombres encuadrados en 11
Divisiones y 28 Brigadas, que contaban con el apoyo de unos 150 aparatos (entre
cazas, bombardeos, aviones de asalto y reconocimiento), 175 blindados y 217
piezas artilleras de diferentes calibres.
El objetivo propuesto consistía en una operación
envolvente sobre las tropas enemigas que cercaban la capital para, una vez
aisladas de sus bases y retaguardia, aniquilarlas, logrando así alejar el
frente varios kilómetros de la capital. Las fuerzas del Ejército Nacional que
iban a recibir el principal embate republicano estaban constituidas por la 71
División (Serrador), desplegada desde Somosierra hasta el río Guadarrama, y la
11 División (Iruretagoyna), que cubría el frente desde el río Guadarrama hasta
la carretera de Extremadura. A lo largo de la batalla, estas unidades
recibirían abundante apoyo de otras fuerzas procedentes, mayoritariamente, del
frente norte, lo que supuso un pequeño respiro para las fuerzas republicanas de
aquel teatro de operaciones. Todos los medios aéreos y terrestres de la Legión Cóndor alemana
fueron enviados a la bolsa de Brunete, logrando en pocos días, junto a la
aviación del Ejército Nacional y la italiana, el predominio aéreo, lo que
tendría una enorme trascendencia en el desarrollo de la batalla. Una vez
neutralizado el avance republicano en Brunete, y aprovechando la importante
concentración de fuerzas que habían acudido al frente madrileño, Franco
intentaría desarrollar una ambiciosa contraofensiva que, tras jornadas de
durísimos combates, se vería frenada por una correosa resistencia republicana.
No quiero aquí entrar en el desarrollo de esta
batalla, ni analizar los aciertos, errores y consecuencias que ésta pudo
suponer para cada uno de los ejército enfrentados, temas muy estudiados ya en
diferentes trabajos, de los cuales, para todo aquél que quiera conocer el tema,
recomiendo: “Brunete”, Casas
de la Vega, R., Caralt, Barcelona, 1976;
“La ofensiva sobre Segovia y la
batalla de Brunete”, Martínez Bande, J. M., Edit. San Martín, Madrid, 1972;
“Hª del Ejército Popular de la República”,
Salas Larrazábal, R., La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, o, “La batalla de Brunete”, Montero Barrado,
S., Raíces, Madrid, 2010., en los que podrá encontrarse amplia información
sobre despliegue de unidades, combates, mapas, evolución de las operaciones,
etc.
Lo que me propongo con esta
entrada (y otras sucesivas) es acercarme un poco al aspecto que podríamos
definir como más humano de aquellas trágicas jornadas, es decir, introducirme
en la batalla de Brunete a través del testimonio y la memoria de algunos de los
muchos soldados de uno y otro ejército que se vieron inmersos en aquella
locura. A lo largo del mes de julio, a modo casi de liturgia historiográfica,
he recorrido algunos de los escenarios en los que se desarrollaron los combates más duros. Son lugares que he
visitado decenas de veces a lo largo de los últimos años, pero, en esta
ocasión, he querido preparar mis visitas, enriqueciéndolas con la lectura
detallada, tanto de la documentación militar generada durante la misma batalla
por las unidades militares que participaron en ella, como de los recuerdos de
combatientes, algunos conocidos, otros anónimos, que dejaron constancia de sus
experiencias en aquél tórrido y sangriento verano de 1937.
He de decir que, por mucho que se
haya podido leer sobre los combates de Brunete, nada proporciona tanta
información y comprensión sobre lo que debió de suponer aquella batalla, como
el acercarse en el mes de julio a los mismos escenarios en los que ésta se
desarrolló. Solo así puede uno hacerse una ligera idea del calor, la sed, la
desesperación, el coraje, el miedo, la locura… que debieron de experimentar y
sentir quienes participaron en los combates. Eso sí, es imprescindible contar
con abundante agua y ropa adecuada para protegerse del intenso sol de julio,
algo de lo que carecieron la mayor parte de los combatientes que participaron en aquella batalla.
Desde el 5 al 27 de julio de
1937, la bolsa de terreno comprendida entre el río Perales y el Guadarrama, se
convirtió en un verdadero infierno. Una estrecha franja de unos 13 kilómetros
sobre la que se volcó toda la furia de
la guerra, alcanzándose tintes apocalípticos. En esa reseca planicie se coaguló
la sangre de cientos de combatientes nacionales y extranjeros que cayeron,
muertos o heridos, bajo los efectos de las balas, los carros de combate, la
artillería y la aviación. Encinares, pinares y dehesas ardieron en
incontrolados incendios que carbonizaron todo lo que encontraron a su paso,
incluidos los hombres y materiales que intentaron buscar protección entre sus
espesuras para ocultarse de los observatorios enemigos. Los pequeños pueblos,
con la mayor parte de sus edificios construidos en adobe y ladrillo, fueron
literalmente devastados y reducidos a montones de ruinas y escombros. El
paisaje se llenó de cadáveres abandonados que, en poco tiempo, con temperaturas
que superaban los 40º, se hinchaban y ennegrecían, convirtiéndose en festín
para las moscas e impregnando el ambiente de un putrefacto hedor que se
mezclaba con el acre e irritante olor a trilita, con las numerosas y densas columnas de humo negro, y
con el asfixiante calor del verano madrileño, creando una atmosfera espesa e
irrespirable.
Topónimos como Brunete, Quijorna,
Villanueva del Pardillo, Villanueva de la Cañada, Villafranca, Romanillos, Los
Llanos, El Mosquito, La Bellota, El Olivar, Loma Quemada, Loma Artillera, Loma
Fortificada… quedarán para siempre vinculados con la terrible batalla que en
ellos se desarrolló. Recorrer hoy en día estos lugares conociendo la Historia
que en ellos tuvo lugar constituye una interesante experiencia. Algunos sitios
han sufrido una profunda transformación, otros, parecen haber quedado detenidos
en el tiempo, conservando trincheras y otros restos bélicos que aparecen a
simple vista sobre el terreno y, todos ellos, de una manera u otra, han quedado
impregnados por los sucesos que en ellos
tuvieron lugar, conocerlos, convierte las visitas a estos lugares en encuentros
directos con la Historia, consiguiendo descodificar, interpretar y entender
parte de sus secretos y produciendo diversas sensaciones y sentimientos.
A continuación, presento una
pequeña selección de testimonios de personas que participaron en la batalla de
Brunete, para, a través de ellos, intentar seguir el desarrollo de la misma,
pero, en lugar de desde el punto de
vista frío, objetivo y distante del historiador o investigador, desde las
emociones, los recuerdos, los sentimientos de algunos de sus protagonistas.
Sirva esto como pequeño recuerdo y homenaje a los miles de combatientes que,
hace ahora 75 años, se vieron arrastrados por la brutalidad y la atrocidad que
supone una guerra.
Noche del 5 al 6 de julio. Las
unidades republicanas que deben de iniciar la ruptura del frente y la incursión
en territorio enemigo se ponen en marcha desde sus bases de partida. Contamos
con diferentes testimonios de como era aquella noche y de los primeros
movimientos de las tropas republicanas:
“(…) persistía el calor a pesar de lo avanzado de la tarde. El
termómetro marcaba 30º a la sombra. Los árboles solitarios, atormentados por la
sed, inclinaban abatidos sus mustias hojas, la tierra se había secado y en
algunos lugares presentaba grietas. El aire, pesado y pegajoso, era difícil de
respirar. También nuestro uniforme (la camisa tupida, la boina, los pantalones
de burdo paño, las pesadas botas de gruesa suela, la funda de la pistola), con
semejante calor parecían de plomo.” (Rodimtsev,
asesor soviético de la 11 D republicana).
“(…) los hombres con la mirada recelosa, los nervios a flor de piel, se
preparaban entre silencios y ocultaciones tras el negro muro de la noche para
en un instante cualquiera, al impulso de una voz autoritaria o de un disparo,
desencadenar un furioso huracán de fuego, de destrucción y de muerte,
rompiendo, desgarrando la tranquilidad y el silencio de una noche de verano que
más invitaba a pasear por todos los horizontes del amor y de la felicidad.”
(M. Sobrino Serrano, médico republicano de un hospital de primera línea).
“La noche era caliente. La
camisa empapada de sudor, se me pegaba a las costillas. Los muchachos iban casi
dormidos (…) Conforme avanzábamos, el terreno se iba haciendo más movido.
Dejamos el suelo firme de una cañada de ganado y empezamos a caminar por unos
rastrojos secos. Las botas se hundían más y el paso era cansado. De delante a
atrás fue corriendo una orden: ¡Más aprisa! Las filas se habían abierto. Se oía
el resuello de la gente y el ruido de las pajas aplastadas por las botas. A la
izquierda, sobre unos cerretes que se recortaban en el cielo, aparecían y
desaparecían figuras de hombres que llevaban la misma dirección que nosotros.
Eran los flanqueos móviles. A la derecha se levantaba un cerro alto. Corrió una
orden de delante a atrás: ¡Silencio…! Estamos cruzando las líneas enemigas.” (Soldado de la 100 BM).
A lo largo de aquella noche, las
vanguardias republicanas se infiltran en las líneas enemigas sin despertar la
alarma entre las guarniciones franquistas que cubren el sector. Antes del
amanecer del día 6, el pueblo de Brunete es rodeado por las tropas de Líster. Hacia
las 5:30 horas se inicia el ataque, pillando desprevenidos a sus defensores
que, totalmente desconcertados, se ven copados por una arrolladora fuerza que
les hostiga desde todas las direcciones. Un soldado de la 100 BM recuerda el
momento del asalto:
“¡Adelante, adelante sin parar! Las voces de los oficiales se alzaron
sobre el murmullo de la masa de hombres al cambiar la formación. Los sargentos
empujaban a los rezagados. Los Comisarios daban consignas políticas con las
pistolas desenfundadas. Volvió a producirse una explosión, luego otra, y vi
pasar una camilla con un herido. La sangre dejaba un rastro por el camino. Los
camilleros corrían agachados (…) Las palabras del Comisario se perdieron entre
el estruendo de una granizada de disparos. Tiraban nuestras ametralladoras
contra Brunete. Desde el pueblo y desde el cementerio contestaban al fuego (…)
Cuando nos dieron orden de avanzar nos lanzamos todos a la carrera contra las
primeras casas. Ya no tiraba nadie. Por la carretera y desde el cementerio vi
lanzarse a otras fuerzas, precedidas de tanques, sobre el pueblo. La victoria
era nuestra.” (Soldado de la 100 BM).
Con algo de retraso sobre el
horario previsto, fuerzas republicanas de la 46 D inician el ataque contra
Quijorna y Los Llanos, en donde se
producirá una resistencia numantina que retrasará y trastocará los planes republicanos. Pedro Mateo Merino era el jefe de la 101 BM, una de las unidades republicanas que se
lanzan al asalto del vértice Los Llanos :
“La noche tocaba a su fin y aún había por delante casi media hora de
caminar por terreno escabroso y desconocido antes de llegar a la línea de
ataque. Apremiaba el tiempo. Empezaba a clarear, dibujándose confusamente las
sinuosidades del terreno. Había que acelerar el paso y lanzarse al asalto desde
la marcha si no queríamos caer bajo la observación y el fuego mortífero del
enemigo antes de penetrar en el barranco paralelo al frente (…) Empezó el
asalto y se generalizó el tiroteo. Desde las trincheras cayó una lluvia de
granadas de mano (…) Había comenzado la operación en nuestro sector, sin
haberse logrado la sorpresa.” (P. Mateo Merino, jefe de la 101 BM).
Mientras tanto, en el
interior de Quijorna salta la alarma
entre la guarnición del pueblo:
“¿Dormí, soñé, pensé…? En verdad no lo recuerdo, sólo recuerdo, sólo sé
que fui despertado antes de amanecer, luego algo dormí; todo eran prisas,
órdenes, voces de mando de nuestros oficiales: daos prisa, a formar, vamos
corriendo, no olvidar el fusil, no olvidar las
bombas de mano ni la cartuchería. Las dos falanges estaban formadas
antes de cinco minutos, con todos sus pertrechos de guerra, aunque sin
impedimento ni macutos. Todas estas órdenes las recibíamos de nuestros dos
alféreces, aunque también estaba presente el teniente Caparrini (…) No habían
pasado diez minutos desde que nos tiraron de la cama y ya estábamos en las
trincheras.” (C. Revilla Cabrecos, soldado de una de las Centurias de
Falange que guarnecían Quijorna).
Villanueva de la Cañada, que
resistirá heroicamente durante toda la jornada, es atacada también con las
primeras horas del alba. El asalto es precedido de una intensa preparación
artillera. El inicio de esta preparación artillera es contemplado desde la
distancia por M. Sobrino Serrano, médico republicano:
“Aún no se había despertado el día cuando, de improviso, se oyó el
fuerte estampido de un cañonazo cuyo eco fue rebotando entre el cielo y la
tierra hasta perderse en la profundidad del infinito. Esto fue la señal para
que inmediatamente después empezase el tiroteo crepitante de la fusilería, el
intermitente de las ametralladoras y el seco estampido de las bombas de mano
alternándose con las roncas explosiones de los morteros que fueron propagándose
rápidamente por todas las líneas del frente. Las llamaradas de las explosiones,
que parecían incendiar la noche, iluminaban algunas parcelas del firmamento con
relámpagos fugaces que se entrelazaban continuamente. Era como si todo el
cielo, transformado en un gran espejo, reflejase el resplandor de una gran
hoguera.” (M. Sobrino Serrano, médico republicano de un hospital de primera
línea).
Antes del amanecer del día 6 de
julio, toda la planicie de Brunete retumba entre explosiones y tiroteos. Los
Llanos, Quijorna, Brunete, Villanueva de la Cañada reciben la primera embestida
republicana. La alarma y los nervios se extienden por el resto de posiciones
franquistas. Un falangista de la 5ª Bandera de Castilla destinado en la Loma
Artillera recuerda aquellos momentos:
“¡Qué trallazo, Dios mío! Me levanté. Alguien gritaba: ¡Que
vienen, son ellos! ¡Mirad, mirad allí, en Villanueva…! Era de noche.
Miré a mi reloj, pero no se veía la hora. Del horizonte, a poniente, un poco más abajo, salía una
columna de fuego. Sí, era Villanueva de la Cañada (…) El ruido seguía, poderoso
y firme, como si avanzara bajo la tierra que temblaba. Era como un bramido
hondo y fuerte, como un ronquido de hombre cansado (…) Siguió el
estremecimiento del suelo. Siguió el estampido haciéndonos vibrar a todos.
Moros y falangistas se apretujaban, se empujaban para ver mejor. Entre los
hombres, un silencio lleno de inquietudes y malos augurios. De Villanueva y de
toda aquella parte empezó a salir un humo espeso en el que se reflejaban las
llamas (…) Las llamas se extendían por el horizonte, era un espectáculo
brillante, como una traca, como yo me imaginaba el infierno a mis 16 años.” (Soldado perteneciente a la guarnición de la Loma Artillera).
Los republicanos tardarán todo el
día 6 en doblegar la resistencia de los defensores de Villanueva de la Cañada.
A lo largo de la jornada se sucederán los asaltos al pueblo por parte de la
infantería, fuertemente a poyada por la artillería, la aviación y los carros, pero,
una y otra vez, estos ataques se verán frenados por la obstinada resistencia de
los defensores. Harry Fisher, del Batallón Lincoln, participó en los ataques
sobre Villanueva de la Cañada:
“Tras rebasar la colina marchamos con nuestros fusiles apuntando al
frente; inmediatamente nos dio la bienvenida una cortina de fuego de
ametralladora y fusil. Las balas zumbaban a mí alrededor y pude ver como caían
hombres por todas partes. Continué corriendo unos cien metros, pero el fuego
que venía del pueblo era tan nutrido que no quedó otro remedio que echar cuerpo
a tierra. Estábamos en un trigal. El suelo era duro y seco. Los fascistas que
disparaban la ametralladora estaban instalados en el campanario de la iglesia,
desde el que podían divisar todo el campo. Desde su ventajoso emplazamiento
podían batir el trigal de punta a punta (…) El fuego continuó durante horas sin
amainar en ningún momento. Nosotros esperábamos atrapados en el trigal,
incapaces de movernos. Los heridos gemían a gritos por el dolor y suplicaban
que se les diera agua. A medida que las
horas pasaban yo también comencé a tener una sed terrible; la necesidad de agua
se hizo tan fuerte que eliminó cualquier otro pensamiento o sentimiento.” (Harry Fisher, soldado del Batallón Lincoln).
Finalmente, hacia las 21:15 h del
día 6 de julio, cae Villanueva de la Cañada. Al entrar en el pueblo, los
republicanos se encuentran con un ambiente desolador. El voluntario de sanidad,
Peter Harrison recordaba:
“(…) un pueblo reducido a escombros… enormes cráteres producidos por
las bombas y, sobre todo, el hedor de las cadáveres enemigos pudriéndose bajo
los escombros, y moscas, moscas y más moscas.” (P. Harrison, sanitario del Ejército
Republicano).
Fred Thomas, componente de una
batería anticarros, llegó a Villanueva de la Cañada a la mañana siguiente,
quedando impresionado por la cantidad de cadáveres que encontró a su paso:
“Y ahora, después de tres semanas sin ver a un muerto, ya he llegado a
hartarme. A lo largo de la carretera junto al pueblo se alienaban cuarenta
muertos, nuestros y suyos. Los que habían sido sacados de los tanques quemados
ofrecían peor aspecto. En las afueras del pueblo más cadáveres de fascistas.”
(F. Thomas, anticarrista republicano).
Mientras tanto, los hombres de El
Campesino continúan sus esfuerzos por aplastar la resistencia de Los Llanos y
Quijorna. A finales del día 7 de julio, la resistencia de Los Llanos será
reducida. Bibiano Morcillo, teniente de artillería del Ejército Republicano,
participó en la conquista de Los Llanos:
“Ese día (7 de julio) avanzamos
el asentamiento hacia el vértice Llanos, donde ya nos llegaba el fuego de la
batería de Navagalamaella. La ofensiva estaba allí detenida desde el día 5. La
Casa de Los Llanos, en la cima del vértice, era una especie de cortijo,
defendido por falangistas. Un antitanque, oculto nos causaba bajas
constantemente (nos destruyó 6 o 7
tanques), y bloqueaba el avance de la ofensiva. Estaba bien camuflado y no
dábamos con él. Al oscurecer se descubrió. Disparó y Pariente vio el fogonazo
desde el observatorio. Me llamó alborozado ¡Lo tengo
localizado! Estaba en una especie de caseta hecha con piedras a unos 80
m de la casa. Rápidamente corregí el tiro sobre la caseta con la primera pieza
y después ordené un tiro rápido de la batería. Desaparecido el cañón, nuestra
infantería tomó la posición huyendo los últimos defensores. A la mañana
siguiente, día 8, avanzamos el asentamiento hasta la propia Casa de Los Llanos.
Encontramos la casa llena de pintadas de los falangistas, y en la caseta
cercana, el antitanque destruido. Desde allí seguimos tirando, esta vez contra
Quijorna, para apoyar a las tropas que intentaban su conquista. La tarde del
día 9 recibimos una contrabatería terrible desde la zona de Quijorna. Nos
tiraban varias baterías, con calibres diferentes. La Casa de Los Llanos y sus
cercanías parecía un volcán. Tal cantidad de proyectiles caían que el paladar
nos amargaba a trilita.” (Bibiano
Morcillo García, teniente de Artillería del Ejército Republicano).
Los Llanos cae al final del día
7, pero la modesta guarnición de Quijorna seguirá resistiendo hasta la noche
del 8 al 9. Uno de los defensores nos describe la dramática situación que se
vivía en el interior del pueblo:
“(…) llego hasta la iglesia y no puedo entrar, mejor dicho, no lo
considero oportuno al estar llena de heridos colocados en todas las posiciones,
sentados, de rodillas, tumbados, y quizá algún muerto sin poder haber sido
atendido. En el camino que recorro hay muchos muertos, en la calle, en
cualquier esquina y muchos más en los alrededores de la iglesia. Ello me hace
suponer que los que en ella morían les sacaban sin miramientos y los dejaban en
cualquier lugar. El espectáculo era de lo más desagradable para la vista y para
el olor, ya que había algunos en completa descomposición, nada raro dada la
temperatura que reinaba en aquellas fechas (…) Estamos en el tercer día
consecutivo de ataque, sin el más mínimo respiro. Eran muchos los que ya habían
dado su vida y muchos más habían sido heridos; muchos heridos habían sido
evacuados, pero los muertos, muertos estaban, y la mayor parte de ellos en el
mismo sitio en el que habían caído; únicamente si lo habían sido en las
trincheras habían sido retirados para no impedir la circulación por las mismas ( …) Los numerosos incendios que
provocan agravan nuestra situación, que unido a la enorme cantidad de metralla
que no ha dejado de caer hasta las once de la noche, tanto de artillería como
desde los aviones, hace que se eleve enormemente el número de muertos y
heridos, de tal forma que los médicos se ven impotentes para atender a todos,
con la dificultad de no tener medios y mucho menos lugar seguro, ya que la
iglesia está al completo y, por otra parte, sigue recibiendo muchos impactos
dirigidos a poner fuera de servicio a la mortífera ametralladora emplazada en
su torre. Ya de noche, además de los incendios, las bombas luminosas que han
arrojado indican perfectamente el lugar que tienen que bombardear, y desde las
doce hasta las dos de la madrugada sus aparatos vuelan a baja altura y machacan
nuestras posiciones, pero nosotros seguimos firmes (…)” (Soldado defensor
de Quijorna).
Uno de los puntos en los que los
combates fueron más intensos fue el cementerio de Quijorna. Arthur London describió
uno de los asaltos, proporcionándonos una idea de la dureza de los combates:
“Los republicanos consiguieron aproximarse al muro del cementerio, pero
un fuego infernal contuvo su avance. Bajo un sol implacable, los soldados permanecieron
echados sobre el terreno descubierto donde era imposible resguardarse del fuego
certero de los moros. El grupo de choque fracasó en sus intentos de aproximarse
al muro para lanzar contra los defensores granadas de mano. Entonces, la
batería republicana Anna Pauker entró en acción y bombardeó el cementerio.
Fracasó, sin embargo, el primer ataque apoyado por tanques. En el segundo
asalto, el comandante del batallón, Gustav Kern, se puso a la cabeza de sus
soldados que, junto con sus camaradas españoles, se lanzaron fogosamente contra
los moros. El tiro de éstos abría brecha en las filas republicanas que, a pesar
de ello, continuaron su avance con desprecio de la muerte. Los primeros
combatientes consiguieron lanzar granas de mano por encima del muro del
cementerio. Las tumbas saltaban y los esqueletos desenterrados se mezclaban con
los cadáveres recientes. Los moros fueron arrojados del cementerio que fue
ocupado por los republicanos; pero la muerte de Gustav Kern creó un momento de
confusión y el enemigo aprovechó para contraatacar.” (A. London).
Las bombas caen sobre Quijorna de
manera casi ininterrumpida, los defensores solo cuentan para protegerse de los
bombardeos con las precarias trincheras y las pocas cuevas que existen en
algunas de las casas del pueblo, colapsadas éstas de heridos que apenas pueden
recibir atención médica. Uno de los defensores nos narra su dramática
experiencia al intentar buscar refugio en una de estas cuevas:
“Era imposible calcular el número de heridos que había allí, pero
seguramente se aproximaría a los cien, y no lo pude saber no sólo porque no los
conté, sino porque me quedé sentado en la misma entrada de la cueva, y ello fue
mi salvación. Sigue el ataque enemigo, desde la cueva se oye el fuego de todas
las armas y como complemento emplea la aviación. Oímos ruido de motores,
inconfundible, y pronto las explosiones de las bombas, que por el ruido
ensordecedor y la trepidación del suelo han debido de caer cerca de nosotros,
en el centro del pueblo, acertando a los pocos momentos con la cueva (…) Fueron
momentos que mi pluma no acierta a describir. Imagínenselos. La casa se había
hundido, según vi después, y como consecuencia, la cueva. Nos encontrábamos
envueltos en tierra al haber sido sepultados en vida. Era tal el polvo que la
explosión había levantado, que al no poder respirar me ahogaba, me moría o
angustiaba por momentos, quizás por segundos; pasado el ruido de la explosión y
con la marcha de los aviones, el silencio se hizo sepulcral; al no hablar
nadie, creí que sería el único superviviente. No oía respiraciones ¿Qué pasaba?
¿Todos habían muerto? (…) Estábamos en guerra sabiendo los sufrimientos que
trae consigo, pero nunca imaginé que me encontraría en esta situación. Podía
caer herido o morir en un avance o en una trinchera, pero jamás pensé morir por
asfixia, solo, sin ningún auxilio material ni espiritual (…) Aguanté todo lo
que pude la respiración, cerré la boca, me tapaba la nariz durante breves
momentos, que parecían interminables, hasta… que vino un rayo de luz, un rayo
de esperanza, un rayo de salvación, es cuando me doy cuenta que no estoy solo,
que viven más, que otros han debido de hacer lo mismo que yo, ahorrar energías,
respirar lo menos posible, no hablar, esperar, esperar… Aquella luz penetró,
acompañada de una ráfaga de aire, por la puerta que había sido entrada de la
cueva ¿Qué pasó? Debido a la naturaleza del terreno, pasados los primeros
momentos, la tierra, deslizándose, va cubriendo huecos por la entrada, o sea,
que venía hacia nosotros, pero al mismo tiempo dejaba libre un poco de espacio
por donde entraba la luz y el aire (…) En estas condiciones empezó un trabajo
de zapa, los que podíamos, entre ellos el médico, y con nuestras manos haciendo
de pala fuimos retirando la tierra que se nos venía encima, logrando en poco
tiempo hacer un hueco por el que podía pasar una persona y, arrastrándonos
sobre la tierra, nos deslizamos hacia el exterior, a cielo abierto, tras
aquellos momentos infernales. De esta forma salvamos la vida unos cuantos, no
creo pasarían de diez; los demás allí quedaron para no despertar jamás.” (Defensor
de Quijorna).
Quijorna cae en la noche del 8 al
9 de julio. Al igual que había sucedido en Villanueva de la Cañada, los
republicanos encuentran un espectáculo desolador, tanto en el interior del
pueblo, como en sus alrededores:
“El espectáculo era horrible. Estuvimos retirando heridos todo el día.
El número de muertos era muy grande y el olivar estaba cuajado. Sobre algunos
cadáveres habían pasado los tanques y aparecían desfigurados, aplastados,
desmembrados. Sobre las lomas, desde las que habían partido los asaltantes,
había también docenas de cuerpos inanimados. Dentro del pueblo estaban los
muertos del enemigo, y también sobre los caminos, que habían defendido con un
valor increíble. En la torre, muerto, con un fusil ametrallador y muchos miles
de vainas vacías, había un moro, no una mujer como nosotros creíamos. Durante
todo el día anduvimos llevando heridos, y, cuando se acabaron, nos agregaron a
un batallón que se encargaba de echar tierra encima de los muertos. En algunos
sitios se hicieron zanjas donde los íbamos echando. Se mascaba el olor a carne
podrida. No pude comer hasta tres o cuatro días después. Ahora mismo no puedo ver un filete que no esté muy frito; aun me dan arcadas... Todavía sueño con la carne verdosa, con los ojos abiertos, con los miembros que se desprendían...” (Sanitario republicano de la 46 D).
FIN DE ¡BRUNETE! (PRIMERA PARTE)
CONTINUARÁ…JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía: Campo de batalla (JMCM, 2012)
Muchas graciaspor su trabajo. Hoy he ido en coche por Quijorna, Villanueva de la Cañada, del Pardillo, hasta Brunete, respirando el sol y el calor que pasaron nuestros abuelos, Ojalá nunca repitamos y podamos reconocer, sin ideologías, que pasó realmente. O, al menos, aproximarnos. Saludos
ResponderEliminarGracias. Hace unos días pude por fin acercarme con mi hijo a Quijorna, teníamos pendiente este viaje porque mi padre todas las Navidades preguntaba: "Sabéis donde pasé la noche de Navidad del 36" y todos a coro contestábamos. "En el cementerio de Quijorna". Durmió sobre una de las sepulturas.
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