“BOADILLA”
Hace ya algún tiempo, en mayo de
2009, publicaba en este blog un pequeño artículo que, con el título de ¡Gefallen! , dedicaba a Esmond Romilly y a su libro “Boadilla”.
En aquel momento, este libro de
Romilly era una repetida referencia en diferentes trabajos y estudios sobre la
batalla de la Carretera de La Coruña, ya que en él, su autor plasmaba parte de
sus experiencias y recuerdos como combatiente del grupo británico del Batallón
Thaelman (XII Brigada Internacional) durante la guerra civil española.
En aquél artículo, me lamentaba
de que de este libro, a pesar de haber sido publicado por primera vez en 1937,
no existiera todavía ninguna edición en castellano, y, además, de que las
antiguas ediciones que existían en otras lenguas, eran raras y difíciles de
conseguir, teniendo que rastrear sin demasiada fortuna en los fondos de
bibliotecas y librerías de viejo, y estar dispuesto a abonar un precio respetable
por hacerse con un ejemplar.
Unos meses después de que
escribiera esas notas sobre Romilly, comenzó a circular en ciertos círculos y
ambientes el rumor de que su libro iba a ser publicado por primera vez en
castellano, lo que, como es lógico, me pareció una gran noticia. Por fin, en
enero de 2011, llegó la confirmación de que “Boadilla”,
75 años después de su primera edición en Gran Bretaña, había sido publicado en
España. Pero, por unas cosas y otras, fue
pasando el tiempo sin encontrar el momento de hacerme con un ejemplar. Por
fortuna, hace poco más de un mes, como no podía ser de otra manera, el libro
fue presentado en la localidad de Boadilla del Monte, en un acto organizado por
la “ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL PALACIO DE BOADILLA”, y con la colaboración de la
"PLATAFORMA CABALLO VERDE”, al que asistió el autor de esta interesantísima edición,
el profesor de la Universidad de Salamanca, Antonio Rodríguez Celada, que en su
intervención fue desgranando el arduo proceso de investigación que ha tenido
que desarrollar tras las huellas de Romilly, y que queda claramente de
manifiesto en la primera parte del libro, donde el profesor Celada aporta los
resultados de sus investigaciones sobre la corta, pero intensa vida de Esmond
Romilly, nacido en Londres en 1918, y muerto en algún lugar indeterminado del
Mar del Norte, cuando el avión de observación de la Fuerza Aérea Canadiense en
el que viajaba, por motivos nunca aclarados, cayó al mar tras haber cumplido una
misión sobre territorio alemán, sin que aparecieran nunca sus restos. Era el 30
de noviembre de 1941, y el mundo hacía meses
que se desquebrajaba por los cuatro costado a causa de la Segunda Guerra
Mundial. Romilly tenía sólo 23 años.
Junto a las explicaciones biográficas
del autor de “Boadilla”, Antonio R. Celada
informó a los asistentes al acto del proyecto que ha permitido que este libro
sea editado en castellano, el Grupo de Investigación de la Universidad de
Salamanca, que se dedica a recopilar toda la información posible sobre los
voluntarios, brigadistas y corresponsales de habla inglesa que participaron en
la guerra civil española. Un tipo de literatura interesantísima y que hasta la
fecha, sorprendentemente, salvo un número muy reducido de libros y autores
(Orwell, Hemingway…), a penas ha despertado interés en nuestro país,
permaneciendo en el más absoluto desconocimiento las obras de numerosos autores
que, de una manera u otra, fueron testigos directos y protagonistas de aquella
trágica etapa de la historia de España.
Por supuesto, aquel día me faltó tiempo
para hacerme con un ejemplar de “Boadilla”,
que el profesor Celada tuvo la amabilidad de dedicarme, y, en cuanto conseguí
hacerle un hueco en mi siempre larga e inacabable lista de lecturas que esperan
su turno para ser leídas (y que no deja de acrecentarse día a día a base de
libros, artículos, correos, blogs, foros, cómics…) me sumergí en su lectura, la cual
recomiendo, por descontado, a todo aquél que tenga interés en la guerra civil
española, pero también, a todos los que persigan lecturas vivenciales,
sentidas, emocionantes y humanas, porque, en esencia, eso es el libro que
escribió Romilly, un libro escrito desde el sentir de un joven que, con tan
solo 19 años, decide combatir por una causa que considera justa, aunque para
ello tenga que arriesgar su vida en un país que no es el suyo.
Más allá del detalle y la
precisión historiográfica, que no parecen preocupar demasiado a su autor, este
libro nos da una visión de la guerra civil española que nunca podremos
encontrar en las grandes obras y monografías de referencia. Una visión de alguien
que vivió en primera persona aquella
locura, que sufrió las penurias de las trincheras, el pavor incontenible
que causan los bombardeos aéreos, los nervios y la tensión que se viven en las
filas de un batallón de choque en los momentos previos a entrar en acción, los
debates y contradicciones que se producen entre los ideales personales y la
cruda realidad que supone una guerra, la ruindad y sinrazón a la que pueden
arrastrar los fundamentalismos políticos, la sensación de vacío infinito e
impotencia que provoca la muerte en combate de los amigos y compañeros de armas
con los que se ha convivido y compartido miedos, incomodidades y escaseces de
todo tipo. Pero también, la certeza de que el ser humano, aun en las más duras
y difíciles situaciones, es capaz de desarrollar intensos y sinceros
sentimientos de camaradería, amistad y altruismo, y como la vida, a pesar de
que todo el entorno se convierta en violento y cruel, lucha por abrirse camino.
No quiero hablar más del libro,
porque creo que lo verdaderamente interesante es su lectura. Simplemente me
gustaría recoger aquí una pequeña reflexión que se hace el propio Esmond Romilly al
recordar a sus amigos y compañeros muertos en los combates que tuvieron lugar
en torno a Boadilla del Monte en aquél frío invierno de 1936, y a los cuales,
el autor dedicó la primera edición de su libro:
“Cuando estábamos todos juntos en el palacio de El Pardo, nos unía una
especie de fe que nos hizo sentir que nunca podrían destruirnos. Pero siete de
esos hombres, incluido Joe, murieron en Boadilla. Murieron y fueron olvidados,
ya que solo fueron importantes durante un día. Después vinieron otros
combatientes, otros mártires, otras adhesiones.”
Personas de carne y hueso, con
nombres y apellidos, cuyos últimos meses de vida en suelo español podemos
seguir a través de la lectura de “Boadilla”.
Personas reales que “murieron y fueron
olvidados, ya que solo fueron importantes durante un día”. Cuando en mi
lectura llegué a estas reflexiones de Romilly, no pude evitar acordarme del día
que me acerqué a Boadilla del Monte para asistir a la presentación del libro, y
como, al intentar localizar el lugar en el que iba a celebrarse el acto, me
sorprendió comprobar la existencia de varias calles en ese municipio madrileño
dedicadas a personas y personajes relacionados con la guerra civil, aunque eso
sí, los nombres que aparecen en las placas de las calles de Boadilla del Monte
pertenecen solo a uno de los bandos enfrentados y, desde luego, no existe en
todo el pueblo la más mínima referencia de los combatientes a los que
hace alusión Romilly, y que, de una manera u otra, han quedado inmortalizados en las páginas de su
libro.
Siempre me ha parecido
enormemente injusto la doble derrota que, a lo largo de la Historia, sufren los
vencidos. Por un lado, sufren la derrota que supone la propia victoria militar
y política de sus oponentes, y, por otro lado, tienen que sufrir también la posterior
derrota que significa el olvido al que son condenados los vencidos. Como si nunca
hubieran existido, como si todo lo que fueron o hicieron no hubiera servido
para nada, convirtiéndolos en una especie de desperdicio del Pasado. Una
condena al olvido, la cual, recién terminado el conflicto, puede entenderse que sus
vencedores directos intentasen imponer, pero que cuesta más de aceptar cuando proviene de
generaciones que, por fortuna, no tuvimos que vivir y sufrir esa tragedia, y podemos mirar aquellos días sin apasionamientos ni rencores.
Creo que el libro de Romilly, y
su reciente edición en castellano, remedia un poco esa injusticia a la que me estoy refiriendo.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía: Esmond Romilly y su esposa,
Jessica Mitford, en 1940.
Interesantísimo el artículo, Javier. Si puedo hacerme con un ejemplar, también irá a engrosar las abultadas filas de las lecturas pendientes (cada día más libros; cada día menos tiempo). Estoy de acuerdo contigo respecto al caso Boadilla: Nos casamos en Boadilla y allí bautizamos a dos de nuestros hijos. Es un pueblo al que, ahora bastante menos, hemos estado muy vinculados, y comparto tu sorpresa pro el recuerdo unilateral. Un abrazo
ResponderEliminarHola Nacho, un placer volver a verte por aquí.
ResponderEliminarHe visitado Boadilla del Monte en muchas ocasiones, la mayor parte de las veces, atraído por la Historia que guardan algunas de sus calles, de sus edificios, de sus alrededores… pero nunca me había percatado del detalle del nombre de ciertas calles (algo, por otra parte, no exclusivo de Boadilla, sino que se repite en infinidad de municipios de toda España), hasta el día que asistí a la presentación del libro de Romilly.
Aquél día, al conducir por las calles de Boadilla, atento al nombre de las calles mientras intentaba localizar el lugar en el que se iba a celebrar el acto, me resultó llamativo ese detalle, y no puede evitar hacerme las reflexiones que, en parte, intento plasmar en el artículo del blog.
Me acordé de Romilly y de sus compañeros, y no pude evitar pensar en si, hace más de setenta años, toda esa gente que acabó sus días en las cercanías de las mismas calles que yo estaba recorriendo, y que ahora llevan los nombres de sus oponentes, podrían imaginar que, tantas décadas después, se celebraría un acto presentado un libro en el que ellos eran los protagonistas. Unos protagonistas que dejaron sus vidas en un lugar cuyo nombre, a muchos les costaría pronunciar correctamente.
Los compañeros de Romilly que murieron en las trincheras de Boadilla del Monte, al igual que tantos combatientes de uno y otro ejército durante la guerra, recibieron una sepultura apresurada en el mismo terreno en el que cayeron. Los intensos combates que caracterizaron aquellas jornadas de 1936, obligaban a hacer así las cosas. El paso del tiempo y el olvido al que me refería en mi escrito, borraron sus huellas, pero conociendo parte de la Historia que se vivió en Boadilla, uno aprende a mirar el entorno con otros ojos, y pasear por sus calles, o recorrer los preciosos encinares y pinares que rodean al pueblo, se reviste de cierto respeto y sentimiento.
Al menos, para mí.
Un saludo Nacho.
Se me olvidaba dar la referencia bibliográfica del libro en edición española:
ResponderEliminarRomilly, Esmond, "Boadilla", Edición de A. R. Celada, Amarú Ediciones, Colección "Armas y Letras", nº 1, Salamanca, 2011.