EL PLAN MASQUELET EN EL NOROESTE DE MADRID
Desde los mismos días de la
guerra, se ha ido generado una enorme cantidad de literatura acerca del proceso
de fortificación que experimentó la capital española en vísperas de la Batalla
de Madrid. Pero lo cierto es que, hasta la fecha, existen pocos estudios serios
y bien documentados relativos a esta cuestión.
Si nos fijamos en la prensa madrileña de octubre de 1936, da la sensación de que la capital se estaba transformando en un inexpugnable bastión defensivo, donde miles de ciudadanos de todo tipo y condición, trabajaban sin descanso en la construcción de trincheras y fortificaciones. Esta prensa esta repleta de fotografías en las que aparecen mujeres, ancianos, incluso niños con picos y palas cavando zanjas y levantando parapetos y barricadas de adoquines y sacos terreros. No faltan tampoco algunos líderes de las diferentes organizaciones políticas visitando los lugares en los que se realizan esos trabajos, y hasta poniéndose ellos mismos manos a la obra. A la vez, en cientos de carteles y pancartas que en aquellos días inundaban la ciudad podía leerse: “¡Fortificad Madrid!”, “¡No Pasarán!”, “¡Madrid será la tumba del fascismo!, “Obras de fortificación de Madrid. Horario de Trabajo: de solo a sol. Salario mínimo: la victoria de Madrid.”, y los periódicos hablaban de unos 10.000 trabajadores (en unidades de 500) cavando trincheras en Madrid y sus alrededores, y publicaban crónicas en las que podía leerse:
“Muchos trabajadores voluntarios se desplazan el domingo, aprovechando todos los medios posibles de locomoción, para prestar sus servicios en los diferentes sectores de fortificación de Madrid.”
Pero, en realidad, todo ello respondía a cuestiones propagandísticas, cuyos resultados eran más psicológicos que de cualquier otro tipo. A pesar de la sensación que intentaba transmitirse de que todo el pueblo de Madrid estaba contribuyendo con su esfuerzo a la defensa de la ciudad, la realidad era que muy pocos creían que Madrid fuera realmente defendible, ni que esos trabajos de fortificación fueran a servir de algo.
En este sentido, es interesante el testimonio de Julián Zugazagotia (1900-1940), director entre 1932 y 1937 del periódico “El Socialista”, que había sido diputado entre 1931 y 1936 y sería ministro de Gobernación en el primer Gobierno de Negrín. Tras la guerra se exilió en Francia, pero la Gestapo lo detuvo y lo entregó a Franco, que no tuvo ningún empacho en hacerlo fusilar. Antes de tan trágico final, Zugazagotia, protagonista destacado de aquellos días por haber desempeñado cargos importantes, escribió “Guerra y vicisitudes de los españoles”, donde recoge sus memorias sobre la guerra civil. En este interesante libro, respecto a los trabajos de fortificación que se realizaban en Madrid en aquellos días, el autor escribe lo siguiente:
“En algunas zonas de los alrededores de la capital, equipos de hombres cavaban trincheras. Era la última pasión: cavar trincheras. De los ministerios, de las oficinas públicas, de los establecimientos y comercios, oficinistas y dependientes, embarcados en camiones, eran enviados a hacer fortificaciones. Fortificaciones llamábamos los periodistas a unas zanjas de medio cuerpo que no tendrían posibilidad de utilizar los soldados (…) Los batallones de fortificadores no hacían trabajo útil. En dictamen de ingenieros y arquitectos, las trincheras que se construían no servirían para nada. Eran una pérdida de tiempo. Argumentaban largamente sus puntos de vista, para acabar sosteniendo la necesidad de un método y un plan, que según ellos no había. Aquellas personas a las que se compelía, con menos violencia que malos modos, a tomar la pala y el pico, estorbaban y no ayudaban. Los tajos se encombraban de trabajadores teóricos, tanto más entusiastas, cuanto más inútiles. Las fortificaciones de la capital eran modestísimas zanjas, sin profundidad, de las que la aviación enemiga expulsaría a nuestros combatientes tan pronto como se lo propusiera. Donde las cosas se hacían con más conciencia, empleando en la medida que se podía, el cemento, la obra no adelantaba con la prisa que se requería. Observando aquel trasiego de camiones, cargados de fortificadores de todas las edades, Madrid recibía la impresión de que le estaban haciendo una cintura amurallada, infranqueable para los ejércitos mejor pertrechados de ingenios demoledores. La verdad era mucho más modesta, tan modesta que da vergüenza confesarla. Nadie pasaba a creer que Madrid pudiera defenderse.”
Pero si el testimonio de Zugazagoitia resulta revelador, los informes técnicos realizados por especialistas militares en este sentido son demoledores. Y es que, las autoridades republicanas tardaron mucho en tomarse en serio la amenaza que se les venía encima. Madrid se consideraba una ciudad indefendible, por lo que casi todos los esfuerzos se centraron en el desarrollo de ofensivas militares que pudieran frenar a las columnas enemigas lo más lejos posible de la capital. Ofensivas que, una tras otra, terminaron en fracaso. Quizás, sea ese el motivo por el que se tardó tanto en acometer seriamente la fortificación de Madrid.
Siguiendo la prensa de la época, hasta casi la segunda quincena de septiembre no se habían realizado apenas obras de fortificación, reclamando los periódicos mayor ritmo para unos trabajos que apenas progresaban. Sería a partir del 27 de septiembre, con la entrada de las tropas de Franco en Toledo y la constitución de la primera Junta de Defensa de Madrid, cuando la cuestión de fortificar la capital y sus alrededores empiece a tomarse en serio. A comienzos de octubre
No obstante, a pesar de la desorganización, la improvisación y el voluntarismo poco eficaz que parece que caracterizaron los trabajos de fortificación en aquellos días, es evidente que existieron planes serios y bien planificados para dotar a Madrid de unas defensas adecuadas, otra cosa es la puesta en práctica y las posibilidades reales que tuvieron los mismos. La dirección de esos planes defensivos se encomendó al general Carlos Masquelet Lacaci. El general Masquelet (1871-1948), respondía a las características propias de muchos militares españoles decimonónicos, herederos directos del liberalismo político y del constitucionalismo surgido en las Cortes de Cádiz. Muy diferente de otros compañeros de armas monárquicos y tradicionalistas del mismo periodo y, mucho más, de los militares denominados africanistas que protagonizarían la sublevación del 18 de julio. Masón y republicano convencido, Masquelet había sido profesor de la Academia de Ingenieros y de la Escuela de Máquinas de la Armada, dirigiendo personalmente la construcción de la nueva Base Naval de El Ferrol, de cuyo proyecto había sido autor. En 1930 alcanzaba el grado de general y al proclamarse la II República fue elegido personalmente por Azaña, del que era amigo íntimo y al que ayudaría en las reformas militares puestas en marcha durante el primer bienio, para ocupar la Jefatura del Estado Mayor Central, siendo nombrado, algo más tarde, jefe del Cuarto Militar del Presidente de la República. Entre el 3 de abril y el 6 de mayo de 1935, en el Gobierno presidido por Lerroux, Masquelet ocupó la cartera del Ministerio de la Guerra, volviendo a presidir este Ministerio entre el 19 de febrero y el 13 de mayo de 1936, durante los Gobiernos de Manuel Azaña y Augusto Barcia. El general Carlos Masquelet estaba considerado como la primera autoridad en España en materia de fortificación militar, por lo que en septiembre de 1936, a pesar de su avanzada edad, se le encargó la planificación defensiva de Madrid.
El hecho de que el general Masquelet fuera elegido para dirigir dichos trabajos, ha provocado que diferentes autores hablen de un supuesto Plan Masquelet para referirse al conjunto de planes y proyectos defensivos que se pusieron en práctica para fortificar Madrid. Dicho “Plan Masquelet” es poco conocido y, hasta la fecha, no he sido capaz de localizar documentación específica y clara sobre el mismo. Tampoco he encontrado referencias o alusiones a dicho plan en fuentes de la época, lo que me ha hecho pensar que, posiblemente, no existiera un único plan general de fortificación, sino un conjunto de proyectos e iniciativas que fueron ampliándose o modificándose en función de las circunstancias y el desarrollo de los acontecimientos, y cuya dirección y supervisión recayó en el general Masquelet.
No obstante, en fuentes secundarias y trabajos de diferente signo, podemos encontrar referencias concretas sobre los sistemas defensivos y los complejos de líneas fortificadas que los republicanos realizaron para escalonar estratégicamente los movimientos de contención del avance enemigo. Por ejemplo, Martínez Bande, en su libro “La marcha sobre Madrid” recoge diferentes aspectos de ese sistema defensivo:
“Las obras defensivas gubernamentales surgieron siempre aisladas, preferentemente en los cruces de carreteras, siendo además frecuente encontrar los puentes volados o a punto de serlo. Pero en el momento de la marcha sobre Madrid puede hablarse, sin exageración, de un plan general de fortificaciones, obra del general Masquelet, que pretendía detener a las fuerzas de Varela ante una sucesión de obstáculos. Las obras no eran continuas, bien por razones de criterio o por la imposibilidad material de realizarlas, dada la velocidad del avance enemigo, defendían pueblos y cruces de caminos y se escalonaban en profundidad, según cuatro órdenes, aprovechando las diferentes carreteras que se extienden en sentido concéntrico en torno a Madrid.”
Los cuatro órdenes o sistemas defensivos de los que habla Martínez Bande en su libro, destinados a frenar y contener el avance franquista sobre Madrid desde el sur, son los siguientes:
El primer sistema tenía como puntos fuertes los pueblos de Villamanta, Navalcarnero (considerado la clave del sistema), El Alamo, Batres, Serranillos, los dos Torrejones y Valdemoro.
Un segundo sistema se apoyaba en las localidades de Brunete, Villaviciosa, Móstoles, Fuenlabrada y Pinto, cubriendo también la carretera transversal que los comunicaba, y llegando, luego de bifurcarse, hasta un kilómetro de San Martín de
El tercer sistema cubría la capital por el sur en una amplitud de unos 120 grados, llegando hasta el cerro de los Ángeles, punto fuerte del sureste de tales defensas. El último sistema partía de las proximidades de Pozuelo de Alarcón, cruzaba
Por su parte, el sector de la sierra permanecía infranqueable desde los primeros días de la guerra, en que las milicias habían frenado a las tropas de Mola. En este frente se había sabido aprovechar la ventaja que proporcionaba la topografía del terreno, habiéndose realizado, aquí también, importantes obras defensivas, lo que garantizaba no solo que el enemigo no avanzara por este sector, sino también el suministro de agua a la ciudad, al quedar los embalses y pantanos que abastecían a Madrid dentro de la zona republicana.
A medida que los diferentes sistemas de contención iban siendo rebasados por las tropas de Franco, se fueron intensificando los trabajos de fortificación en los alrededores de Madrid, planificándose ya, otras líneas defensivas en el interior de la propia ciudad, hablando algunos documentos de diferentes anillos defensivos (barricadas, parapetos, edificios convertidos en fortines…) que recorrían las calles y plazas de la capital.
De todos estos sectores y anillos fortificados, la zona que más nos interesa en este blog es el noroeste madrileño. Como comentaba más arriba, desconozco la existencia de documentos específicos sobre esta cuestión, pero, a tenor de las distintas fuentes y de las fortificaciones que, en diferente estado, han llegado hasta nuestros días, podemos sacar algunas conclusiones.
En las semanas previas a la batalla de Madrid se realizaron importantes obras de fortificación en la zona noroeste de la región. El objetivo principal, era frenar un posible ataque directo del enemigo por este sector, pero también, evitar el envolvimiento de la capital y asegurar las comunicaciones con la Sierra.
La mayor parte de estos trabajos se concentraron en las inmediaciones de Aravaca y Pozuelo de Alarcón, y, en menor medida, en la Dehesa de la Villa y Monte del Pardo.
El hecho de que los combates de importancia en este sector se retrasaran hasta el inicio de la Batalla de la Carretera de la Coruña, permitió un margen algo mayor de tiempo para la realización, consolidación y terminación de las diferentes fortificaciones, lo que, posiblemente, contribuyó a que las tropas de Franco tardasen más de un mes en lograr ocupar sus objetivos en este sector. De hecho, tanto los informes de las unidades militares que participaron en los combates, como en las crónicas publicadas por la prensa de la época, se hacen reiteradas menciones a las sólidas fortificaciones que existían en Pozuelo y Aravaca, mencionándose específicamente la existencia de nidos de ametralladoras de hormigón armado, unas construcciones que, en aquellos días, llamaban poderosamente la atención a las tropas atacantes.
Respecto a las características de estas fortificaciones, podemos decir que los restos que se conservan en el noroeste de Madrid, junto a las referencias que nos han llegado de otras ya desaparecidas, son muy similares a las construcciones que, en ese mismo periodo, se construyeron en diferentes puntos de los alrededores de la capital. En general, se trata de puestos para arma automática de gran tamaño y forma cúbica, construidos en hormigón de muy buena calidad, con una única tronera frontal y con unos fuertes muros que llegan a alcanzar el metro y medio de grosor. La mayor diferencia que existe entre los diferentes ejemplares la encontramos en sus respectivas cubiertas, ya que, mientras unos las tienen en forma piramidal, otras están rematadas en curva, o son totalmente lisas. También encontramos fortines con todas sus paredes en ángulo recto entre si, con algunos de sus bordes achaflanados, o formando rebordes sobresalientes en algunas de sus paredes.
De la eficacia que estas construcciones pudieran tener durante los combates que se desarrollaron entre noviembre de 1936 y enero 1937, es difícil decir algo. Parece que en algunos puntos de Pozuelo si tuvieron cierta utilidad para frenar durante algún tiempo al enemigo, pero, lo que es innegable, es que finalmente, con fortificaciones o sin ellas, prácticamente toda la zona fue ocupada por las tropas de Franco. Son bastantes los testimonios que he podido encontrar sobre lo ineficaces que, en líneas generales, resultaron estas construcciones. Una ineficacia que no se debió tanto a sus características o ubicación, como al hecho de que, muchas de ellas, ni siquiera llegaron a ser empleadas por los defensores, entre otras cosas, porque desconocían la existencia de estas construcciones en los mismos lugares en los que estaban combatiendo.
En este sentido, son especialmente significativos los testimonios de diferentes protagonistas directos de aquellos días (Mijail Kolstov, Modesto…), los cuales, dejaron constancia de cómo, el caos, la desorganización y la descoordinación que protagonizaron muchas de aquellas jornadas de lucha, provocaron que esas magníficas fortificaciones apenas fueran aprovechadas por los defensores. Sin ir más lejos, el propio Vicente Rojo, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa, dejaría el siguiente testimonio:
“El conjunto de tales obras estaba muy lejos de poderse considerar terminado cuando el enemigo se acercó a la Plaza, y prácticamente, en la confusión reinante, no se podía pretender su ocupación de una manera ordenada y dirigida. Tal vez las obras más retrasadas, situadas en el propio lindero de la ciudad, pudieran guarnecerse en el último repliegue, y no se debía de perder la esperanza de que en ellas llegase a consolidarse la resistencia. En cualquier caso, parecía frustrada la previsión del Mando Supremo de fortificar la periferia de Madrid, contribuyendo a ello la falta de conexión entre la dirección de las obras defensivas (a cargo de elementos civiles sin relación con el mando militar) y los comandantes de las diversas Columnas. Las tropas y sus jefes desconocían la localización de las obras avanzadas, que ya se habían terminado, y en su repliegue pasaron junto a ellas sin ocuparlas.”
Eficaces o no, esas fortificaciones fueron levantadas en aquellos lejanos días de guerra. Algunas de ellas aun se conservan. En el noroeste de Madrid, podemos encontrar buenos ejemplos en la Dehesa de la Villa, en la Carretera de Castilla, o, en Pozuelo de Alarcón, en el Cerro de los Gamos o en la C/ Isla de Sálvora. También tenemos referencias de otras fortificaciones similares ya desaparecidas, pero de las que se han conservado referencias y fotografías, como puede ser el caso de las fortificaciones del Cerro Perdigones, posiblemente enterradas al construirse el parque que hoy en día existe en ese lugar y que Severiano Montero recogió en su libro “Paisajes de Guerra” (CAM, Madrid, 1987), o los desaparecidos fortines del Cerro de Bularas, destruidos sin contemplación hace pocos años y que Ricardo Castellano incluye en su libro “Los restos de la defensa” (Almena, Madrid, 2007), ambos ejemplos en Pozuelo de Alarcón.
La Batalla de la Carretera de La Coruña dio paso a la estabilización de un frente, en cuyas líneas, las fortificaciones de las que venimos hablando perdieron la utilidad para la que habían sido construidas, ya que, al quedar muchas de ellas en territorio ocupado por las tropas atacantes, la disposición de sus troneras terminaron apuntando hacia la dirección contraria a las líneas de fuego. Es muy posible que alguno de ellos, durante el tiempo que duro la contienda, fuera reutilizado con diferentes fines militares (refugio, depósito, polvorín…). Sabemos también que tras la guerra algunos de estos fortines se emplearon como infraviviendas. Otros, víctimas de la expansión urbanística desarrollada en la zona, fueron enterrados o destruidos.
Sería interesante que los que han llegado hasta nuestros días, algunos en excelente estado de conservación, recibieran una protección adecuada que permitiera que, estos vestigios del primer cinturón defensivo con el que se intentó proteger a Madrid en los primeros meses de guerra, no desaparecieran para siempre.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía 1: Carretera de Castilla (JMCM)
Fotografía 2: Isla de Sálvora (JMCM)
Muy interesante entrada, mi abuelo fue zapador y construía los fortines en el frente de Somosierra, pero en el bando rebelde. Bajaban por la noche para hacer los trabajos, y a veces les sentían y disparaban. Contaba que tenían que tener cuidado de que no se les hiciera de día, porque entonces eran blanco fácil.
ResponderEliminarComo sugerencia, estaría bien poner un fondo claro y letra oscura, pues se me ha hecho molesto leer de este modo. Saludos.