CIRUGÍA DE ALTO RIESGO
En los últimos años del franquismo y principios de la transición democrática (finales de los años 60 y década de los 70) surgieron una serie de publicaciones especializadas en Historia y dirigidas al gran público que alcanzarían un considerable éxito. Eran tiempos de cambio y muchas personas tenían curiosidad por conocer aspectos del pasado más o menso reciente que, por motivos obvios, habían permanecido ocultos, ignorados o muy tergiversados.
La guerra civil española y los años que la habían precedido fueron temas que volvieron a despertar interés y de los que comenzó a escribirse desde nuevas perspectivas, rescatando del olvido esa parte de la Historia que la censura y la ideología imperante habían mantenido ocultos o manipulados durante cuatro décadas.
De esta manera, por las páginas de revistas como “Historia y Vida”, “Tiempo de Historia”, “Historia 16”, etc. comenzaron a desfilar sucesos, episodios, organizaciones, ideas, personajes… de los que hacía mucho tiempo que nadie hablaba.
Este boom editorial e historiográfico duró lo que duró y, aunque algunas de estas publicaciones han seguido hasta nuestros días, lo cierto es que, poco a poco, el interés por ciertos temas fue enfriándose hasta prácticamente desaparecer del todo. Hoy en día, los que vivimos en Madrid, podemos encontrar con facilidad esas revistas en lugares tales como El Rastro, La Cuesta de Moyano o las diferentes librerías de viejo que existen por toda la ciudad. De hecho, constituyen un clásico del mercado de segunda mano, variando bastante los precios y el estado de conservación en función de donde se compren.
Yo, tengo la fortuna de contar con una buena colección de estas revistas. Colección que en aquellos tiempos inició mi padre y que, a trompicones y cada vez con menso regularidad, ha continuado aumentando a lo largo de los años. Recorrer esas viejas páginas puede proporcionar sorpresas y hallazgos curiosos. Entre la enorme cantidad de artículos, cartas al director, consultas de los lectores, etc., es fácil toparse con interesantes trabajos sobre algunas de las batallas más importantes de la guerra civil; con curiosas fotografías históricas; con firmas como las de Martínez Bande, los hermanos Salas Larrazábal, Casas de la Vega, Carlos Engel… o con memorias y entrevistas de algunos de los protagonistas más destacados.
Otro aspecto que resulta especialmente interesante en las revistas históricas de aquellos años es la participación de multitud de lectores más o menos anónimos que, a raíz de lo publicado en diferentes artículos o a través de secciones tales como “Consultas del Lector” o “Cartas al Director”, aportan sus opiniones, recuerdos, experiencias, vivencias, etc. sobre los años de guerra que les tocó vivir, proporcionando un buen número de datos, curiosidades, episodios desconocidos, nombres propios, anécdotas… que, de otra manera, posiblemente nunca hubieran salido a la luz.
Lo malo que tienen estas publicaciones es lo confuso que resulta manejarse eficazmente con sus contenidos. El enorme número de revistas existentes, en las que se entremezclan los temas más variados, y la falta de buenas bases de datos sobre las mismas, provoca que, en líneas generales, las cosas se localicen casi por puro azar. Últimamente, algunas hemerotecas digitales van incluyendo revistas de este tipo en sus fondos, lo cual, suele facilitar bastante las cosas, pero todavía queda mucho por hacer. En cualquier caso, animo a bucear en ellas, especialmente las editadas a finales de los 60 y durante la década de los 70, porque es seguro que proporcinarán gratas sorpresas.
Algo así me pasó hace unos días cuando, echando una ojeada a algunos de los viejos números con los que cuento, me topé con un espeluznante asunto relacionado con la guerra civil. Se trata de una serie de casos en los que el proyectil de un mortero se incrustó literalmente en el cuerpo de algún combatiente, pero sin detonar, viéndose los médicos que tuvieron que atender a los afectados en una situación extremadamente delicada por el alto riesgo de explosión que suponía la manipulación de un proyectil de estas características, un arma, el mortero, que, como es sabido, fue una de las más numerosas y utilizadas en la guerra de trincheras que se generó en los frentes estables (ver artículo “A MORTERAZO LIMPIO”).
Aunque parecen sacados de una película, casos tan extraordinarios como estos sucedieron. El ejemplo lo encontramos en el número 68 de la revista “Historia y Vida” (noviembre de 1973), concretamente en su sección “Correo del Lector”, donde se publican dos cartas que, a raíz de la aparición de un artículo anterior, dos lectores se animan a escribir. Los testimonios son tan llamativos y sobrecogedores que me limito a copiarlos íntegramente para compartirlos con los lectores y lectoras del blog. También reproduzco las fotografías (con las que encabezo esta entrada) que aparecen en dicha revista. Unas fotografías que ponen los pelos de punta.
“HERIDAS POR PROYECTILES DE MORTERO QUE NO ESTALLARON”
Señor Director:
He leído en el nº 64 de su revista, correspondiente al pasado mes de julio, una referencia titulada “Herido por un proyectil de mortero que no llegó a estallar”, escrito por el doctor Joaquín Barrios Gutiérrez, de Sevilla, a quien no tengo el gusto de conocer, pero puedo confirmar lo que refiere y completar la historia, por ser en esa fecha ayudante del doctor don Cosme Valdovinos (fallecido al término de la guerra), jefe de la Segunda Clínica de Cirugía del Hospital Militar de Madrid, en el Hotel Palace. Como fue un caso verdaderamente extraordinario, conservo la historia clínica, cuyos datos de forma resumida les comunico:
El día 2 de julio de 1937, a la una de la madrugada, ingresó el soldado llamado Blas Martín Mora, de 22 años de edad, natural de Domingo Pérez (Toledo), perteneciente a la 48 Brigada Mixta, 3 Batallón, 1ª Compañía. Lo traían en camilla por no atreverse a su evacuación en ambulancia, ya que presentaba una bomba de mortero enclavada en dirección anteroposterior y oblicua a nivel del tórax izquierdo, por debajo de la clavícula, en su parte externa. En la región posterior, en el espacio escapulodorsal, se apreciaba una prominencia cubierta por los músculos y la piel.
El estado del herido era de una gran ansiedad, hecho comprensible porque no ignoraba que el grueso proyectil no había estallado.
El problema quirúrgico tenía que resolverse sin poner en peligro la vida del herido ni la de los que presenciábamos la escena, que éramos el equipo quirúrgico de guardia, formado por el doctor Valdovinos, la enfermera (Matilde), el enfermero (Alejandro) y yo, los únicos que permanecíamos en el quirófano, pues el técnico de Artillería que había acudido para tratara de desmontar el percutor de la bomba nos dijo que era de tipo desconocido para él y desapareció del lugar.
Ante la pericia quirúrgica del doctor Valdovino, su gran tranquilidad y sus consejos en ese momento, tuve que sostener con los dedos el proyectil y cuando fue posible sacarlo del cuerpo del herido (cosa de pocos minutos, pero que a todos nos pareció una eternidad) salí al pasillo entregándoselo al técnico, no sabiendo más del asunto y sin poder terminar la operación.
El soldado, independientemente de la intervención, muy peligrosa por la gran vascularización de la región donde se había insertado el proyectil, sólo tenía, como se pudo comprobar posteriormente por radiografías, dos costillas fracturadas y el hueso omóplato izquierdo con múltiples esquirlas, pero afortunadamente todas las lesiones curaron y el día 16 de octubre de 1937 fue dado de alta con absoluta integridad de su vida, quedando útil para todo el servicio.
No se si seremos los primeros médicos en la historia de la Medicina que operamos un caso semejante. En la guerra de entonces hubo otro caso parecido, operado por el doctor Sánchez Brezmes (fallecido) y ayudado por el doctor Santiago Cifuentes Langa, que se publicó ya en una revista médica. (Joaquín Herrero-Fontana, Madrid).
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Señor director:
He leído, en el “Correo del lector”, una carta del doctor don Joaquín Barrios Gutierrez, de Sevilla, el cual manifiesta que fue el primero que vio un herido por proyectil de mortero sin estallar enclavado en el tórax.
En relación con este asunto me creo obligado (en memoria del que fue gran cirujano y profesor de la Universidad de Madrid y hermano mío) a poner en claro algunos puntos.
Estando en el hospital de primera línea, como cirujano, el doctor don Martín Sánchez Brezmes llegó (antes de las fechas enunciadas por el distinguido compañero en su carta a “Historia y Vida”) un herido que no había querido ser recogido por los camilleros ni por la ambulancia, portando un proyectil enclavado en la región posterior del brazo. Al parecer y según manifestaciones del herido, había recorrido varios hospitales sin recibir atención en alguno.
Cuando llegó al Sanatorio del doctor León, situado en la Plaza de Mariano Cavia, entonces hospital de guerra de primera línea, fue recibido por el doctor Sánchez Brezmes, quien le dio ánimos, diciéndole que no se preocupase, que aquello sería extraído en pocos momentos. Posteriormente, dicho doctor se ponía en comunicación telefónica con nuestro padre, militar, que se encontraba escondido en Madrid, el cual, telefónicamente le explico las características de estos proyectiles, así como dónde se encontraba el percutor, aconsejándole gran prudencia en la manipulación del mismo.
Fue anestesiado el herido y se procedió a seccionar los tejidos encima del percutor, liberando éste de los tejidos que le cubrían; fue desenroscado y extraído el proyectil, haciendo posteriormente una incisión liberadora del mismo y retirando éste. Había ocasionado una fractura de húmero, en pico de flauta, por lo que (una vez extraído el proyectil y limpiado perfectamente los tejidos) se procedió a la sutura, haciéndose una cura retardada y una aeroplano de escayola.
El herido quedó totalmente curado, sin secuelas.
He de hacer constar una vez más que la importancia de la extracción, radica:
1. Ser (por primera vez) extraído un proyectil de mortero.
2. En el gran peligro que corrieron el cirujano y su equipo.
3. Haberlo realizado a cuerpo limpio, sin protección alguna de sacos terreros y, naturalmente, el éxito de la intervención y curación (sin secuelas) del herido.
Yo conocía, por referencias, que se había extraído otro proyectil, en el “Palace”, posteriormente a esta extracción, y de una manera no muy ortodoxa, puesto que (según referencias) anestesiaron al herido, ataron al estabilizador una cuerda, pusieron un colchón en el suelo, perforaron un tabique y tiraron de dicha cuerda, desde la otra habitación, hasta la extracción del proyectil.
El caso referido por mí fue perfectamente presentado en la prensa médica, en el año 1941, en la revista “Clínica Médica”, editada en Zaragoza. (Dalmacio Sánchez Brezmez).
“HISTORIA Y VIDA” Año VI, nº 68, Barcelona-Madrid, noviembre 1973, pp. 123-124.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía 1) Blas Mrtín Mora y el proyectil de mortero que le fue extraído del torax. Un sanitario sostiene la granada.
Fotografía 2) Otro herido por proyectil de mortero que no llegó a estallar. Muy probablemente es el que fue asistido por el doctor Sánchez Brezmes.
Hola soy el nieto de Blas Martín Mora, la 1ªpersona a la que hace referencia el articulo de heridos por artefactos explosivos que no llegaron a explotar, tengo la fotografía original de mi abuelo con el explosivo y la enfermera que lo atendió, además de copia del artículo publicado en su día. blasbonilla@yahoo.es
ResponderEliminarEncantado de saludarte.
ResponderEliminarTodavía me siguen sorprendiendo las posibilidades que ofrece la Red, tanto para transmitir y compartir información, como para facilitar la comunicación entre las personas.
El tipo de herida que sufrió tu abuelo pone los pelos de punta. Cuando leí el caso en la revista "Historia y Vida" me pareció tan sorprendente que decidí incluirlo en este blog. Parece ser que hubo algunos otros casos parecidos.
Supongo que una experiencia así no sólo no puede olvidarse, sino que debe de dejar una profunda huella de por vida. Imagino que la fotografía y la copia del artículo los guardarás como oro en paño.
Estaría bien poder echarles un vistazo.
Recibe un cordial saludo.
Increíble, me quedo si palabras!!! Casualidad q el nieto de este herido de guerra justo lea el blog q grande es el mundo y q pequeño a la vez.....
ResponderEliminarPor casualidad gracias a un amigo me llega la foto del segundo herido. ...mi abuelo Juan Lopez Flores natural de Guadalcanal , Sevilla. ...mi madre tiene las fotos originales , pero el la ha visto por Internet. ...Me pongo a buscar y me encuentro con el relato de su historia, pero sin su nombre. ...solo quiero que se sepa su nombre y honrrar su memoria , que se sepa que vivió orgulloso de su cicatriz enorme y de haber superado y haber sobrevivido a ese horror hasta los 86 años....gracias a esos médicos, que arriesgaron su vida por salvar la de un soldado como mi abuelo, pudo tener una vida, 2 hijas y cinco nietos.
ResponderEliminarHola, encantado de contar con tu aportación y muy agradecido por la información que nos proporcionas.
EliminarSimplemente señalar que, tal y como se explica en esta entrada del blog, la información referida a los casos de heridos por proyectiles de morteros sin detonar ha sido extraída de la revista “Historia y Vida”, en concreto, del número 68, publicado en noviembre del año 1973 en la sección “Correo del lector”. En realidad, se trataba de una aportación a otra carta aparecida con anterioridad, en el número 64 de la misma revista de julio de 1973), en la que el médico, Joaquín Barrios Gutiérrez reivindicaba para él el haber sido el primero en asistir a un soldado herido de esta manera. Esta reivindicación venía provocada (tantos años después de haberse producido) porque J. Barrios Gutiérrez había leído un artículo sobre la guerra de Corea en el que se daba a un soldado estadounidense como el primer herido por un proyectil de mortero sin explosionar. Dicha afirmación, había provocado la réplica de otro médico español (cuyo nombre lamentaba no recordar) que decía haber asistido con anterioridad a un soldado español perteneciente a la División Azul. Todo ello, animó al médico Joaquín Barrios Gutiérrez a indicar que, durante la guerra civil, él había atendido ya a un soldado herido de esa manera y, por tanto, tenía la prioridad en un caso semejante. Como complemento, reproducía fragmentos del diario que escribió durante la contienda, tales como estos:
“A las 9 de la noche nos avisan que llegan heridos y que uno tiene la metralla enclavada. Reconozco a uno de ellos y observo en el hueco subclavicular izquierdo una pieza metálica de forma que se podría comparar a una hélice. Lo toco, tiro de él y mi asombro es grande al comprobar que está sólidamente enclavado en el tórax del sujeto. Oigo decir: es un proyectil de mortero sin estallar”… En efecto, así era. A nivel del ángulo inferior de la escápula y cubierta solo por la piel, se podía apreciar la espoleta.”
El mismo médico nos cuenta también que el herido fue intervenido en El Palace y que se recuperó completamente de sus heridas.
En los artículos de Historia y Vida no aparece el nombre de tu abuelo, seguramente, porque los que los escribieron no lo recordaban después de tanto tiempo, o por delicadeza, discreción y respeto. No olvidemos que todo esto se publicó en 1973, y muchas personas que habían vivido la guerra no querían recordar o ser recordadas. Por tanto, en este blog no podíamos conocer el nombre del soldado herido que aparece en la segunda fotografía. Gracias a tu comentario, descubrimos su identidad y la historia humana que hay detrás de todo esto.
Una vez más, muchas gracias y un cordial saludo.
Entiendo que seguramente no se le nombra por desconocimiento, por eso queria publicar su nombre y así honrrar su memoria y hazaña, ya que como tal lo considero él toda su vida. Siempre quiso que la gente conociera su historia, enseñaba siempre sus fotos con el orgullo de un gran heroe que ha sobrevivido a ese horror, presumia de poder contarlo...ahora me alegra que, aunque el no lo vea, se conozca su historia, que era lo que el siempre quiso. Gracias a vosotros por no permitir que ser olviden estas historias y a estas personas.
EliminarBuenos días, soy el nieto de Blas Martín y envío el enlace de la publicación del viernes 3 de septiembre de 1937 en el periódico la vanguardia haciendo referencia a mi abuelo y lo que sucedió cuando le hirieron en la guerra.
ResponderEliminarhttp://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1937/09/03/pagina-4/33126234/pdf.html
Hola. Muchas gracias por compartir el artículo de prensa. Es muy interesante. Eres muy amable. Recibe un cordial saludo.
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