Mapa de 1877 (IGN)
Este artículo está dedicado a uno
de esos lugares que, aunque emblemáticos en su momento, desaparecieron hace ya
bastante tiempo para no quedar de ellos, casi, ni el recuerdo. Me refiero a la
torre de telegrafía óptica de Las Rozas, un peculiar edificio que formó parte
del paisaje roceño durante cerca de un siglo. Pero vayamos por partes.
Hoy en día, en plena era de las
comunicaciones, poca gente ha oído hablar del que está considerado el primer
sistema moderno de telecomunicaciones, la telegrafía óptica, pero desde finales
del siglo XVIII y hasta mediados del XIX,
esta curiosa forma de mandar mensajes despertaría el interés de diferentes
países europeos, que vieron en él un buen sistema de comunicaciones para
mejorar el control de sus respectivos territorios y mantener el orden dentro de
ellos.
Un precedente remoto de este
sistema lo podemos encontrar en las atalayas construidas en el periodo
andalusí en la Marca Media, la franja de
terreno que actuaba como frontera de los reinos cristianos
y musulmanes en el centro peninsular entre los siglos IX y X. Pero aquella red de torres solo permitía
enviar señales sencillas por medio de humo durante el día, y de fuego
durante la noche, señales del estilo de “peligro”, o “enemigo a la vista".
Sin embargo, a partir del siglo
XVIII, los avances tecnológicos
derivados de la Revolución Científica y de la lustración proporcionaron
utensilios que facilitaron enormemente la visión a larga distancia, especialmente en el
terreno de las lentes, que permitieron contar con anteojos y catalejos de gran precisión para la época. Todo ello
posibilitó la aparición de diferentes proyectos basados en la transmisión de
mensajes complejos a través de señales ópticas por medio de una red de
estaciones ubicadas estratégicamente a lo largo del territorio. Aunque
posiblemente sea en Inglaterra donde se encuentran las primeras referencias a
la telegrafía óptica, será Francia el país que antes desarrolle y ponga en
práctica un sistema de estas características.
En 1792, la Francia
revolucionaria, en guerra con media Europa e inmersa en una convulsa situación política y social,
necesita urgentemente un sistema de comunicaciones rápido y eficaz. Por este
motivo, la recién proclamada Primera República apostará por el proyecto de
telegrafía óptica diseñado por Claude Chappe (1763-1805). Es entonces cuando
comienza a construirse la primera línea de telegrafía óptica de la historia, la
cual, uniría París con la ciudad de
Lille a lo largo de 230 kilómetros y 22 torres. En 1794 se realizó una primera y exitosa prueba, a partir de la
cual, comenzaría el auge de la telegrafía óptica en Francia, cuya red acabaría
teniendo una extensión de casi 5.000 kilómetros. Ante la eficacia mostrada por
el nuevo sistema de comunicación, otros países no tardarían en seguir el
ejemplo francés: Suecia, Hungría, Inglaterra, Alemania, EEUU, etc., fueron
construyendo, con mejor o peor fortuna, sus propias redes de telegrafía óptica.
Estampa en la que aparece una de las torres de telegrafía óptica diseñadas por Chappe en Francia.
Tampoco pasaría desapercibido el
nuevo invento en España. Durante el reinado de Carlos IV se diseñan y
experimentan diferentes modelos de telegrafía óptica. Tras varios estudios,
será el ingeniero militar Agustín de Betancourt y Molina (1758-1824) quien logró
desarrollar un sistema que superaba, en mucho, al que había diseñado Claude
Chappe. Presentado el proyecto al monarca, en febrero de 1799 se aprobó por
Real Orden la instalación de la telegrafía óptica en España. Pero los avatares
políticos y económicos por los que iba a pasar el país (guerra de la
Independencia incluida) impidieron que el proyecto pudiera concluirse. A este
primer intento siguieron otros que, de manera parcial y fragmentada, fueron
extendiendo diferentes líneas por nuestro país, pero habría que esperar hasta
1844 para que la telegrafía óptica empezara a convertirse en una realidad relativamente
eficaz. En marzo de ese año, un Real Decreto ponía las bases para establecer
una compleja red de telegrafía que debía de unir Madrid con todas las capitales
de provincia. La entidad encargada de llevar a cabo tan ambicioso proyecto era
la Dirección General de Caminos, y como uno de sus máximos responsables e
ideólogos se encontraba el coronel del
Estado Mayor, José María Mathé Aragua (1800-1875), inventor del sistema
telegráfico que iba a ponerse en práctica, en estrecha colaboración con Manuel Varela y Limia, brigadier del Cuerpo de Ingenieros y, en aquél momento,
Director General de Caminos, Canales y Puertos.
José María Mathé Aragua.
Departamento: Ministerio de la Gobernación.
Ministerio de la Gobernación de la península. Negociado nº 17.
Decidido el Gobierno de S. M. a procurar por cuantos medios están a su
alcance el afianzamiento del orden público, tan necesario para que los pueblos
puedan disfrutar de los beneficios de una administración paternal y previsora,
ha reunido los fondos necesarios para establecer las líneas telegráficas, por
cuyo medio deberán quedar todas las capitales de las provincias y puntos
notables de las costas y fronteras en comunicación directa con la del reino, en
el grado de perfección que las tienen otros países.
Sección de fomento.- Real orden disponiendo se adopte el aparato
presentado por el coronel de estado mayor del ejército D. José María Mathé para
el establecimiento de la principales líneas de telégrafos.
De todas las líneas de telegrafía
óptica proyectadas, para el tema concreto que ahora nos ocupa, nos
interesa especialmente la que debía de unir Madrid con Irún, cuya construcción
fue ordenada por Real Orden de 29 de septiembre de 1844, entrando en servicio dos
años después, el 2 de octubre de 1846. Esta línea se componía de 52 torres, de
las cuales, las 6 primeras se ubicaban en la provincia de Madrid, siendo la
tercera de ellas la que se encontraba en el municipio de Las Rozas. En la
actualidad, sólo se conservan dos de estas seis torres, la que fue nº 5 de la
línea, en el cerro de Monteredondo de Moralzarzal, completamente reconstruida y
restaurada desde el año 2008, y la nº 4, situada en Navalapiedra, en
Torrelodones, considerablemente transformada de su aspecto original tras haber
sido reconvertirla en vivienda, y que actualmente se encuentra en estado de
abandono.
La Ilustración (mayo de 1851)
Todas estas torres seguían un
patrón arquitectónico común, que en resumen era el siguiente: planta cuadrada,
con base ataluzada, tres plantas y azotea. La primera planta no contaba con
ventanas, la segunda planta tenía una ventana en tres de sus lados y la tercera
planta una ventana en todas sus paredes. Construidas en ladrillo macizo y
mampostería, fueron diseñadas como pequeñas fortificaciones, con muros
aspillerados en la primera planta, y una entrada a unos 4 de metros de altura,
ubicada en la segunda planta, a la que se accedía por medio de una escalera de
mano que, en caso de peligro, era retirada y guardada en el interior de la
torre, imposibilitando el acceso desde
el exterior. El motivo de estas medidas defensivas era asegurar que la
comunicación a través de la red telegráfica no se viese interrumpida en ningún
caso, no olvidemos el convulso periodo político y social que atravesaba España
en aquellos momentos, en el que los pronunciamientos, las sublevaciones y los
motines estaban a la orden del día, por no hablar de la inestable situación que generaron las guerras carlistas a lo largo de buena
parte del siglo XIX.
La concesión para la construcción
de las torres se realizaba por subasta pública en el Ministerio de Gobernación.
En las condiciones que se exigían para aspirar a esta concesión podemos
encontrar interesantes detalles sobre las características que debían de tener las torres de telégrafos:
El zócalo, impostas, fajas de ángulo y arquitrabe y todas las paredes
serán de sillería, sillarejo, ladrillo o mampostería, a juicio del comisionado,
según lo que requiera el terreno y la posibilidad de hallar aquellos
materiales, y lo mismo con respecto a las jambas de puertas y ventanas y el
cornisamento. Las maderas serán de la mejor calidad. Los suelos en la primera
de enladrillado, para la segunda y tercera entablados, machihembrados, clavados
con clavos embutidos, y el piso bajo de sillería, ladrillo o baldosa, a juicio
también del comisionado. Cielo raso en todas las habitaciones. Las puertas
apanaladas según el diseño que se dará; sus cerraduras embutidas, de buenos
muelles. La escalera de tabla de dos pulgadas, si fuese de pino, y de una y
media si de roble, bien concluidas en todas partes. Todas las puertas, ventanas
y persianas pintadas al óleo, de color gris claro, con las capas que sean
necesarias para cubrir bien la madera; y en el caso de que para seguridad de
los torreros convenga construir la puerta en el segundo piso, será obligación
del contratista construir una escalera volante en la forma que se prevenga para
la comunicación exterior hasta la puerta de entrada, en cuyo caso hará las
aspilleras necesarias para la defensa.
La torre de Navalapiedra, en Torrelodones, fue la nº 4 de la Línea de Castilla.
La torre nº 5, ubicada en Monteredondo (Moralzarzal) antes de su restauración.
Torre de Monteredondo (Moralzarzal), cuya restauración se terminó en 2008.
Consiste la ingeniosa máquina del señor Mathé en 8 barras de hierro, 4
de ellas de 19 pies de altura y las otras de 21, planteada verticalmente de 4
en 4 en los ángulos de dos cuadros, el uno exterior, cuyos lados son de 11 pies
, y el otro interior y paralelo de 2 pies de lado. Dentro del espacio que
forman las cuatro barras interiores, se mueve también en el sentido vertical
por medio de un sencillo mecanismo, un cilindro hueco, o corona, llamado
indicador, de tres pies de diámetro y 18 pulgadas de altura , cuyas diversas
posiciones con relación a tres fajas que se proyectan horizontalmente sobre las
narras exteriores y cubren sus espacios intermedios, dividiendo en tres claros
o secciones iguales la altura de la máquina, suministran cuantos signos pueden
ser necesarios para la transmisión de toda clase de comunicaciones oficiales y
de servicio interior de la línea.
Reconstrucción de la maquinaria del telégrafo de Monteredondo (Moralzarzal).
Cada una de estas torres contaba
con una dotación de tres o cuatro operarios, denominados torreros, que hacían
vida en el edificio y cuyo cometido consistía en permanecer atentos de los
posibles mensajes que pudieran transmitir las torres anterior y posterior de la
red, además de cuidar de la maquinaria del telégrafo y defender el edificio en
caso de peligro. Estos operarios, procedentes mayoritariamente del ejército,
realizaban una formación específica en una Escuela General que, al parecer, se
estableció en la torre ubicada en Torrelodones, aunque también se realizaban
prácticas y entrenamientos en las de Aravaca y Las Rozas.
Los mensajes, que podían tardar 6
horas en recorrer la línea que unía Madrid con la frontera francesa, se
enviaban cifrados y solo el denominado Comandante de Línea tenía autorización y
posibilidad de descifrarlos, ya que era el único que disponía del libro de
códigos con las claves que permitían descodificar los mensajes. La línea
Madrid-Irún, que recibió el nombre de Línea de Castilla, inicialmente contó con
Comandancias en Madrid, Valladolid, Burgos, Vitoria y Tolosa.
Libro de instrucción para los torreros firmado por Mathé
Libro de claves empleado en la telegrafía óptica.
En 1854, justo diez años después
de que se publicase la Real Orden con la que se iniciaba la implantación de la
telegrafía óptica en España, quedaba concluida la línea de telegrafía eléctrica
que comunicaba Madrid con Irún. Un año después, en 1855, dejaba definitivamente
de funcionar la línea equivalente de telegrafía óptica. Sus torres quedaban así
sin utilidad y fueron abandonadas. A partir de ese momento, cada una de ellas
corrió diferentes suertes. Algunas fueron reutilizadas, modificándose su
aspecto en función de los nuevos usos, pero la mayoría fueron poco a poco
deteriorándose hasta convertirse en ruinas.
En lo que respecta a la torre del
telégrafo de Las Rozas, decir que fue una de las primeras en ser construidas y
que debió de tener unas características similares a las descritas
anteriormente. Numerada como la torre nº 3 de la 1ª Sección de la Línea
Madrid-Irún, mantenía contacto visual con la torre nº 2, la de Aravaca (ubicada
en el vértice Barrial), y con la nº 4, en Navalapiedra (Torrelodones).
El periódico "La Esperanza", se hacía eco de la construcción del primer tramo de la línea de Castilla (20-9-1845)
En cuanto a su ubicación,
sorprende comprobar que ninguno de los diferentes trabajos que he tenido
ocasión de consultar sobre este tema, acierta
al señalar el lugar exacto que ocupó esta torre, equivocándose, incluso, los
que aportan una geoposición con coordenadas. Posiblemente, esta dificultad para ubicar con precisión
el lugar que ocupó la torre telegráfica de Las Rozas se deba a varios factores:
por un lado, el largo tiempo transcurrido desde su completa desaparición; por
otro, los numerosos cambios y transformaciones que ha experimentado el paisaje roceño,
debido fundamentalmente a la intensa actividad urbanística y de
infraestructuras realizada en las últimas décadas. También puede deberse a la
confusión que, en los mapas antiguos, causa el largo topónimo de “Telégrafo de Las Rozas”, ya que ese nombre ocupa un
gran espacio en las cartografías impresas.
Para ubicar exactamente el lugar
que ocupó el telégrafo de Las Rozas hay que tener en cuenta que, durante
bastante tiempo, ese mismo lugar constituyó el vértice geodésico Telégrafo.
También, que por fuerza debía de estar ubicado en un punto desde el que fuera
posible visualizar la torre anterior de la línea (ubicada en vértice El
Barrial), y la posterior (situada en Torrelodones). Atendiendo a estos dos
factores, con la ayuda de algunos mapas antiguos (especialmente de los años 30
del siglo XX), y visitando los posibles lugares en los que pudo haber estado el
telégrafo, puede comprobarse que la torre de las Rozas se encontraba en la zona
que antiguamente recibía el nombre de Alto de las Cabañas, en el cruce del
antiguo inicio de la carretera de El Escorial (actual M-505 ), con el camino
que unía Las Rozas y Majadahonda (actual M-515).
Hoy en día, el tráfico en esta
zona está regulado por una rotonda, en cuyas proximidades se encuentra un centro
de mantenimiento de carreteras, un puesto de la Cruz Roja, la entrada al BUS
VAO, el colegio Cristo Rey, algún restaurante y urbanizaciones como La Quinta
del Sol o El Henar. Pues bien, el lugar exacto que ocupó la torre del telégrafo
de Las Rozas corresponde al que hoy día ocupan los jardines de la urbanización
El Henar que lindan con la carretera de El Escorial.
Circulado en amarillo, sobre foto aérea actual, el lugar que ocupó la torre del telégrafo de Las Rozas.
Teniendo en cuenta las
características de este edificio y el hecho de que se encontrarse en un estratégico
nudo de carreteras y con un privilegiado control visual del entorno, no resulta
extraño pensar que en los combates llevados a cabo en los primeros días de
enero de 1937 (última fase de la batalla de la carretera de La Coruña) debería
de haber jugado un papel importante como posición defensiva republicana desde
la que intentar frenar el avance franquista. Pero, hasta la fecha, no he
encontrado ninguna referencia precisa al respecto, y todas las fuentes señalan al
también desaparecido Bar Anita, ubicado entre las carreteras de La Coruña y de
El Escorial y, por tanto, muy próximo a la torre telegráfica, como el último lugar
desde el que las unidades republicanas resistieron la embestida franquista
antes de que las tropas de Barrón ocupasen el cruce de carreteras y alcanzasen
la carretera de La Coruña el día 3 de enero (ver artículo de este blog “UN CRUCE PELIGROSO”).
Sin embargo, sí disponemos de un testimonio de primera mano
sobre los episodios vividos en el telégrafo de Las Rozas durante la
contraofensiva republicana iniciada el 11 de enero de 1937, momento en el que
la torre se encontraba ocupada ya por las tropas de Franco. El testimonio al que nos
referimos proviene de Aleksandr Ilich Rodimtsev (1905-1977), emblemático
militar soviético que alcanzó el grado de coronel general durante la II Guerra
Mundial. Rodimtsev había llegado a España el 21 de octubre de 1936. Conocido
con el seudónimo de Pablito, se convirtió en uno de los asesores soviéticos de
Enrique Líster, teniendo una destacada actuación durante la batalla de
Guadalajara (marzo de 1937), por la que ganaría su primera Estrella de Héroe de
la URSS. Permaneció en nuestro país hasta el 27 de agosto de 1937. Durante la
II Guerra Mundial participó en grandes batalla, como Stalingrado, Kursk o
Berlín, obteniendo una segunda Estrella de Héroe de la URSS.
Aleksandr Ilich Rodimtsev en Stalingrado (1942)
Rodimtsev luciendo sus medallas y condecoraciones (años 70).
En 1981, la editorial Progreso de
Moscú publicó el libro “Bajo el cielo de España”, en el que Rodimtsev recogía
sus experiencias en la guerra civil española. Es precisamente en este libro
donde se recoge un episodio bélico que transcurre en el telégrafo de Las Rozas.
Como señalaba más arriba, la acción se inició el 11 de enero de 1937. El
esfuerzo principal de esta operación lo debían de llevar a cabo la XIV y la XII
brigadas internacionales, que en dirección oeste-este tenían la misión de
ocupar los pueblos de Las Rozas y Majadahonda (ver anteriores artículos de este
blog: “JORNADAS DE CONTRAOFENSIVA” o “CONTRAATAQUE EN LA NIEBLA”). Para apoyar
a estas unidades, otras fuerzas debían de atacar desde El Pardo, entre ellas,
la 1ª Brigada al mando de Enrique Líster. Rodimtsev formaba parte de esta
brigada, por lo que pudo vivir aquellos episodios bélicos en primera persona.
De su relato, recogemos aquí parte de lo referido al Telégrafo de Las Rozas.
El ataque principal desde el sector de Galapagar debería realizarlo una
agrupación integrada por las brigadas internacionales 12 y 14, con una brigada
de tanques y cinco baterías. En la contraofensiva participaban cerca de 9.000
hombres, 50 tanques y 22 cañones.
El ataque secundario lo efectuaban, desde El Pardo, sobre Las Rozas,
tres brigadas. La 3 y la 21 atacaban en primera línea y la nuestra, la 1, en
segunda línea. Enrique Líster decidió introducir a sus tropas en el combate en la
segunda mitad del día 11 de enero, en cuanto se rompieron las líneas de defensa
del enemigo. Nosotros debíamos atacar por el enlace entre las dos
brigadas, entre las poblaciones de Las Rozas y Majadahonda. La clave de la
defensa del adversario en esta dirección se consideraba ser el edificio del
Telégrafo situado sobre un promontorio. El enemigo había habilitado sus cuatro
plantas para una defensa circular. Su fuerte guarnición se había preparado para
una larga contienda. Y no obstante el fuerte punto de apoyo que se alzaba ante nosotros, la
dirección de la ofensiva había sido elegida con acierto. Pues en caso de tomar
el Telégrafo, se podría ocupar con facilidad las dos localidades.
(…) Al día siguiente, en cuanto los primeros rayos de sol se clavaron cual
puñales en el frío cielo, las unidades de vanguardia de la brigada atacaron
sobre la marcha el edificio del Telégrafo. Al mismo tiempo, del lado de
Galapagar, las brigadas internacionales 12 y 14, en estrecha coordinación con
los tanques y el apoyo de la artillería y la aviación, pasaron al ataque sobre
Las Rozas y Majadahonda.
Un batallón de tanques se adelantó impetuoso, irrumpió en el poblado, y
entabló combate por el Telégrafo. A las 9 horas de la mañana recibimos ya un
informe del jefe de uno de nuestros batallones. “El Telégrafo lo hemos tomado
con mucho armamento, hemos hecho prisioneros. Envíen gente y munición”.
Tras recibir esta noticia, Líster
decide trasladarse al edificio tomado para conocer más de cerca la situación.
Acompañado de Rodimtsev, llegará a la torre telegráfica tras un accidentado y peligroso
trayecto:
De algún modo, unas veces a rastras, otras dando carrerillas, llegamos
al edificio del Telégrafo. Buscamos al comandante del batallón. Todavía se
hallaba bajo los efectos de la victoria y se preocupaba poco de la defensa que
le esperaba. No se había organizado el sistema de fuego, los soldados se
hallaban sentados formando grupos por
las diferentes estancias del edificio: unos abrían botes de conservas y se
disponían a echar un bocado, otros contaban alegres chistes y aun había quienes
dormían acomodándose contrala pared.
Con la llegada de Líster y
Rodimtsev comienza a organizarse seriamente la defensa del edificio:
El segundo batallón empezó a disponer la defensa. Yo subí a la cuarta
planta del Telégrafo y me puse a emplazar un fusil ametrallador en una de las
ventanas. Desde la altura se veía como delante, a unos seiscientos metros, el
enemigo acercaba en camiones sus reservas.
Según lo narrado por el militar
soviético, cabe pensar que el telégrafo de Las Rozas, antes de la guerra civil,
había sido reutilizado con otros fines, posiblemente, reconvertido en vivienda
tal y como había sucedido con la cercana torre de Navalapiedra, en
Torrelodones. Eso explicaría que contase con una puerta en la planta baja del
edificio. También llama la atención que Rodimtsev hable de cuatro plantas, en
vez de las tres con las que aparentemente contaban las torres de la 1ª Sección
de la línea telegráfica Madrid-Irún. Teniendo en cuenta que Rodimtsev escribió
su libro muchos años después de lo sucedido, es muy probable que esto se deba a
un fallo de memoria, pero también podría ser que el aspecto original de la
torre de Las Rozas se hubiera modificado en posteriores reformas, convirtiendo
su primitiva azotea en una nueva planta. Pero sigamos con lo narrado en el
libro “Bajo el cielo de España”:
En
los cuatro pisos del Telégrafo, los soldados emplazaban ametralladoras,
entraron en juego los picos, las palas y las barras de hierro. Todos se
esforzaban por asegurar la defensa, por que fuese sólida e invulnerable. No
lejos del edificio, los zapadores prepararon un puesto de observación para el
jefe del batallón. También nosotros nos trasladamos allí. Pronto debería
comenzar el ataque.
Efectivamente, el ataque sobre el
telégrafo de Las Rozas no tardó mucho tiempo en iniciarse. Sus defensores,
primero tuvieron que aguantar un duro castigo de la aviación y la artillería
enemigas:
(…) aparecieron en el cielo seis aviones de bombardeo. Se dirigían
hacia el Telégrafo. Casi encima de nuestras cabezas uno de los aviones se
inclinó sobre el ala izquierda, viró, y de su negra panza se desprendieron tres
bombas de 100 kg. Estallaron a unos metros de las trincheras de primera línea.
Tras éste, los otros aparatos empezaron a lanzar su carga. Las bombas caían a
la izquierda, a la derecha y detrás del
Telégrafo. Pero la onda de una de las explosiones aplastó contra el suelo a
cuantos nos hallábamos en el puesto de observación. Contra el parapeto
golpearon sorda y desagradablemente los terrones de seca tierra, zumbaron los
oídos y en la boca quedó un raro regusto amargo y seco. A través del estruendo
y el polvo se oyeron los ayes y los gritos de los heridos. El enemigo no
cejaba. Tras el primer grupo de aviones siguió un segundo. Después de los aviones, entraron en danza los artilleros. Abrieron un
fuego rabioso con ocho baterías. Por fortuna, los muros del viejo edificio
resultaron ser lo suficientemente sólidos y la guarnición pudo guarecerse bien
del fuego y disponerse para el inminente ataque.
Finalizada la preparación
artillera, la infantería enemiga, apoyada por carros de combate, inició el
asalto a la torre telegráfica avanzando en torno a la carretera que conducía a
Majadahonda:
Por fin, la sangrienta obertura de los fascistas terminó, y vimos cómo
de su escondrijo asomaban los tanques. Avanzaron a pequeña velocidad, como
habituándose a las desigualdades del terreno. Tras los carros, con los fusiles
terciados al brazo, en tres filas, derechos con toda su talla, marchaban los
pelotones del adversario (…) Antes de llegar a unos 500 m. del edificio, los
tanques abrieron fuego y aceleraron su marcha. La infantería empezó a disparar
a bulto.
Aguantar en aquél saco de piedra era superior a toda fuerza humana. A
causa del humo, el hollín y la chamusquina, de las explosiones continúas,
zumbaba en la cabeza y lagrimeaban los ojos.
Los republicanos aguantaron el
duro castigo al que estaban siendo sometidos, dejando acercarse a su enemigo
hasta tenerlo a tiro seguro:
Los primeros que rompieron el silencio fueron nuestro tanquistas.
Empezaron a disparar casi a bocajarro a los blindados del enemigo, a segar con
el fuego de las ametralladoras a la infantería. Entraron en combate las armas
automáticas. Los moros se agitaron y empezaron a caer al suelo. Lenta y
pesadamente se fueron retirando los carros enemigos. Pero no pudieron escapar.
Los artilleros de Kolia Gúriev, que hasta aquel momento habían callado, les
cortaron el camino.
Los moros caídos en la trampa se lanzaron hacia el edificio del
Telégrafo. Rabiosos, fanáticos, siguieron adelante (…) pude ver que muchos de ellos corrían ya
hacia la entrada principal. En esa misma dirección se abrieron paso también dos
tanques. Los republicanos hacían salidas desde el edificio y disparaban a
quemarropa a los moros, pero una parte de éstos, no obstante, penetró en el
edificio.
La situación se agravaba, se cortó la comunicación del jefe del
batallón, que se hallaba en el puesto de observación, con la compañía que
defendía el Telégrafo. Tampoco había noticias del jefe de la brigada. Dos
intentos de mandar enlaces fracasaron. No pudieron pasar (…) Mario, el intérprete, tiró de mi manga y señaló a la planta baja del
Telégrafo. Desde allí disparaba hacia nosotros una ametralladora enemiga. Era
evidente que en las plantas bajas se habían hecho fuertes los moros, en los
pisos de arriba se hallaban los nuestros. Se hacía más y más difícil resistir.
(…) El combate no cedía. Al otro lado del edificio cundió la lucha entre los tanquistas nuestros y los del enemigo. De pronto, sobre la trinchera estalló el grito tradicional de los republicanos: “¡Viva, camaradas! ¡Los nuestros atacan!” Los combatientes de las unidades de segunda línea se abrían paso entre el fuego en ayuda nuestra (…) La mayor parte de los moros que se habían infiltrado fueron liquidados, el resto alzaron los brazos. El Telégrafo quedó de nuevo totalmente en poder de los republicanos.
La victoria resultó cara. El edificio de Telégrafo, en unas horas,
había quedado reducido a escombros. Quedaba en pie solo la caja que mostraba
los negros y tiznados huecos de las ventanas. En derredor quedaban las huellas
del cruento combate cuerpo a cuerpo. Aquí y allá yacían a los pies los cortos
cuchillos ensangrentados (…) Allí todavía ardían seis tanques adversarios. Todo
estaba sembrado de cadáveres de los moros (…) Los sediciosos habían logrado
incendiar dos tanques republicanos. Una de las tripulaciones se salvó, la otra
había sucumbido (…) Al día siguiente se volvió a trabar el encarnizado combate por el
edificio del Telégrafo. Pero, pese a sus esfuerzos, los franquistas no pudieron
recuperar sus posiciones. Los combatientes de la 1ª Brigada de Enrique Líster
rechazaron todos los ataques del adversario.
A pesar de la tenaz resistencia
descrita por Rodimtsev en el Telégrafo de Las Rozas, los republicanos tuvieron
finalmente que abandonar sus posiciones y replegarse a sus bases de partida
tras jornadas de duro combates, y las ruinas de la torre quedaron en poder de
las tropas de Franco hasta el final de la guerra.
Tras los combates de enero de
1937, el frente quedó estabilizado en el sector Las Rozas –Majadahonda. Cada
ejército procedió a fortificar sus respectivas zonas, iniciándose así una
guerra de trincheras. La posición Telégrafo de Las Rozas quedó inicialmente
integrada en la línea de sostenes del dispositivo franquista. En diciembre de
1938, unidades de la 20 División guarnecían el Alto de las Cabañas, situándose
en torno a las ruinas de la vieja torre telegráfica un total de 10 Islotes de
Resistencia.
Fotografía aérea en la que se aprecian las ruinas del telégrafo y el sistema defensivo establecido en su entorno. Segunda mitad de 1938 (Servicio Histórico del Ejército del Aire).
La fotografía que aquí se muestra, procedente del Archivo Histórico del Ejército del Aire, es la única imagen que he sido capaz de localizar hasta la fecha en la que aparece el telégrafo de Las Rozas Corresponde a la cartografía realizada en 1938 mediante fotografía aérea. En ella se aprecian las ruinas de la torre telegráfica y, puede comprobarse que, tal y como nos describía Rodimtsev en sus memorias, tras los combates de enero de 1937 sólo quedó la caja del edificio, habiéndose desmoronado su cubierta y pisos interiores. Aunque la fotografía aérea no permite identificar demasiados detalles, tanto el edificio que aparece en ella, como la sombra que éste proyecta, permiten apreciar que la torre tuvo planta cuadrada, contó al menos con tres pisos y en sus muros se abrían ventanas. Es decir, que respondía a las características básicas de las torres diseñadas por Mathé.
Esta fotografía también permite
confirmar la ubicación que tuvo la torre, que, como señalaba más arriba, se
encontraba junto a la intersección de la carretera de El Escorial con la
carretera que unía Las Rozas y Majadahonda, y, más concretamente, en el espacio
que hoy en día ocupan los jardines de la urbanización El Henar.
Por lo demás, esta imagen nos
muestra el sistema defensivo que protegía este estratégico nudo de carreteras,
apreciándose claramente un completo entramado de trincheras y diferentes trabajos
de fortificación realizados por los zapadores de la 20 División.
Tras la guerra civil, los restos
de la torre telegráfica de Las Rozas fueron completamente derribados. Sus
escombros permanecieron algún tiempo en el mismo lugar en el que había sido
levantado, hasta que la finca que ocupaba fue adquirida por un particular. En
fotografía aérea de 1946 ya no aparece rastro de la torre. Unos años después de
la guerra se construiría una residencia unifamiliar en ese mismo lugar, la
cual, se mantendría hasta mediados de los años 70, en que se iniciaron los
trabajos de construcción de la urbanización El Henar.
El topónimo Telégrafo de Las
Rozas sobrevivió durante algún tiempo al edificio, pudiéndolo encontrar en
algunos mapas, al menos, hasta finales de la década de los 60, pero finalmente
acabó desapareciendo sin que en la actualidad quede la más mínima referencia de
ese nombre.
Mapa de 1944 (IGN)
Mapa de 1966 (IGN)
Mapa actual (IGN)
Todo aquello desapareció hace ya mucho tiempo, pasando a formar parte de un pasado prácticamente olvidado que, actualmente, ha sido sustituido por los atascos en hora punta, la vida tranquila en las urbanizaciones y el devenir cotidiano de los vecinos de la zona.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ