¡BRUNETE! (QUINTA PARTE)
Con esta quinta entrega (a la que
seguirá un pequeño epílogo) se pone fin a la recopilación de testimonios con
los que se ha querido rememorar en este blog el 75º aniversario de la batalla
de Brunete. Va aquí una última selección de testimonios orales pertenecientes a
algunos de los combatientes que tuvieron que sufrir el infierno de Brunete. Una
miscelánea de recuerdos, imágenes, emociones y sentimientos con los que
acercarse a aquella trágica batalla.
Muchos de estos testimonios están
cuajados de descripciones apocalípticas y dantescas. Un ejemplo lo encontramos
en los recuerdos de un alférez provisional del 191 Batallón, cuya compañía fue
unida a la Agrupación Álvarez Entrena. Este soldado del ejército franquista
describe el impresionante espectáculo de los incendios que, por todas partes,
azotaban las construcciones, los secanos y los pequeños bosques de encinas,
pinos y retamas durante la batalla:
“El espectáculo de los valles del
Guadarrama y del Aulencia era dantesco, sin hipérbole. Desde mi punto de vista
se podía apreciar en toda su magnitud un incendio de cosecha como, de seguro,
no recordaban otro lo más viejos de la comarca. Los trigos, maduros ya para la
recolección, ardían como yescas en la noche caliente. Ardía el monte por todas
partes, y de alguno de los pueblos se elevaban llamas altas que consumían los
humildes enseres, las viejas vigas de madera y las pobres techumbres. La
artillería acompañaba el desastre con sus medias descargas de Grupo, y, por si
fuera poco, a intervalos irregulares, unos misteriosos aviones sembraban
pasillos de bombas incendiarias que levantaban brillantes fogonazos y obscuras
nubes de humo cuyo pardo vientre se iluminaba de rojo con aquella siniestra
traca.” (Alférez provisional del 191 Batallón de Infantería).
El testimonio de uno de los
soldados que formaban parte de la guarnición franquista de Quijorna va en la
misma línea:
“Con los nervios en tensión
terminábamos un día de continuo luchar, de aguantar la lluvia de metralla que
nos habían enviado y teníamos a nuestros pies a muchos de nuestros mejores
camaradas muertos; otros habían sido heridos y retirados sin saber nada de sus
suerte.
Además, la noche era dantesca: había incendios
por todos los sitios; fuego en los Llanos, en Villanueva de la Cañada y en Quijorna;
para colmo, quizá por efecto de las botellas de gasolina y bombas de mano, el
fuego estaba destruyendo la cosecha de cereales; había empezado muy cerca del
cementerio, en unas hierbas secas, y se estaba extendiendo hacia Brunete; el
resplandor de los mismos iluminaba muchos lugares que parecían en pleno día. Y
lo peor era que no había forma de combatirlo.” (Soldado franquista
perteneciente a la guarnición de Quijorna).
Entre los días 11 y 12 de julio,
la ofensiva republicana está agotada. Las unidades van adoptando una actitud
defensiva, iniciándose una especie de compás de espera. No cesa el forcejeo, y
la lucha seguirá siendo intensa y dura en diferentes puntos, pero los combates
bajan de intensidad. Una pequeña calma que precede a la tempestad que pronto va
a desatarse nuevamente. Esta vez, serán las tropas franquistas quienes tomen la
iniciativa y, aprovechando la enorme concentración de fuerzas y el evidente castigo que ha sufrido su
oponente, se decida a una potente contraofensiva que supondrá un nuevo choque
de terrible desgaste. Un violento pulso en el que se logrará recuperar alguna
de las posiciones perdidas, pero que terminará siendo frenada por la capacidad
de resistencia mostrada por los republicanos. En la anterior entrega de esta
serie, se recogían testimonios de los frustrados intentos franquistas por
recuperar la Loma Fortificada, incluimos aquí los recuerdos de un suboficial de
la IV Brigada de Navarra que participó en el fallido intento de reconquistar el
vértice Llanos:
“Amanecía. La mole que teníamos
enfrente aparecía más imponente a la luz del día. Por allí había casi que
trepar. Seguro que estaba erizado de armas. De armas de un tiro mortal. Había
que aprovechar las zonas cubiertas, las desenfiladas (…) Los chicos no se
movían. Los rojos tampoco daban señales de vida. Pasaba el tiempo, lento pero
implacable. Me dolían los codos, que tenía apoyados en el suelo. Al cambiar de
postura, mi cantimplora tocó una piedra. Fue un sonido casi imperceptible, pero
todos los muchachos volvieron sus caras hacia mí. Había un serio reproche en la
mayor parte de los ojos. Uno se llevó a los labios el dedo índice.
A las siete empezó el baile. ¡Y
qué baile, Dios mío! Sobre nuestras cabezas volaban innumerables proyectiles
que se iban a estrellar contra la mole
de enfrente. Caían las descargas de los grupos, cerradas, brutales, machacando
los árboles, haciendo volar rocas, removiendo las entrañas de la tierra. El
estruendo era absolutamente pavoroso. La aguja de mi reloj se movía a saltos,
con nervios. Tragué saliva. Íbamos a empezar. El cerro parecía que se
cuarteaba. Bramaba el suelo. La aguja de los segundo saltaba implacable. Era
una preparación violenta y corta. Violentísima. ¿Quedaría alguien allí? Seguía
el cañoneo. Eran nueve baterías para poco más de un kilómetro de frente;
tocaban a cien metros por batería, a unos veinticinco o treinta metros por cada
cañón. No estaba mal.
De pronto, la aviación. Las
bombas levantaban verdaderos surtidores de piedra y tierra que silbaban como
proyectiles en todas las direcciones. El reloj seguía su marcha implacable.
Empecé a rezar (…) Mucho ruido… tenía la boca seca, pero no me atrevía a
moverme.
(…) La primera línea de
trincheras hubo que tomarla a bombazo de mano. Es dura esta guerra de cerca.
Cogimos unos prisioneros y los enviamos al teniente coronel. Cerca de mí
presencié el asalto de otra compañía de mi Batallón. Una verdadera carnicería,
que permaneció indecisa hasta que el comandante reforzó a los atacantes. Se
llegó al uso del arma blanca. Se pinchaban como salvajes. Seguimos el avance
entre los restos del bosque (…) En un subelemento de resistencia había media
docena de cadáveres o, mejor dicho, de restos humanos. Un impacto directo de
artillería. El pequeño cráter de la explosión estaba en el centro de la obra y
los había destrozado a todos.
Más adelante vi las huellas del
paso de los aviones. Los profundos embudos que rompían la línea de trincheras,
la desolación de la muerte. Poco había quedado; la destrucción era completa.
Seguimos. El capitán tiraba de nosotros sin descanso, estábamos lejos todavía
del reborde que teníamos que ocupar.” (Suboficial de la IV Brigada de Navarra).
La conocida como Loma Quemada, y
otras alturas al sureste del pueblo de Brunete, también serán atacadas por las
tropas franquistas. Rodimtsev (alias “Pablito”, consejero de Enrique Lister),
que se encontraba en aquél momento en el puesto de mando de la 9ª BM, encargada
de defender ese sector, nos proporciona detalles de aquél episodio bélico:
“A las tres de la madrugada nos
despertó un intenso tiroteo. El jefe de la brigada se orientó al instante:
-Atacan la cota 670.
Quiso llamar al cuarto batallón
que defendía la cota, pero no había comunicación. Inmediatamente se dio la
alarma y se puso en pie a los otros batallones en cuyos sectores aun había
tranquilidad. Todos se dispusieron para el combate. Media hora después,
tambaleándose, llegó al puesto de mando un oficial del cuarto batallón. Apenas
se tenía en pie, llevaba una herida en la cabeza y por el lado izquierdo le
manaba sangre. Antes de perder el conocimiento informó de que durante la noche
había penetrado en la altura más de un batallón de infantería. Armados de
cuchillos y granadas de mano, habían liquidado en silencio a las avanzadillas y
penetrado en las trincheras. El jefe del batallón había resultado muerto junto
con casi toda su plana mayor.” (Alexander Ilich Rodimtsev).
Los combates por recuperar Loma
Quemada, son recordados también por un soldado franquista del 73 Batallón de
Toledo que participó en el asalto a la posición. En este testimonio, se hace
mención al cabo de infantería Tristán Pérez Romero, que fue el primero en
lanzarse a la conquista de la posición arrastrando tras él al resto de sus
compañeros, y que perdería la vida en dicha acción, recibiendo la laureada a
título póstumo:
“Empezaba a amanecer. Corría un
relente fresco, entre el olor a muerto, venían ramalazos de olor a paja quemada
y, también a veces, como a hierba humedecida por el rocío de la mañana. Pero
seguía el olor de siempre. El viento es libre y traía el olor de tierra más
allá del frente. Una descarga de artillería. Era el 105. Las cuatro explosiones
rasgaron, poco después, las sombras en algún lugar allá de nuestro horizonte.
Otra descarga, más a la derecha, y luego muchas, de muchos cañones. Sobretodo
del 75, que lo conocíamos bien. Olía a azufre. La loma enemiga que teníamos
enfrente se destacaba sobre un fondo cárdeno como una puesta de sol. La loma se
quedaba en la sombra y parecía enorme. ¿Cómo íbamos a subir allí? Si el enemigo
tiraba nos pararía en seco. No habría manera (…) Nos subimos al parapeto. La
loma de enfrente era ahora como un volcán. Echaba fuego, pero era de los
cañones nuestros (…) Corrí. A mi lado iban los otros. Detrás de mi oía gritos
también. Yo grité (gritar quita el miedo). Pero no había miedo. Ya había solo
prisa. El Tristán estaba ya subiendo la loma. Vi que la gente se retrancaba.
Caían algunos que otros. Llegué donde Tristán. Estábamos en un repliegue
pequeño que nos cubría de los tiros de fusil por la derecha y por la izquierda.
Y, en esto, nada, que empieza a dar voces y que se levanta y tira pa´arriba.
Los rojos hacían cara. A bombazo de mano se defendían, pero nadie volvía las
costillas. Reculaban dando la cara. Saltó más gente nuestra el parapeto. Un
bombazo oportuno nos abrió paso. La posición era nuestra. Los rojos corrían,
fuego en su alma. Cayeron algunos; otros seguían. Allí acurrucados, con las
manos en la nuca, había unos prisioneros.” (Soldado del 73 Batallón de Toledo
que participó en el ataque a Loma Quemada).
A lo largo de las diferentes
entregas que se han dedicado en este blog a la batalla de Brunete, se han
recogido fundamentalmente testimonios de la lucha terrestre protagonizada por
la infantería. Pero un arma que resultó fundamental durante aquellos combates
fue la aviación. Al inicio de la ofensiva, la supremacía aérea era claramente
favorable a los republicanos (las cifras de aparatos gubernamentales
disponibles para el combate oscilan entre los 150 y los 300, dependiendo de las
fuentes consultadas), pero, desde el primer momento, Franco ordenó el envío
urgente de todas los aviones disponibles (Aviación Nacional, Aviación
Legionaria y Legión Cóndor), lo que sumaría unos 250 aparatos que, poco a poco,
se fueron haciendo con el dominio de los cielos de Brunete.
Un oficial de la aviación
franquista participante en la batalla, nos da su opinión sobre el papel jugado
por las unidades aéreas:
“Nosotros los aviadores decidimos
la batalla de Brunete. Y en esto no hay afán de polémica ni espíritu de armas.
Brunete, para los hombres del combate en superficie, fue una de las más duras
batallas de la guerra, sin duda alguna. Se combatió con heroica determinación y
se ganó por técnica, por conocimiento, por concentración de medios a tiempo y
por superioridad lograda con esfuerzo y mantenida sin fallos. Todo esto es
cierto y nadie puede discutirlo. Es más: nosotros, que vimos desde el aire
evolucionar la batalla, estamos en mejores condiciones que los mismos
protagonistas para juzgar y aplaudir su tremendo y bien dirigido esfuerzo.
No obstante, nosotros los
aviadores jugamos en Brunete un papel decisivo. Por primera vez en la historia
de nuestra guerra se enfrentaban dos masas aéreas de importancia y se obtiene
la superioridad, que no se pierde ya sino en contadas ocasiones de una manera
fugaz. Por primera vez se procede a un cambio del despliegue de los medios
aéreos en un tiempo cortísimo y con una eficacia notable. Por primera vez se
establece, completa, una infraestructura de fuego antiaéreo y de alarma en
tierra que aun hoy día constituye un ejemplo de obra bien hecha." (Oficial de la
Aviación Nacional).
Sobre el cielo de Brunete se
desarrollaron algunos de los más espectaculares episodios aéreos de la Guerra
Civil Española: duelos entre decenas de cazas, acciones nocturnas, los
terribles ataques “en cadena”, la efectividad de las barreras antiaéreas,
coordinación entre la aviación, la artillería y la infantería, la destructiva
contundencia de los bombardeos “en tapiz”, etc.
El piloto de caza republicana
Yakushin (alias “Yazikov”) recuerda la actuación de la aviación gubernamental
en Brunete:
“Eran los largos y calurosos días
de julio. El humo de los incendios y el polvo levantado por las explosiones de
los proyectiles y bombas se encontraba en la atmosfera caldeada e inmóvil,
ocultando la tierra y la bóveda celeste. De la mañana a la noche no cesaba en
el aire el rugido de los motores de aviación y el tableteo de las ráfagas de
ametralladoras. Los cazas republicanos sostenían reñidos e incesantes combates
contra la aviación fascista, protegiendo las operaciones del Ejército
Republicano en los accesos a Madrid. A los motores no les daba tiempo a
enfriarse de uno a otro vuelo. Hubo días que tuvimos que hacer de seis a ocho
salidas con no menos de tres o cuatro combates, como regla, contra fuerzas
superiores del enemigo. A pesar de la inusitada tensión de fuerzas, lo pilotos
republicanos demostraron un estoicismo y resistencia poco comunes, gestando
golpes al adversario.” (Jefe de escuadrilla de caza republicana, Mijáil Nesterovich
Yakushin).
Uno de los episodios más
sangrientos y espectaculares de la batalla de Brunete, en el que la aviación
demostró su potencial destructivo y su enorme influencia en el desarrollo de
los combates terrestres, se dio el día 25 de julio, durante los esfuerzos
franquistas por reconquistar el pueblo de Brunete. En aquella jornada, uno de
los puntos más disputados fue el cementerio del pueblo, que cambió de manos en
diferentes momentos. Muy próximo a éste, existía un pequeño bosque, la Dehesa de
Brunete, cuyo pequeño follaje fue aprovechado por los republicanos para
enmascarar a los hombres y materiales con los que pretendían iniciar un nuevo
asalto a las posiciones del cementerio. Detectada esta concentración de
fuerzas, sobre ella va a caer toda la furia destructiva de la aviación
franquista. Hoy en día, de la antigua Dehesa de Brunete, solo queda el nombre
en algunos mapas. Las bombas de la aviación consumieron el bosque entero y a
los hombres y materiales que en él se ocultaban. Un oficial de la aviación
franquista que participó en aquella acción recuerda el episodio y nos explica
la capacidad destructiva desencadenada desde el aire contra los republicanos:
"El combate en tierra fue
excepcionalmente duro. Los rojos, a pesar de nuestra total superioridad,
trataron de apoyar desde el aire sus contrataques, pero todo fue en vano,
porque no les dejamos, materialmente, ni moverse. Sus fuerzas, sin la
cooperación aérea y sometida a nuestro fuego, chocaron sin eficacia contra
nuestras unidades. Brunete fue desbordado primero por el Este, y después,
ocupado, a última hora de la tarde.
El día 25 continuó el ataque
nacional y con él la intensa acción por el fuego de nuestros aviones. Se
descubrió una gran concentración al norte de Brunete, y contra ella se
desencadenó, de golpe, todo nuestro potencial aéreo. Mientras las “cadenas”
atacaban los atrincheramientos y obras de las primeras líneas, una masa de 70
bombarderos destroza la concentración enemiga. Los resultados, visibles desde
los aviones, son impresionantes. Se registra una retirada en masa, un pánico
colectivo abandonándolo todo. La acción de los bombarderos se repite hasta tres
veces. El bosque de Brunete, donde se preparaba el contrataque rojo, es un caos
humeante en el que debe de haber miles de cuerpos inanimados, destrozados,
carbonizados. No hay reacción antiaérea. Los nacionales son dueños de las
alturas del cementerio por las que se luchó durante todo el día. La batalla de
Brunete ha terminado.
Pero no quiero desaprovechar esta
ocasión sin explicar, aunque sea someramente, lo que fue nuestro bombardeo, ya
que esto puede explicar sobradamente la aparatosa retirada roja.
En una formación en cuña, 8
bombarderos, cargados de bombas de 100 kilos, del tipo de las entonces usadas,
crean un pasillo de destrucción total de una anchura de unos 500 a 600 metros.
Dentro del pasillo, la separación de los impactos entre sí no es mayor de 80 a
90 m. Como el radio de efecto de una bomba es muy superior a la mitad de esta
cantidad, esto significa que, en el pasillo, desaparece cualquier rastro de
vida. No es de extrañar. Pues, que se fueran los rojos tras el tercer ataque…
lo admirable es que no se fueran desde el primero.” (Oficial de la Aviación
Nacional, participante en la batalla de Brunete).
Podríamos continuar con otros
muchos testimonios de la batalla de Brunete, pero creo que los recogidos hasta
aquí constituyen una buena muestra para intentar comprender lo que supuso
aquella locura. Como indicaba en la primera entrega de esta serie, no se
pretendía realizar un estudio profundo y técnico de esta importante operación
militar (quien tenga interés en ello, cuenta con abundante y muy interesante
bibliografía). Lo que se ha intentado es acercarse al aspecto más humano de
esta batalla a través de los recuerdos, las vivencias, los sentimientos e
impresiones de algunas de las personas que la vivieron y la sufrieron. Está
claro que este acercamiento, 75 años después de lo acontecido y sin haber
tenido que sufrir directamente las penalidades de aquel desastre, no deja de
ser muy limitado y superficial, pero espero que al menos haya servido como
recuerdo del infierno que se vivió aquel verano de 1937 en los mismos lugares
por los que hoy nos movemos.
“Allí no se regaló nada. Todo
hubo que arrebatarlo y disputarlo. Todo hubo que machacarlo y defenderlo a cara
de perro, hasta la misma muerte de los unos y los otros, que iban quedando
confundidos, unidos en el último dolor, sobre la tierra chamuscada y
seca.” (Soldado de la 13 División del
Ejército Nacional).
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografía 1: Soldados de la 46
D. republicana en acción ofensiva sobre la planicie de Brunete.
Fotografía 2: Puesto de ametralladoras republicano en la zona de El Mosquito.
Fotografía 3: Batería franquista en acción durante la batalla de Brunete.
Fotografía 4: Cementerio de Brunete tras los combates.
Fotografía 5: Alredeores de Brunete tras ser reconquistado por las tropas de Franco.
Fotografía 2: Puesto de ametralladoras republicano en la zona de El Mosquito.
Fotografía 3: Batería franquista en acción durante la batalla de Brunete.
Fotografía 4: Cementerio de Brunete tras los combates.
Fotografía 5: Alredeores de Brunete tras ser reconquistado por las tropas de Franco.
Enrique Castro Delgado fue un personaje relevante en el conflicto y vivió y murió en Las Rozas cuando regresó de Moscú. Mi abuelo le vendió una casa no sé si en La Marazuela o detrás de la Iglesia. Casa de esas de zonas devastadas. Para cuando un post de este personaje histórico? Gracias.
ResponderEliminarEfectivamente, Enrique Castro Delgado es un personaje relevante de la guerra civil española. Militante comunista de primera fila, fue uno de los principales artífices del Quinto Regimiento, pero acabó rompiendo con el partido y renegando de su ideología, lo que dejó plasmado en libros como "Hombres made in Moscú" (1960) o "Mi fe se perdió en Moscú" (1964).
ResponderEliminarTras la guerra pasó unos años en la URSS, donde sufriría una enorme decepción. Consiguió escapar a Méjico, donde permaneció hasta su regreso a España, poco antes de morir.
Me alegra tu comentario porque, aunque sabía que Enrique Castro había vivido sus últimos días en Las Rozas, donde falleció en enero de 1965, lo tenía prácticamente olvidado. Revisando mis archivos he encontrado la necrológica que el diario ABC dedicó al exdirigente comunista tras su muerte, donde puede leerse:
“Ayer, de madrugada, murió en su casa de Las Rozas, a causa de una dolencia cardiaca, el antiguo dirigente comunista español Enrique Castro Delgado” (ABC, 3-1-1965).
Estaría muy bien que intentases informarte, a través de tu familia, de cuál era la dirección exacta en la que vivió y murió Castro Delgado y saber si esa casa sigue existiendo. En algún sitio leí que se trataba de un hotelito, es decir, lo que hoy llamaríamos un chalet pequeño o casa unifamiliar con jardín o parcela. Si dispones de alguna otra información interesante que te apetezca compartir, puedes escribirme al correo de este blog:
blogfrentedebatalla@gmail.com
Estoy de acuerdo contigo en que la figura de Enrique Castro Delgado y su pequeña vinculación con Las Rozas mercería un artículo en este blog. Quizás, algún día me anime a ello.
Gracias y un saludo.
Hola. Busco alguna referencia a un antepasado mío, que se llamaba Antonio Barranco Medina, natural de Jaén, del bando republicano. Murió en la batalla de Brunete. Según nos contaban, en las tapias del cementerio, atravesado por la bayoneta de un moro. Para cualquier referencia o información: Email laboratorio.control@hotmail.com Gracias.
ResponderEliminar