OPERACIÓN GARABITAS
La primavera de 1937 no había comenzado bien para las tropas de Franco. A los reiterados fracasos sufridos durante los meses de invierno en su intento por conquistar Madrid, se sumaba el descalabro sufrido en el mes de marzo en Guadalajara. La capital de España se presenta como un objetivo cada vez más difícil, más inalcanzable. Madrid no cae, ni parece que vaya a caer, por lo que se decide trasladar el esfuerzo bélico a otros frentes, concretamente al norte, ordenándose el fin de todas las operaciones ofensivas en el teatro de operaciones del Centro.
Los republicanos, sin embargo, representan la otra cara de la moneda. Contra todo pronóstico, llevan cinco largos meses resistiendo los asaltos del enemigo. Han sufrido innumerables bajas y vivido muchos momentos críticos, pero Madrid, resiste. Cierto es que algunas de sus calles, desde los primeros días de noviembre, se han convertido en primera línea de fuego, que los bombardeos impactan a diario en el centro de la ciudad, que el enemigo se ha enquistado en la Universitaria, y que la amenaza sigue siendo real y constante, pero sus defensores han logrado hacer efectivo el ¡No pasarán!
Además, el material de guerra procedente de la URSS y el recién creado Ejército Popular de la República, hacen sentir a los gubernamentales que es posible tomar la iniciativa y pasar a la ofensiva. En este contexto, en el frente de Madrid, durante los primeros días de abril, se van a planificar una serie de ataques dirigidos contra las importantes posiciones nacionales del cerro de Garabitas (en la Casa de Campo) y cerro del Águila (altura clave para el control de la carretera de La Coruña). El objetivo es alejar el frente varios kilómetros de la capital, impidiendo los bombardeos con los que la artillería franquista castiga diariamente a Madrid, logrando a la vez, aislar y aniquilar a las tropas que guarnecen la Ciudad Universitaria.
Objetivo ambicioso, pero que de lograrse, significaría un importante golpe de efecto, suponiendo una victoria, no solo militar, sino también moral y propagandística. Tanto es así, que la operación es diseñada para que su esperado éxito, coincida con el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la República. ¿Que mejor manera de celebrar tan significativa fecha que logrando una sonada victoria en el emblemático frente madrileño?
Para intentar comprender el diseño de la operación y conocer el despliegue de las fuerzas que debían desarrollarla, recurrimos al trabajo de Ramón Salas Larrazabal:
“En el sector de la 6ª División se constituirían dos agrupaciones ofensivas, la primera formada por la 68ª Brigada Mixta, la de Etelvino Vega, reforzada por un batallón de ametralladoras, las milicias catalanas, los batallones primero y tercero de la 75ª Brigada Mixta y cuatro tanques.
La segunda agrupación la constituían la 2ª Brigada Mixta, los batallones segundo y cuarto de la 75ª Brigada y el primero y cuarto de la 4ª Brigada Mixta, con nueve tanques. Mandaría la agrupación el comandante Martínez de Aragón, de la 2ª Brigada. El objetivo de ambas agrupaciones sería el cerro de Garabitas.
En el sector de la 5ª División actuarían otras dos agrupaciones. La primera, al mando de Lister, formada por la 69ª Brigada Mixta, cuyo jefe era Gustavo Durán, y la 1ª bis, cuyo jefe seguía siendo Rogelio Pando. La otra agrupación, al mando de J. M. Galán, constituida por la brigada del Campesino y la 21ª Brigada, que desde el día 23 de marzo mandaba Juan de Pablo. La misión de la primera agrupación era atacar desde El Pardo, siguiendo la 69ª Brigada la orilla derecha del río y el camino de Medianil la brigada de Pando.
El Campesino y De Pablo debían conquistar el Cerro del Águila.”
(Salas Larrazabal, R. “Hª del Ejército Popular de la República”, Tomo II, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, p. 1401.).
La operación se desarrollaría entre los días 10 y 14 de abril de 1937 y, como veremos, supuso un sangriento fracaso para los republicanos. La Orden de Operaciones emitida en los primeros días de abril al II Cuerpo de Ejército, establecía como fin general:
“Ocupar el Cerro de Garabitas y el Cerro del Águila soldándose las fuerzas de la 5ª y 6ª Divisiones en la orilla derecha del Manzanares y dejando aisladas las fuerzas enemigas que guarnecen la Ciudad Universitaria.”
Para ello, establecía las siguientes misiones a las diferentes fuerzas implicadas en la operación:
La 6ª División debía de:
“Ocupar de noche y por sorpresa las alturas de la cota 650, 1.200 metros al NO del Lago de la Casa de Campo y las organizaciones enemigas de la orilla derecha del Manzanares-Puente de los Franceses.
Conquistar al amanecer las posiciones enemigas al NO del Lago de la Casa de Campo.
Conquistar el Monte de Garabitas envolviéndolo por el Oeste y fijando este objetivo por el Este y Sur hasta alcanzar la línea Puente de los Franceses-Depósitos de Aguas de la Casa de Campo-Cerro de Garabitas-Camino de la Encina de San Pedro-Plaza de las Siete Hermanas-Casa del Renegado, cubriendo bien este ataque de toda ofensiva del enemigo procedente de las tapias Oeste y Sur de la Casa de Campo, y ocupando la tapia Oeste entre la Casa de los Pinos y el arroyo de Antequina, en cuyo arroyo se soldará con las fuerzas de la 5ª División.
Presionar enérgicamente en dirección de la carretera de Extremadura, explotando todo éxito local. Fijar al enemigo por el fuego en el frente del Parque del Oeste."
La 5ª División, reforzada con las Divisiones 10ª y 11ª, debía de atacar el Cerro del Águila, para colaborar después en la toma del Garabitas, e intentar alcanzar la “Pasarela de la Muerte” sobre el Manzanares, cordón umbilical de las tropas de Franco en la Ciudad Universitaria, lo que las dejaría aisladas de sus bases de suministros y reservas.
La operación se basaba en la sorpresa que podía proporcionar actuar de noche. En este sentido, se marcaron algunas disposiciones específicas:
“Las fuerzas que hayan de actuar de noche disminuirán extraordinariamente las distancias o intervalos entre sus elementos, llevando reforzado su escalón de choque y sus flancos cubiertos con escuadras de fusileros granaderos; y las armas automáticas hacia el centro del dispositivo. En los desplazamientos nocturnos, se combatirá exclusivamente a la granada.
Con las fuerzas de maniobra marcharán equipos de tendido de línea telefónica con el fin de enlazar por este medio los puestos de Mando de aquellas con los de las Divisiones respectivas. Cuando la primera agrupación de la 6ª División ocupe las alturas de la cota 650 al NO del Lago, lanzarán una luz roja. Cuando las fuerzas de la segunda agrupación de la 6ª División conquisten las organizaciones enemigas entre los arroyos de Valdeza y Cobetillas, lanzarán una luz verde.
Cuando las fuerzas de la 5ª División ocupen la cota 660, lanzarán una luz roja; y cuando ocupen la Hermita del Marqués de Camarines, una luz verde.
Todas las fuerzas que hayan de operar durante la noche irán provistas de brazaletes o pañuelos blancos en el brazo izquierdo.”
En otro documento, se ordena también facilitar “un piquete de guías y enlaces conocedores de todos los caminos y trincheras.”
En la operación diseñada por los republicanos se daba una gran importancia a la acción de los carros, los cuales, debían desplazarse de noche a los puntos de partida, permaneciendo en un emplazamiento cubierto del fuego enemigo y fuera de la vista de la aviación, hasta que llegase el momento de actuar. Para facilitar su acción se disponía que:
“Durante la noche se procederá con toda urgencia y antes de que salga la luna a rellenar las zanjas contra tanques que existen en el subsector (…) caso de no dar lugar al relleno completo, se practicará un paso de una anchura de tres metros aproximadamente con apoyo de tablones y rollizos que ofrezcan las mayores seguridades al paso de nuestros tanques.
Igualmente, por el Grupo de Defensa y Fabricación de Artificios de Guerra del Ejército Centro, se procederá en esta noche y dentro de los mismos límites y horas, a levantar todas las minas contra tanques que existen colocadas en ese sub-sector del dispositivo automático, sin que haya necesidad de hacer la misma operación con las del dispositivo de disparo a voluntad.”
Por su parte, la Aviación, además de reconocer la zona comprendida entre las tapias de El Pardo y la tapia Sur de la Casa de Campo, y muy especialmente el interior de ésta, debía de ampliar su reconocimiento a la zona de Aravaca-Húmera-Pozuelo-Majadahonda-Las Rozas-Boadilla del Monte-Carabanchel-Getafe-Cerro Rojo y La Marañosa. Con las primeras luces del inicio de la operación, los aviones republicanos bombardearían intensamente las baterías y organizaciones del Cerro de Garabitas, así como a las fuerza de reserva que descubrieran en cualquier pueblo o itinerario en dirección a la Casa de Campo.
Los objetivos que debía batir la Artillería republicana (41 piezas según Salas Larrazabal), son tantos, que mencionarlos aquí sería excesivo. Como puede suponerse, entre los objetivos prioritarios se encuentran todas las alturas ocupadas por los nacionales, carreteras y caminos de comunicación, baterías y observatorios enemigos, etc.
En la Operación Garabitas se empleó lo más selecto del Ejército Republicano. Los comunistas, que poco a poco iban copando las altas esferas políticas y militares, quisieron ser los únicos protagonistas del que se esperaba fuera un contundente y emblemático éxito sobre los franquistas. Por ello, todas las unidades que participaron en esta operación estuvieron bajo mando comunista.
Frente a ellos, las posiciones nacionales estaban cubiertas por la 1ª División, al mando del coronel Iruretagoyena, estando el sector de la Casa de Campo defendido por la 1ª Brigada (F. Delgado Serrano), el sector de Aravaca y Cuesta de las Perdices por la 2ª Brigada (E. Losas) y la Ciudad Universitaria por la llamada Brigada de Vanguardia (J. Ríos Capapé), fuerzas a las que pronto se irían uniendo refuerzos.
La operación se inició el día 10 de abril de 1937 y, a pesar de las esperanzas que los republicanos habían depositado en ella, pronto comenzaron a hacerse palpables los malos resultados. El valor demostrado por muchas de las unidades republicanas, chocó con una tenaz resistencia de las fuerzas nacionales, que se clavaron a sus posiciones sin apenas ceder terreno. Todas las carencias y problemas que caracterizaban al bisoño Ejército Popular de la República y que, de una manera u otra, le acompañarían durante toda la guerra, se hicieron manifiestas, convirtiendo los ataques en un sangriento desgaste sin resultados significativos.
El excelente plan de fuegos establecido por los nacionales y la decidida resistencia presentada por sus tropas, frenaron una y otra vez las diferentes acometidas republicanas, que en cada nuevo intento, sufrían numerosísimas bajas, quedando las unidades seriamente diezmadas. Ante lo que empezó a percibirse como una serie de ataques suicidas, surgió el desanimo y la desconfianza entre las tropas de choque republicanas, dándose el caso de que el propio Enrique Lister, en un claro acto de insubordinación, se negase a cumplir las órdenes dadas por el general Miaja.
El día 13 de abril, las bajas republicanas se contaban por miles, sin que se hubiera logrado alcanzar ningún objetivo de importancia. El día 14, tras jornadas de combates tan salvajes como inútiles, se ordena a las unidades de choque volver a sus bases de partida y fortificar sus posiciones. La Operación Garabitas ha fracasado garrafalmente. Los mismos que esperaban convertirla en un éxito político y militar, deciden silenciar lo ocurrido. La prensa gubernativa, apenas mencionará nada al respecto, un tupido velo caerá sobre este trágico episodio.
Todas las posiciones importantes del sector siguieron en poder de las tropas de Franco. Madrid siguió presionado por un duro cerco. Las vanguardias de la Universitaria no fueron aisladas, y permanecerían en sus puestos hasta el final de la guerra. Desde la Casa de Campo, con el Garabitas como observatorio privilegiado, las baterías nacionales continuaron castigando, un día sí y otro también, las calles de la ciudad. La guerra iba a ser larga y difícil para los madrileños.
En aquel abril del 37, sobre las laderas del Garabitas, en las faldas del Cerro del Águila, en las espesuras de la Casa de Campo, en los pequeños cauces de sus arroyos… cientos de combatientes anónimos cayeron para no volver a levantarse jamás. Como siempre, contabilizar las bajas no resulta sencillo. Los partes nacionales asegurarían haber causado 8.000 muertos a los republicanos, una cifra, sin duda exagerada, pero parece aceptable la cifra de 3.000 bajas, estando el número de muertos próximo a los 1.500. Demasiadas bajas para cuatro días de combates.
El abril pasado, y de la mano del profesor Luís de Vicente Montoya, vicepresidente de
Gefrema, y que durante años ha estudiado exhaustivamente este episodio bélico, tuve ocasión de pasear por los escenarios en los que se desarrolló la Operación Garabitas. Lugares que han experimentado importantes transformaciones, pero en los que todavía es posible hacerse una idea de lo que debió vivirse allí. Divisados desde los puntos en los que se encontraban las líneas republicanas, las alturas del Garabitas y del Cerro del Águila se levantan transmitiendo aun respeto e intimidación. Imaginar lo que debió de suponer intentar asaltar estas posiciones, cuando hace más de setenta años se encontraban fuertemente fortificadas, defendidas por cientos de hombres y equipadas con docenas de armas automáticas y morteros, produce cierto estremecimiento.
Tampoco puedo dejar de pensar en los defensores de aquellos lugares cuando cayera sobre ellos toda la furia destructora de la artillería y de la aviación republicana. Cientos de kilos de metralla y trilita reventando por todas partes, convirtiendo el lugar en un mortífero infierno.
Hoy en día, tanto el Cerro del Águila (con el Club de Campo ocupando parte de su superficie) como el Garabitas, son agradables zonas de recreo. La vegetación, destruida durante la guerra, tras diversas repoblaciones, vuelve a cubrir las lomas y vaguadas en las que se combatió aquel mes de abril de 1937. Aquí y allá, desperdigados por el paisaje, aun es posible toparse con algún viejo vestigio bélico (atrincheramientos, muros aspillados, ruinas de fortines…), muchos de ellos, posteriores a los sucesos que aquí se narran, pero enormemente sugerentes e interesantes para todos los interesados en la guerra civil en Madrid.
Son muchos los campos de batalla que he tenido ocasión de visitar. A pesar del tiempo transcurrido, de los grandes cambios que muchos de ellos han experimentado, y de la suerte que tengo por no haber tenido que vivir la locura que se desarrolló en aquellos lugares, todos ellos me transmiten un fuerte coctel de impresiones, emociones y sentimientos. El día que Luís de Vicente me guió por algunas de las zonas en las que se combatió durante la Operación Garabitas no fue una excepción, y al recordarlo, me viene a la cabeza algo que Arturo Pérez Reverte escribió en alguna ocasión:
“…la visita a un antiguo campo de batalla puede ser mala o buena, según quién te guíe por él. Si dejamos a un lado la demagogia patriotera barata y la otra demagogia estúpida que se niega a aceptar que la Historia y la condición humana están llenas de tantas luces como ángulos en sombra, un lugar así puede convertirse, para las generaciones jóvenes, en una excelente escuela de lucidez y tolerancia.” (A. P. R. )
Me parece una reflexión muy acertada.
JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ
Fotografías: El Cerro de Garabitas y el Cerro del Águila vistos desde lo que fueron posiciones republicanas (abril de 2010, JMCM).
Documentación procedente del AGMA. Agradecimiento especial a Luís de Vicente Montoya.