sábado, 1 de diciembre de 2012

122) ¡Brunete! (5ª parte)







¡BRUNETE! (QUINTA PARTE)

Con esta quinta entrega (a la que seguirá un pequeño epílogo) se pone fin a la recopilación de testimonios con los que se ha querido rememorar en este blog el 75º aniversario de la batalla de Brunete. Va aquí una última selección de testimonios orales pertenecientes a algunos de los combatientes que tuvieron que sufrir el infierno de Brunete. Una miscelánea de recuerdos, imágenes, emociones y sentimientos con los que acercarse a aquella trágica batalla.

 Muchos de estos testimonios están cuajados de descripciones apocalípticas y dantescas. Un ejemplo lo encontramos en los recuerdos de un alférez provisional del 191 Batallón, cuya compañía fue unida a la Agrupación Álvarez Entrena. Este soldado del ejército franquista describe el impresionante espectáculo de los incendios que, por todas partes, azotaban las construcciones, los secanos y los pequeños bosques de encinas, pinos y retamas durante la batalla:

“El espectáculo de los valles del Guadarrama y del Aulencia era dantesco, sin hipérbole. Desde mi punto de vista se podía apreciar en toda su magnitud un incendio de cosecha como, de seguro, no recordaban otro lo más viejos de la comarca. Los trigos, maduros ya para la recolección, ardían como yescas en la noche caliente. Ardía el monte por todas partes, y de alguno de los pueblos se elevaban llamas altas que consumían los humildes enseres, las viejas vigas de madera y las pobres techumbres. La artillería acompañaba el desastre con sus medias descargas de Grupo, y, por si fuera poco, a intervalos irregulares, unos misteriosos aviones sembraban pasillos de bombas incendiarias que levantaban brillantes fogonazos y obscuras nubes de humo cuyo pardo vientre se iluminaba de rojo con aquella siniestra traca.” (Alférez provisional del 191 Batallón de Infantería).

El testimonio de uno de los soldados que formaban parte de la guarnición franquista de Quijorna va en la misma línea:

“Con los nervios en tensión terminábamos un día de continuo luchar, de aguantar la lluvia de metralla que nos habían enviado y teníamos a nuestros pies a muchos de nuestros mejores camaradas muertos; otros habían sido heridos y retirados sin saber nada de sus suerte.
 Además, la noche era dantesca: había incendios por todos los sitios; fuego en los Llanos, en Villanueva de la Cañada y en Quijorna; para colmo, quizá por efecto de las botellas de gasolina y bombas de mano, el fuego estaba destruyendo la cosecha de cereales; había empezado muy cerca del cementerio, en unas hierbas secas, y se estaba extendiendo hacia Brunete; el resplandor de los mismos iluminaba muchos lugares que parecían en pleno día. Y lo peor era que no había forma de combatirlo.” (Soldado franquista perteneciente a la guarnición de Quijorna).

Entre los días 11 y 12 de julio, la ofensiva republicana está agotada. Las unidades van adoptando una actitud defensiva, iniciándose una especie de compás de espera. No cesa el forcejeo, y la lucha seguirá siendo intensa y dura en diferentes puntos, pero los combates bajan de intensidad. Una pequeña calma que precede a la tempestad que pronto va a desatarse nuevamente. Esta vez, serán las tropas franquistas quienes tomen la iniciativa y, aprovechando la enorme concentración de fuerzas  y el evidente castigo que ha sufrido su oponente, se decida a una potente contraofensiva que supondrá un nuevo choque de terrible desgaste. Un violento pulso en el que se logrará recuperar alguna de las posiciones perdidas, pero que terminará siendo frenada por la capacidad de resistencia mostrada por los republicanos. En la anterior entrega de esta serie, se recogían testimonios de los frustrados intentos franquistas por recuperar la Loma Fortificada, incluimos aquí los recuerdos de un suboficial de la IV Brigada de Navarra que participó en el fallido intento de reconquistar el vértice Llanos:

“Amanecía. La mole que teníamos enfrente aparecía más imponente a la luz del día. Por allí había casi que trepar. Seguro que estaba erizado de armas. De armas de un tiro mortal. Había que aprovechar las zonas cubiertas, las desenfiladas (…) Los chicos no se movían. Los rojos tampoco daban señales de vida. Pasaba el tiempo, lento pero implacable. Me dolían los codos, que tenía apoyados en el suelo. Al cambiar de postura, mi cantimplora tocó una piedra. Fue un sonido casi imperceptible, pero todos los muchachos volvieron sus caras hacia mí. Había un serio reproche en la mayor parte de los ojos. Uno se llevó a los labios el dedo índice.
A las siete empezó el baile. ¡Y qué baile, Dios mío! Sobre nuestras cabezas volaban innumerables proyectiles que se iban a estrellar  contra la mole de enfrente. Caían las descargas de los grupos, cerradas, brutales, machacando los árboles, haciendo volar rocas, removiendo las entrañas de la tierra. El estruendo era absolutamente pavoroso. La aguja de mi reloj se movía a saltos, con nervios. Tragué saliva. Íbamos a empezar. El cerro parecía que se cuarteaba. Bramaba el suelo. La aguja de los segundo saltaba implacable. Era una preparación violenta y corta. Violentísima. ¿Quedaría alguien allí? Seguía el cañoneo. Eran nueve baterías para poco más de un kilómetro de frente; tocaban a cien metros por batería, a unos veinticinco o treinta metros por cada cañón. No estaba mal.
De pronto, la aviación. Las bombas levantaban verdaderos surtidores de piedra y tierra que silbaban como proyectiles en todas las direcciones. El reloj seguía su marcha implacable. Empecé a rezar (…) Mucho ruido… tenía la boca seca, pero no me atrevía a moverme.
(…) La primera línea de trincheras hubo que tomarla a bombazo de mano. Es dura esta guerra de cerca. Cogimos unos prisioneros y los enviamos al teniente coronel. Cerca de mí presencié el asalto de otra compañía de mi Batallón. Una verdadera carnicería, que permaneció indecisa hasta que el comandante reforzó a los atacantes. Se llegó al uso del arma blanca. Se pinchaban como salvajes. Seguimos el avance entre los restos del bosque (…) En un subelemento de resistencia había media docena de cadáveres o, mejor dicho, de restos humanos. Un impacto directo de artillería. El pequeño cráter de la explosión estaba en el centro de la obra y los había destrozado a todos.
Más adelante vi las huellas del paso de los aviones. Los profundos embudos que rompían la línea de trincheras, la desolación de la muerte. Poco había quedado; la destrucción era completa. Seguimos. El capitán tiraba de nosotros sin descanso, estábamos lejos todavía del reborde que teníamos que ocupar.” (Suboficial de la IV Brigada de Navarra).

La conocida como Loma Quemada, y otras alturas al sureste del pueblo de Brunete, también serán atacadas por las tropas franquistas. Rodimtsev (alias “Pablito”, consejero de Enrique Lister), que se encontraba en aquél momento en el puesto de mando de la 9ª BM, encargada de defender ese sector, nos proporciona detalles de aquél episodio bélico:

“A las tres de la madrugada nos despertó un intenso tiroteo. El jefe de la brigada se orientó al instante:
-Atacan la cota 670.
Quiso llamar al cuarto batallón que defendía la cota, pero no había comunicación. Inmediatamente se dio la alarma y se puso en pie a los otros batallones en cuyos sectores aun había tranquilidad. Todos se dispusieron para el combate. Media hora después, tambaleándose, llegó al puesto de mando un oficial del cuarto batallón. Apenas se tenía en pie, llevaba una herida en la cabeza y por el lado izquierdo le manaba sangre. Antes de perder el conocimiento informó de que durante la noche había penetrado en la altura más de un batallón de infantería. Armados de cuchillos y granadas de mano, habían liquidado en silencio a las avanzadillas y penetrado en las trincheras. El jefe del batallón había resultado muerto junto con casi toda su plana mayor.” (Alexander Ilich Rodimtsev).

Los combates por recuperar Loma Quemada, son recordados también por un soldado franquista del 73 Batallón de Toledo que participó en el asalto a la posición. En este testimonio, se hace mención al cabo de infantería Tristán Pérez Romero, que fue el primero en lanzarse a la conquista de la posición arrastrando tras él al resto de sus compañeros, y que perdería la vida en dicha acción, recibiendo la laureada a título póstumo:

“Empezaba a amanecer. Corría un relente fresco, entre el olor a muerto, venían ramalazos de olor a paja quemada y, también a veces, como a hierba humedecida por el rocío de la mañana. Pero seguía el olor de siempre. El viento es libre y traía el olor de tierra más allá del frente. Una descarga de artillería. Era el 105. Las cuatro explosiones rasgaron, poco después, las sombras en algún lugar allá de nuestro horizonte. Otra descarga, más a la derecha, y luego muchas, de muchos cañones. Sobretodo del 75, que lo conocíamos bien. Olía a azufre. La loma enemiga que teníamos enfrente se destacaba sobre un fondo cárdeno como una puesta de sol. La loma se quedaba en la sombra y parecía enorme. ¿Cómo íbamos a subir allí? Si el enemigo tiraba nos pararía en seco. No habría manera (…) Nos subimos al parapeto. La loma de enfrente era ahora como un volcán. Echaba fuego, pero era de los cañones nuestros (…) Corrí. A mi lado iban los otros. Detrás de mi oía gritos también. Yo grité (gritar quita el miedo). Pero no había miedo. Ya había solo prisa. El Tristán estaba ya subiendo la loma. Vi que la gente se retrancaba. Caían algunos que otros. Llegué donde Tristán. Estábamos en un repliegue pequeño que nos cubría de los tiros de fusil por la derecha y por la izquierda. Y, en esto, nada, que empieza a dar voces y que se levanta y tira pa´arriba. Los rojos hacían cara. A bombazo de mano se defendían, pero nadie volvía las costillas. Reculaban dando la cara. Saltó más gente nuestra el parapeto. Un bombazo oportuno nos abrió paso. La posición era nuestra. Los rojos corrían, fuego en su alma. Cayeron algunos; otros seguían. Allí acurrucados, con las manos en la nuca, había unos prisioneros.” (Soldado del 73 Batallón de Toledo que participó en el ataque a Loma Quemada).

A lo largo de las diferentes entregas que se han dedicado en este blog a la batalla de Brunete, se han recogido fundamentalmente testimonios de la lucha terrestre protagonizada por la infantería. Pero un arma que resultó fundamental durante aquellos combates fue la aviación. Al inicio de la ofensiva, la supremacía aérea era claramente favorable a los republicanos (las cifras de aparatos gubernamentales disponibles para el combate oscilan entre los 150 y los 300, dependiendo de las fuentes consultadas), pero, desde el primer momento, Franco ordenó el envío urgente de todas los aviones disponibles (Aviación Nacional, Aviación Legionaria y Legión Cóndor), lo que sumaría unos 250 aparatos que, poco a poco, se fueron haciendo con el dominio de los cielos de Brunete.

Un oficial de la aviación franquista participante en la batalla, nos da su opinión sobre el papel jugado por las unidades aéreas:

“Nosotros los aviadores decidimos la batalla de Brunete. Y en esto no hay afán de polémica ni espíritu de armas. Brunete, para los hombres del combate en superficie, fue una de las más duras batallas de la guerra, sin duda alguna. Se combatió con heroica determinación y se ganó por técnica, por conocimiento, por concentración de medios a tiempo y por superioridad lograda con esfuerzo y mantenida sin fallos. Todo esto es cierto y nadie puede discutirlo. Es más: nosotros, que vimos desde el aire evolucionar la batalla, estamos en mejores condiciones que los mismos protagonistas para juzgar y aplaudir su tremendo y bien dirigido esfuerzo.
No obstante, nosotros los aviadores jugamos en Brunete un papel decisivo. Por primera vez en la historia de nuestra guerra se enfrentaban dos masas aéreas de importancia y se obtiene la superioridad, que no se pierde ya sino en contadas ocasiones de una manera fugaz. Por primera vez se procede a un cambio del despliegue de los medios aéreos en un tiempo cortísimo y con una eficacia notable. Por primera vez se establece, completa, una infraestructura de fuego antiaéreo y de alarma en tierra que aun hoy día constituye un ejemplo de obra bien hecha." (Oficial de la Aviación Nacional).

Sobre el cielo de Brunete se desarrollaron algunos de los más espectaculares episodios aéreos de la Guerra Civil Española: duelos entre decenas de cazas, acciones nocturnas, los terribles ataques “en cadena”, la efectividad de las barreras antiaéreas, coordinación entre la aviación, la artillería y la infantería, la destructiva contundencia de los bombardeos “en tapiz”, etc.

El piloto de caza republicana Yakushin (alias “Yazikov”) recuerda la actuación de la aviación gubernamental en Brunete:

“Eran los largos y calurosos días de julio. El humo de los incendios y el polvo levantado por las explosiones de los proyectiles y bombas se encontraba en la atmosfera caldeada e inmóvil, ocultando la tierra y la bóveda celeste. De la mañana a la noche no cesaba en el aire el rugido de los motores de aviación y el tableteo de las ráfagas de ametralladoras. Los cazas republicanos sostenían reñidos e incesantes combates contra la aviación fascista, protegiendo las operaciones del Ejército Republicano en los accesos a Madrid. A los motores no les daba tiempo a enfriarse de uno a otro vuelo. Hubo días que tuvimos que hacer de seis a ocho salidas con no menos de tres o cuatro combates, como regla, contra fuerzas superiores del enemigo. A pesar de la inusitada tensión de fuerzas, lo pilotos republicanos demostraron un estoicismo y resistencia poco comunes, gestando golpes al adversario.” (Jefe de escuadrilla de caza republicana, Mijáil Nesterovich Yakushin).

Uno de los episodios más sangrientos y espectaculares de la batalla de Brunete, en el que la aviación demostró su potencial destructivo y su enorme influencia en el desarrollo de los combates terrestres, se dio el día 25 de julio, durante los esfuerzos franquistas por reconquistar el pueblo de Brunete. En aquella jornada, uno de los puntos más disputados fue el cementerio del pueblo, que cambió de manos en diferentes momentos. Muy próximo a éste, existía un pequeño bosque, la Dehesa de Brunete, cuyo pequeño follaje fue aprovechado por los republicanos para enmascarar a los hombres y materiales con los que pretendían iniciar un nuevo asalto a las posiciones del cementerio. Detectada esta concentración de fuerzas, sobre ella va a caer toda la furia destructiva de la aviación franquista. Hoy en día, de la antigua Dehesa de Brunete, solo queda el nombre en algunos mapas. Las bombas de la aviación consumieron el bosque entero y a los hombres y materiales que en él se ocultaban. Un oficial de la aviación franquista que participó en aquella acción recuerda el episodio y nos explica la capacidad destructiva desencadenada desde el aire contra los republicanos:

"El combate en tierra fue excepcionalmente duro. Los rojos, a pesar de nuestra total superioridad, trataron de apoyar desde el aire sus contrataques, pero todo fue en vano, porque no les dejamos, materialmente, ni moverse. Sus fuerzas, sin la cooperación aérea y sometida a nuestro fuego, chocaron sin eficacia contra nuestras unidades. Brunete fue desbordado primero por el Este, y después, ocupado, a última hora de la tarde.
El día 25 continuó el ataque nacional y con él la intensa acción por el fuego de nuestros aviones. Se descubrió una gran concentración al norte de Brunete, y contra ella se desencadenó, de golpe, todo nuestro potencial aéreo. Mientras las “cadenas” atacaban los atrincheramientos y obras de las primeras líneas, una masa de 70 bombarderos destroza la concentración enemiga. Los resultados, visibles desde los aviones, son impresionantes. Se registra una retirada en masa, un pánico colectivo abandonándolo todo. La acción de los bombarderos se repite hasta tres veces. El bosque de Brunete, donde se preparaba el contrataque rojo, es un caos humeante en el que debe de haber miles de cuerpos inanimados, destrozados, carbonizados. No hay reacción antiaérea. Los nacionales son dueños de las alturas del cementerio por las que se luchó durante todo el día. La batalla de Brunete ha terminado.
Pero no quiero desaprovechar esta ocasión sin explicar, aunque sea someramente, lo que fue nuestro bombardeo, ya que esto puede explicar sobradamente la aparatosa retirada roja.
En una formación en cuña, 8 bombarderos, cargados de bombas de 100 kilos, del tipo de las entonces usadas, crean un pasillo de destrucción total de una anchura de unos 500 a 600 metros. Dentro del pasillo, la separación de los impactos entre sí no es mayor de 80 a 90 m. Como el radio de efecto de una bomba es muy superior a la mitad de esta cantidad, esto significa que, en el pasillo, desaparece cualquier rastro de vida. No es de extrañar. Pues, que se fueran los rojos tras el tercer ataque… lo admirable es que no se fueran desde el primero.” (Oficial de la Aviación Nacional, participante en la batalla de Brunete).

Podríamos continuar con otros muchos testimonios de la batalla de Brunete, pero creo que los recogidos hasta aquí constituyen una buena muestra para intentar comprender lo que supuso aquella locura. Como indicaba en la primera entrega de esta serie, no se pretendía realizar un estudio profundo y técnico de esta importante operación militar (quien tenga interés en ello, cuenta con abundante y muy interesante bibliografía). Lo que se ha intentado es acercarse al aspecto más humano de esta batalla a través de los recuerdos, las vivencias, los sentimientos e impresiones de algunas de las personas que la vivieron y la sufrieron. Está claro que este acercamiento, 75 años después de lo acontecido y sin haber tenido que sufrir directamente las penalidades de aquel desastre, no deja de ser muy limitado y superficial, pero espero que al menos haya servido como recuerdo del infierno que se vivió aquel verano de 1937 en los mismos lugares por los que hoy nos movemos.

“Allí no se regaló nada. Todo hubo que arrebatarlo y disputarlo. Todo hubo que machacarlo y defenderlo a cara de perro, hasta la misma muerte de los unos y los otros, que iban quedando confundidos, unidos en el último dolor, sobre la tierra chamuscada y seca.”  (Soldado de la 13 División del Ejército Nacional).

 JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1: Soldados de la 46 D. republicana en acción ofensiva sobre la planicie de Brunete.
Fotografía 2: Puesto de ametralladoras republicano en la zona de El Mosquito.
Fotografía 3: Batería franquista en acción durante la batalla de Brunete.
Fotografía 4: Cementerio de Brunete tras los combates.
Fotografía 5: Alredeores de Brunete tras ser  reconquistado por las tropas de Franco.