lunes, 27 de septiembre de 2010

94) Operación Garabitas (testimonios)





OPERACIÓN GARABITAS (TESTIMONIOS)

La anterior entrada de este blog estaba dedicada a la “Operación Garabitas” , desencadenada por los republicanos en abril de 1937. Hoy, reproducimos los testimonios de dos soldados republicanos que participaron en aquellos combates. Estos testimonios me fueron proporcionados por Luís de Vicente Montoya, vicepresidente de Gefrema, y me ha parecido interesante compartirlos con los lectores y lectoras de este blog.

El primer relato pertenece a Ramón Parra Quevedo, combatiente de la 69 Brigada Mixta, que llegó al frente cuando los combates estaban en pleno apogeo. Ramón Parra, recordaba muchos años después la sobrecogedora impresión que le produjo el recorrido hacia la primera línea de fuego:

“Antes de llegar a Puerta de Hierro había un puente en construcción, que por encima pasaba una amplia avenida y por debajo tenía una anchura de 20 metros por más del doble de largo, ya que allí había en las camillas más de cien heridos y otros tantos semisentados. Supongo que entre los que estaban en camillas habría muertos y los camiones y ambulancias con muertos y heridos no dejaban de cargar.

Aquel espectáculo nos dejó la moral por los suelos, pues además estábamos oyendo el estruendo del combate muy cerca de allí.

Fuimos cruzando el puente en fila india y a unos 500 metros pasamos por Puerta de Hierro, para desde allí mismo, avanzar por una zanja de evacuación de más de un metro de ancho y más de dos metros de profundidad, por donde el trasiego de soldados en ambos sentidos no cesaba.

Para el frente íbamos nosotros cargados con armas y equipo, para fuera una columna interminable de combatientes, todos con vendajes, señales de una primera cura. Esos, los mejores que podían ir solos. Los demás en camillas, piltrafas humanas, hombres mutilados o moribundos.

La anchura de la zanja no permitía cruzarnos con holgura, por lo que a veces al cruzarnos con los heridos nos manchábamos con su sangre. Mientras tanto, el estruendo no cesaba. Un hervor constante de máquinas automáticas y grandes explosiones que cada vez notábamos más cerca. No nos hablábamos unos a otros, pero nuestro silencio era bien elocuente, ¿a donde nos llevaban?, ¿íbamos a entrar en combate en pleno día y sin aviación? Nada sabíamos, solo que estábamos muy cerca.

Cruzamos el Manzanares por un puente de madera, que tendría un metro de ancho, tendido muy cerca del agua y que se balanceaba a nuestro paso. Y nada más pasar el río la tapia del Pardo, o mejor dicho, ya la Casa de Campo, a la que pasamos por un boquete abierto en dicha tapia.

Pasados ya a la Casa de Campo, nos fuimos quedando quietos dentro de la zanja que allí era todavía más honda, y a pesar de ello, pronto tuvimos muertos por disparos a la cabeza a pesar del casco.

Y es que el enemigo nos dominaba desde el Cerro de Garabitas donde tenía su artillería en plataformas de acero que, machacaban Madrid y a nosotros. Los disparos que nos metían dentro de la trinchera eran producidos por tiradores colocados en los árboles, pues parece que en algún caso, le habían hecho caer con nuestras armas. No se podía sacar la cabeza pero supimos que el enemigo estaba a menos de cien metros y entre ellos y nosotros solo había un campo de juego, creo que el Campo de Polo, y al fondo las posiciones enemigas, en unas edificaciones casi destruidas que debían ser del propio campo de juego (…)

El segundo testimonio pertenece a Gabriel Fernández Paniagua, soldado de la 2ª Brigada Mixta. Su unidad recibe la orden de ocupar las primeras cotas de la Casa de Campo, objetivos previos antes de poder lanzarse al asalto del Garabitas. Consiguen ocupar el primero de estos cerros, pero fracasarían ante el segundo y más importante objetivo, el “Cerro del Piñonero”. Gabriel Fernández, en su testimonio, recuerda también la muerte en combate del comandante Jesús Martínez de Aragón, jefe de la 2ª agrupación de la 6ª División republicana que participó en la “Operación Garabitas”.

"En abril acuartelaron a la 2ª Brigada en el pueblo de Fuencarral en un Sanatorio Antituberculoso que estaba en la carretera que iba hacia Colmenar, allí estuvimos varios días. Después nos trasladaron en camiones a la Plaza de España. Nuestro batallón fue a unas escuelas que estaban en la misma acera que la Torre de Madrid (más tarde fue la Escuela de Comercio) donde permanecimos dos o tres días.

En la Plaza de España estaba una batería de artillería, que junto a otra que estaba en la zona de El Viso, en un lugar llamado Las Cuarenta Fanegas, eran las que bombardeaban la Casa de Campo y el cerro de Garabitas.

Desde allí bajamos andando hacia la Casa de Campo por la Cuesta de San Vicente. Cruzamos el río Manzanares por el Puente del Rey, o por el Puente de la Reina Victoria, no recuerdo bien, y fuimos a parar cerca de la colonia de hotelitos de los “Tranviarios”, que es ahora Colonia del Manzanares, y luego creo que pasamos al parque por un hueco de la tapia.

La posición que atacamos era un cerro próximo a la colonia, desde donde se veía a lo lejos el ferrocarril y el Puente de los Franceses. En el ataque nos ayudaba nuestra artillería, aunque no llevábamos tanques. En el cerro silbaban las balas y teníamos que pegarnos al suelo que estaba lleno de agua porque había llovido el día anterior. Desde lo alto de ese cerro veíamos las posiciones del enemigo, que estaban próximas sobre otro cerro. Hubo descargas muy fuertes de la artillería nacional, que causaron muchas bajas entre los nuestros.

La compañía en la que iba el comandante Jesús Martínez de Aragón atacaba cerca del Puente de los Franceses, por la falda de la vía del ferrocarril, que hace un poco de cuesta. El comandante estaba arengando a los soldados para que avanzasen, y en la arenga le metieron un balazo por la boca, y allí quedó. El comandante de nuestro batallón, un tal Gallego cogió el mando de la Brigada.”

Dos testimonios interesantes sobre el frustrado ataque republicano contra el Garabitas y el Cerro del Águila. Lejanos días en los que el frente de Madrid chorreaba sangre y metralla.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografía 1) Puente-Estación de la Fuente de las Damas, perteneciente al conjunto de infraestructuras diseñadas por el ingeniero Eduardo Torroja en 1932 para las comunicaciones de la Ciudad Universitaria. Durante la “Operación Garabitas” fue utilizado como puesto de evacuación de heridos de la 69 Brigada Mixta y es el que recoge Ramón Parra Quevedo en su testimonio (abril 2010, JMCM).

Fotografía 2) Cauce del Manzanares que, a través de pequeñas pasarelas de madera, fue cruzado por los republicanos en la “Operación Garabitas” (abril 2010, JMCM).

Fotografía 3) Cerro del Piñonero, posición nacional en la Casa de Campo que los republicanos no lograron ocupar y a la que se refiere Gabriel Fernández Paniagua en su testimonio (abril 2010, JMCM).

Agradecimiento especial a Luís de Vicente Montoya.

jueves, 16 de septiembre de 2010

93) Operación Garabitas


OPERACIÓN GARABITAS

La primavera de 1937 no había comenzado bien para las tropas de Franco. A los reiterados fracasos sufridos durante los meses de invierno en su intento por conquistar Madrid, se sumaba el descalabro sufrido en el mes de marzo en Guadalajara. La capital de España se presenta como un objetivo cada vez más difícil, más inalcanzable. Madrid no cae, ni parece que vaya a caer, por lo que se decide trasladar el esfuerzo bélico a otros frentes, concretamente al norte, ordenándose el fin de todas las operaciones ofensivas en el teatro de operaciones del Centro.

Los republicanos, sin embargo, representan la otra cara de la moneda. Contra todo pronóstico, llevan cinco largos meses resistiendo los asaltos del enemigo. Han sufrido innumerables bajas y vivido muchos momentos críticos, pero Madrid, resiste. Cierto es que algunas de sus calles, desde los primeros días de noviembre, se han convertido en primera línea de fuego, que los bombardeos impactan a diario en el centro de la ciudad, que el enemigo se ha enquistado en la Universitaria, y que la amenaza sigue siendo real y constante, pero sus defensores han logrado hacer efectivo el ¡No pasarán!

Además, el material de guerra procedente de la URSS y el recién creado Ejército Popular de la República, hacen sentir a los gubernamentales que es posible tomar la iniciativa y pasar a la ofensiva. En este contexto, en el frente de Madrid, durante los primeros días de abril, se van a planificar una serie de ataques dirigidos contra las importantes posiciones nacionales del cerro de Garabitas (en la Casa de Campo) y cerro del Águila (altura clave para el control de la carretera de La Coruña). El objetivo es alejar el frente varios kilómetros de la capital, impidiendo los bombardeos con los que la artillería franquista castiga diariamente a Madrid, logrando a la vez, aislar y aniquilar a las tropas que guarnecen la Ciudad Universitaria.

Objetivo ambicioso, pero que de lograrse, significaría un importante golpe de efecto, suponiendo una victoria, no solo militar, sino también moral y propagandística. Tanto es así, que la operación es diseñada para que su esperado éxito, coincida con el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la República. ¿Que mejor manera de celebrar tan significativa fecha que logrando una sonada victoria en el emblemático frente madrileño?

Para intentar comprender el diseño de la operación y conocer el despliegue de las fuerzas que debían desarrollarla, recurrimos al trabajo de Ramón Salas Larrazabal:

“En el sector de la 6ª División se constituirían dos agrupaciones ofensivas, la primera formada por la 68ª Brigada Mixta, la de Etelvino Vega, reforzada por un batallón de ametralladoras, las milicias catalanas, los batallones primero y tercero de la 75ª Brigada Mixta y cuatro tanques.

La segunda agrupación la constituían la 2ª Brigada Mixta, los batallones segundo y cuarto de la 75ª Brigada y el primero y cuarto de la 4ª Brigada Mixta, con nueve tanques. Mandaría la agrupación el comandante Martínez de Aragón, de la 2ª Brigada. El objetivo de ambas agrupaciones sería el cerro de Garabitas.

En el sector de la 5ª División actuarían otras dos agrupaciones. La primera, al mando de Lister, formada por la 69ª Brigada Mixta, cuyo jefe era Gustavo Durán, y la 1ª bis, cuyo jefe seguía siendo Rogelio Pando. La otra agrupación, al mando de J. M. Galán, constituida por la brigada del Campesino y la 21ª Brigada, que desde el día 23 de marzo mandaba Juan de Pablo. La misión de la primera agrupación era atacar desde El Pardo, siguiendo la 69ª Brigada la orilla derecha del río y el camino de Medianil la brigada de Pando.

El Campesino y De Pablo debían conquistar el Cerro del Águila.”
(Salas Larrazabal, R. “Hª del Ejército Popular de la República”, Tomo II, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006, p. 1401.).

La operación se desarrollaría entre los días 10 y 14 de abril de 1937 y, como veremos, supuso un sangriento fracaso para los republicanos. La Orden de Operaciones emitida en los primeros días de abril al II Cuerpo de Ejército, establecía como fin general:

“Ocupar el Cerro de Garabitas y el Cerro del Águila soldándose las fuerzas de la 5ª y 6ª Divisiones en la orilla derecha del Manzanares y dejando aisladas las fuerzas enemigas que guarnecen la Ciudad Universitaria.”

Para ello, establecía las siguientes misiones a las diferentes fuerzas implicadas en la operación:

La 6ª División debía de:

“Ocupar de noche y por sorpresa las alturas de la cota 650, 1.200 metros al NO del Lago de la Casa de Campo y las organizaciones enemigas de la orilla derecha del Manzanares-Puente de los Franceses.

Conquistar al amanecer las posiciones enemigas al NO del Lago de la Casa de Campo.

Conquistar el Monte de Garabitas envolviéndolo por el Oeste y fijando este objetivo por el Este y Sur hasta alcanzar la línea Puente de los Franceses-Depósitos de Aguas de la Casa de Campo-Cerro de Garabitas-Camino de la Encina de San Pedro-Plaza de las Siete Hermanas-Casa del Renegado, cubriendo bien este ataque de toda ofensiva del enemigo procedente de las tapias Oeste y Sur de la Casa de Campo, y ocupando la tapia Oeste entre la Casa de los Pinos y el arroyo de Antequina, en cuyo arroyo se soldará con las fuerzas de la 5ª División.

Presionar enérgicamente en dirección de la carretera de Extremadura, explotando todo éxito local. Fijar al enemigo por el fuego en el frente del Parque del Oeste."

La 5ª División, reforzada con las Divisiones 10ª y 11ª, debía de atacar el Cerro del Águila, para colaborar después en la toma del Garabitas, e intentar alcanzar la “Pasarela de la Muerte” sobre el Manzanares, cordón umbilical de las tropas de Franco en la Ciudad Universitaria, lo que las dejaría aisladas de sus bases de suministros y reservas.

La operación se basaba en la sorpresa que podía proporcionar actuar de noche. En este sentido, se marcaron algunas disposiciones específicas:

“Las fuerzas que hayan de actuar de noche disminuirán extraordinariamente las distancias o intervalos entre sus elementos, llevando reforzado su escalón de choque y sus flancos cubiertos con escuadras de fusileros granaderos; y las armas automáticas hacia el centro del dispositivo. En los desplazamientos nocturnos, se combatirá exclusivamente a la granada.

Con las fuerzas de maniobra marcharán equipos de tendido de línea telefónica con el fin de enlazar por este medio los puestos de Mando de aquellas con los de las Divisiones respectivas. Cuando la primera agrupación de la 6ª División ocupe las alturas de la cota 650 al NO del Lago, lanzarán una luz roja. Cuando las fuerzas de la segunda agrupación de la 6ª División conquisten las organizaciones enemigas entre los arroyos de Valdeza y Cobetillas, lanzarán una luz verde.

Cuando las fuerzas de la 5ª División ocupen la cota 660, lanzarán una luz roja; y cuando ocupen la Hermita del Marqués de Camarines, una luz verde.

Todas las fuerzas que hayan de operar durante la noche irán provistas de brazaletes o pañuelos blancos en el brazo izquierdo.”

En otro documento, se ordena también facilitar “un piquete de guías y enlaces conocedores de todos los caminos y trincheras.”

En la operación diseñada por los republicanos se daba una gran importancia a la acción de los carros, los cuales, debían desplazarse de noche a los puntos de partida, permaneciendo en un emplazamiento cubierto del fuego enemigo y fuera de la vista de la aviación, hasta que llegase el momento de actuar. Para facilitar su acción se disponía que:

“Durante la noche se procederá con toda urgencia y antes de que salga la luna a rellenar las zanjas contra tanques que existen en el subsector (…) caso de no dar lugar al relleno completo, se practicará un paso de una anchura de tres metros aproximadamente con apoyo de tablones y rollizos que ofrezcan las mayores seguridades al paso de nuestros tanques.

Igualmente, por el Grupo de Defensa y Fabricación de Artificios de Guerra del Ejército Centro, se procederá en esta noche y dentro de los mismos límites y horas, a levantar todas las minas contra tanques que existen colocadas en ese sub-sector del dispositivo automático, sin que haya necesidad de hacer la misma operación con las del dispositivo de disparo a voluntad.”

Por su parte, la Aviación, además de reconocer la zona comprendida entre las tapias de El Pardo y la tapia Sur de la Casa de Campo, y muy especialmente el interior de ésta, debía de ampliar su reconocimiento a la zona de Aravaca-Húmera-Pozuelo-Majadahonda-Las Rozas-Boadilla del Monte-Carabanchel-Getafe-Cerro Rojo y La Marañosa. Con las primeras luces del inicio de la operación, los aviones republicanos bombardearían intensamente las baterías y organizaciones del Cerro de Garabitas, así como a las fuerza de reserva que descubrieran en cualquier pueblo o itinerario en dirección a la Casa de Campo.

Los objetivos que debía batir la Artillería republicana (41 piezas según Salas Larrazabal), son tantos, que mencionarlos aquí sería excesivo. Como puede suponerse, entre los objetivos prioritarios se encuentran todas las alturas ocupadas por los nacionales, carreteras y caminos de comunicación, baterías y observatorios enemigos, etc.

En la Operación Garabitas se empleó lo más selecto del Ejército Republicano. Los comunistas, que poco a poco iban copando las altas esferas políticas y militares, quisieron ser los únicos protagonistas del que se esperaba fuera un contundente y emblemático éxito sobre los franquistas. Por ello, todas las unidades que participaron en esta operación estuvieron bajo mando comunista.

Frente a ellos, las posiciones nacionales estaban cubiertas por la 1ª División, al mando del coronel Iruretagoyena, estando el sector de la Casa de Campo defendido por la 1ª Brigada (F. Delgado Serrano), el sector de Aravaca y Cuesta de las Perdices por la 2ª Brigada (E. Losas) y la Ciudad Universitaria por la llamada Brigada de Vanguardia (J. Ríos Capapé), fuerzas a las que pronto se irían uniendo refuerzos.

La operación se inició el día 10 de abril de 1937 y, a pesar de las esperanzas que los republicanos habían depositado en ella, pronto comenzaron a hacerse palpables los malos resultados. El valor demostrado por muchas de las unidades republicanas, chocó con una tenaz resistencia de las fuerzas nacionales, que se clavaron a sus posiciones sin apenas ceder terreno. Todas las carencias y problemas que caracterizaban al bisoño Ejército Popular de la República y que, de una manera u otra, le acompañarían durante toda la guerra, se hicieron manifiestas, convirtiendo los ataques en un sangriento desgaste sin resultados significativos.

El excelente plan de fuegos establecido por los nacionales y la decidida resistencia presentada por sus tropas, frenaron una y otra vez las diferentes acometidas republicanas, que en cada nuevo intento, sufrían numerosísimas bajas, quedando las unidades seriamente diezmadas. Ante lo que empezó a percibirse como una serie de ataques suicidas, surgió el desanimo y la desconfianza entre las tropas de choque republicanas, dándose el caso de que el propio Enrique Lister, en un claro acto de insubordinación, se negase a cumplir las órdenes dadas por el general Miaja.

El día 13 de abril, las bajas republicanas se contaban por miles, sin que se hubiera logrado alcanzar ningún objetivo de importancia. El día 14, tras jornadas de combates tan salvajes como inútiles, se ordena a las unidades de choque volver a sus bases de partida y fortificar sus posiciones. La Operación Garabitas ha fracasado garrafalmente. Los mismos que esperaban convertirla en un éxito político y militar, deciden silenciar lo ocurrido. La prensa gubernativa, apenas mencionará nada al respecto, un tupido velo caerá sobre este trágico episodio.

Todas las posiciones importantes del sector siguieron en poder de las tropas de Franco. Madrid siguió presionado por un duro cerco. Las vanguardias de la Universitaria no fueron aisladas, y permanecerían en sus puestos hasta el final de la guerra. Desde la Casa de Campo, con el Garabitas como observatorio privilegiado, las baterías nacionales continuaron castigando, un día sí y otro también, las calles de la ciudad. La guerra iba a ser larga y difícil para los madrileños.

En aquel abril del 37, sobre las laderas del Garabitas, en las faldas del Cerro del Águila, en las espesuras de la Casa de Campo, en los pequeños cauces de sus arroyos… cientos de combatientes anónimos cayeron para no volver a levantarse jamás. Como siempre, contabilizar las bajas no resulta sencillo. Los partes nacionales asegurarían haber causado 8.000 muertos a los republicanos, una cifra, sin duda exagerada, pero parece aceptable la cifra de 3.000 bajas, estando el número de muertos próximo a los 1.500. Demasiadas bajas para cuatro días de combates.

El abril pasado, y de la mano del profesor Luís de Vicente Montoya, vicepresidente de Gefrema, y que durante años ha estudiado exhaustivamente este episodio bélico, tuve ocasión de pasear por los escenarios en los que se desarrolló la Operación Garabitas. Lugares que han experimentado importantes transformaciones, pero en los que todavía es posible hacerse una idea de lo que debió vivirse allí. Divisados desde los puntos en los que se encontraban las líneas republicanas, las alturas del Garabitas y del Cerro del Águila se levantan transmitiendo aun respeto e intimidación. Imaginar lo que debió de suponer intentar asaltar estas posiciones, cuando hace más de setenta años se encontraban fuertemente fortificadas, defendidas por cientos de hombres y equipadas con docenas de armas automáticas y morteros, produce cierto estremecimiento.

Tampoco puedo dejar de pensar en los defensores de aquellos lugares cuando cayera sobre ellos toda la furia destructora de la artillería y de la aviación republicana. Cientos de kilos de metralla y trilita reventando por todas partes, convirtiendo el lugar en un mortífero infierno.

Hoy en día, tanto el Cerro del Águila (con el Club de Campo ocupando parte de su superficie) como el Garabitas, son agradables zonas de recreo. La vegetación, destruida durante la guerra, tras diversas repoblaciones, vuelve a cubrir las lomas y vaguadas en las que se combatió aquel mes de abril de 1937. Aquí y allá, desperdigados por el paisaje, aun es posible toparse con algún viejo vestigio bélico (atrincheramientos, muros aspillados, ruinas de fortines…), muchos de ellos, posteriores a los sucesos que aquí se narran, pero enormemente sugerentes e interesantes para todos los interesados en la guerra civil en Madrid.

Son muchos los campos de batalla que he tenido ocasión de visitar. A pesar del tiempo transcurrido, de los grandes cambios que muchos de ellos han experimentado, y de la suerte que tengo por no haber tenido que vivir la locura que se desarrolló en aquellos lugares, todos ellos me transmiten un fuerte coctel de impresiones, emociones y sentimientos. El día que Luís de Vicente me guió por algunas de las zonas en las que se combatió durante la Operación Garabitas no fue una excepción, y al recordarlo, me viene a la cabeza algo que Arturo Pérez Reverte escribió en alguna ocasión:

“…la visita a un antiguo campo de batalla puede ser mala o buena, según quién te guíe por él. Si dejamos a un lado la demagogia patriotera barata y la otra demagogia estúpida que se niega a aceptar que la Historia y la condición humana están llenas de tantas luces como ángulos en sombra, un lugar así puede convertirse, para las generaciones jóvenes, en una excelente escuela de lucidez y tolerancia.” (A. P. R. )

Me parece una reflexión muy acertada.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías: El Cerro de Garabitas y el Cerro del Águila vistos desde lo que fueron posiciones republicanas (abril de 2010, JMCM).

Documentación procedente del AGMA. Agradecimiento especial a Luís de Vicente Montoya.

martes, 7 de septiembre de 2010

92) Inscripciones


INSCRIPCIONES

Fragmentadas, rotas, desgastadas por el abandono y el olvido. Deshaciéndose día a día, bajo el sol, la lluvia, el viento, el hielo…

Unas veces, víctimas de la indiferencia más absoluta; otras, objetivo prioritario del vandalismo y la ignorancia.

Aparentemente, simples caligrafías más o menos elaboradas, más o menos improvisadas, pero que en realidad, ofrecen una valiosísima información de primera mano.

Hace siete décadas, sobre los muros de ciertos fortines, quedaron grabadas fechas de construcción, siglas de organizaciones, consignas políticas, unidades militares…

Cada ejército, quiso dejar recuerdo de su presencia. Una especie de deseo de perdurar, de no ser totalmente engullidos por el olvido que parece terminar alcanzándolo todo. ¿Podrían pensar los que escribieron esas inscripciones, que tantos años después, seguirían siendo leídas?

El tiempo ha pasado. La Historia ha continuado su imparable ritmo. Las posiciones de guerra, hace ya muchas décadas que fueron abandonadas por sus defensores. Para unos, llegó la victoria, para otros la derrota. Los fortines y trincheras se fueron colmatando de tierra, de escombros, de basuras… llenando de silencio, de olvido, de vacío… Pero en algunas de esas viejas construcciones de guerra, permanecieron los epigramas que en ellas se escribieron, y que recuerdan a las unidades que por allí pasaron.

Referencias históricas por las que hoy transitan las lagartijas. Vestigios bélicos en los que ahora crecen musgos y líquenes. Placas que poco a poco se desquebrajan y descomponen.

Muchas de estas inscripciones, como ha sucedido con tantos restos de la guerra civil, han desaparecido para siempre. Otras, todavía son legibles en diferentes puntos del noroeste madrileño, aunque la mayoría, lamentablemente, parecen tener sus días contados.

JAVIER M. CALVO MARTÍNEZ

Fotografías 1 y 2: Inscripciones en fortines republicanos  de Las Rozas (JMCM)
Fotografía 3: Inscripción en fortín franquista de Villanueva del Pardillo (JMCM)
Fotografía 4: Inscripción franquista en Las Rozas (JMCM)
Fotografía 5: Inscripción franquista en Majadahonda (JMCM)